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viernes, 14 de octubre de 2011

. Lunario VI . -LA LLORONA-

 ¿Habéis oído alguna vez hablar sobre la 'Llorona'...?

Amanda Thompson se miró una vez más al espejo antes de encender el secador y comenzar a moldear su cabello rubicundo, sirviéndose de él y de un cepillo. Su pelo siempre había sido totalmente liso y a ella le encantaba, pero no venía mal cambiar de imagen de cuando en cuando. Rizándolo obtendría una imagen totalmente distinta de la Amanda de siempre, aquella directora que siempre estaba ocupada.
Esa precisa noche del doce de septiembre ella era Amanda, la vieja amiga de Velvet Hedwings.
Éste había vuelto el mismo día diez de Copenhague y ni siquiera habían tenido tiempo de hablar, salvo por teléfono. En el fondo, ella siempre tenía ganas de ver a Velvet. Para una mujer como Amanda, que vivía sola en una ostentosa casa en Aberdeen Park, la compañía era un bien muy preciado, y más tratándose de la de él. Era un hombre vivaz, siempre alegre, pero a su vez responsable cuando hacía falta. Sí, le conocía muy bien. Habían sido amigos, durante muchos años habían compartido casi todo. Mientras se echaba todo el cabello sobre el hombro derecho y le daba volumen, se preguntaba cómo se encontraría él aquella noche.
No era un día demasiado agradable para ninguno de los dos… Ella lo sabía bien.
La mujer sujetó su pelo con varias horquillas para echarlo hacia la derecha y mantenerlo firme, y después sacó del cajón de su tocador el rímel y un pintalabios de un embriagador rosa neón. Tampoco solía maquillarse mucho; su belleza era más bien natural. Aquellos ojos grandes y azulados habían conquistado muchos corazones, y sin embargo, ella nunca correspondió a ninguno. Eso no significaba que Amanda Thompson no fuera apasionada o que no hubiese amado; ella, por alguna razón, le tenía un miedo irracional al compromiso.

Su figura reiterada irradiaba en el espejo; por fin estaba lista para marcharse. Arreglada con un escotado traje de noche y unos zapatos de tacón, tomó un manojo de llaves y una chaqueta y salió de su casa, asegurándose de que había cerrado correctamente.
La noche era fría y el exterior estaba cubierto por una neblina gélida. La mujer aceleró el paso, tiritando, y echó un vistazo a su alrededor mientras se precipitaba calle abajo. Aberdeen Park era un oasis verdoso, lleno de naturaleza. Numerosas eran sus campas, en las que los niños y sus padres jugaban juntos después de las clases, donde los perros eran paseados por sus dueños, donde las parejas iban a andar juntas en bicicleta. Los residentes de la zona pertenecían al Aberdeen Park Maintenance Company, y eran responsables del mantenimiento de la zona. A Amanda se le inflaba el pecho de orgullo solo de saber que estaba ayudando a conservar la belleza y la frescura de sus alrededores.
La mujer caminó por Highbury Grove. Parecía una zona deshabitada aquella noche, y se notaba cierto aire de misterio. Las farolas de la calle parpadeaban constantemente, y el viento azotaba los edificios, suscitando un sonido escalofriante. Amanda hizo caso omiso de esto y no frenó su paso, hasta que se encontró de frente con el cementerio de Highbury Grove, ya cerrado. Tras sus puertas de hierro y su funesta belleza, se escondían tantas sombrías verdades…
Amanda Thompson se estremeció.

***

-Velvet está muy raro –suspiró Evil, bebiendo de su vaso lleno de gaseosa-. Cada doce de septiembre está así de misterioso, no sé si me explico.
Todos estaban en la mesa terminando su cena a excepción del tío de Evan, que llevaba un par de horas sin bajar del primer piso. No solo eso, sino que también había estado casi toda la mañana ausente. Lena no le había preparado la cena, por propia petición de él, y el ambiente era un tanto apagado. Nadie sabía qué estaba haciendo, ya que el hombre no había querido dar ninguna explicación acerca de ello. En silencio, los comensales pinchaban sus tenedores y sorbían de sus vasos.
Oculus rodaba por la mesa, esquivando los platos casi vacíos, en los que con anterioridad habían abundado el escalope y las patatas asadas, untadas con mantequilla.
-Pero –Lena curvó sus cejas. Su cola se sacudió, dando vueltas como una hélice- quizá vaya a casa de Amanda a cenar, como siempre. Aunque nunca nos ha explicado el porqué de esta misteriosa celebración… -la licántropo rió entre dientes.

-Son una pareja celebrando su aniversario como todos los años, es más que obvio –terció Gabrielle.
-¿Pareja? No sé… –respondió Evan. El simple hecho de ver a su tío saliendo con una mujer le parecía imposible. Por alguna razón, para el muchacho, Velvet era el arquetipo perfecto de soltero de oro.
-¿Cómo que no, Evan? –la vampiresa enrojeció, contrariada-. Está claro, ¿no? Siempre se llaman por teléfono. Velvet es accionista del colegio en el que ella trabaja, y por si fuera poco… ¡Cada doce de septiembre quedan en casa de ella en total clandestinidad! ¿No os parece muy raro?
Hubo murmullos y miradas después de que Gabrielle hablase. Ciertamente, fuera verdad o no, los argumentos que la vampiresa había dado resultaban bastante convincentes. De repente una silla vacante se agitó. El rostro de Klaus se torció, grabado por la cámara de vídeo.
-Absurdo, eso es absurdo –contradijo el pequeño fantasma-. Llevan juntos toda la vida, son como hermanos, después de todo. Estoy seguro de que todo esto se debe a una razón bien distinta…

Entonces sonó la campana de la puerta. Flourite, como educada jovencita que era, se puso en pie y se dispuso a abrir la puerta. La exquisita figura de Amanda emergió de las sombras de la noche.
-Buenas noches, Flourite –saludó, con una sonrisa delicada-. ¿Puedo pasar?
-¡Por supuesto, Amanda! –la muchacha hizo una pequeña inclinación y la invitó a entrar en el recibidor.
Al de un rato, Velvet abrió la puerta del primer piso y bajó las escaleras laterales. Estaba impecablemente vestido, como de costumbre, pero aquella noche había optado por un sensual smoking color negro, cuya chaqueta de cena llevaba las solapas en pico. Su pajarita era del mismo color y el mismo tejido que las solapas, y los zapatos El hombre llevaba una botella de vino tinto, sujeta por sus manos enfundadas en unos guantes blancos. Amanda emitió un silbido de admiración.
-Magnífico, como siempre –dijo la mujer con tono jovial-. Bueno, ¿vamos?

Velvet dirigió una risueña mirada a Flourite, quien estaba plantada en el vestíbulo, con la impresión de que no pintaba nada allí.
-Flourite, ¿habéis terminado de cenar?
-Hum, ¡sí! Enseguida recogemos todo –la pequeña entró velozmente en el salón comedor. Los viejos amigos se observaron mutuamente. Ambos tenían una celebración muy importante por delante… Cuando se aseguraron de que nadie los hubo visto, ella se acercó despacio a Velvet y se fundieron en un abrazo entrañable.
-Otra noche más, Amanda… -suspiró el hombre, al que por poco se le saltaban las lágrimas. Cierta nostalgia se vislumbraba en su voz.
Ella asintió levemente con la cabeza, y bajó la vista a la botella de vino.
-Stella Rosa… ¿Me equivoco?
-Para nada, estás en lo cierto. Era su preferido, ¿recuerdas? –sollozó él.
-¿Cómo olvidarlo?... Es por lo que estoy aquí, después de todo. –Amanda se separó de él lentamente y le miró fijamente a los ojos, vidriosos. Siempre que llegaba aquella fecha, Velvet se angustiaba repentinamente. Parecía un alma en pena, flotando falto de vida por la mansión. Y a ella le dolía tanto verle así… El corazón se le reducía a pedazos.
Flourite, Lena, Evil, Clave, (Oculus en mano), Evan y Gabrielle abandonaron el salón comedor. Velvet y Amanda se miraron una vez más y entraron en la habitación vacía sin articular palabra, cerrando la puerta tras de sí.
-Lo que yo decía, es una cita romántica, hoy debe de ser su aniversario o algo parecido –gruñó Gabrielle-. ¡Si incluso tenían un vino exquisito en sus manos! Me habría encantado catarlo.

No se oía nada salvo el sonido del choque de unos platos y el murmullo dentro del salón comedor. Evil se aproximó a la puerta disimuladamente, y pegó un poco la oreja a la madera, dispuesto a escuchar algo de la conversación. Este gesto desconcertó bastante a los demás. Flourite lanzó un suspiro y Evan se llevó una mano a la cabeza.
-Evil, no te pases –refunfuñó Lena, poniendo los brazos en jarras-. ¡Ven aquí! Déjales intimidad, y vámonos a un cuarto o algo.
Pero el ente hizo caso omiso. Incluso levantó el dedo índice y se lo colocó en los labios, para acallar a Lena. Sin duda, debía estar escuchando algo revelador. Apoyó suavemente las manos en la puerta, y se arrimó todo lo posible. Entonces escuchó la voz de Amanda, y aunque al principio resultó ininteligible, fue aclarándose.

-…por nuestros queridos Tony y Netty.

A pesar de que Evil acababa de encontrar una pequeña pista sobre lo que Velvet y su amiga se traían entre manos, para él aquellas palabras carecían de ningún significado.
-¿Y bien? –farfulló Evan. No quería admitirlo, pero también sentía una gran curiosidad por el asunto. Su tío llevaba gran parte del día sin hablar con nadie, y sin hablar de sus propósitos. Sabía que no era correcto inmiscuirse en sus cosas, pues no le correspondían, pero el ansia de saber la verdad era más fuerte que el sentimiento de culpa.
-Tony y Netty –repitió Evil, sacudiendo los hombros-. ¿Os dicen algo esos nombres?
Fue un no rotundo por parte de casi todos los presentes… Pues no obstante, uno de ellos sí que sabía algo sobre los desconocidos.

-¿Tony y Netty, Evil? –la pueril voz de Klaus resonó en el recibidor. A Evan le seguía pareciendo escalofriante el escuchar su voz sin vislumbrar el cuerpo al que ésta pertenecía-. Entonces se trata de ese matrimonio… Anthony L. Reinhold y Antoinette Mansfield.
Silencio sepulcral.
-Sí, sí, me parece muy bien. ¿Quiénes son esos? –Evil no parecía muy satisfecho con la respuesta del fantasma. Frunció el ceño, en espera de más información.
-Conozco su historia… -declaró la voz flotante-. Pero no debería contarla aquí… Bueno, no sé si debería contarla siquiera, pero si os interesa… ¿Y si subimos arriba?
-Podemos ir a mi cuarto –propuso Clave en un susurro.
Era extraño que él se ofreciese, pero todos les pareció bien, así que abandonaron el hall y subieron al primer piso. Los chicos dormían en el ala derecha, según sabía Evan. Pero en lugar de dormir allí, él había sido colocado en el dormitorio de la torre. De modo que desconocía cómo se verían los cuartos, aunque estaba seguro de que la distribución de las habitaciones de ambas alas sería simétrica.
Al cruzar la puerta del ala derecha, se descubría un pasillo largo y estrecho con las paredes cubiertas de pequeños espejos, vagamente iluminado y con una ventana al fondo. En él había cinco puertas. Clave caminó al fondo del pasillo y abrió la puerta de la izquierda, pidiendo a todos que pasasen a su interior.

Evan nunca se habría imaginado así el cuarto de Clave: era un cuarto perfectamente cuadrado, y la cama estaba en la esquina, junto a una ventana apretada. Del techo colgaba un móvil construido a partir de trozos rotos de espejos, colgados en unos cordeles tan largos que casi rozaban el suelo de madera polvorienta: esto formaba una escultura abstracta pero a su vez creaba una hechizante experiencia visual.
Evan se preguntó si todas las habitaciones de la casa tendrían espejos, para que Klaus pudiese reflejarse en ellos…
En lugar de una mesita de noche, había un taburete esférico en el que descansaba la lámpara de aceite que a Evan le resultaba tan familiar.  A diferencia del cuarto de la torre, la habitación de Clave tenía un ropero antiguo  y un escritorio plegado.  Sobre la silla de éste estaba el uniforme de Holloway College, bien colocado.
-Esto… poneos cómodos –el muchacho encendió la luz, quitó la lámpara de aceite y se sentó en el taburete, haciendo un ademán para que se sentasen. La silla del escritorio levitó y se colocó junto al móvil, apareciendo el rostro de Klaus reflejado en los múltiples fragmentos de espejo que se arremolinaban constantemente. Flourite, Lena y Gabrielle se sentaron en la cama, con cuidado de no deshacerla, y Evil se apoyó en la puerta, una vez cerrada. Evan se situó al lado de Clave en el suelo, apoyando su cabeza contra la pared. El fantasma se aclaró la garganta.

-¿Estáis seguros de que queréis escuchar esta historia, chicos?... –preguntó antes de nada-. No es algo muy agradable, la verdad.
-¿Y qué? –protestó Evil-. Mejor saberlo que quedarnos con la duda. Después de todo, el año que viene se repetirá esta celebración, y el próximo también, y así sucesivamente. No podemos seguir toda la vida sin tener ni idea de qué está pasando –nadie respondió a aquello, pero probablemente, más o menos, estaban de acuerdo con la opinión de éste-. Además, Klaus; todos nosotros somos entes. ¡Estamos curados de espanto!
A Evan no le hizo mucha gracia la frase de ‘todos nosotros somos entes’. Klaus parpadeó varias veces, después asintió silenciosamente, con cara pensativa.

-Está bien… Todo empezó hace unos quince años, si no me equivoco… No sé si recordaréis que Velvet y Amanda eran investigadores de la compañía ‘Cell Moon’ que llevaban los que serían tus bisabuelos, Evan –el muchacho abrió los ojos, impresionado. Sabía que Velvet había sido investigador, pero ¿y Amanda? Eso la vinculaba totalmente a su tío; ahora entendía la enorme familiaridad entre ellos-. Pues bien, la ideología de ‘Cell Moon’ y ‘Black·Moon~Company’ es prácticamente idéntica; Velvet transfirió a la compañía que él fundó tiempo después todas las normas que impusieron sus abuelos. ¿Qué quiero decir con esto? Que hubo un tercer investigador en el grupo de ‘Cell Moon’: Antoinette Mansfield, una jovencita de una familia francesa muy bien avenida, aunque era tan poco partidaria de gastar dinero que no lo parecía. Sus padres se habían mudado a una lujosa mansión en Lambeth Palace Road, al lado del río Támesis, y eran conocidos de Velvet y sus abuelos. De modo que al descubrir que su hija era una humana parcial, la dejaron en las mejores manos.
-Velvet nunca mencionó tal nombre delante de ninguno de nosotros –suspiró Lena, ligeramente abatida.

-¡Exacto! Porque Antoinette no duró ni un año como investigadora de ‘Cell Moon’. Velvet, Amanda y Netty eran un equipo formidable; se entendían a la perfección, pero esta última tenía un problema bastante grave… –la mirada de Klaus se volvió apenada, y su voz se apagó repentinamente-. Digamos que ella siempre fue una muchacha enfermiza, aunque nunca le dio especial importancia.

>>No obstante, sus padres sí que lo hacían, por una buena razón: la familia Mansfield era, desde hace años, propensa a contraer enfermedades cardíacas. Se trataba de pura herencia, mala suerte. Pero Antoinette llevaba mucho tiempo aquejándose de que se asfixiaba con frecuencia, como si le faltase el aire; de que siempre la envolvía una fuerte sensación de opresión o plenitud en el centro del pecho, que a veces le duraba minutos, otras veces horas; o de que en numerosos casos se desvanecía o era atacada por las náuseas. La chica siempre había considerado aquellos síntomas como parte de su delicada salud, sin pararse a pensar en que el inconveniente era mucho más grave, e incluso podría costarle la vida.
>>El día que Antoinette Mansfield se enteró de todo esto, al principio no podía creerlo. Le costó mucho asimilar el peso hereditario que llevaba a sus espaldas, y cayó en una profunda depresión. Sus padres presentaron sus disculpas ante los abuelos de Velvet, del mismo Velvet y de Amanda, y acordaron que Antoinette no volvería a trabajar como investigadora nunca más. En su lugar le aplicaron un tratamiento para disminuir el riesgo de sufrir ataques. Aunque ella era perfectamente apta para el empleo y estaba encantada, era un estilo de vida estresante, y una rutina como ésa aumenta la tensión en el corazón e incrementa las posibilidades de sufrir un ataque cardíaco. El solo hecho de disminuirlo, mejoraría su salud en muchas formas. Igualmente, siendo investigadora o no, su amistad con Amanda y Velvet no cambió en absoluto. Siguieron manteniendo el contacto, y se veían muchas veces al mes, para hablar sobre sus vidas.
>>A pesar de todo, Netty no era plenamente feliz. Vivía siempre con el miedo a sufrir un ataque cardíaco, y como Velvet y Amanda estaban ocupados con sus misiones, apenas salía de casa. Sus padres estaban preocupados porque cayese en una profunda depresión, e intentaban por todos los medios entretenerla. La llevaban a cenas de alto standing, a bailes lujosos y a reuniones de familias adineradas. Buscaban que conociese a gente, que se relacionase con otros, que se divirtiera. Y una noche lo consiguieron, cuando a Antoinette le presentaron a una familia de viejos amigos londinenses en Trafalgar Square: los Reinhold.
>>Los Mansfield y los Reinhold se habían conocido hace años en un baile celebrado en París, y desde entonces no habían dejado de cartearse y contactar. Aquel matrimonio había dado frutos, y era una familia numerosa: dos hijos y cuatro hijas. Todos ellos eran unos acomodados, snobs ricos con poco cerebro y mucho dinero, menos el hijo menor, Anthony Lamarck Reinhold. Este muchacho era tan increíblemente austero y humilde que parecía que proviniese de una estirpe de pobres. Netty y él hicieron buenas migas desde el principio, eran como dos gotas de agua.
>>Anthony era capitán de barco y estaba enamorado del mar. Había navegado por muchísimos lugares del mundo, descubriendo miles de lugares exóticos y paraísos sin par. A Antoinette le fascinaba todo aquello; ella jamás había salido de Francia ni de Reino Unido, así que prestaba oídos gustosa a las maravillosas historias del joven: La costa mediterránea, las Seychelles, la exuberante isla de Taiwán… Anthony había viajado por muchos lugares a su corta edad, en compañía de varios marineros amigos suyos. Antoinette soñaba con salir de su jaula podrida de dinero. Quería extender sus alas y volar libre, por el mundo. Así que ese fue el principio de una amistad que ninguno de los dos olvidaría nunca.

-Y… S… ¿Se enamoraron?... –murmuró Flourite, conmocionada. Parecía a punto de echarse a llorar, como si estuviese escuchando la trágica historia del Titanic.
Evil soltó una carcajada sonora que causó que ella se sonrojase.

-¡Sí! Se enamoraron perdidamente el uno del otro –contestó Klaus-. Y un año después de comenzar su romance, decidieron casarse. Sus padres no podían estar más felices con aquella noticia. Lo prepararon todo al milímetro, con muchísima antelación y una ilusión inmensa. Hicieron una lista de invitados numerosa, en la que por supuesto, figuraban los nombres de Amanda Thompson y Velvet Hedwings. Se casarían el doce de septiembre de 2005 en la iglesia de St. Margaret en el paseo de Millbank, y el banquete se celebraría en un pequeño crucero que navegaría durante la velada por el Támesis. La luna de miel sería en la preciosa isla de Sicilia; era el paradigma de la boda perfecta.
>>La madre de Antoinette consiguió un vestido sin igual para su hija: era blanco y resplandeciente como el nácar, escotado y con una gargantilla a juego en el cuello. El vestido se abría por la mitad a la altura del ombligo y mostraba capas y capas de volantes, que rozaban el suelo. El conjunto, acompañado por unos guantes que sobrepasaban los codos y un velo transparente con bordados de rosas, era idóneo para la chica. Velvet me enseñó varias fotos de antes de la boda; Antoinette estaba perfecta con ese vestido. Incluso las princesas de cuento serían incapaces de rivalizar con semejante preciosidad.
>>Anthony llevaba el traje con el que se casó su padre: Un smoking sofisticado que le iba como un guante. De color blanco y con la pajarita negra, el muchacho también estaba muy sugerente, a pesar de que el traje en sí fuese viejo. Sí, ambos estaban ideales. Cuando faltaba un mes para la boda, él se marchó en un viaje breve a Gales, y prometió que al volver no habría nada que los separase, y que serían eternamente felices. Parecía una fantástica boda de cuento… Por absolutamente todo menos por el final.
>>Horas antes de la boda, Antoinette se vestía en un la casa de una amiga de la familia, que vivía prácticamente al lado de St. Margaret. Estaba realmente nerviosa, según me dijeron; prácticamente temblando del éxtasis y de la felicidad. Cuestión de un poco más de tiempo… Solo tenía que esperar un poco más. Todo estaba preparado, y antes del ocaso, su vida estaría unida con la de Anthony L. Reinhold.
>>Entonces llegó uno de los marineros que conocía Anthony a la casa, abriendo la puerta de golpe. Parecía fatigado; estaba totalmente pálido. Supongo que en aquel momento nadie se esperaba que viniese para dar malas noticias…

…el barco de Anthony L. Reinhold fue encontrado hecho trizas contra unas rocas, y su cadáver y el de un amigo suyo habían sido encontrados hace tan solo unas 18 horas.

>>Antoinette creyó que se trataba de una broma pesada, pero no fue así. Entonces comenzó a notar que le costaba horrores respirar. Comenzó a llorar desconsoladamente, rechazando la realidad, diciéndose a ella misma que no era posible… Anthony tenía que seguir vivo. Ambos tenían toda la vida por delante, ¿cierto? Profirió gritos y golpeó objetos, maldiciendo su destino. ¿Por qué tenía que perder lo que más le importaba? ¿Por qué, justo cuando por fin iban a ser inseparables? Poco a poco, fue incapaz de inhalar aire, se estaba asfixiando, sin poder sollozar apenas, sin poder gritar. Los presentes en el cuarto llamaron rápidamente a una ambulancia. Pero a Antoinette todo le daba igual.
>>¿Qué era su vida sin él? Nada… Eso era lo que ella estaba repitiendo constantemente, en aquella habitación, en la ambulancia, en el hospital… Estaba siendo transportada a urgencias en una camilla mientras intentaba decir sus últimas palabras, aunque de sus labios solo podían salir sonidos imposibles de entender. Para cuando Velvet y Amanda llegaron al hospital, Antoinette Mansfield se había ido para siempre.
>>¿Causa de muerte? Un ataque cardíaco, también conocido como infarto agudo de miocardio. Consistía en un lento y silencioso taponamiento de las arterias que irrigan el corazón. El infarto de miocardio se produce cuando la pared del endotelio (depósito de lípidos debajo del tejido que reviste las arterias por dentro) se quiebra, y de esta manera se forma un coágulo que impide a la sangre oxigenada llegar al tejido cardíaco. Durante el transcurso del infarto, la falta de oxígeno que su corazón experimentó dañó el tejido cardíaco afectado de una manera irreversible, y Antoinette murió por asfixia. La magnitud de ese daño fue directamente proporcional al tiempo que transcurrió desde que se cortó el suministro de oxígeno… En otras palabras, en el momento en el que no podía respirar, dentro de la habitación, se había iniciado una cuenta atrás por salvar su vida… Y al final, como veis, no fue posible.

Nadie habló. Nadie quería hablar. Todos estaban consternados por lo que acababan de oír. Flourite sollozaba en silencio, en el pecho de Gabrielle, que la rodeaba con los brazos. Lena bajaba la cabeza, taciturna. Clave se abrazaba a sí mismo, hundiendo el rostro en sus piernas y Evil estaba más serio que de costumbre. Evan hacía lo posible por contener las lágrimas… No había conocido a Anthony, ni a Antoinette, pero la impresión de lo que acababa de escuchar era tan grande que su corazón estaba totalmente amedrentado. Klaus lanzó un suspiro, algo cohibido.
-No tendría que haber contado esto… ¿Verdad? Amanda y Velvet llevan cuatro años celebrando su aniversario, el día en el que por fin serían felices, el día de su boda. Se prometieron el uno al otro que lo harían en su memoria, fue un golpe muy duro…

Evan se puso en pie, y abandonó la habitación sin decir nada. Sentía un mareo desagradable, unas ganas imparables de borrar todo lo que había oído de su mente. Subió las escaleras tambaleándose levemente, con una mano en su frente, y con la otra apoyada en la barandilla, mientras ascendía.
El chico se tumbó en la cama sin fuerzas, y hundió la cabeza en la almohada. ¿Cómo podrían Velvet y Amanda aguantar la ausencia de Antoinette Mansfield y Anthony L. Reinhold? ¿Cómo podían aguantar sin llorar, sin acordarse constantemente de sus rostros, sin vivir anclados al pasado?... Él no podía imaginarlo. Simplemente, si a Evan le hubiese ocurrido algo parecido, probablemente no sabría qué sería de él. Sin ponerse siquiera el pijama, el muchacho cerró los ojos, intentando conciliar el sueño.

Intentar soñar con algo que no involucrase a Tony o a Netty––

Imposible. Era prácticamente imposible evitarlo. Aquella noche, solo tendría pesadillas.

***

Las bajas temperaturas azotaban las rugosas mejillas de Masterman. Ante una puerta de majestuoso acero, vestido con su uniforme desteñido de siempre, tenía que hacer guardia una noche más. Leslie, su golden retriever, fijaba la mirada en la vacía Hornsey Road.
Una noche más, ambos vigilarían la mansión Lancaster.
El hombre carraspeó fuertemente. Probablemente estaría algo constipado, debido al frío glacial. Incluso con una bufanda y unos guantes de cuero, la temperatura se filtraba a sus adentros. Era una sensación desagradable, pero él estaba bastante acostumbrado. Años de oficio… Décadas sirviendo a la familia Lancaster.

Al fondo de la calle se divisaba una silueta poro definida. Se oían sus pasos aproximándose, unos sollozos que se iban haciendo más sonoros. Masterman no le dio ninguna importancia. Él continuó firme. No obstante, escuchó los quejidos de Leslie. Su pelo se estaba erizando lentamente, y el animal mostraba sus fauces. Entonces comenzó a ladrar, cada vez más alto. El hombre golpeó suavemente la espalda del perro.
-Shhh… ¡Silencio, Leslie! Calla, chico, no es más que una mujer… -pero el animal estaba intranquilo. Sus ladridos eran fuertes y constantes. Masterman alzó la cabeza, observando detenidamente a la persona que se acercaba. La mujer en cuestión le produjo escalofríos.

Un largo vestido blanco de novia, cubierto de sangre…
Un cabello negro como la noche, oscilando al son del viento gélido…
Unos ojos verdes y redondos, cubiertos de lágrimas de un color cobrizo…
Un ramo de rosas rojas, ya putrefactas…
Masterman tragó saliva y retrocedió varios pasos, agarrando la correa de Leslie y obligándolo a echarse hacia atrás.

-¿Q-Quién…? ¿Quién eres tú?

La mujer no contestó. Lágrimas de sangre brotaban de sus ojos, resbalando por sus mejillas carentes de color. Levantó lentamente la mano y señaló al hombre con el ramo.
Su rostro, aunque hermoso, transmitió a Masterman más terror que ninguna otra cosa en el mundo.
-Tú… ¿Quieres escuchar mi miserable historia?
El grito agudo de Masterman se mezcló con los infernales sollozos de la mujer.

-La llorona-

-Continuará.

lunes, 10 de octubre de 2011

. Lunario V . -WELCOME TO HOLLOWAY COLLEGE-


Eran las nueve menos cuarto de un nublado diez de septiembre.
El despertador digital sonó por tercera vez. Evan se retorcía entre las sábanas, ocultando su cabeza bajo la almohada. Se estaba tan bien en aquella cama mullida…
-Evan, ¡otra vez! –exclamó Klaus, con cierta severidad.
-Hmm… Solo cinco minutos… -el muchacho entreabrió los ojos, aún adormecido, y cogió el despertador para apagarlo, cuando el parpadeante ‘9.45’ de su pantalla se quedó grabado en su retina-. No… ¡No puede SER! ¡Es tardísimo! –vociferó.
El chico se puso en pie de un salto y corrió hacia el armario como alma que lleva el diablo, abriéndolo y sacando su uniforme. El fantasma dejó escapar una dulce risita, mientras se acomodaba en la cama.
-Eres un desastre… ¿De verdad que eres el mismo estudiante aplicadísimo que siempre llega puntual y saca unas notas impecables?
-Incluso al mejor de los estudiantes se le pegan las sábanas –respondió Evan, muy digno. Se desnudó rápidamente y comenzó por abrocharse la camisa, haciéndolo tan rápido que se equivocaba de botones. Le daba algo de pudor cambiarse delante de Klaus, pero aquel día no podía permitirse perder tiempo. Ya era tarde. Sin quitarle ojo a la hora, se anudó la corbata y se puso el jersey. Después cogió la mochila, apoyada junto al espejo, que con tanto esmero había preparado el día anterior-. Seguro que los demás se han marchado ya… ¡No hay nada más lamentable que llegar tarde el primer día!... ¡Y mucho más siendo nuevo!
-Que no sea porque no he intentado avisarte –suspiró el fantasma.
-Sí, lo siento, Klaus, ¡no volverá a pasar! –y Evan salió por la puerta. Bajó las escaleras a trompicones, casi tropezándose, y se precipitó por el pasillo cuando se encontró a Gabrielle saliendo de su cuarto. Parecía haber acabado de ducharse en aquel preciso momento, pues, como de costumbre, se tapaba con la toalla, bien sujeta. La vampiresa también pareció sorprenderse al encontrarse con el muchacho en la casa y, enrollando los dedos en su empapado cabello, le habló con cierto despecho.

-¿Pero es que todavía no te has ido?
-¿Y qué hay de ti? –contestó Evan con rudeza-. Vamos tarde, ¡vístete, por Dios!
Gabrielle hizo un mohín de enfado y volvió a su habitación, cerrando la puerta con un fuerte golpe. El chico, en cambio, bajó las escaleras del vestíbulo, nervioso como pocas veces había estado en su vida. Abrió la puerta del salón y vio a Clave sentado solo en la mesa vacía. Tenía una tostada en la mano, a la que daba pequeños mordiscos. Oculus jugaba dando vueltas de un extremo de la mesa a otro, con cuidado de no chocar con un vaso lleno de zumo de naranja.
-Buenos días, Evan, tú y yo iremos a Holloway College juntos, ¿verdad? –preguntó, indiferente, mientras se llevaba la tostada a la boca y la empujaba con un trago de zumo-. Después de todo, somos los nuevos estudiantes del curso.
Evan estaba a punto de colapsar.
-Pero a ver… ¿Has visto la hora que es? ¡Cómete eso rápido, tenemos que irnos YA! –el ente asintió y abrió la boca de par en par mostrando su imponente dentadura, como cuando mordió el brazo de Evan hace unos días. Se metió la tostada entera a la boca y la ingirió en un santiamén-… Muy bien, Clave.
El chico se metió en la cocina y rebuscó algo de comer en los cajones. Por lo menos, esperaba encontrar algo que llevarse a la boca de camino al colegio. Dio con una caja de barritas energéticas y se metió una en el bolsillo, mientras abría la otra y le daba un mordisco.
-Ya estoy, Evan –Gabrielle abrió la puerta con el ceño fruncido, como era característico en ella.
-Perfecto, ¡vámonos! –éste exaspero ante la parsimonia de Clave y lo agarró del brazo, tirando de él al exterior de la mansión. La vampiresa sacó un manojo de llaves y cerró la puerta con una de ellas, larga y oxidada. Entonces los tres se encaminaron hacia Holloway College.
El colegio en cuestión, de enorme prestigio según había oído Evan, estaba ubicado en Holloway Road, no demasiado lejos de Highbury Crescent. No obstante, tenían un mínimo de cinco minutos a pie. Iban a un paso bastante rápido, por lo que Evan se relajó un poco. Se fijó en el precioso uniforme que vestía Gabrielle. La camisa era igual que la suya, pero en lugar de con una corbata, su cuello estaba adornado por un delgado lacito rojo. Vestía una falda que llegaba hasta las rodillas, y que se ceñía como un apretado corsé por los que ella sentía tanta devoción. Las piernas iban cubiertas por unas medias negras de nylon, y su calzado, a diferencia de los mocasines de Evan, consistía en unos elegantes zapatos rojizos, con un poco de plataforma. Gabrielle terminaba el conjunto con un enorme lazo rojo a juego en el pelo.

Ésta se dio cuenta de que Evan no le quitaba los ojos de encima, y se enfurruñó.
-¿Qué pasa? –preguntó disgustada.
-Nada –el chico ladeó la cabeza, evitando los ojos de ésta-. ¿Dónde está Velvet? Podría haberme despertado esta mañana.
-¿Velvet? Ahora mismo estará en un avión de camino a Copenhague –explicó Clave. Evan abrió la boca para contestar, pero prefirió escuchar antes de decir nada. ¿Copenhague? ¿Sin avisar?-. Ayer recibió una llamada del señor Mathias Köhler y se ha marchado inmediatamente. Al parecer queda algún asunto que hablar con él sobre la compañía, pero volverá hoy mismo, rondando a las once de la noche.
-Hum… -Evan asintió secamente con la cabeza. Era posible que Velvet tuviese que hablar con aquel hombre, Mathias Köhler, sobre él, y eso le incomodaba un poco. Después de todo, él era el pez gordo, por así decirlo, de la WPA, y su criterio estaría por encima del de cualquier otro. Por el momento, prefirió ignorar el tema. Ya tendría noticias cuando su tío regresase de la capital danesa-. Y otra cosa… ¿Por qué no lleváis libros? -Gabrielle y Clave intercambiaron una mirada de sorpresa y disimularon una risita que el chico fue incapaz de comprender.
-Evan… ¿No sabes que hoy es el día de la presentación? ¡No hacen falta libros! Hoy conoceremos a nuestro tutor y haremos poco más. Te has traído la mochila para nada, bastaba con papel y un bolígrafo… -la vampiresa le miró divertida. El chico se ruborizó y bajó la mirada, sintiéndose como un completo estúpido.

El trayecto continuó en silencio. La gente cruzaba Holloway Road con sus maletines y sus cafés en la mano, precipitándose hacia el viejo edificio de la estación de metro, de color granate. El ajetreo era incesable aquella mañana. Mientras Evan, Clave y Gabrielle caminaban por la acera, los pasos, el vocerío y los pitidos de la carretera formaban la música de fondo
Holloway Road era una dinámica zona residencial, comercial y de negocios. Había edificios altos, probablemente de grandes comercios, y a su vez había pequeñas tiendas con sus clásicos toldos de colores, dando un aire de vivacidad al lugar. En algunas paredes había enrevesados graffitis, que aunque a Evan en general no le gustaban, tenía que admitir que aquellos eran una verdadera obra de arte. Según tenía entendido, al igual que King’s Cross y Highbury, era éste un distrito perteneciente al municipio de Islington, en el Norte de Londres del llamado Londres interior. El chico conocía tan poco sobre la ciudad que le parecía imposible que todavía le quedasen miles de sitios por visitar allende la capital inglesa.
Cerca de la estación de metro había un cartel que señalaba el Campus Norte de la Universidad Metropolitana de Londres.
-Holloway College está prácticamente al lado –explicó Clave. Su respiración era tan molesta como de costumbre, como si le costase horrores respirar. A su lado, incluso Darth Vader era menos ruidoso-. También está cerca la Torre, el edificio más alto de esta zona.

Se abrieron paso por una calle arbolada, en la que las primeras hojas doradas caían bailoteando a merced del viento. Faltaba poco para el otoño, y se notaba en el tiempo. Hacía más frío que de costumbre, y el sol jugaba al escondite con las nubes. Al fondo del camino se podía divisar una enorme construcción, que Evan supuso que sería su futuro colegio.
El edificio en sí parecía muy antiguo, pero no obstante, muy bien conservado. Estaba hecho de madera y piedra grisácea, lo cual hacía un curioso contraste. Resultaba colosal y sofisticado. Había tantas ventanas delgadas por piso que Evan ni se molestó en intentar contarlas. También contaba con un amplio balcón sobre la entrada, en el centro del colegio, ornamentada con unos soportales que cubrían la entrada y la hacían majestuosa.
Holloway College estaba rodeado por enormes campos verdes, arbolados y con un césped cuidado y reluciente: el trabajo de sus jardineros había sido impecable. Numerosos caminos se abrían entre la amplia vegetación, formando un bonito paseo. Al fondo del lugar, a lo lejos, se distinguían múltiples establecimientos deportivos, tales como canchas de tenis o de baloncesto.
No cabía la menor duda de que se trataba de un centro de estudios lujoso que ofrecía una amplia variedad de actividades diversas.

Evan no podía hacer más que observar maravillado la belleza de Holloway College. No tenía nada que ver con su antiguo centro; éste tenía mayor presencia, y una elegancia sin par.
En la entrada, los últimos alumnos entraban sin apartar la vista de las manecillas del reloj; los profesores daban la última calada a sus cigarrillos antes de depositarlos en selectos ceniceros de la más exquisita plata. Súbitamente, el muchacho notó un tirón en su brazo derecho.
-Tienes todo el curso para admirar este colegio, ¡así que céntrate en llegar puntual el primer día! –le espetó Gabrielle, frunciendo el ceño con fuerza. El muchacho torció los labios, molesto. Si la señorita no se hubiese eternizado preparándose, probablemente los tres estarían sentados en sus respectivos pupitres. Pero la vampiresa no pestañeó y tiró de él y de Clave.

En cuanto cruzaron la verja de la entrada Evan sintió un azoramiento extraordinario.

Se desorientó durante unos segundos que se le hicieron eternos, con la vista algo nublada, y miró a Gabrielle y Clave, confundido. Entonces notó que ninguno de ellos representaba los rasgos paranormales de siempre. Los ojos de la vampiresa, rubí encendido, estaban más apagados que de costumbre y parecían casi purpúreos. No llamaban la atención apenas, y no eran ni un cuarto de amenazantes.
Las cosiduras de Clave habían desaparecido y parecía que nunca hubiesen estado allí. La piel del muchacho era pulcra como la de cualquier humano corriente. Los mechones de cabello azul que estaban cosidos a su pelo natural parecían mechones teñidos.
No había rastro de aquellas facciones sobrenaturales. Ni en Clave, ni en Gabrielle. No obstante, ninguno de ellos parecía dispuesto a explicarle lo que acababa de suceder.
Más bien, habían ignorado su asombro y continuaban su camino como si nada hubiese sucedido.
-¡Oh! Mira, parece que os están esperando.

En la entrada una voluptuosa mujer había salido a su encuentro. Su cabello bermellón flameaba al arbitrio del viento, y sus grandes y redondos ojos, de un añil delicioso, los observaban amablemente. Vestía un uniforme con falda azul oscuro, y sus piernas estaban cubiertas por unas medias largas de color blanco, sujetas con un liguero.
La desconocida saludó con la mano mientras se acercaba a ellos y posaba los ojos en los tres jóvenes.

-¡Buenos días! –dijo al fin. Posó sus ojos en Clave, y después en Evan-. Vosotros debéis ser Evan Hedwings y Clave Abingdon, ¿me equivoco? –ambos asintieron con la cabeza, y la mujer sonrió satisfecha-. ¡Encantada! Yo soy la directora del Holloway Road, Amanda Thompson.
La llamada Amanda alargó la mano y estrechó efusivamente la mano de uno, y después del otro. Entonces se giró hacia Gabrielle.
-¡Gabi! Si quieres puedes ir subiendo, yo acompañaré a los chicos a clase, ¿de acuerdo?
-¡Otra! –farfulló Gabrielle enfurecida. Parecía que realmente maldecía a todo aquel que pronunciase ese apodo. La vampiresa miró a la directora una vez más, con ojos desdeñosos y entró en el edificio. Amanda carcajeó suavemente antes de continuar.
-Es un placer teneros entre nosotros, muchachos –comentó-. Especialmente a ti, Evan. Velvet me ha hablado mucho de ti. Un joven con unas calificaciones tan brillantes, sin duda es idóneo para estudiar aquí. –Evan notó sus mejillas arder. Estaba acostumbrado a los halagos de otros, pero la lisonja de Amanda lo había asombrado.
-G-Gracias… Directora Thompson –agradeció el muchacho con desacierto. La mujer, al oír aquello, abrió sus expresivos ojos como platos, como si no se lo esperase-. He… ¿He dicho algo malo?...
-Oh, ¡no, no! –contestó mientras reía-. No es nada importante, es sólo que prefiero que me llamen Amanda, así que no tienes por qué emplear formalidades –Evan asintió, bajando los ojos-. Bueno… ¿Entramos? ¡Seguidme!
Amanda Thompson lideró el paso y Evan la siguió, acompañado de un impresionado Clave.

Holloway College era aún más atractivo por dentro. El pasillo de la entrada tenía colgadas las orlas de los antiguos estudiantes del lugar, y algunos cuadros, probablemente obra de los alumnos de Bellas Artes. A la izquierda había una ventanilla en la que asomaba un hombre de aspecto cetrino y facciones angulosas, probablemente el encargado de secretaría.
La directora lo saludó con una cabezada antes de precipitarse escaleras arriba, por una enorme escalinata de caracol de madera recién barnizada, en cuyos pulidos peldaños relucía el fulgor del sol naciente, que se filtraba por los ventanales.
-Vamos al segundo piso –explicó la mujer, subiendo sin detenerse. Evan enfocó la mirada en el pasillo del nombrado piso. Había aulas a ambos lados de éste, aún con las puertas abiertas. Se escuchaban los murmullos de los alumnos antes del comienzo de la presentación; algunos lamentaban el final de las vacaciones, otros se alegraban de empezar el nuevo curso para reencontrarse con sus compañeros-. Hay escaleras en el ala izquierda y en la derecha también. A veces es más inteligente tomarlas, porque hay aulas que están en las esquinas de los pasillos y se llega rápidamente a través de ellas. Vuestra aula es la 35, está situada a la derecha, casi al final del corredor. Hay muchos alumnos que han optado por hacer letras puras este año, así que no os faltará compañía.

Los tres se encaminaron hacia la clase 35, donde un hombre alto y esbelto esperaba en el marco de la puerta, con rostro indiferente. Se colocaba las lentes cuando levantó la cabeza y saludó a Amanda. Evan supuso que se trataría de un profesor… O mejor pensado, de su tutor durante el curso. El hombre observó atentamente a los alumnos.
-Bien, aquí tienes a los nuevos alumnos de este curso –le dijo la directora. Su voz adoptó un tono más serio, más profesional-. El resto corre de tu cuenta, Virgil –el profesor asintió ásperamente con la cabeza-. ¡Pues nada! Evan, Clave, ya me contaréis cómo os va en vuestro primer día. Espero que todo sea de vuestro gusto y os sintáis cómodos, tanto con las clases como con vuestros compañeros, ¿sí? ¡Nos vemos! –Amanda se marchó apresuradamente hacia las escaleras. Tratándose de la directora, tendría infinidad de cosas por hacer… A Evan le entraba la pereza sólo de pensarlo.

El llamado Virgil permaneció inmóvil unos segundos, sin apartar sus ojos verdes de Evan y Clave. Su rostro serio esbozó finalmente una mueca de satisfacción.
-No sabéis cuán me agrada teneros en mi grupo de estudiantes, al misterioso Clave Abingdon y al famoso sobrino de Velvet K. Hedwings, Evan –repuso tranquilamente. Parecía que todo el mundo conocía a Velvet… Evan se extrañó inexplicablemente por ello. Virgil se apartó a continuación el flequillo rubio que le impedía ver con claridad con su ojo derecho-. Mi nombre es Virgil Scarborough, y desempeñaré el papel de vuestro tutor y vuestro profesor de historia este año –el hombre carraspeó un poco antes de continuar-. Podéis contar conmigo para lo que deseéis, ya sean problemas vuestros, dudas que se os presenten a lo largo del curso… Lo que sea, con tal de que os resulte más sencillo integraros, ¿de acuerdo?
Los muchachos asintieron y Virgil sonrió. Entonces, les invitó a entrar en el aula con un movimiento de brazo.

Inmediatamente, los alumnos dejaron de hablar y los murmullos cesaron. Cada estudiante se colocó en un sitio, todos sumidos en el más absoluto silencio. Evan y Clave se colocaron junto a la mesa del profesor y observaron nerviosos los cientos de ojos que se posaban en ellos en aquel instante. El aula era espaciosa, con los pupitres perfectamente colocados de tres en tres, y con una hilera de ventanas a la derecha.
A la izquierda había varios bloques con taquillas y percheros llenos de chaquetas y abrigos. Al fondo de la clase se veían dos corchetes llenos de papeles, anuncios y comunicados del centro. Virgil entró en la clase con una postura adusta y se colocó junto a los dos nuevos alumnos.
Todo el mundo tenía la atención fijada en los tres.
-Buenos días a todos –dijo el profesor seriamente-. Bienvenidos a un nuevo curso en Holloway College. Como ya me conocéis, solo queda deciros que este curso, aparte de ser vuestro profesor de Historia, también seré vuestro tutor este segundo de bachillerato –Virgil carraspeó antes de continuar y comenzó a pasearse por el aula, deslizando su mirada suavemente por los rostros de sus numerosos alumnos-. Supongo que ya habréis oído múltiples veces que este año será de vital transcendencia para vosotros y para el futuro que os estáis labrando. No quiero repetiros el discurso que ya os habrán dado; no quiero sino animaros a trabajar durante el curso, a no aflojar el ritmo de vuestros estudios, en aras de obtener los resultados deseados. Después de todo, es por vuestro propio bien.

Los alumnos se miraron entre ellos y murmuraron en voz baja durante unos segundos.
-Bien –prosiguió Virgil, girándose hacia Evan y Clave-. Este año tendremos dos nuevas caras en este grupo. Tengo el placer de presentaros a Evan Hedwings, el sobrino de uno de nuestros mayores accionistas del centro –el chico se impresionó al oír ese dato. No recordaba que Velvet le hubiese mencionado nunca que era accionista de Holloway College-, y a Clave Abingdon, proveniente de Gales. Espero que les recibáis gustosamente y les facilitéis una estancia cómoda en el grupo, ¿de acuerdo? –se oyeron algunas afirmaciones y risas entre los presentes, mientras los nuevos se miraban el uno al otro, sin saber bien qué hacer-. Evan, Clave, podéis sentaros en la cuarta fila, junto a la ventana, al lado de nuestra delegada Leanne Steinberg. No dudo de que os llevéis bien con ella.

Evan y Clave anduvieron bajo las miradas de sus compañeros y se dirigieron hacia sus respectivos sitios. La chica que respondía al nombre de Leanne, de cortísimo cabello azabache y ojos afilados del mismo color, se levantó y les apartó las sillas de la mesa, para que pudiesen sentarse. Después retomó su sitio, centrando su mirada en el profesor. Parecía una joven fría y cerebral, y la perspicacia de sus miradas no se veía eclipsada por los cristales de sus gafas. Los dos jóvenes tomaron asiento.
-Así pues, comenzaré con una breve presentación de mi materia de este año, y os proporcionaré información acerca de los temas que trabajaremos y la dosificación de las puntuaciones.
De repente Evan notó un pellizco en la espalda y se dio la vuelta lo más disimuladamente posible. Se trataba de Flourite, sentada tras ellos con Gabrielle y Evil, los tres juntos.
-¡Qué bien que nos sentemos los unos cerca de los otros! –dijo con un hilo de voz. Pero éste no la estaba atendiendo. No podía dejar de mirar el bonito rostro de Flourite y fijarse en que no le faltaba un ojo, sino que tenía los dos. No llevaba ninguna venda en su faz o en sus extremidades, ni Evil, sentado a su lado, tenía aquellas sanguinolentas heridas surcando su pálida piel. ¿Cómo podría explicarlo…? Parecían humanos. Evan sintió un leve desvanecimiento, incapaz de comprenderlo.

Estaba confuso, ¿qué significaba aquello?

Virgil sacó una enjuta carpeta de la que extrajo la lista de la clase, y comenzó a nombrar a los estudiantes…

***

Riiiiiiing. Un estridente timbre.
Los estudiantes se estiraron y vitorearon el sonido que hacía eco en los pasillos. Era la esperada hora del recreo. Virgil recogió sus pertenencias y salió de clase, estirándose agotado.
Evan se puso en pie notando el hambre, consecuencia de haber desayunado una barrita energética. Rebuscó en su bolsillo pero se dio cuenta de que la otra no estaba allí. ¿La había perdido?... Leanne Steinberg le miró sin pronunciar palabra, y silenciosamente le tendió una bolsa de papel.

-Toma –dijo con un apocado pero agradable timbre de voz. Al muchacho se le iluminó el rostro, pero inmediatamente negó con la cabeza.
-¿Me lo das? No… No tienes por qué hacerlo, de verdad.
-De verdad, no voy a comérmelo.
-En serio, yo…
-Me bastará con un café –insistió.

Palabras las justas. Evan cedió ante aquella firme delegada y agarró la bolsa agradecido.
-Muchas gracias, Leanne.
La chica se ruborizó ligeramente y negó con la cabeza, como aceptando su gratitud a regañadientes. Miró al muchacho una última vez antes de salir de clase a la velocidad del rayo.
-Vaya –suspiró Evil, desde detrás de él-, qué actitud más sospechosa –y miró a Evan de refilón, sonriendo con petulancia-. Parece que le has gustado.
Éste, en cambio, se encogió de hombros e ignoró su comentario, recogiendo su mochila. Prefería al Evil resentido de hace unos treinta minutos, cuando se quejaba de que en Holloway College tenía que usar su odiado nombre humano, ‘Owen’. Por lo menos, cuando se enfadaba se metía en su mundo y se ponía a maldecir en voz baja. En ese sentido, era bastante parecido a Gabrielle.
Los cinco se reunieron en el pasillo, en el que los estudiantes iban y venían, causando un tumulto ruidoso.
-¡Vamos al patio! Tomemos algo y después vayamos a casa –sugirió Flourite con voz dulce-. Así Evan podrá ver el patio y los jardines del colegio, para irse acostumbrando.
-Me parece perfecto –Evan abrió el paquete que le había dado Leanne y extrajo un sándwich mixto, aún caliente-. ¿Dónde está Lena?
Clave señaló el fondo del pasillo con la mano, y ahí estaba ella. Como todos los entes, se la veía totalmente cambiada; ya no tenía aquellas orejas puntiagudas ni su tupida cola de lobo. En su lugar, vestía un traje gris humo y llevaba unas gafas de media luna y montura plateada. La licántropo charlaba alegremente con otros profesores. Evan dedujo que formaría parte de ellos.
-Lena da clase en Holloway College –explicó Gabrielle, como si de pronto hubiese leído la mente del chico-. Es la profesora de biología de bachillerato. ¿Verdad que hoy viste muy elegante?
-Sí, ¿y qué hay de sus rasgos de lic…?

Flourite alargó la mano rápidamente y tapó la boca al chico con tal fuerza que incluso le hizo daño. Sus ojos azules verdosos brillaban de una forma extraña, y por su expresión, parecía algo asustada.

-No, no, Evan. Aquí no –respondió, sacudiendo la cabeza. Parecía una madre regañando a su hijo-. Espérate a que salgamos al patio, ¿de acuerdo? Porque veo que ni Gabrielle ni Clave te lo han explicado.
El chico miró entonces a los entes. Todos ellos lo observaban sin apartar la vista, como esperando una respuesta afirmativa. Era una situación casi violenta, y él se sentía algo angustiado por la hostilidad de los ojos que lo vigilaban. Se limitó a asentir tajantemente con la cabeza, y el rostro de Flourite volvió a la normalidad.
-Bien, ¿salimos ya?
El grupo bajó por las escaleras al vestíbulo y salió por una de las puertas laterales. Fue en aquel momento cuando los ojos de Evan no supieron a dónde mirar: en la parte trasera de Holloway College eran numerosos los establecimientos deportivos, las canchas de baloncesto y los campos de tenis de hierba artificial. Había un enorme campo de fútbol que cruzaba de lado a lado el patio, y estaba rodeado de verde, de caminos a la sombra de los frondosos árboles y campos para sentarse y disfrutar de los minutos de descanso. Al fondo del lugar había un estanque circundado con rocas angulosas, y los nenúfares flotaban en su superficie. Junto a éste, había un pequeño chiringuito en el que se vendían diversos alimentos y bebidas, además de varias máquinas expendedoras pegadas a su pared. Evil y Gabrielle se adelantaron.
-Nosotros iremos a por bebidas. Cogeremos refrescos para todos –dijo éste, volteándose y caminando hacia el chiringuito con la vampiresa, ambos sumidos en un silencio abrumador.
Flourite y Clave guiaron a Evan al lugar en el que ellos solían pasar la hora del recreo. Se hallaba situado enfrente de las canchas de baloncesto, y era reinado por un enorme sauce llorón, cuyas gruesas raíces se extendían por el suelo como si tuviesen vida propia. Su tronco, ancho y alto derivaba en diversas ramas que, debido a su peso, se apoyaban en el césped. Clave se subió hábilmente a una de ellas, como un primate, y se sentó, dejando colgar sus piernas. Flourite en cambio se colocó en una de las raíces, y Evan hizo lo mismo.
Hubo un rato de silencio, y el chico supuso que estarían pensando cómo explicarle lo ocurrido. No tenía ni idea de qué podía ser, pero estaba ansioso por oír un esclarecimiento satisfactorio. Finalmente, la muchacha se preparó para hablar.
-Verás, Evan –habló con firmeza-, supongo que te habrás dado cuenta de que hemos sufrido un ligero cambio en nuestra apariencia, ¿me equivoco? –Evan asintió apresuradamente-. Pues todo esto es obra de tu tío Velvet.
Evan abrió la boca para contestarle inmediatamente, pero se lo pensó mejor y la cerró de nuevo. No obstante, arrugó la frente. Si tan solo Velvet le hubiese contado aquello… Dio un mordisco al sándwich y masticó con desgana. Entonces ella prosiguió.

-Antes Virgil ha dicho que Velvet era un accionista, y, aunque no deja de ser cierto que aporta un respetable capital al colegio, su objetivo es más bien distinto. Él, con su tercer ojo, crea una ilusión en todo el perímetro de Holloway College –el muchacho asintió. No podía hacer otra cosa que asentir y escuchar-. De esta forma, nosotros, los entes de la mansión, cobramos un físico totalmente humano. Eso nos permite asistir a las clases y continuar con nuestros estudios, como seres normales de carne y hueso. De esta manera, nadie sospecharía de nuestra apariencia.
-Velvet ha hecho grandes cosas por nosotros –dijo Clave, esta vez. Su voz sonaba agradecida, casi emocionada-. Nos ha dado un hogar, nos ha alimentado y educado como si fuéramos parte de su familia. Y todo eso sin pedir nada a cambio…

-Eso es algo que no comprendí desde el principio –declaró Evan, algo confuso-. No quiero sonar desagradable, pero… ¿Por qué razón vivís con mi tío? Solo desearía saberlo.
-¡Él nos acogió! –el rostro de Flourite se tiñó de un agradable rojo-. Nos encontró y nos llevó con ellos, sin dar ninguna razón concreta. Supongo que un hombre como él solo reclama compañía. Cuando sus padres se divorciaron y discutieron las custodias, él y su hermana Lilith vinieron a vivir con los abuelos. Cuando por fin se arreglaron todos los papeles, se decidió que Lilith viviría a turnos con sus padres; una custodia compartida. En cambio, dejaron a Velvet en Highbury College –la chica se ensombreció ligeramente. Se peinó su cabello con las manos mientras seguía-. Desde que nació, nunca lo quisieron. Nunca, nunca jamás lo trataron como a un hijo. Todo el cariño y el amor era para la pequeña Lilith, y no para su hijo anormal de tres ojos. ¿No es esta la peor condena para un niño diferente? Velvet siempre ha estado solo, esperando la calidez sus seres queridos… Y nosotros se la daremos siempre, es la moneda de cambio que merece.

Evan no se veía capaz de hablar. Su corazón se sentía oprimido por un dolor latente; ni su madre Lilith ni su tío le habían hablado jamás acerca de aquello. Parecía como si le hubiesen intentado ocultar por todos los medios aquella deprimente realidad. Velvet había sido repudiado por sus propios progenitores, abandonado en cuanto encontraron la oportunidad de hacerlo.
Y en cambio, él, sin ningún rencor, llevaba orgulloso el apellido Hedwings, del que incluso Evan se avergonzaba en aquel instante. Sin dejar lugar a dudas, el sujeto llamado Velvet Kyle Hedwings era un hombre excepcionalmente fuerte.
En ese momento se dio cuenta de que Evil y Gabrielle habían vuelto hace tiempo, con varias latas en sus brazos. Sus rostros eran serios, sus miradas, vacilantes.
-¿Es la primera vez que oyes esto? –preguntó Evil. Parecía algo cohibido, un sentimiento poco natural en él-. Velvet ha sido toda su vida un hombre marginado. Ha vivido a la sombra de su familia, apartado por ella. Cuando sus abuelos murieron, continuó su vida en la más dolorosa soledad –las palabras del ente eran verdades hirientes como espadas-. En cierta manera, los entes somos iguales a él. Siempre viviremos en soledad, después de nuestra muerte. La naturaleza de un ente es, casi siempre, muy primitiva. Tenemos suerte de habernos topado con Velvet. Es la única persona que nos ha tratado con la misma humanidad que al resto de las personas, sin importarle nuestra apariencia, ni nuestros poderes. El dolor que él ha debido de sentir es comparable al nuestro: de ahí la mutua empatía que hay entre nosotros.
-L-Lo entiendo… -susurró Evan.
Evil, en cambio, pareció molestarse por aquella respuesta. Se mordió los labios con fuerza; sus ojos de reptil se estrecharon.

-No, ¡tú no lo entiendes! –gritó de repente. Como si la contestación de Evan hubiese encendido en él una ira incontrolable, el ente se acercó a él, mirándole con infinito desprecio-. Tú eres un humano parcial muy bien avenido… Tienes una familia, unos estudios impecables, una vida sin ataduras y desbordante de felicidad… Cómo, dime cómo puede entender una persona dichosa la miseria de los demás. ¡Dímelo, Evan Hedwings!
-No todas las personas son tan dichosas como aparentan serlo –Evan se puso en pie, a la altura de Evil. No permitiría que aquel joven odioso volviese a pisotear su dignidad como si se tratase de un objeto carente de valor-. Tú fuiste humano, ¿no es cierto? Entonces debes saberlo. La felicidad de un sujeto es muy relativa.
Flourite, Clave y Gabrielle bajaron la cabeza. No parecían muy dispuestos a entrar en la disputa que se libraba entre Evil y Evan. En el aire se respiraba hostilidad, un rencor chispeante.
-¿Relativa? En cierto modo, lo es. Pero no se puede aplicar a ti. Un estúpido muchacho feliz que intenta ser empático con los desventurados… Eso es lo que tú eres.
Aquellas palabras fueron las últimas que Evan Hedwings estaba dispuesto a escuchar.

-Un estúpido muchacho feliz que perdió a su padre delante de sus ojos… Eso es lo que soy en realidad –dijo finalmente-. ¿Sabes, Evil? No dejes todo el dolor para los que han muerto. Porque los que se van y los que prevalecen sufren por igual.

No le importaba cómo reaccionase Evil a eso. Solo quería dejarle claro el sufrimiento que él había sentido también. Aquel ente se empeñaba en ultrajar una y otra vez la existencia de Evan… Sin ni siquiera saber de su tormento, continuamente hablaba de él y lo prejuzgaba como si lo conociese. Él no podía soportar eso por más tiempo. Como una olla a presión, finalmente había estallado. Irremediablemente, había mostrado el desconsuelo más acerbo de su corazón.
Evan perdió la compostura y se alejó del lugar sin mirar atrás. Lanzó el paquete de Leanne a la basura, sintiendo cierto remordimiento después por ella. Volvería a casa… Pero esta vez sin nadie. Lo último que quería era intercalar con alguien, en aquel momento. Justo en aquel instante en el que cientos de imágenes pungentes cruzaban su mente, instantáneas en las que un coche resbalaba por la carretera en una noche lluviosa, sin ver a quien se llevaba por delante… Los recuerdos se hacían más sólidos, erradicando totalmente toda alegría que ésta albergase.

La imagen de Jonathan Otterbourne tendido en el suelo, sin vida.
Después de aquel accidente fatal, tanto Evan como Lilith renunciaron al apellido Otterbourne.
Flourite frunció el ceño y miró a Evil como reprendiéndole. Después corrió detrás de Evan, perdiéndose entre la muchedumbre. Evil se encogió de hombros.

-…
Quizá se había pasado un poco.

***

-Lo lamento mucho –suspiró Flourite. Como una hermana pequeña enfadada con el mayor, estaba francamente disgustada con el comportamiento de Evil. Lo conocía de hace un año. Sabía que su actitud siempre era similar a la que había tomado con Evan; no obstante, con aquel muchacho rozaba lo inverosímil.
Aquello, francamente, la desilusionaba. A ella, que siempre había deseado la perfecta armonía entre los integrantes de la mansión, le parecía una sentencia sin par.
Evan la miró incómodo, mientras ambos recorrían el camino a la mansión. A pesar de su enojo, al ver la mueca abatida de ella se le ablandaba involuntariamente el corazón. Flourite no había hecho nada; sin embargo había cargado con la culpa de Evil, y había corrido tras Evan para disculparse en su lugar. Aquel comportamiento le reconfortaba y lo amargaba a partes iguales. Si tan solo Evil hubiese sido tan valiente de acercarse y presentarle sus disculpas.
No, negó con la cabeza. Él jamás haría eso.
-No es tu culpa –respondió Evan al fin-. Así que, por favor, no te disculpes. Es cierto que esperaba unas palabras de disculpa, pero no tendrían por qué venir de ti, Flourite.
La chica bajó la cabeza, con la misma expresión sombría de un reo condenado a cadena de muerte. Probablemente no estaba conforme con la postura de Evan. No se la veía dispuesta a continuar el trayecto en silencio, con un ambiente de abatimiento flotando.
Por esa razón se plantó delante del muchacho y le agarró de las mejillas, estirándolas como si fuesen chicle.
-¡Anímate, Evan! Borra esa expresión de pesadumbre, ¡no quiero verte así! –como un coronel dando órdenes a sus soldados, la voz de Flourite transmitía en aquel instante la misma autoridad. Evan se impresionó ante aquel arrebato de la chica, pero eso lo indujo a asentir repetidamente-. ¿Lo harás?
Asentimiento otra vez.
-Muy bien –Flourite lo soltó despacio, y volvió a sonreír-. Así me gusta… No tienes que estar triste, ¿vale? Imagino que habrás sufrido mucho con la pérdida de tu padre… Pero olvídate de una vez. Seguramente, él no querría eso para ti –dijo gradualmente-. Ignoro como pudo suceder, pero cuando perdemos a alguien, no debemos retractarnos. Aunque nos hayan dejado, ellos desearían nuestra felicidad… ¿No crees?...

Evan notó sus ojos húmedos, pero no flaqueó. Se limitó a contestar con un débil ‘sí’, mientras rodeaba a Flourite con un brazo. El arranque de afecto que sentía hacia ella, que con tanta cordialidad acudía a él y hacía que se esfumase su pesar profundo… Realmente podía considerar a aquella pequeña como una valiosa amiga.

-Gracias, Flourite.
Ambos continuaron a paso lento, hablando de un amplio abanico de tópicos que no tuviesen nada que ver con la ‘tristeza’.

-Welcome to Holloway College-

-Continuará.