jueves, 20 de octubre de 2011
martes, 18 de octubre de 2011
viernes, 14 de octubre de 2011
. Lunario VI . -LA LLORONA-
¿Habéis oído alguna vez hablar sobre la 'Llorona'...?
Amanda Thompson se miró una vez más al espejo antes de encender
el secador y comenzar a moldear su cabello rubicundo, sirviéndose de él y de un
cepillo. Su pelo siempre había sido totalmente liso y a ella le encantaba, pero
no venía mal cambiar de imagen de cuando en cuando. Rizándolo obtendría una
imagen totalmente distinta de la Amanda de siempre, aquella directora que
siempre estaba ocupada.
Esa precisa noche del doce de septiembre ella era Amanda,
la vieja amiga de Velvet Hedwings.
Éste había vuelto el mismo día diez de Copenhague y ni
siquiera habían tenido tiempo de hablar, salvo por teléfono. En el fondo, ella
siempre tenía ganas de ver a Velvet. Para una mujer como Amanda, que vivía sola
en una ostentosa casa en Aberdeen Park, la compañía era un bien muy preciado, y
más tratándose de la de él. Era un hombre vivaz, siempre alegre, pero a su vez
responsable cuando hacía falta. Sí, le conocía muy bien. Habían sido amigos,
durante muchos años habían compartido casi todo. Mientras se echaba todo el
cabello sobre el hombro derecho y le daba volumen, se preguntaba cómo se
encontraría él aquella noche.
No era un día demasiado agradable para ninguno de los dos…
Ella lo sabía bien.
La mujer sujetó su pelo con varias horquillas para
echarlo hacia la derecha y mantenerlo firme, y después sacó del cajón de su
tocador el rímel y un pintalabios de un embriagador rosa neón. Tampoco solía
maquillarse mucho; su belleza era más bien natural. Aquellos ojos grandes y
azulados habían conquistado muchos corazones, y sin embargo, ella nunca
correspondió a ninguno. Eso no significaba que Amanda Thompson no fuera
apasionada o que no hubiese amado; ella, por alguna razón, le tenía un miedo
irracional al compromiso.
Su figura reiterada irradiaba en el espejo; por fin
estaba lista para marcharse. Arreglada con un escotado traje de noche y unos
zapatos de tacón, tomó un manojo de llaves y una chaqueta y salió de su casa,
asegurándose de que había cerrado correctamente.
La noche era fría y el exterior estaba cubierto por una
neblina gélida. La mujer aceleró el paso, tiritando, y echó un vistazo a su
alrededor mientras se precipitaba calle abajo. Aberdeen Park era un oasis
verdoso, lleno de naturaleza. Numerosas eran sus campas, en las que los niños y
sus padres jugaban juntos después de las clases, donde los perros eran paseados
por sus dueños, donde las parejas iban a andar juntas en bicicleta. Los
residentes de la zona pertenecían al Aberdeen
Park Maintenance Company, y eran responsables del mantenimiento de la zona.
A Amanda se le inflaba el pecho de orgullo solo de saber que estaba ayudando a
conservar la belleza y la frescura de sus alrededores.
La mujer caminó por Highbury Grove. Parecía una zona
deshabitada aquella noche, y se notaba cierto aire de misterio. Las farolas de
la calle parpadeaban constantemente, y el viento azotaba los edificios,
suscitando un sonido escalofriante. Amanda hizo caso omiso de esto y no frenó
su paso, hasta que se encontró de frente con el cementerio de Highbury Grove,
ya cerrado. Tras sus puertas de hierro y su funesta belleza, se escondían tantas
sombrías verdades…
Amanda Thompson se estremeció.
***
-Velvet está muy raro –suspiró Evil, bebiendo de su vaso
lleno de gaseosa-. Cada doce de septiembre está así de misterioso, no sé si me
explico.
Todos estaban en la mesa terminando su cena a excepción del
tío de Evan, que llevaba un par de horas sin bajar del primer piso. No solo
eso, sino que también había estado casi toda la mañana ausente. Lena no le
había preparado la cena, por propia petición de él, y el ambiente era un tanto
apagado. Nadie sabía qué estaba haciendo, ya que el hombre no había querido dar
ninguna explicación acerca de ello. En silencio, los comensales pinchaban sus
tenedores y sorbían de sus vasos.
Oculus rodaba por la mesa, esquivando los platos casi vacíos,
en los que con anterioridad habían abundado el escalope y las patatas asadas,
untadas con mantequilla.
-Pero –Lena curvó sus cejas. Su cola se sacudió, dando
vueltas como una hélice- quizá vaya a casa de Amanda a cenar, como siempre.
Aunque nunca nos ha explicado el porqué de esta misteriosa celebración… -la
licántropo rió entre dientes.
-Son una pareja celebrando su aniversario como todos los
años, es más que obvio –terció Gabrielle.
-¿Pareja? No sé… –respondió Evan. El simple hecho de ver
a su tío saliendo con una mujer le parecía imposible. Por alguna razón, para el
muchacho, Velvet era el arquetipo perfecto de soltero de oro.
-¿Cómo que no, Evan? –la vampiresa enrojeció,
contrariada-. Está claro, ¿no? Siempre se llaman por teléfono. Velvet es
accionista del colegio en el que ella trabaja, y por si fuera poco… ¡Cada doce
de septiembre quedan en casa de ella en total clandestinidad! ¿No os parece muy
raro?
Hubo murmullos y miradas después de que Gabrielle
hablase. Ciertamente, fuera verdad o no, los argumentos que la vampiresa había
dado resultaban bastante convincentes. De repente una silla vacante se agitó.
El rostro de Klaus se torció, grabado por la cámara de vídeo.
-Absurdo, eso es absurdo –contradijo el pequeño
fantasma-. Llevan juntos toda la vida,
son como hermanos, después de todo. Estoy seguro de que todo esto se debe a
una razón bien distinta…
Entonces sonó la campana de la puerta. Flourite, como
educada jovencita que era, se puso en pie y se dispuso a abrir la puerta. La
exquisita figura de Amanda emergió de las sombras de la noche.
-Buenas noches, Flourite –saludó, con una sonrisa
delicada-. ¿Puedo pasar?
-¡Por supuesto, Amanda! –la muchacha hizo una pequeña
inclinación y la invitó a entrar en el recibidor.
Al de un rato, Velvet abrió la puerta del primer piso y
bajó las escaleras laterales. Estaba impecablemente vestido, como de costumbre,
pero aquella noche había optado por un sensual smoking color negro, cuya chaqueta de cena llevaba las solapas en
pico. Su pajarita era del mismo color y el mismo tejido que las solapas, y los
zapatos El hombre llevaba una botella de vino tinto, sujeta por sus manos
enfundadas en unos guantes blancos. Amanda emitió un silbido de admiración.
-Magnífico, como siempre –dijo la mujer con tono jovial-.
Bueno, ¿vamos?
Velvet dirigió una risueña mirada a Flourite, quien
estaba plantada en el vestíbulo, con la impresión de que no pintaba nada allí.
-Flourite, ¿habéis terminado de cenar?
-Hum, ¡sí! Enseguida recogemos todo –la pequeña entró
velozmente en el salón comedor. Los viejos amigos se observaron mutuamente.
Ambos tenían una celebración muy importante por delante… Cuando se aseguraron
de que nadie los hubo visto, ella se acercó despacio a Velvet y se fundieron en
un abrazo entrañable.
-Otra noche más, Amanda… -suspiró el hombre, al que por
poco se le saltaban las lágrimas. Cierta nostalgia se vislumbraba en su voz.
Ella asintió levemente con la cabeza, y bajó la vista a
la botella de vino.
-Stella Rosa… ¿Me
equivoco?
-Para nada, estás en lo cierto. Era su preferido,
¿recuerdas? –sollozó él.
-¿Cómo olvidarlo?... Es por lo que estoy aquí, después de
todo. –Amanda se separó de él lentamente y le miró fijamente a los ojos,
vidriosos. Siempre que llegaba aquella fecha, Velvet se angustiaba
repentinamente. Parecía un alma en pena, flotando falto de vida por la mansión.
Y a ella le dolía tanto verle así… El corazón se le reducía a pedazos.
Flourite, Lena, Evil, Clave, (Oculus en mano), Evan y
Gabrielle abandonaron el salón comedor. Velvet y Amanda se miraron una vez más
y entraron en la habitación vacía sin articular palabra, cerrando la puerta
tras de sí.
-Lo que yo decía, es una cita romántica, hoy debe de ser
su aniversario o algo parecido –gruñó Gabrielle-. ¡Si incluso tenían un vino
exquisito en sus manos! Me habría encantado catarlo.
No se oía nada salvo el sonido del choque de unos platos
y el murmullo dentro del salón comedor. Evil se aproximó a la puerta
disimuladamente, y pegó un poco la oreja a la madera, dispuesto a escuchar algo
de la conversación. Este gesto desconcertó bastante a los demás. Flourite lanzó
un suspiro y Evan se llevó una mano a la cabeza.
-Evil, no te pases –refunfuñó Lena, poniendo los brazos
en jarras-. ¡Ven aquí! Déjales intimidad, y vámonos a un cuarto o algo.
Pero el ente hizo caso omiso. Incluso levantó el dedo
índice y se lo colocó en los labios, para acallar a Lena. Sin duda, debía estar
escuchando algo revelador. Apoyó suavemente las manos en la puerta, y se arrimó
todo lo posible. Entonces escuchó la voz de Amanda, y aunque al principio
resultó ininteligible, fue aclarándose.
-…por nuestros
queridos Tony y Netty.
A pesar de que Evil acababa de encontrar una pequeña
pista sobre lo que Velvet y su amiga se traían entre manos, para él aquellas
palabras carecían de ningún significado.
-¿Y bien? –farfulló Evan. No quería admitirlo, pero
también sentía una gran curiosidad por el asunto. Su tío llevaba gran parte del
día sin hablar con nadie, y sin hablar de sus propósitos. Sabía que no era
correcto inmiscuirse en sus cosas, pues no le correspondían, pero el ansia de
saber la verdad era más fuerte que el sentimiento de culpa.
-Tony y Netty –repitió Evil, sacudiendo los hombros-. ¿Os
dicen algo esos nombres?
Fue un no rotundo por parte de casi todos los presentes… Pues
no obstante, uno de ellos sí que sabía algo sobre los desconocidos.
-¿Tony y Netty, Evil? –la pueril voz de Klaus resonó en
el recibidor. A Evan le seguía pareciendo escalofriante el escuchar su voz sin
vislumbrar el cuerpo al que ésta pertenecía-. Entonces se trata de ese matrimonio… Anthony L. Reinhold y
Antoinette Mansfield.
Silencio sepulcral.
-Sí, sí, me parece muy bien. ¿Quiénes son esos? –Evil no
parecía muy satisfecho con la respuesta del fantasma. Frunció el ceño, en
espera de más información.
-Conozco su historia… -declaró la voz flotante-. Pero no
debería contarla aquí… Bueno, no sé si debería contarla siquiera, pero si os
interesa… ¿Y si subimos arriba?
-Podemos ir a mi cuarto –propuso Clave en un susurro.
Era extraño que él se ofreciese, pero todos les pareció
bien, así que abandonaron el hall y subieron al primer piso. Los chicos dormían
en el ala derecha, según sabía Evan. Pero en lugar de dormir allí, él había
sido colocado en el dormitorio de la torre. De modo que desconocía cómo se
verían los cuartos, aunque estaba seguro de que la distribución de las
habitaciones de ambas alas sería simétrica.
Al cruzar la puerta del ala derecha, se descubría un
pasillo largo y estrecho con las paredes cubiertas de pequeños espejos,
vagamente iluminado y con una ventana al fondo. En él había cinco puertas.
Clave caminó al fondo del pasillo y abrió la puerta de la izquierda, pidiendo a
todos que pasasen a su interior.
Evan nunca se habría imaginado así el cuarto de Clave: era
un cuarto perfectamente cuadrado, y la cama estaba en la esquina, junto a una
ventana apretada. Del techo colgaba un móvil construido a partir de trozos
rotos de espejos, colgados en unos cordeles tan largos que casi rozaban el
suelo de madera polvorienta: esto formaba una escultura abstracta pero a su vez
creaba una hechizante experiencia visual.
Evan se preguntó si todas las habitaciones de la casa
tendrían espejos, para que Klaus pudiese reflejarse en ellos…
En lugar de una mesita de noche, había un taburete
esférico en el que descansaba la lámpara de aceite que a Evan le resultaba tan
familiar. A diferencia del cuarto de la
torre, la habitación de Clave tenía un ropero antiguo y un escritorio plegado. Sobre la silla de éste estaba el uniforme de
Holloway College, bien colocado.
-Esto… poneos cómodos –el muchacho encendió la luz, quitó
la lámpara de aceite y se sentó en el taburete, haciendo un ademán para que se
sentasen. La silla del escritorio levitó y se colocó junto al móvil,
apareciendo el rostro de Klaus reflejado en los múltiples fragmentos de espejo
que se arremolinaban constantemente. Flourite, Lena y Gabrielle se sentaron en
la cama, con cuidado de no deshacerla, y Evil se apoyó en la puerta, una vez
cerrada. Evan se situó al lado de Clave en el suelo, apoyando su cabeza contra
la pared. El fantasma se aclaró la garganta.
-¿Estáis seguros de que queréis escuchar esta historia,
chicos?... –preguntó antes de nada-. No es algo muy agradable, la verdad.
-¿Y qué? –protestó Evil-. Mejor saberlo que quedarnos con
la duda. Después de todo, el año que viene se repetirá esta celebración, y el
próximo también, y así sucesivamente. No podemos seguir toda la vida sin tener
ni idea de qué está pasando –nadie respondió a aquello, pero probablemente, más
o menos, estaban de acuerdo con la opinión de éste-. Además, Klaus; todos
nosotros somos entes. ¡Estamos curados de espanto!
A Evan no le hizo mucha gracia la frase de ‘todos nosotros somos entes’. Klaus
parpadeó varias veces, después asintió silenciosamente, con cara pensativa.
-Está bien… Todo empezó hace unos quince años, si no me
equivoco… No sé si recordaréis que Velvet y Amanda eran investigadores de la
compañía ‘Cell Moon’ que llevaban los
que serían tus bisabuelos, Evan –el muchacho abrió los ojos, impresionado.
Sabía que Velvet había sido investigador, pero ¿y Amanda? Eso la vinculaba
totalmente a su tío; ahora entendía la enorme familiaridad entre ellos-. Pues
bien, la ideología de ‘Cell Moon’ y ‘Black·Moon~Company’ es prácticamente
idéntica; Velvet transfirió a la compañía que él fundó tiempo después todas las
normas que impusieron sus abuelos. ¿Qué quiero decir con esto? Que hubo un
tercer investigador en el grupo de ‘Cell
Moon’: Antoinette Mansfield, una jovencita de una familia francesa muy bien
avenida, aunque era tan poco partidaria de gastar dinero que no lo parecía. Sus
padres se habían mudado a una lujosa mansión en Lambeth Palace Road, al lado
del río Támesis, y eran conocidos de Velvet y sus abuelos. De modo que al
descubrir que su hija era una humana parcial,
la dejaron en las mejores manos.
-Velvet nunca mencionó tal nombre delante de ninguno de
nosotros –suspiró Lena, ligeramente abatida.
-¡Exacto! Porque Antoinette no duró ni un año como
investigadora de ‘Cell Moon’. Velvet,
Amanda y Netty eran un equipo formidable; se entendían a la perfección, pero
esta última tenía un problema bastante grave… –la mirada de Klaus se volvió
apenada, y su voz se apagó repentinamente-. Digamos que ella siempre fue una
muchacha enfermiza, aunque nunca le dio especial importancia.
>>No obstante, sus padres sí que lo hacían, por una
buena razón: la familia Mansfield era, desde hace años, propensa a contraer enfermedades cardíacas. Se trataba de pura
herencia, mala suerte. Pero Antoinette llevaba mucho tiempo aquejándose de que
se asfixiaba con frecuencia, como si le faltase el aire; de que siempre la
envolvía una fuerte sensación de opresión o plenitud en el centro del pecho, que
a veces le duraba minutos, otras veces horas; o de que en numerosos casos se
desvanecía o era atacada por las náuseas. La chica siempre había considerado
aquellos síntomas como parte de su delicada salud, sin pararse a pensar en que
el inconveniente era mucho más grave, e incluso podría costarle la vida.
>>El día que Antoinette Mansfield se enteró de todo
esto, al principio no podía creerlo. Le costó mucho asimilar el peso
hereditario que llevaba a sus espaldas, y cayó en una profunda depresión. Sus
padres presentaron sus disculpas ante los abuelos de Velvet, del mismo Velvet y
de Amanda, y acordaron que Antoinette no volvería a trabajar como investigadora
nunca más. En su lugar le aplicaron un tratamiento para disminuir el riesgo de
sufrir ataques. Aunque ella era perfectamente apta para el empleo y estaba
encantada, era un estilo de vida estresante, y una rutina como ésa aumenta la
tensión en el corazón e incrementa las posibilidades de sufrir un ataque
cardíaco. El solo hecho de disminuirlo, mejoraría su salud en muchas formas.
Igualmente, siendo investigadora o no, su amistad con Amanda y Velvet no cambió
en absoluto. Siguieron manteniendo el contacto, y se veían muchas veces al mes,
para hablar sobre sus vidas.
>>A pesar de todo, Netty no era plenamente feliz.
Vivía siempre con el miedo a sufrir un ataque cardíaco, y como Velvet y Amanda
estaban ocupados con sus misiones, apenas salía de casa. Sus padres estaban
preocupados porque cayese en una profunda depresión, e intentaban por todos los
medios entretenerla. La llevaban a cenas de alto
standing, a bailes lujosos y a reuniones de familias adineradas. Buscaban
que conociese a gente, que se relacionase con otros, que se divirtiera. Y una
noche lo consiguieron, cuando a Antoinette le presentaron a una familia de
viejos amigos londinenses en Trafalgar Square: los Reinhold.
>>Los Mansfield y los Reinhold se habían conocido
hace años en un baile celebrado en París, y desde entonces no habían dejado de
cartearse y contactar. Aquel matrimonio había dado frutos, y era una familia
numerosa: dos hijos y cuatro hijas. Todos ellos eran unos acomodados, snobs ricos con poco cerebro y mucho
dinero, menos el hijo menor, Anthony Lamarck Reinhold. Este muchacho era tan
increíblemente austero y humilde que parecía que proviniese de una estirpe de
pobres. Netty y él hicieron buenas migas desde el principio, eran como dos
gotas de agua.
>>Anthony era capitán de barco y estaba enamorado
del mar. Había navegado por muchísimos lugares del mundo, descubriendo miles de
lugares exóticos y paraísos sin par. A Antoinette le fascinaba todo aquello;
ella jamás había salido de Francia ni de Reino Unido, así que prestaba oídos
gustosa a las maravillosas historias del joven: La costa mediterránea, las
Seychelles, la exuberante isla de Taiwán… Anthony había viajado por muchos
lugares a su corta edad, en compañía de varios marineros amigos suyos.
Antoinette soñaba con salir de su jaula podrida de dinero. Quería extender sus
alas y volar libre, por el mundo. Así que ese fue el principio de una amistad
que ninguno de los dos olvidaría nunca.
-Y… S… ¿Se enamoraron?... –murmuró Flourite,
conmocionada. Parecía a punto de echarse a llorar, como si estuviese escuchando
la trágica historia del Titanic.
Evil soltó una carcajada sonora que causó que ella se
sonrojase.
-¡Sí! Se enamoraron perdidamente el uno del otro
–contestó Klaus-. Y un año después de comenzar su romance, decidieron casarse.
Sus padres no podían estar más felices con aquella noticia. Lo prepararon todo al
milímetro, con muchísima antelación y una ilusión inmensa. Hicieron una lista
de invitados numerosa, en la que por supuesto, figuraban los nombres de Amanda
Thompson y Velvet Hedwings. Se casarían el doce de septiembre de 2005 en la
iglesia de St. Margaret en el paseo de Millbank, y el banquete se celebraría en
un pequeño crucero que navegaría durante la velada por el Támesis. La luna de
miel sería en la preciosa isla de Sicilia; era
el paradigma de la boda perfecta.
>>La madre de Antoinette consiguió un vestido sin
igual para su hija: era blanco y resplandeciente como el nácar, escotado y con
una gargantilla a juego en el cuello. El vestido se abría por la mitad a la
altura del ombligo y mostraba capas y capas de volantes, que rozaban el suelo.
El conjunto, acompañado por unos guantes que sobrepasaban los codos y un velo
transparente con bordados de rosas, era idóneo para la chica. Velvet me enseñó
varias fotos de antes de la boda; Antoinette estaba perfecta con ese vestido.
Incluso las princesas de cuento serían incapaces de rivalizar con semejante
preciosidad.
>>Anthony llevaba el traje con el que se casó su
padre: Un smoking sofisticado que le
iba como un guante. De color blanco y con la pajarita negra, el muchacho
también estaba muy sugerente, a pesar de que el traje en sí fuese viejo. Sí, ambos
estaban ideales. Cuando faltaba un mes para la boda, él se marchó en un viaje
breve a Gales, y prometió que al volver no habría nada que los separase, y que
serían eternamente felices. Parecía una fantástica boda de cuento… Por absolutamente
todo menos por el final.
>>Horas antes de la boda, Antoinette se vestía en
un la casa de una amiga de la familia, que vivía prácticamente al lado de St.
Margaret. Estaba realmente nerviosa, según me dijeron; prácticamente temblando
del éxtasis y de la felicidad. Cuestión de un poco más de tiempo… Solo tenía
que esperar un poco más. Todo estaba preparado, y antes del ocaso, su vida
estaría unida con la de Anthony L. Reinhold.
>>Entonces llegó uno de los marineros que conocía
Anthony a la casa, abriendo la puerta de golpe. Parecía fatigado; estaba
totalmente pálido. Supongo que en aquel momento nadie se esperaba que viniese
para dar malas noticias…
…el barco de Anthony L. Reinhold fue encontrado hecho trizas contra unas
rocas, y su cadáver y el de un amigo suyo habían sido encontrados hace tan solo
unas 18 horas.
>>Antoinette creyó que se trataba de una broma
pesada, pero no fue así. Entonces comenzó a notar que le costaba horrores
respirar. Comenzó a llorar desconsoladamente, rechazando la realidad,
diciéndose a ella misma que no era posible… Anthony tenía que seguir vivo. Ambos tenían toda la vida por delante, ¿cierto? Profirió gritos y golpeó
objetos, maldiciendo su destino. ¿Por qué tenía que perder lo que más le
importaba? ¿Por qué, justo cuando por fin iban a ser inseparables? Poco a poco,
fue incapaz de inhalar aire, se estaba asfixiando, sin poder sollozar apenas,
sin poder gritar. Los presentes en el cuarto llamaron rápidamente a una
ambulancia. Pero a Antoinette todo le daba igual.
>>¿Qué era su vida sin él? Nada… Eso era lo que
ella estaba repitiendo constantemente, en aquella habitación, en la ambulancia,
en el hospital… Estaba siendo transportada a urgencias en una camilla mientras
intentaba decir sus últimas palabras, aunque de sus labios solo podían salir
sonidos imposibles de entender. Para cuando Velvet y Amanda llegaron al
hospital, Antoinette Mansfield se había
ido para siempre.
>>¿Causa de muerte? Un ataque cardíaco, también
conocido como infarto agudo de miocardio. Consistía en un lento y silencioso
taponamiento de las arterias que irrigan el corazón. El infarto de miocardio se
produce cuando la pared del endotelio (depósito de lípidos debajo del tejido
que reviste las arterias por dentro) se quiebra, y de esta manera se forma un
coágulo que impide a la sangre oxigenada llegar al tejido cardíaco. Durante el
transcurso del infarto, la falta de oxígeno que su corazón experimentó dañó el
tejido cardíaco afectado de una manera irreversible, y Antoinette murió por
asfixia. La magnitud de ese daño fue directamente proporcional al tiempo que
transcurrió desde que se cortó el suministro de oxígeno… En otras palabras, en
el momento en el que no podía respirar, dentro de la habitación, se había iniciado una cuenta atrás por
salvar su vida… Y al final, como veis, no fue posible.
Nadie habló. Nadie quería hablar. Todos estaban
consternados por lo que acababan de oír. Flourite sollozaba en silencio, en el
pecho de Gabrielle, que la rodeaba con los brazos. Lena bajaba la cabeza,
taciturna. Clave se abrazaba a sí mismo, hundiendo el rostro en sus piernas y
Evil estaba más serio que de costumbre. Evan hacía lo posible por contener las
lágrimas… No había conocido a Anthony, ni a Antoinette, pero la impresión de lo
que acababa de escuchar era tan grande que su corazón estaba totalmente
amedrentado. Klaus lanzó un suspiro, algo cohibido.
-No tendría que haber contado esto… ¿Verdad? Amanda y
Velvet llevan cuatro años celebrando su aniversario, el día en el que por fin
serían felices, el día de su boda. Se prometieron el uno al otro que lo harían
en su memoria, fue un golpe muy duro…
Evan se puso en pie, y abandonó la habitación sin decir
nada. Sentía un mareo desagradable, unas ganas imparables de borrar todo lo que
había oído de su mente. Subió las escaleras tambaleándose levemente, con una
mano en su frente, y con la otra apoyada en la barandilla, mientras ascendía.
El chico se tumbó en la cama sin fuerzas, y hundió la
cabeza en la almohada. ¿Cómo podrían Velvet y Amanda aguantar la ausencia de
Antoinette Mansfield y Anthony L. Reinhold? ¿Cómo podían aguantar sin llorar,
sin acordarse constantemente de sus rostros, sin vivir anclados al pasado?...
Él no podía imaginarlo. Simplemente, si a Evan le hubiese ocurrido algo
parecido, probablemente no sabría qué sería de él. Sin ponerse siquiera el
pijama, el muchacho cerró los ojos, intentando conciliar el sueño.
Intentar soñar con algo que no involucrase a Tony o a
Netty––
Imposible. Era prácticamente imposible evitarlo. Aquella
noche, solo tendría pesadillas.
***
Las bajas temperaturas azotaban las rugosas mejillas de Masterman.
Ante una puerta de majestuoso acero, vestido con su uniforme desteñido de
siempre, tenía que hacer guardia una noche más. Leslie, su golden retriever, fijaba la mirada en la vacía Hornsey Road.
Una noche más, ambos vigilarían la mansión Lancaster.
El hombre carraspeó fuertemente. Probablemente estaría
algo constipado, debido al frío glacial. Incluso con una bufanda y unos guantes
de cuero, la temperatura se filtraba a sus adentros. Era una sensación
desagradable, pero él estaba bastante acostumbrado. Años de oficio… Décadas
sirviendo a la familia Lancaster.
Al fondo de la calle se divisaba una silueta poro
definida. Se oían sus pasos aproximándose, unos sollozos que se iban haciendo
más sonoros. Masterman no le dio ninguna importancia. Él continuó firme. No
obstante, escuchó los quejidos de Leslie. Su pelo se estaba erizando
lentamente, y el animal mostraba sus fauces. Entonces comenzó a ladrar, cada
vez más alto. El hombre golpeó suavemente la espalda del perro.
-Shhh… ¡Silencio, Leslie! Calla, chico, no es más que una
mujer… -pero el animal estaba intranquilo. Sus ladridos eran fuertes y
constantes. Masterman alzó la cabeza, observando detenidamente a la persona que
se acercaba. La mujer en cuestión le produjo escalofríos.
Un largo vestido blanco de novia, cubierto de sangre…
Un cabello negro como la noche, oscilando al son del viento gélido…
Unos ojos verdes y redondos, cubiertos de lágrimas de un color cobrizo…
Un ramo de rosas rojas, ya putrefactas…
Masterman tragó saliva y retrocedió varios pasos,
agarrando la correa de Leslie y obligándolo a echarse hacia atrás.
-¿Q-Quién…? ¿Quién eres tú?
La mujer no contestó. Lágrimas de sangre brotaban de sus
ojos, resbalando por sus mejillas carentes de color. Levantó lentamente la mano
y señaló al hombre con el ramo.
Su rostro, aunque hermoso, transmitió a Masterman más
terror que ninguna otra cosa en el mundo.
-Tú… ¿Quieres
escuchar mi miserable historia?
El grito agudo de Masterman se mezcló con los infernales
sollozos de la mujer.
-La llorona-
-Continuará.
miércoles, 12 de octubre de 2011
lunes, 10 de octubre de 2011
. Lunario V . -WELCOME TO HOLLOWAY COLLEGE-
Eran
las nueve menos cuarto de un nublado diez de septiembre.
El
despertador digital sonó por tercera vez. Evan se retorcía entre
las sábanas, ocultando su cabeza bajo la almohada. Se estaba tan
bien en aquella cama mullida…
-Evan,
¡otra vez! –exclamó Klaus, con cierta severidad.
-Hmm…
Solo cinco minutos… -el muchacho entreabrió los ojos, aún
adormecido, y cogió el despertador para apagarlo, cuando el
parpadeante ‘9.45’ de su pantalla se quedó grabado en su
retina-. No… ¡No puede SER! ¡Es tardísimo!
–vociferó.
El
chico se puso en pie de un salto y corrió hacia el armario como alma
que lleva el diablo, abriéndolo y sacando su uniforme. El fantasma
dejó escapar una dulce risita, mientras se acomodaba en la cama.
-Eres
un desastre… ¿De verdad que eres el mismo estudiante aplicadísimo
que siempre llega puntual y saca unas notas impecables?
-Incluso
al mejor de los estudiantes se le pegan las sábanas –respondió
Evan, muy digno. Se desnudó rápidamente y comenzó por abrocharse
la camisa, haciéndolo tan rápido que se equivocaba de botones. Le
daba algo de pudor cambiarse delante de Klaus, pero aquel día no
podía permitirse perder tiempo.
Ya era tarde.
Sin quitarle ojo a la hora, se anudó la corbata y se puso el jersey.
Después cogió la mochila, apoyada junto al espejo, que con tanto
esmero había preparado el día anterior-. Seguro que los demás se
han marchado ya… ¡No hay nada más lamentable que llegar tarde el
primer día!... ¡Y mucho más siendo nuevo!
-Que
no sea porque no he intentado avisarte –suspiró el fantasma.
-Sí,
lo siento, Klaus, ¡no volverá a pasar! –y Evan salió por la
puerta. Bajó las escaleras a trompicones, casi tropezándose, y se
precipitó por el pasillo cuando se encontró a Gabrielle saliendo de
su cuarto. Parecía haber acabado de ducharse en aquel preciso
momento, pues, como de costumbre, se tapaba con la toalla, bien
sujeta. La vampiresa también pareció sorprenderse al encontrarse
con el muchacho en la casa y, enrollando los dedos en su empapado
cabello, le habló con cierto despecho.
-¿Pero
es que todavía no te has ido?
-¿Y
qué hay de ti? –contestó Evan con rudeza-. Vamos tarde, ¡vístete,
por Dios!
Gabrielle
hizo un mohín de enfado y volvió a su habitación, cerrando la
puerta con un fuerte golpe. El chico, en cambio, bajó las escaleras
del vestíbulo, nervioso como pocas veces había estado en su vida.
Abrió la puerta del salón y vio a Clave sentado solo en la mesa
vacía. Tenía una tostada en la mano, a la que daba pequeños
mordiscos. Oculus jugaba dando vueltas de un extremo de la mesa a
otro, con cuidado de no chocar con un vaso lleno de zumo de naranja.
-Buenos
días, Evan, tú y yo iremos a Holloway College juntos, ¿verdad?
–preguntó, indiferente, mientras se llevaba la tostada a la boca y
la empujaba con un trago de zumo-. Después de todo, somos los nuevos
estudiantes del curso.
Evan
estaba a punto de colapsar.
-Pero
a ver… ¿Has visto la hora que es? ¡Cómete eso rápido, tenemos
que irnos YA! –el ente asintió y abrió la boca de par en par
mostrando su imponente dentadura, como cuando mordió el brazo de
Evan hace unos días. Se metió la tostada entera a la boca y la
ingirió en un santiamén-… Muy bien, Clave.
El
chico se metió en la cocina y rebuscó algo de comer en los cajones.
Por lo menos, esperaba encontrar algo que llevarse a la boca de
camino al colegio. Dio con una caja de barritas energéticas y se
metió una en el bolsillo, mientras abría la otra y le daba un
mordisco.
-Ya
estoy, Evan –Gabrielle abrió la puerta con el ceño fruncido, como
era característico en ella.
-Perfecto,
¡vámonos! –éste exaspero ante la parsimonia de Clave y lo agarró
del brazo, tirando de él al exterior de la mansión. La vampiresa
sacó un manojo de llaves y cerró la puerta con una de ellas, larga
y oxidada. Entonces los tres se encaminaron hacia Holloway College.
El
colegio en cuestión, de enorme prestigio según había oído Evan,
estaba ubicado en Holloway Road, no demasiado lejos de Highbury
Crescent. No obstante, tenían un mínimo de cinco minutos a pie.
Iban a un paso bastante rápido, por lo que Evan se relajó un poco.
Se fijó en el precioso uniforme que vestía Gabrielle. La camisa era
igual que la suya, pero en lugar de con una corbata, su cuello estaba
adornado por un delgado lacito rojo. Vestía una falda que llegaba
hasta las rodillas, y que se ceñía como un apretado corsé por los
que ella sentía tanta devoción. Las piernas iban cubiertas por unas
medias negras de nylon, y su calzado, a diferencia de los mocasines
de Evan, consistía en unos elegantes zapatos rojizos, con un poco de
plataforma. Gabrielle terminaba el conjunto con un enorme lazo rojo a
juego en el pelo.
Ésta
se dio cuenta de que Evan no le quitaba los ojos de encima, y se
enfurruñó.
-¿Qué
pasa? –preguntó disgustada.
-Nada
–el chico ladeó la cabeza, evitando los ojos de ésta-. ¿Dónde
está Velvet? Podría haberme despertado esta mañana.
-¿Velvet?
Ahora mismo estará en un avión de camino a Copenhague –explicó
Clave. Evan abrió la boca para contestar, pero prefirió escuchar
antes de decir nada. ¿Copenhague? ¿Sin avisar?-. Ayer recibió una
llamada del señor Mathias Köhler y se ha marchado inmediatamente.
Al parecer queda algún asunto que hablar con él sobre la compañía,
pero volverá hoy mismo, rondando a las once de la noche.
-Hum…
-Evan asintió secamente con la cabeza. Era posible que Velvet
tuviese que hablar con aquel hombre, Mathias Köhler, sobre él, y
eso le incomodaba un poco. Después de todo, él era el
pez gordo,
por así decirlo, de la WPA, y su criterio estaría por encima del de
cualquier otro. Por el momento, prefirió ignorar el tema. Ya tendría
noticias cuando su tío regresase de la capital danesa-. Y otra cosa…
¿Por qué no lleváis libros? -Gabrielle y Clave intercambiaron una
mirada de sorpresa y disimularon una risita que el chico fue incapaz
de comprender.
-Evan…
¿No sabes que hoy es el día de la presentación? ¡No hacen falta
libros! Hoy conoceremos a nuestro tutor y haremos poco más. Te has
traído la mochila para nada, bastaba con papel y un bolígrafo…
-la vampiresa le miró divertida. El chico se ruborizó y bajó la
mirada, sintiéndose como un completo estúpido.
El
trayecto continuó en silencio. La gente cruzaba Holloway Road con
sus maletines y sus cafés en la mano, precipitándose hacia el viejo
edificio de la estación de metro, de color granate. El ajetreo era
incesable aquella mañana. Mientras Evan, Clave y Gabrielle caminaban
por la acera, los pasos, el vocerío y los pitidos de la carretera
formaban la música de fondo
Holloway
Road era una dinámica zona residencial, comercial y de negocios.
Había edificios altos, probablemente de grandes comercios, y a su
vez había pequeñas tiendas con sus clásicos toldos de colores,
dando un aire de vivacidad al lugar. En algunas paredes había
enrevesados graffitis,
que aunque a Evan en general no le gustaban, tenía que admitir que
aquellos eran una verdadera obra de arte. Según tenía entendido, al
igual que King’s Cross y Highbury, era éste un distrito
perteneciente al municipio de Islington, en el Norte de Londres del
llamado Londres
interior.
El chico conocía tan poco sobre la ciudad que le parecía imposible
que todavía le quedasen miles de sitios por visitar allende la
capital inglesa.
Cerca
de la estación de metro había un cartel que señalaba el Campus
Norte de la Universidad Metropolitana de Londres.
-Holloway
College está prácticamente al lado –explicó Clave. Su
respiración era tan molesta como de costumbre, como si le costase
horrores respirar. A su lado, incluso Darth
Vader
era menos ruidoso-. También está cerca la Torre, el edificio más
alto de esta zona.
Se
abrieron paso por una calle arbolada, en la que las primeras hojas
doradas caían bailoteando a merced del viento. Faltaba poco para el
otoño, y se notaba en el tiempo. Hacía más frío que de costumbre,
y el sol jugaba al escondite con las nubes. Al fondo del camino se
podía divisar una enorme construcción, que Evan supuso que sería
su futuro colegio.
El
edificio en sí parecía muy antiguo, pero no obstante, muy bien
conservado. Estaba hecho de madera y piedra grisácea, lo cual hacía
un curioso contraste. Resultaba colosal y sofisticado. Había tantas
ventanas delgadas por piso que Evan ni se molestó en intentar
contarlas. También contaba con un amplio balcón sobre la entrada,
en el centro del colegio, ornamentada con unos soportales que cubrían
la entrada y la hacían majestuosa.
Holloway
College estaba rodeado por enormes campos verdes, arbolados y con un
césped cuidado y reluciente: el trabajo de sus jardineros había
sido impecable. Numerosos caminos se abrían entre la amplia
vegetación, formando un bonito paseo. Al fondo del lugar, a lo
lejos, se distinguían múltiples establecimientos deportivos, tales
como canchas de tenis o de baloncesto.
No
cabía la menor duda de que se trataba de un centro de estudios
lujoso que ofrecía una amplia variedad de actividades diversas.
Evan
no podía hacer más que observar maravillado la belleza de Holloway
College. No tenía nada que ver con su antiguo centro; éste tenía
mayor presencia, y una elegancia sin par.
En
la entrada, los últimos alumnos entraban sin apartar la vista de las
manecillas del reloj; los profesores daban la última calada a sus
cigarrillos antes de depositarlos en selectos ceniceros de la más
exquisita plata. Súbitamente, el muchacho notó un tirón en su
brazo derecho.
-Tienes
todo el curso para admirar este colegio, ¡así que céntrate en
llegar puntual el primer día! –le espetó Gabrielle, frunciendo el
ceño con fuerza. El muchacho torció los labios, molesto. Si la
señorita no se hubiese eternizado preparándose, probablemente los
tres estarían sentados en sus respectivos pupitres. Pero la
vampiresa no pestañeó y tiró de él y de Clave.
En
cuanto cruzaron la verja de la entrada Evan sintió un azoramiento
extraordinario.
Se
desorientó durante unos segundos que se le hicieron eternos, con la
vista algo nublada, y miró a Gabrielle y Clave, confundido. Entonces
notó que ninguno de ellos representaba los rasgos paranormales de
siempre. Los ojos de la vampiresa, rubí encendido, estaban más
apagados que de costumbre y parecían casi purpúreos. No llamaban la
atención apenas, y no eran ni un cuarto de amenazantes.
Las
cosiduras de Clave habían desaparecido y parecía que nunca hubiesen
estado allí. La piel del muchacho era pulcra como la de cualquier
humano corriente. Los mechones de cabello azul que estaban cosidos a
su pelo natural parecían mechones teñidos.
No
había rastro de aquellas facciones sobrenaturales. Ni en Clave, ni
en Gabrielle. No obstante, ninguno de ellos parecía dispuesto a
explicarle lo que acababa de suceder.
Más
bien, habían ignorado su asombro y continuaban su camino como si
nada hubiese sucedido.
-¡Oh!
Mira, parece que os están esperando.
En
la entrada una voluptuosa mujer había salido a su encuentro. Su
cabello bermellón flameaba al arbitrio del viento, y sus grandes y
redondos ojos, de un añil delicioso, los observaban amablemente.
Vestía un uniforme con falda azul oscuro, y sus piernas estaban
cubiertas por unas medias largas de color blanco, sujetas con un
liguero.
La
desconocida saludó con la mano mientras se acercaba a ellos y posaba
los ojos en los tres jóvenes.
-¡Buenos
días! –dijo al fin. Posó sus ojos en Clave, y después en Evan-.
Vosotros debéis ser Evan Hedwings y Clave Abingdon, ¿me equivoco?
–ambos asintieron con la cabeza, y la mujer sonrió satisfecha-.
¡Encantada! Yo soy la directora del Holloway Road, Amanda Thompson.
La
llamada Amanda alargó la mano y estrechó efusivamente la mano de
uno, y después del otro. Entonces se giró hacia Gabrielle.
-¡Gabi!
Si quieres puedes ir subiendo, yo acompañaré a los chicos a clase,
¿de acuerdo?
-¡Otra!
–farfulló Gabrielle enfurecida. Parecía que realmente maldecía a
todo aquel que pronunciase ese apodo. La vampiresa miró a la
directora una vez más, con ojos desdeñosos y entró en el edificio.
Amanda carcajeó suavemente antes de continuar.
-Es
un placer teneros entre nosotros, muchachos –comentó-.
Especialmente a ti, Evan. Velvet me ha hablado mucho de ti. Un joven
con unas calificaciones tan brillantes, sin duda es idóneo para
estudiar aquí. –Evan notó sus mejillas arder. Estaba acostumbrado
a los halagos de otros, pero la lisonja de Amanda lo había
asombrado.
-G-Gracias…
Directora Thompson –agradeció el muchacho con desacierto. La
mujer, al oír aquello, abrió sus expresivos ojos como platos, como
si no se lo esperase-. He… ¿He dicho algo malo?...
-Oh,
¡no, no! –contestó mientras reía-. No es nada importante, es
sólo que prefiero que me llamen Amanda, así que no tienes por qué
emplear formalidades –Evan asintió, bajando los ojos-. Bueno…
¿Entramos? ¡Seguidme!
Amanda
Thompson lideró el paso y Evan la siguió, acompañado de un
impresionado Clave.
Holloway
College era aún más atractivo por dentro. El pasillo de la entrada
tenía colgadas las orlas de los antiguos estudiantes del lugar, y
algunos cuadros, probablemente obra de los alumnos de Bellas Artes. A
la izquierda había una ventanilla en la que asomaba un hombre de
aspecto cetrino y facciones angulosas, probablemente el encargado de
secretaría.
La
directora lo saludó con una cabezada antes de precipitarse escaleras
arriba, por una enorme escalinata de caracol de madera recién
barnizada, en cuyos pulidos peldaños relucía el fulgor del sol
naciente, que se filtraba por los ventanales.
-Vamos
al segundo piso –explicó la mujer, subiendo sin detenerse. Evan
enfocó la mirada en el pasillo del nombrado piso. Había aulas a
ambos lados de éste, aún con las puertas abiertas. Se escuchaban
los murmullos de los alumnos antes del comienzo de la presentación;
algunos lamentaban el final de las vacaciones, otros se alegraban de
empezar el nuevo curso para reencontrarse con sus compañeros-. Hay
escaleras en el ala izquierda y en la derecha también. A veces es
más inteligente tomarlas, porque hay aulas que están en las
esquinas de los pasillos y se llega rápidamente a través de ellas.
Vuestra aula es la 35, está situada a la derecha, casi al final del
corredor. Hay muchos alumnos que han optado por hacer letras puras
este año, así que no os faltará compañía.
Los
tres se encaminaron hacia la clase 35, donde un hombre alto y esbelto
esperaba en el marco de la puerta, con rostro indiferente. Se
colocaba las lentes cuando levantó la cabeza y saludó a Amanda.
Evan supuso que se trataría de un profesor… O mejor pensado, de su
tutor durante el curso. El hombre observó atentamente a los alumnos.
-Bien,
aquí tienes a los nuevos alumnos de este curso –le dijo la
directora. Su voz adoptó un tono más serio, más profesional-. El
resto corre de tu cuenta, Virgil –el profesor asintió ásperamente
con la cabeza-. ¡Pues nada! Evan, Clave, ya me contaréis cómo os
va en vuestro primer día. Espero que todo sea de vuestro gusto y os
sintáis cómodos, tanto con las clases como con vuestros compañeros,
¿sí? ¡Nos vemos! –Amanda se marchó apresuradamente hacia las
escaleras. Tratándose de la directora, tendría infinidad de cosas
por hacer… A Evan le entraba la pereza sólo de pensarlo.
El
llamado Virgil permaneció inmóvil unos segundos, sin apartar sus
ojos verdes de Evan y Clave. Su rostro serio esbozó finalmente una
mueca de satisfacción.
-No
sabéis cuán me agrada teneros en mi grupo de estudiantes, al
misterioso Clave Abingdon y al famoso sobrino de Velvet K. Hedwings,
Evan –repuso tranquilamente. Parecía que todo el mundo conocía a
Velvet… Evan se extrañó inexplicablemente por ello. Virgil se
apartó a continuación el flequillo rubio que le impedía ver con
claridad con su ojo derecho-. Mi nombre es Virgil Scarborough, y
desempeñaré el papel de vuestro tutor y vuestro profesor de
historia este año –el hombre carraspeó un poco antes de
continuar-. Podéis contar conmigo para lo que deseéis, ya sean
problemas vuestros, dudas que se os presenten a lo largo del curso…
Lo que sea, con tal de que os resulte más sencillo integraros, ¿de
acuerdo?
Los
muchachos asintieron y Virgil sonrió. Entonces, les invitó a entrar
en el aula con un movimiento de brazo.
Inmediatamente,
los alumnos dejaron de hablar y los murmullos cesaron. Cada
estudiante se colocó en un sitio, todos sumidos en el más absoluto
silencio. Evan y Clave se colocaron junto a la mesa del profesor y
observaron nerviosos los cientos de ojos que se posaban en ellos en
aquel instante. El aula era espaciosa, con los pupitres perfectamente
colocados de tres en tres, y con una hilera de ventanas a la derecha.
A
la izquierda había varios bloques con taquillas y percheros llenos
de chaquetas y abrigos. Al fondo de la clase se veían dos corchetes
llenos de papeles, anuncios y comunicados del centro. Virgil entró
en la clase con una postura adusta y se colocó junto a los dos
nuevos alumnos.
Todo
el mundo tenía la atención fijada en los tres.
-Buenos
días a todos –dijo el profesor seriamente-. Bienvenidos a un nuevo
curso en Holloway College. Como ya me conocéis, solo queda deciros
que este curso, aparte de ser vuestro profesor de Historia, también
seré vuestro tutor este segundo de bachillerato –Virgil carraspeó
antes de continuar y comenzó a pasearse por el aula, deslizando su
mirada suavemente por los rostros de sus numerosos alumnos-. Supongo
que ya habréis oído múltiples veces que este año será de vital
transcendencia para vosotros y para el futuro que os estáis
labrando. No quiero repetiros el discurso que ya os habrán dado; no
quiero sino animaros a trabajar durante el curso, a no aflojar el
ritmo de vuestros estudios, en aras de obtener los resultados
deseados. Después de todo, es por vuestro propio bien.
Los
alumnos se miraron entre ellos y murmuraron en voz baja durante unos
segundos.
-Bien
–prosiguió Virgil, girándose hacia Evan y Clave-. Este año
tendremos dos nuevas caras en este grupo. Tengo el placer de
presentaros a Evan Hedwings, el sobrino de uno de nuestros mayores
accionistas del centro –el chico se impresionó al oír ese dato.
No recordaba que Velvet le hubiese mencionado nunca que era
accionista de Holloway College-, y a Clave Abingdon, proveniente de
Gales. Espero que les recibáis gustosamente y les facilitéis una
estancia cómoda en el grupo, ¿de acuerdo? –se oyeron algunas
afirmaciones y risas entre los presentes, mientras los nuevos se
miraban el uno al otro, sin saber bien qué hacer-. Evan, Clave,
podéis sentaros en la cuarta fila, junto a la ventana, al lado de
nuestra delegada Leanne Steinberg. No dudo de que os llevéis bien
con ella.
Evan
y Clave anduvieron bajo las miradas de sus compañeros y se
dirigieron hacia sus respectivos sitios. La chica que respondía al
nombre de Leanne, de cortísimo cabello azabache y ojos afilados del
mismo color, se levantó y les apartó las sillas de la mesa, para
que pudiesen sentarse. Después retomó su sitio, centrando su mirada
en el profesor. Parecía una joven fría y cerebral, y la perspicacia
de sus miradas no se veía eclipsada por los cristales de sus gafas.
Los dos jóvenes tomaron asiento.
-Así
pues, comenzaré con una breve presentación de mi materia de este
año, y os proporcionaré información acerca de los temas que
trabajaremos y la dosificación de las puntuaciones.
De
repente Evan notó un pellizco en la espalda y se dio la vuelta lo
más disimuladamente posible. Se trataba de Flourite, sentada tras
ellos con Gabrielle y Evil, los tres juntos.
-¡Qué
bien que nos sentemos los unos cerca de los otros! –dijo con un
hilo de voz. Pero éste no la estaba atendiendo. No podía dejar de
mirar el bonito rostro de Flourite y fijarse en que no le faltaba un
ojo, sino que tenía los dos.
No llevaba ninguna venda en su faz o en sus extremidades, ni Evil,
sentado a su lado, tenía aquellas sanguinolentas heridas surcando su
pálida piel. ¿Cómo podría explicarlo…? Parecían humanos.
Evan sintió un leve desvanecimiento, incapaz de comprenderlo.
Estaba
confuso, ¿qué significaba aquello?
Virgil
sacó una enjuta carpeta de la que extrajo la lista de la clase, y
comenzó a nombrar a los estudiantes…
***
Riiiiiiing.
Un estridente timbre.
Los
estudiantes se estiraron y vitorearon el sonido que hacía eco en los
pasillos. Era la esperada hora del recreo. Virgil recogió sus
pertenencias y salió de clase, estirándose agotado.
Evan
se puso en pie notando el hambre, consecuencia de haber desayunado
una barrita energética. Rebuscó en su bolsillo pero se dio cuenta
de que la otra no estaba allí. ¿La había perdido?... Leanne
Steinberg le miró sin pronunciar palabra, y silenciosamente le
tendió una bolsa de papel.
-Toma
–dijo con un apocado pero agradable timbre de voz. Al muchacho se
le iluminó el rostro, pero inmediatamente negó con la cabeza.
-¿Me
lo das? No… No tienes por qué hacerlo, de verdad.
-De
verdad, no voy a comérmelo.
-En
serio, yo…
-Me
bastará con un café –insistió.
Palabras
las justas. Evan cedió ante aquella firme delegada y agarró la
bolsa agradecido.
-Muchas
gracias, Leanne.
La
chica se ruborizó ligeramente y negó con la cabeza, como aceptando
su gratitud a regañadientes. Miró al muchacho una última vez antes
de salir de clase a la velocidad del rayo.
-Vaya
–suspiró Evil, desde detrás de él-, qué actitud más sospechosa
–y miró a Evan de refilón, sonriendo con petulancia-. Parece que
le has gustado.
Éste,
en cambio, se encogió de hombros e ignoró su comentario, recogiendo
su mochila. Prefería al Evil resentido de hace unos treinta minutos,
cuando se quejaba de que en Holloway College tenía que usar su
odiado
nombre humano, ‘Owen’. Por lo menos, cuando se enfadaba se metía
en su mundo y se ponía a maldecir en voz baja. En ese sentido, era
bastante parecido a Gabrielle.
Los
cinco se reunieron en el pasillo, en el que los estudiantes iban y
venían, causando un tumulto ruidoso.
-¡Vamos
al patio! Tomemos algo y después vayamos a casa –sugirió Flourite
con voz dulce-. Así Evan podrá ver el patio y los jardines del
colegio, para irse acostumbrando.
-Me
parece perfecto –Evan abrió el paquete que le había dado Leanne y
extrajo un sándwich mixto, aún caliente-. ¿Dónde está Lena?
Clave
señaló el fondo del pasillo con la mano, y ahí estaba ella. Como
todos los entes, se la veía totalmente cambiada; ya no tenía
aquellas orejas puntiagudas ni su tupida cola de lobo. En su lugar,
vestía un traje gris humo y llevaba unas gafas de media luna y
montura plateada. La licántropo charlaba alegremente con otros
profesores. Evan dedujo que formaría parte de ellos.
-Lena
da clase en Holloway College –explicó Gabrielle, como si de pronto
hubiese leído la mente del chico-. Es la profesora de biología de
bachillerato. ¿Verdad que hoy viste muy elegante?
-Sí,
¿y qué hay de sus rasgos de lic…?
Flourite
alargó la mano rápidamente y tapó la boca al chico con tal fuerza
que incluso le hizo daño. Sus ojos azules verdosos brillaban de una
forma extraña, y por su expresión, parecía algo asustada.
-No,
no, Evan. Aquí no –respondió, sacudiendo la cabeza. Parecía una
madre regañando a su hijo-. Espérate a que salgamos al patio, ¿de
acuerdo? Porque veo que ni Gabrielle ni Clave te lo han explicado.
El
chico miró entonces a los entes. Todos ellos lo observaban sin
apartar la vista, como esperando una respuesta afirmativa. Era una
situación casi violenta, y él se sentía algo angustiado por la
hostilidad de los ojos que lo vigilaban. Se limitó a asentir
tajantemente con la cabeza, y el rostro de Flourite volvió a la
normalidad.
-Bien,
¿salimos ya?
El
grupo bajó por las escaleras al vestíbulo y salió por una de las
puertas laterales. Fue en aquel momento cuando los ojos de Evan no
supieron a dónde mirar: en la parte trasera de Holloway College eran
numerosos los establecimientos deportivos, las canchas de baloncesto
y los campos de tenis de hierba artificial. Había un enorme campo de
fútbol que cruzaba de lado a lado el patio, y estaba rodeado de
verde, de caminos a la sombra de los frondosos árboles y campos para
sentarse y disfrutar de los minutos de descanso. Al fondo del lugar
había un estanque circundado con rocas angulosas, y los nenúfares
flotaban en su superficie. Junto a éste, había un pequeño
chiringuito en el que se vendían diversos alimentos y bebidas,
además de varias máquinas expendedoras pegadas a su pared. Evil y
Gabrielle se adelantaron.
-Nosotros
iremos a por bebidas. Cogeremos refrescos para todos –dijo éste,
volteándose y caminando hacia el chiringuito con la vampiresa, ambos
sumidos en un silencio abrumador.
Flourite
y Clave guiaron a Evan al lugar en el que ellos solían pasar la hora
del recreo. Se hallaba situado enfrente de las canchas de baloncesto,
y era reinado por un enorme sauce llorón, cuyas gruesas raíces se
extendían por el suelo como si tuviesen vida propia. Su tronco,
ancho y alto derivaba en diversas ramas que, debido a su peso, se
apoyaban en el césped. Clave se subió hábilmente a una de ellas,
como un primate, y se sentó, dejando colgar sus piernas. Flourite en
cambio se colocó en una de las raíces, y Evan hizo lo mismo.
Hubo
un rato de silencio, y el chico supuso que estarían pensando cómo
explicarle lo ocurrido. No tenía ni idea de qué podía ser, pero
estaba ansioso por oír un esclarecimiento satisfactorio. Finalmente,
la muchacha se preparó para hablar.
-Verás,
Evan –habló con firmeza-, supongo que te habrás dado cuenta de
que hemos sufrido un
ligero cambio
en nuestra apariencia, ¿me equivoco? –Evan asintió
apresuradamente-. Pues todo esto es obra de tu tío Velvet.
Evan
abrió la boca para contestarle inmediatamente, pero se lo pensó
mejor y la cerró de nuevo. No obstante, arrugó la frente. Si tan
solo Velvet le hubiese contado aquello… Dio un mordisco al sándwich
y masticó con desgana. Entonces ella prosiguió.
-Antes
Virgil ha dicho que Velvet era un accionista, y, aunque no deja de
ser cierto que aporta un respetable capital al colegio, su objetivo
es más bien distinto. Él, con su tercer ojo, crea
una ilusión
en todo el perímetro de Holloway College –el muchacho asintió. No
podía hacer otra cosa que asentir y escuchar-. De esta forma,
nosotros, los entes de la mansión, cobramos un físico totalmente
humano. Eso nos permite asistir a las clases y continuar con nuestros
estudios, como seres normales de carne y hueso. De esta manera, nadie
sospecharía de nuestra apariencia.
-Velvet
ha hecho grandes cosas por nosotros –dijo Clave, esta vez. Su voz
sonaba agradecida, casi emocionada-. Nos ha dado un hogar, nos ha
alimentado y educado como si fuéramos parte de su familia. Y todo
eso sin pedir nada a cambio…
-Eso
es algo que no comprendí desde el principio –declaró Evan, algo
confuso-. No quiero sonar desagradable, pero… ¿Por qué razón
vivís con mi tío? Solo desearía saberlo.
-¡Él
nos acogió! –el rostro de Flourite se tiñó de un agradable
rojo-. Nos encontró y nos llevó con ellos, sin dar ninguna razón
concreta. Supongo que un hombre como él solo reclama compañía.
Cuando sus padres se divorciaron y discutieron las custodias, él y
su hermana Lilith vinieron a vivir con los abuelos. Cuando por fin se
arreglaron todos los papeles, se decidió que Lilith viviría a
turnos con sus padres; una custodia compartida. En cambio, dejaron a
Velvet en Highbury College –la chica se ensombreció ligeramente.
Se peinó su cabello con las manos mientras seguía-. Desde que
nació, nunca lo quisieron. Nunca, nunca jamás lo trataron como a un
hijo. Todo el cariño y el amor era para la pequeña Lilith, y no
para
su hijo anormal de tres ojos.
¿No es esta la peor condena para un niño diferente? Velvet siempre
ha estado solo, esperando la calidez sus seres queridos… Y nosotros
se la daremos siempre, es la moneda de cambio que merece.
Evan
no se veía capaz de hablar. Su corazón se sentía oprimido por un
dolor latente; ni su madre Lilith ni su tío le habían hablado jamás
acerca de aquello. Parecía como si le hubiesen intentado ocultar por
todos los medios aquella deprimente realidad. Velvet había sido
repudiado por sus propios progenitores, abandonado en cuanto
encontraron la oportunidad de hacerlo.
Y
en cambio, él, sin ningún rencor, llevaba orgulloso el apellido
Hedwings, del que incluso Evan se avergonzaba en aquel instante. Sin
dejar lugar a dudas, el sujeto llamado Velvet Kyle Hedwings era un
hombre excepcionalmente fuerte.
En
ese momento se dio cuenta de que Evil y Gabrielle habían vuelto hace
tiempo, con varias latas en sus brazos. Sus rostros eran serios, sus
miradas, vacilantes.
-¿Es
la primera vez que oyes esto? –preguntó Evil. Parecía algo
cohibido, un sentimiento poco natural en él-. Velvet ha sido toda su
vida un hombre marginado. Ha vivido a la sombra de su familia,
apartado por ella. Cuando sus abuelos murieron, continuó su vida en
la más dolorosa soledad –las palabras del ente eran verdades
hirientes como espadas-. En cierta manera, los entes somos iguales a
él. Siempre viviremos en soledad, después de nuestra muerte. La
naturaleza de un ente es, casi siempre, muy primitiva. Tenemos suerte
de habernos topado con Velvet. Es la única persona que nos ha
tratado con la misma humanidad que al resto de las personas, sin
importarle nuestra apariencia, ni nuestros poderes. El dolor que él
ha debido de sentir es comparable al nuestro: de ahí la mutua
empatía que hay entre nosotros.
-L-Lo
entiendo… -susurró Evan.
Evil,
en cambio, pareció molestarse por aquella respuesta. Se mordió los
labios con fuerza; sus ojos de reptil se estrecharon.
-No,
¡tú no lo entiendes! –gritó de repente. Como si la contestación
de Evan hubiese encendido en él una ira incontrolable, el ente se
acercó a él, mirándole con infinito desprecio-. Tú eres un humano
parcial
muy bien avenido… Tienes una familia, unos estudios impecables, una
vida sin ataduras y desbordante de felicidad… Cómo, dime cómo
puede
entender una persona dichosa la miseria de los demás. ¡Dímelo,
Evan Hedwings!
-No
todas las personas son tan dichosas como aparentan serlo –Evan se
puso en pie, a la altura de Evil. No permitiría que aquel joven
odioso volviese a pisotear su dignidad como si se tratase de un
objeto carente de valor-. Tú fuiste humano, ¿no es cierto? Entonces
debes saberlo. La felicidad de un sujeto es muy relativa.
Flourite,
Clave y Gabrielle bajaron la cabeza. No parecían muy dispuestos a
entrar en la disputa que se libraba entre Evil y Evan. En el aire se
respiraba hostilidad, un rencor chispeante.
-¿Relativa?
En cierto modo, lo es. Pero no se puede aplicar a ti. Un estúpido
muchacho feliz que intenta ser empático con los desventurados… Eso
es lo que tú eres.
Aquellas
palabras fueron las últimas que Evan Hedwings estaba dispuesto a
escuchar.
-Un
estúpido muchacho feliz que perdió a su padre delante de sus ojos…
Eso es lo que soy en realidad –dijo finalmente-. ¿Sabes, Evil? No
dejes todo el dolor para los que han muerto. Porque los que se van y
los que prevalecen sufren por igual.
No
le importaba cómo reaccionase Evil a eso. Solo quería dejarle claro
el sufrimiento que él había sentido también. Aquel ente se
empeñaba en ultrajar una y otra vez la existencia de Evan… Sin ni
siquiera saber de su tormento, continuamente hablaba de él y lo
prejuzgaba como si lo conociese. Él no podía soportar eso por más
tiempo. Como una olla a presión, finalmente había estallado.
Irremediablemente, había mostrado el desconsuelo más acerbo de su
corazón.
Evan
perdió la compostura y se alejó del lugar sin mirar atrás. Lanzó
el paquete de Leanne a la basura, sintiendo cierto remordimiento
después por ella. Volvería a casa… Pero esta vez sin nadie. Lo
último que quería era intercalar con alguien, en aquel momento.
Justo en aquel instante en el que cientos de imágenes pungentes
cruzaban su mente, instantáneas en las que un coche resbalaba por la
carretera en una noche lluviosa, sin ver a quien se llevaba por
delante… Los recuerdos se hacían más sólidos, erradicando
totalmente toda alegría que ésta albergase.
La
imagen de Jonathan Otterbourne tendido en el suelo, sin vida.
Después
de aquel accidente fatal, tanto Evan como Lilith renunciaron al
apellido Otterbourne.
Flourite
frunció el ceño y miró a Evil como reprendiéndole. Después
corrió detrás de Evan, perdiéndose entre la muchedumbre. Evil se
encogió de hombros.
-…
Quizá
se había pasado un poco.
***
-Lo
lamento mucho –suspiró Flourite. Como una hermana pequeña
enfadada con el mayor, estaba francamente disgustada con el
comportamiento de Evil. Lo conocía de hace un año. Sabía que su
actitud siempre era similar a la que había tomado con Evan; no
obstante, con aquel muchacho rozaba lo inverosímil.
Aquello,
francamente, la desilusionaba. A ella, que siempre había deseado la
perfecta armonía entre los integrantes de la mansión, le parecía
una sentencia sin par.
Evan
la miró incómodo, mientras ambos recorrían el camino a la mansión.
A pesar de su enojo, al ver la mueca abatida de ella se le ablandaba
involuntariamente el corazón. Flourite no había hecho nada; sin
embargo había cargado con la culpa de Evil, y había corrido tras
Evan para disculparse en su lugar. Aquel comportamiento le
reconfortaba y lo amargaba a partes iguales. Si tan solo Evil hubiese
sido tan valiente de acercarse y presentarle sus disculpas.
No,
negó con la cabeza. Él jamás haría eso.
-No
es tu culpa –respondió Evan al fin-. Así que, por favor, no te
disculpes. Es cierto que esperaba unas palabras de disculpa, pero no
tendrían por qué venir de ti, Flourite.
La
chica bajó la cabeza, con la misma expresión sombría de un reo
condenado a cadena de muerte. Probablemente no estaba conforme con la
postura de Evan. No se la veía dispuesta a continuar el trayecto en
silencio, con un ambiente de abatimiento flotando.
Por
esa razón se plantó delante del muchacho y le agarró de las
mejillas, estirándolas como si fuesen chicle.
-¡Anímate,
Evan! Borra esa expresión de pesadumbre, ¡no quiero verte así!
–como un coronel dando órdenes a sus soldados, la voz de Flourite
transmitía en aquel instante la misma autoridad. Evan se impresionó
ante aquel arrebato de la chica, pero eso lo indujo a asentir
repetidamente-. ¿Lo harás?
Asentimiento
otra vez.
-Muy
bien –Flourite lo soltó despacio, y volvió a sonreír-. Así me
gusta… No tienes que estar triste, ¿vale? Imagino que habrás
sufrido mucho con la pérdida de tu padre… Pero olvídate de una
vez. Seguramente, él no querría eso para ti –dijo gradualmente-.
Ignoro como pudo suceder, pero cuando perdemos a alguien, no debemos
retractarnos. Aunque nos hayan dejado, ellos desearían nuestra
felicidad… ¿No crees?...
Evan
notó sus ojos húmedos, pero no flaqueó. Se limitó a contestar con
un débil ‘sí’, mientras rodeaba a Flourite con un brazo. El
arranque de afecto que sentía hacia ella, que con tanta cordialidad
acudía a él y hacía que se esfumase su pesar profundo… Realmente
podía considerar a aquella pequeña como una valiosa amiga.
-Gracias,
Flourite.
Ambos
continuaron a paso lento, hablando de un amplio abanico de tópicos
que no tuviesen nada que ver con la ‘tristeza’.
-Welcome
to Holloway College-
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