Era
una mañana helada. El frío era tan intenso que incluso los pájaros se
congelarían en pleno vuelo. Evan se levantó somnoliento, y tras frotarse los
ojos, corrió despacio las cortinas. Las nubes grises y el ligero viento
marcaban los últimos días de verano. El otoño comenzaba a salir de su
crisálida… El muchacho giró y contempló de nuevo su cuarto. Aún no se hacía a
aquella habitación redonda, ni a sus muebles, ni a la mansión en sí. Era todo
demasiado distinto, comparándolo a su antigua vida, a su antiguo barrio y a su
antiguo hogar.
El
chico se vistió algo apresurado al comprobar que disponía de tan sólo cinco
minutos para presentarse en el vestíbulo. Se puso sus vaqueros favoritos, de un
azul desteñido, y una camiseta de manga corta que le habían regalado su pasado
cumpleaños. Le dio lástima ponérsela; dentro de unos días la tendría que
guardar en la maleta para no volver a sacarla durante un largo invierno…
Mientras se calzaba unas playeras se miró al espejo, y por un momento se vio
irreconocible. ¡Qué cara! Él sí que parecía, en aquel momento, un zombie. Sacó un pequeño peine del cajón
de la mesita de noche y se acicaló su cabello con suavidad.
-Acabarás
llegando tarde… -rió Klaus. Evan ni siquiera se había percatado de que el
fantasma estaba allí, con él. Estaba sentado en la cama deshecha, jugando con
el lazo color ceniza que llevaba en su camisa. Evan le sonrió lo mejor que
pudo, pues sus nervios se lo dificultaban bastante.
Evan bajó las escaleras entre temblores. ¿Cuál podía ser
su entrenamiento? Estaba a punto de descubrirlo, pero el corazón le palpitaba
de tal manera que deseaba arrancárselo para que dejase de molestarle. Aquel
malestar era desagradable. Sentía que, quizás, no estaba preparado para algo
así. Cruzó el pasillo del primer piso rápidamente, y antes de abrir la puerta
que guiaba al vestíbulo, tragó saliva. Agarró con ambas manos el picaporte… Y
entonces abrió la puerta. Su nerviosismo tocó a fin cuando comenzó a bajar las
escaleras del lateral derecho, y pudo hacerse una ligera idea de lo que
avecinaba aquella mañana.
No había rastro de Flourite y Lena en el vestíbulo, así
que el muchacho se imaginó que estarían juntas en la cocina, preparando un
suculento desayuno. Clave y Evil esperaban en uno de los peldaños de la
escalinata izquierda. El primero jugaba con el inquieto Oculus, pasándoselo
continuamente de mano a mano. Su respiración era profunda y extremadamente
ruidosa. Era tan desagradable como el sonido que emite alguien que se está
ahogando, pero él no parecía darse cuenta. Estaba demasiado concentrado
mareando el ojo de Flourite. En cambio, el segundo, contemplaba aburrido un
cronómetro que sujetaba con firmeza. Se hallaba sentado sobre un cofre de
madera, al parecer muy antiguo.
Parecía un niño pequeño al que habían castigado y no tenía
más remedio que trastear con el cronómetro.
Gabrielle se ataba el lazo negro que llevaba en la cabeza.
A diferencia de la noche anterior, no llevaba un exquisito vestido lleno de
volantes ni un corsé tan ajustado que pareciese estar a punto de ahogarla.
Llevaba un top del mismo color que su lazo, unas mallas bien pegadas a
su estilizada figura y unos guantes de corte en los dedos. La muchacha estaba
agachada, atándose los cordones de las deportivas, pero levantó la vista cuando
oyó a Evan bajar los viejos peldaños. Entonces, le sonrió, como complacida.
Clavaba sus ojos carmesíes en el muchacho, inspirando cierta superioridad.
Velvet estaba de pie, con los brazos en jarras y en
pijama, y recibió a Evan con su habitual rostro optimista. Tenía en su mano un
reloj de bolsillo, que consultó antes de hablar a su sobrino.
-¡Vaya! –exclamó sorprendido-. Eres espeluznantemente
puntual, muchacho –sin apenas poder contener su impaciencia, propinó leves
empujoncitos a Evan, dirigiéndolo a la pared derecha del vestíbulo-. Ponte
aquí. ¡No hay tiempo que perder! Cuanto antes empecemos mejor.
Evan no entendió nada, pero no hacía falta que lo hiciera.
Después de todo, aquel era el misterioso entrenamiento del que todavía sabía
poco o nada.
-Velvet... –se apresuró a decir Evan-. ¿Puedes decirme ya
en qué consiste todo esto, por favor?
-Espera un momento... –el hombre frunció el ceño,
concentrado-. ¡Oh, ya lo recuerdo! Demonios, estoy tan emocionado y tan
nervioso que por poco olvido el plato fuerte.
Entonces se acercó a Evil y éste se levantó para
entregarle aquel cofre. Velvet lo tomó con ambas manos, susurrando ‘Perfecto’ y
quitándole el polvo con la palma de la mano. Evan pudo contemplarlo con mayor
detalle, ahora que lo tenía más cerca de él. No sólo estaba viejo, sino que
además las polillas habían hecho un arduo trabajo agujereando su cubierta. La
cerradura de ésta, de un metal casi oxidado, tenía la forma de una ‘C’. Velvet
agitó el cofre con impaciencia.
Se
lo entregó a su sobrino en mano, para que fuese él quien lo abriera.
-Ábrelo, vamos. ¿No estabas
ansioso por ver el arma que utilizarías?
Entonces
Evan, corroído por la curiosidad, agarró el cofre y lo abrió, sin más dilación.
Dentro de él había una hermosa pistola de un color gris oscuro, cuya empuñadura
era de madera y llevaba tallado un 96, con una ‘C’ entre ellas. A diferencia
que en la mayoría de las pistolas que había visto Evan en su vida, en ésta las
balas no se encajaban en el tambor, sino que tenía una ranura en la parte
superior para insertarlas. El chico era incapaz de salir de su asombro. Estaba
hipnotizado por la elegancia y a su vez por el peligro que constituiría para él
tomar esa arma en sus manos.
-¿Sabrás
manejarla?
-¿Cómo
puedes preguntarme eso? –rió Evan.
-Vamos
a ver, una explicación fácil –Velvet extrajo con sumo cuidado el arma de fuego
del cofre y la tomó con ambas manos-. ¿Ves esta clavija de aquí? Es el seguro.
Te recomiendo que lo lleves puesto siempre que no sea necesario apretar el
gatillo, no nos gustaría que hubiese ningún accidente, ¿verdad? Cuando
necesites disparar, entonces no tienes más que levantarlo. En la recámara se
guardan las balas, como puedes comprobar está aquí arriba. En esta ocasión, me
he ocupado yo mismo de cargarla, pero te administraré una buena munición para
las misiones que tengas que hacer. Puedes disparar sin miedo, los laboratorios NIGHTMARE fabricaron balas especiales
que sólo pueden dañar a entes y semientes, contra los humanos no surten ningún
efecto, ¿de acuerdo? Así que tampoco pueden causar ningún daño material. ¡Son
bastante prácticas! –explicó Velvet-. Cada vez que dispares, la pistola
desalojará la bala empleada. Pero lo más importante, sin duda, es disparar con
juicio… De lo contrario, perderás tiempo y munición, sería estúpido –contempló
el arma con ojos entristecidos antes de ofrecérsela a su sobrino, y entonces
volvió a sonreír, como de costumbre-. Es el modelo Mauser C96 NIGHTMARE, como ves, lleva la marca de la casa en su
nombre. Es una pistola adaptada para luchar contra los entes paranormales.
Ésta, concretamente, fue mi arma en mi época de investigador –su voz fue
ganando firmeza-, pero ahora es para ti.
Evan
se estremeció.
-¿Y
tengo que usarla contra Gabrielle…? –musitó el muchacho. Velvet se llevó las
manos a la cara.
-Maldita
sea, Evan. ¿Nadie te ha dicho nunca que si destapas un secreto, pierde
absolutamente la gracia? –Gabrielle puso los ojos en blanco y cruzó los brazos,
con una mirada fría-. Aunque en verdad quizás resulta algo evidente. En fin, no
importa ya. Esta será la primera parte de tu entrenamiento –primera parte. ¿Iba a haber más?-, y su
objetivo es que te adecues a tu arma, ¿entendido? Tienes que hacerte a ella.
Como si fuese una parte más de tu brazo. Después de todo, cuando se lucha
contra un ente, el investigador mismo es el arma,
y el alma su munición. Lo único que
tienes que hacer esta mañana es disparar a Gabrielle. En cuanto le hayas
asestado un tiro, habrás terminado –su sobrino le miró con incredulidad, como
si creyese que Velvet no hablaba en serio. Lo malo era que realmente lo hacía-.
Sí, eso es todo –el hombre dirigió una mirada compasiva a Gabrielle mientras se
apartaba de lo que sería ‘el ring de batalla’ y se sentaba junto a Evil y
Clave-. Gabi, sin destrozos, por favor te lo pido.
-No
me llames Gabi, por favor te lo pido
–repitió ella malhumorada. Era realmente fácil hacerle rabiar…
Evan
sujetó con firmeza su pistola, y entonces notó cómo una extraña fuerza bullía
en su interior sin ningún control, recorriendo todos y cada uno de los rincones
de su cuerpo. ¿Qué era aquello? Desde los pies, serpenteaba por sus piernas,
por su abdomen, su cuello, su boca y, finalmente, sus ojos––
Entonces
todo se volvió negro azabache. Era una negrura tan profunda, tan sofocante…
Como si ningún haz de luz pudiese alcanzar esa profundidad. El chico sintió sus
dedos tocar sus párpados, sin entender, pero no podía ver nada. Había perdido
completamente el campo de visión… ¿O dónde estaba, si no era así? Sacudió la
cabeza, pero era imposible atisbar nada. Reculó despacio, hasta chocar con
algo. Aquella incertidumbre lo estaba desesperando… ¿Por qué era incapaz de
ver? ¿Qué ocurría con sus ojos?... Dolía.
Un
dolor agudo cruzaba sus retinas de lado a lado. Era una sensación ardiente,
como si sus globos oculares se estuviesen derritiendo… Era peor que el mismo
infierno.
Sus
ojos despedazándose con vehemencia, y él sin poder ver qué sucedía, preso del
dolor…
En
un instante, todo comenzó a aclararse. Incluso, después de unos segundos, Evan
pudo parpadear. Pero su visión de su alrededor fue tan radicalmente diferente
que enseguida volvió a cerrar los ojos con fuerza, asustado.
Cuando
por fin volvió a abrirlos, todo era rojo como la sangre. Un cálido carmesí
formaba ahora parte de su visión, como si se hubiese filtrado en sus ojos. La
madera, la piel de sus conocidos, su propia piel. Todo era de aquella misma
tonalidad.
Con
su ojo izquierdo podía ver una especie de blanco, y para su asombro, podía
aproximarlo a lo que él deseaba examinar más de cerca y también fijarlo. Por
más que girase la cabeza, el ojo siempre se movía en la dirección marcada por
el blanco. El ojo derecho, en cambio, había experimentado un cambio más curioso
aún. Los entes que en aquel momento se encontraban en el vestíbulo aparecían
rodeados de una extraña llama azul turquesa. A través de sus nuevos ojos, su
percepción de la realidad era totalmente distinta. Eran unos ojos preparados
para la batalla.
Pero
el muchacho seguía tan impresionado como aterrado de lo que acababa de
sucederle.
-V-Velvet…
-No
tienes que asustarte, Evan –se apresuró a decir su tío-. Tu poder está tomando
forma… No te asustes. El cambio que acaban de experimentar tus ojos ha sido
reacción de tu alma; cuando ésta percibe que el sujeto está preparado para la
lucha, entonces pone en marcha ese mecanismo ocular que posees en este momento.
Los investigadores lo llaman visor,
está claro por qué, ¿a que sí? De esta manera, podrás distinguir de un solo
vistazo a entes del resto de las personas, sin importar cuán humana sea su
apariencia, y además de eso, podrás dispararles sin fallar –hizo una seña a
Evil con las manos, y éste puso en marcha el cronómetro-. Ahora empieza el
entrenamiento… Recuerda que basta con un disparo… Preparados, listos…
¡YA!
-No
te contengas, Evan –ordenó Gabrielle, antes de echarse hacia atrás con sonrisa
maquiavélica-. Si lo haces, será peor.
Y
tras aquellas palabras, la vampiresa se abalanzó sobre Evan de un salto, con
expresión divertida, y con sus manos de garras afiladas buscando el pecho del
chico, queriéndole asestar un potente golpe. Por suerte, Evan reaccionó deprisa
y se desplazó hacia un lado, esquivándola. A juzgar por la ráfaga de aire que
pasó por delante del rostro del chico, no habría resultado muy agradable haber
sido alcanzado por aquel puñetazo.
Gabrielle
se giró y continuó tratando de golpear a su adversario. Parecía que cuanto más
escurridizo era su enemigo, más disfrutaba ella, pues su sonrisa de
satisfacción crecía a cada ofensiva que Evan conseguía disuadir. Entonces
cambió de táctica y empezó a asestar puñetazos a diestro y siniestro. El chico
los esquivaba torpemente o de casualidad; era demasiado para él. De ningún modo
se había esperado que Gabrielle se encontrase en tal forma física, y eso era
algo que le estaba causando bastantes problemas, pues no había contado con ello
en ningún momento.
Ambos
contrincantes se fueron desplazando por el vestíbulo, hasta que Evan, que iba
de espaldas, chocó contra la pared. Ante la imposibilidad de esquivar más
golpes de la vampiresa, éste cruzó sus brazos sobre el abdomen y trató de
neutralizar todos los puñetazos posibles.
-Venga,
Evan… -decía Gabrielle, con avidez-. Deja de defenderte… Vamos… Atácame… ¡De
una vez por todas!
Y
uno de sus golpes, que Evan esquivó apartando la cabeza, atravesó la pared de
madera e inmovilizó su brazo.
-¡Bah!
–resopló la chica, haciendo fuerza para liberarse. En medio del vuelo de las
astillas disipadas por semejante golpe, Evan alzó su pistola, levantando el
seguro, y cuando su ojo izquierdo hubo fijado por fin su objetivo…
…Disparó.
Todo
sucedió tan rápido que al muchacho le costó asimilarlo. Cuando aquella veloz
bala se encontraba a escasos centímetros de Gabrielle, todo se distorsionó. El
cuerpo de la muchacha se disolvió, convirtiéndose en un revuelo de miles de
murciélagos, que alzaron el vuelo y se expandieron en escasos segundos por todo
el vestíbulo. La bala chocó contra la pared y aterrizó en el suelo, inocua.
Cierto,
los vampiros podían adoptar esa forma, ¿Cómo podía haber olvidado ese
detalle? Evan desalojó la bala vacía y alzó la vista, desconcertado. Entonces
fue cuando apuntó hacia el techo, apuntando con el visor a una de los millares
de quirópteros que se expandían por el lugar y tiroteó sin descanso.
No
obstante, el animal, con una ostentosa acrobacia después de otra eludió la
ofensiva, y, unido al resto de los suyos, arremetió contra el confuso muchacho
a una velocidad vertiginosa. Fue en una milésima de segundo en la que se formó
un ciclón de murciélagos alrededor de éste, y una vez rodeado, comenzó a
recibir los primeros arañazos y mordiscos del enemigo.
Evan estaba angustiado. Se cubría la cabeza con ambas
manos, pero ¿era lo más correcto? Sentía la calidez de su sangre salir a
borbotones de las heridas que nacían en su piel, mientras el ruidoso aleteo y
los sonidos que emitían los quirópteros perforaban el tímpano del chico como
una herida limpia de arma blanca.
Con qué podía contrarrestar a los murciélagos, eso querría
saber él... Agitó fuertemente las manos, golpeando a varios de los quirópteros,
pero era inútil; a los pocos segundos éstos reaccionaban y volvían a la carga.
Evan reculó, vacilante, ante el bailoteo grotesco de los animales, similar a
una mascarada de medianoche...
Y
entonces se hizo la luz.
Sin
importarle aquel incesable aleteo ni los mordiscos que estaba recibiendo en
todo su cuerpo, Evan se precipitó hacia la ventana de al lado de la puerta y
tiró con todas sus fuerzas de la cuerda de la vieja persiana. Inmediatamente,
la celosía se enrolló firmemente, y los murciélagos que se arrojaban sobre Evan
huyeron despavoridos hacia las sombras del vestíbulo, temerosos del influjo del
sol naciente.
Entonces
se agruparon y volvieron a su forma original de vampiresa.
Gabrielle
mostraba una sonrisa complacida.
-No
está mal –rió contenta, acicalando su delicado cabello-, pero que nada mal. Veo
que sabes cómo enfrentarte a un vampiro –clavó sus ojos en Evan, que se apoyaba
en el marco de la ventana, jadeante. La sangre de éste se deslizaba por su piel
lastimada, tiñéndola del color preferido de ella. Sus pupilas de dilataron
lentamente... -. O, al menos, conoces algunos de nuestros puntos débiles... –la
vampiresa volvió al ataque.
Evan
se sacudió y esta vez prefirió arriesgarse, disparando un par de balas mientras
Gabrielle se aproximaba, pero no tuvo ninguna suerte. Nunca había podido
presumir de tener una puntería inmejorable, pero no creía que se tratase de
eso, sino de sus nervios, la intranquilidad que le invadía. Además, la
vampiresa era muy mañosa y veloz como el rayo. Hasta el momento, no había
conseguido que ningún proyectil la rozase siquiera. Ni siquiera dejaba ningún
flanco desprotegido. La chica se abalanzó sobre Evan y le agarró las muñecas de
forma violenta, empujándole contra la pared e inmovilizándolo. El chico se
mordió el labio, conteniendo el dolor. ¿Era él o Gabrielle había atacado con un
vigor aún mayor al de antes? La pistola resbaló de su mano derecha, cayendo en
el suelo con un ruido sordo...
La
vampiresa esbozó una mueca de dientes afilados y relucientes como el nácar.
Entonces abrió la boca de par en par, con sus ojos fijos en el cuello del
muchacho. ¿Morderle?
Éste
se sacudió intentando liberarse, pero a cada movimiento que él hacía, ella
apretaba con más energía. Gabrielle lamió el cuello de su presa con gesto de
extremo placer, y Evan podía notar un cálido aliento rozando su piel. Pero
entonces ocurrió algo que él fue incapaz de entender.
La
chica cerró los ojos, como conteniéndose, y alejó la cabeza, con los dientes
apretados. Entonces Evan, presa del miedo, actuó de manera instintiva y levantó
la rodilla, golpeando a Gabrielle en el estómago y haciéndola caer al suelo. En
cuanto se vio liberado y fuera de peligro, se agachó y recuperó su arma, pero
la aludida ya se había convertido nuevamente en un revoloteo de murciélagos que
danzaban alrededor de Evan. Fue en aquel instante cuando ella retomó su forma
original, detrás del joven, y le propinó un fuerte golpe en la cabeza con las
manos.
Evan
cayó de bruces y rodó con el suelo hasta frenar con su propio brazo. El dolor
que sentía en aquel momento por todo el cuerpo era intenso, y se veía sin
fuerzas para continuar.
Parecía
como si toda aquella energía que había liberado la tarde anterior se hubiese
esfumado para siempre, como una bandada de pájaros lista para emigrar. Su
cuerpo entero estaba temblando, como si estuviese mareado, como si sufriera de
anemia. En aquel momento se sintió ciego de cólera, enfadado consigo mismo.
Estaba tan decepcionado...
¿Por qué era tan débil?
Evan
sabía que desde pequeño había sido frágil. No era muy aficionado a los
deportes, ni siquiera les había prestado atención. Se había dedicado siempre a
pulir su intelecto, en lugar de forjar su físico.
Pero
se sentía muy orgulloso de haber tomado aquella elección, pues su inteligencia
era indudable.
Nunca
se había arrepentido de ello... Hasta entonces.
Gabrielle,
que entonces se hallaba suspendida en el aire, como si pudiese caminar por él
sin esfuerzo, profirió un largo suspiro. Debía estar aburrida de ‘jugar’ con
él. Su rival yacía en el suelo de madera, inmóvil... Ya no era más que una
mequetrefe inservible, incapaz de deleitarla con un rato de fiero
entretenimiento. Evan la miró e intentó levantarse, pero las heridas que le
había causado volvían a encenderse cada vez que lo intentaba. Miró después a
Velvet, cuya expresión denotaba preocupación. Su tez no tenía ningún
color; sus labios temblaban de rabia.
Pero seguramente, no estaría dispuesto a intervenir hasta el último momento.
Finalmente,
Evan miró a Clave, que en aquel momento evitaba el contacto visual, con su
mirada fija en el suelo, y después estudió el comportamiento de Evil
Vreeland...
Y
deseó no haberlo hecho.
El
ente no podía estar más satisfecho con encontrar al chico en un estado tan
lamentable. Aparentemente se encontraba profundamente conmovido. Apoyando los
codos en sus rodillas, reposaba la cabeza en sus manos. Su feliz sonrisa
resultaba sucia y putrefacta para Evan, pero más aún lo que siseó a
continuación, entreabriendo los labios.
-Un
investigador como él no servirá de nada... –puso los ojos en blanco-. Lo veo
tan inútil que me dan ganas de vomitar––
Evan
jamás había sido confrontado de una manera tan directa y cruel. Aquel susurro,
el poder de esas palabras golpeó el orgullo del muchacho. Se sintió
terriblemente humillado...
Por
semejante estúpido.
Evil
no sabía nada sobre él, y sin embargo, lo despreciaba continuamente.
Imperdonable. Eso había sido totalmente imperdonable. Apretó con tal fuerza el
puño que sus uñas se enterraban en la palma de su mano, mientras crispado por
la ira, apretaba la pistola y ni el frío del metal podía hacer frente al ardor
que recorría sus venas. Nadie perdonaría tal insulto.
Aquellas
palabras habían hecho semejante mella en él que consiguió levantarse, y con un
titánico esfuerzo, alzar el arma, apuntando a Gabrielle. El blanco se fijó en
la vampiresa, que dejó de sonreír inmediatamente, como si acabasen de darle una
bofetada.
-No
voy a tirar la toalla –replicó Evan, con voz firme-. Al menos, mientras me
queden fuerzas para ponerme en pie de nuevo.
-Como
quieras –refunfuñó Gabrielle. No parecía especialmente contenta por ello-. Este
entrenamiento me es aburrido ya. No tardes demasiado en rendirte
definitivamente, ¿sí? –pidió, y acto seguido, planeó hacia Evan extendiendo las
manos hacia él, sin duda alguna para agarrarle del cuello. No gracias,
pensaba el chico, ya había tenido suficiente con que lo hubiesen intentado una
vez.
La
ira no le serviría de nada contra Gabrielle, era consciente. Se tomó un
instante para recuperar la compostura, y después apretó el gatillo.
BANG.
La vampiresa parpadeó suavemente mientras miraba a Evan
con sorpresa. Sus ojos se abrieron una y otra vez, probablemente era incapaz de
asimilar el hecho de que una bala se había ensartado en su frente hace unos
escasos segundos.
Evan también estaba totalmente sorprendido de lo que
acababa de hacer, y no podía apartar la vista del agujero que Gabrielle tenía
en el entrecejo. El impacto del disparo hizo que ella cayese súbitamente,
golpeándose con la cara en el pavimento.
El chico se pellizcó la mejilla. Era real. Lo había
conseguido. La vampiresa tendida en el suelo, sin moverse un ápice de su
posición, era clara prueba de ello. Pero entonces se preocupó por ella. Llevaba
unos largos segundos totalmente quieta. ¿No estaría quizás...?
-¡¡DUEEEEELEEEEEEEEEEEEE!! –vociferó Gabrielle, levantando
la cabeza del suelo y cubriéndose la frente con las manos. Sus ojos rojizos
lagrimeaban, brillando como perlas-. Q... ¡Qué soez! ¿No podías apuntar a otra
parte? Tonto... Descuidado... –la vampiresa maldecía en voz baja. Totalmente
avergonzada, miraba hacia abajo, mientras respiraba profundamente en varias
ocasiones, como conteniendo el dolor.
Evan quiso presentar sus disculpas, pero ¿serviría de
algo? Gabrielle estaba tan enfrascada en maldecirle que probablemente no le
escucharía, o, en el peor de los casos, no le daría su perdón.
La vampiresa se sentó en el suelo, apartando las manos de
su frente. Como si su propio cuerpo la rechazase, la bala salió expulsada del
entrecejo.
-Esto... ¿Estás bien? –preguntó Evan, preocupado de verdad
por el estado de ella.
-¡¿Bromeas?! –repuso Gabrielle hecha un basilisco. Le miró
enojada-. En alguien de mi especie, las heridas de bala no surten el mismo
efecto que en otros entes. Se curará deprisa, pero el dolor es potente. Apunta
esto, ¡para matar a un verdadero vampiro, hace falta una ESTACA! –la chica lo
explicó con el mismo tono grosero. El redondo orificio de su frente comenzó a
cicatrizar rápidamente, cerrándose y dejando tan sólo una minúscula marca casi
imposible de ver-. Creo que mejor voy a cambiarme. Mi frente, mi preciosa
frente... -se acercó a la escalinata y, tras subir varios peldaños, bajó la
cabeza, lamentándose de nuevo-. ¡Eres un bruto, Evan Hedwings! ¡Un bruto y un
imbécil!
La furiosa vampiresa subió las escaleras pisoteando con
fuerza y murmurando por lo bajo. Hubo un rato de silencio por parte de todos
los presentes en el vestíbulo. Evan tomó aire y contempló absorto su arma.
Todavía le costaba creer todo lo que acababa de suceder. Aquella misma mañana
había recibido una pistola, había descubierto parte de sus poderes ocultos, se
había enfrentado a una vampiresa de pura cepa... Y para colmo, había salido
victorioso.
Un abrazo aprisionador lo arrancó de sus pensamientos.
-¡Evan! –Velvet, cómo no. Extrajo de uno de los bolsillos
de su pijama un pañuelo de seda color canela y limpió la cara sucia de polvo y
sangre de su sobrino. No era que al chico le molestase aquella actitud tan
paternal, pero no dejarle a él mismo hacerlo le parecía excesivo-. No pensé
jamás que tendrías mano izquierda con una pistola, ¡pero también he de
reconocer que me has asustado! Ahora curaremos tus heridas, así que no te
preocupes, ¿está bien? También le diré a Lena y Flourite que te preparen un
desayuno digno de un campeón.
El hombre desvió su mirada hacia el destrozo de Gabrielle
en la pared.
-Cielos... Menudo boquete –musitó-. Mira que le tengo
dicho que esta casa perteneció a mis abuelos y que es muy antigua, pero siempre
hace caso omiso de todo, ¿sabes? Esta Gabi... Por muy delicada que parezca nada
le gusta más que poder participar en una buena pelea –Velvet sonrió y revolvió
el cabello de su sobrino.
-Y ganar –añadió Clave con un hilo de voz, aproximándose a
ellos-. Disfruta de las batallas en las que sus víctimas muestran resistencia
contra ella, pero una vez es superada, se enfada, como ahora.
Evan suspiró. Qué complicada era aquella chica... Era
difícil tratarla, y muy fácil meter la pata. Además, sus prontos eran los de
una niña pequeña, malcriada y chillona. El coger semejante rabieta por perder
un duelo era una reacción propia de una cría que no roza, ni de lejos, la
pubertad.
-Tst –Evil chasqueó la lengua. Detuvo el cronómetro y se
levantó, bajando las escaleras y agarrando a Clave del brazo-. ¡Vamos, Clave!
Vámonos desayunar.
-¡Cierto! –Velvet miró a Evan sonriente-. Desayunemos ya.
Debes de estar hambriento, ¿verdad? –el chico asintió. Con la pelea, ni
siquiera había pensado en que su estómago reclamaba algo de comer con
voracidad-. Así podemos hablar de algunas cosas que debería aclararte, mientras
nos ponemos las botas.
***
-¡Ay! –se lamentó Evan.
-Lo siento, ¿te he hecho daño? –Flourite untó un poco de
agua oxigenada en un trocito de algodón y lo presionó sobre las heridas de los
brazos del chico-. Sé que te escocerá... Pero después curará enseguida. No son
heridas profundas, después de todo –los dos estaban sentados en el sofá del
salón. Evan se había tenido que quitar la camiseta, hecha jirones, para curar
los arañazos de los murciélagos. La muchacha deshizo el vendaje del brazo
derecho de Evan, pues las vendas estaban rotas y sucias-. Es un mordisco muy
feo... Pero tiene mejor aspecto, ¿no crees?
-Sí, supongo... –él contemplo su propio cuerpo malherido y
suspiró. No llevaba ni un día y medio viviendo en la mansión, y sin embargo
estaba coleccionando más heridas en ese lapso de tiempo que en sus diecisiete
años de edad.
Lena se acercó con una enorme bandeja en las manos. Se la
colocó a Evan en las rodillas y se incorporó, con una sonrisa triunfal. El
muchacho abrió la boca impresionado; no sabía a cuál de los platos mirar
primero. ¡Todo tenía una pinta fabulosa!
-¡Enhorabuena, Evan! Para ser un novato, disparar a Gabi
tiene mucho mérito, créeme. ¡Es la más rápida de nosotros! –felicitó la
licántropo-. Oh, y no hagas caso de sus rabietas. Cuando se enfada, es mucho
mejor dejarla sola, se le pasa enseguida. Pero es que a cabezota no hay quien
la gane... ¡En fin! Espero que te guste el desayuno. Eso es un zumo de naranja
recién exprimido, la tarta es de queso y frutas silvestres y esto de aquí son
tortitas con dulce de leche. ¡Que aproveche!
Y acto seguido regresó a la cocina.
-La tarta está deliciosa, te lo garantizo –comentó
Flourite, mientras volvía a vendar el mordisco del brazo a Evan-. ¡Es uno de
los mejores postres de Lena! Y con respecto a esto... –alcanzó la camiseta del
chico con la mano-. Haré lo que pueda con ella, quizás pueda coserla.
-De acuerdo. Gracias, Flourite –respondió Evan, contento,
y partió un trozo de tarta llevándosela a la boca. ¡Estaba deliciosa! El chico
no era muy partidario de los pasteles, pero ciertamente había pocas cosas que
hubiese probado y que supieran mejor que aquello. Velvet se sentó junto a
Flourite en el sofá, vestido con uno de sus característicos trajes, una
chistera negra y una taza de café caliente en la mano.
-¿Qué tal las heridas, Evan?
-Bueno, ahora me duelen mucho menos –respondió el
muchacho, tomando un sorbo de zumo. Realmente le costaba creer que se hubiera
enzarzado en una lucha aquella misma mañana. Su primer entrenamiento había
consistido en hacerse a su pistola, por lo que era incapaz de imaginarse el
próximo. ¿Cuál sería el objetivo? Velvet lo miró con seriedad.
-En cierto modo, esta mañana he temido bastante por ti
–indicó el hombre. Evan se extrañó.
-¿Por qué lo dices?
-¿Por qué? –repitió incrédulo-. Querido sobrino... ¡Gabi
ha estado a punto de morderte! ¿Sabes el tiempo que lleva sin saborear una sola
gota de sangre? Por un momento, pensé que lo haría.
-Espera, Velvet, no te sigo –interrumpió Evan-. ¿Acaso no
es Gabrielle una vampiresa?
-Claro que lo es, pero, bueno, ya te dije que no todos los
entes tienen malicia. Y Gabi es una de ellos. Como lo eres tú, ella fue una
humana parcial en su tiempo, y fue asesinada brutalmente por un vampiro. Pero a
pesar de su condición como tal, se empeña en aferrarse a su vida humana, a
hacer las cosas que hacía antes. Podríamos decir... Que Gabrielle es una
vampiresa que tiene miedo de sí misma. Tiene miedo de succionar la sangre de
cualquiera, aunque su instinto de ente es, a veces, más vigoroso que ella y no
puede evitarlo... ¿Lo entiendes?
Evan abrió los ojos impresionado, y asintió. No esperaba
oír algo así, y se sentía algo mal por ella. Su tío pareció darse cuenta y
prefirió cambiar de tema drásticamente.
-En fin, a lo nuestro. Por ahora tú eres el primer
investigador de la compañía, ya que yo aparqué mi carrera como tal hace años,
para poder fundar mi propia entidad. De todas formas, no serás el único...
Estoy pensando que tal vez tres investigadores es el número idóneo para las misiones
–aventuró Velvet, dándole vueltas a la taza de café con las manos-. Aunque no
he encontrado a ninguno más, ¡tendrás dos compañeros! Un único investigador
conlleva una tarea complicada y solitaria.
-Hum... Ya veo –Evan sonrió, curioso. ¿Quiénes serían sus
compañeros? Ya estaba deseando conocerlos, aunque ni siquiera había indicios de
que alguien fuese a trabajar para la Black·Moon~Company-. Y por cierto, Velvet,
con respecto a las clases... Me faltan algunos libros y...
-¡Oh! Los encargué la semana pasada, aunque no los tengo
todos. Los de latín y francés llegaban con retraso, pero creo que los habrán
recibido ya en la tienda. ¿Qué te parece si después del entrenamiento de esta
tarde vamos al centro y los recogemos?
-Está bien, pero... ¿En qué consiste el segundo
entrenamiento?
-Oh, enseguida lo sabrás –dijo Velvet haciéndose el
interesante-. Esta vez no tienes que temer. No te pasará nada. Es completamente
distinto de lo de esta mañana –se levantó del sofá estirándose y sonrió-. Me
gustaría explicártelo cuando nos encontremos en el lugar en el que entrenarás,
así que hasta entonces, ¡nada de preguntas! Esta vez entrenaremos fuera de la
mansión –esas fueron sus últimas palabras respecto al tema. Terminó su café y
ayudó a Lena a fregar los platos de la cocina. Evan se encogió de hombros.
¿Otra vez con secretitos...?
Evan masticó con avidez su desayuno y se levantó para
llevar la bandeja a la cocina, haciendo caso omiso de Flourite, quien decía que
ya lo llevaría ella y que no se molestase. En la mesa estaban sentados Evil,
Clave y Klaus, reflejado en la pantalla de la cámara de vídeo.
-¿Qué tal estaba la tarta, Evan? Hace tantos años que no
como –suspiró- que ni siquiera recuerdo su sabor –apoyó su cabeza en las manos.
Evil no quitaba al chico el ojo de encima mientras masticaba sus cereales y los
mezclaba con un buen trago de leche. Aquellos ojos felinos de color amarillo
disgustaban a Evan como ninguna otra cosa.
-Será mejor que suba a ponerme algo –masculló él,
incómodo. Se acercó al sofá para recuperar su pistola, y tras cogerla, abandonó
la sala y se encaminó hacia las escaleras en silencio. En aquel momento tuvo un
encontronazo con Gabrielle en las escaleras. Acababa de ducharse y llevaba la
toalla bien ceñida, ocultando gran parte de su cuerpo empapado. Su cabello lila
se pegaba a su tersa piel. Se ruborizó al ver a Evan y apretó los labios con
fuerza.
El chico ignoró su reacción y continuó subiendo las
escaleras, hasta que de pronto:
-¡EVAN HEDWINGS! –vociferó la vampiresa. El muchacho se
giró asombrado por el grito que acababa de proferir.
-S... ¿Sí?
-E-Esta mañana –balbuceó con torpeza- mi comportamiento ha
sido inaceptable. En vez de aceptar una derrota con deportividad, he actuado
como una energúmena... –Evan parpadeó. ¿Iba en serio? La vampiresa enrojeció de
arriba abajo-. P... Por eso, no esperes que vaya a ponerme así esta tarde,
¿estamos? P-Porque no voy a hacerlo. ¡Y tampoco voy a perder! Evan Hedwings,
¡esta tarde voy a aplastarte!
Ambos se miraron sonriendo.
-Bueno, entonces inténtalo, pero no creo que lo consigas
–contestó él, seguro de sí mismo. ¿Desde cuándo confiaba tanto en sus
posibilidades? Quizás el haberla derrotado una vez había incrementado la fe en
sí mismo. Igualmente, la despidió con una cabezada y subió las escaleras. Cada vez
se encontraba más excitado por la idea de ser investigador. Se imaginaba a él
mismo desempeñando las misiones que Velvet le asignase... Apretó la pistola con
fuerza. Su brazo por fin estaba completo.
-Facing a Vampire [Hall Version]-
-Continuará.
Este capítulo es jodidamente largo, Liz... *-*
ResponderEliminarVarias cositas:
-Gabrielle. Qué pedazo de tía. Qué temperamento que tiene... Me mata xD
-Velvet. Siento un amor imparable hacia ese hombre xDDDD ¡Me parto con él! Y es un tío entrañable ^_^
-Flourite. Omochikaeri~ <3 Es demasiado mona e////e
PD. Evil... Evil es malísimo D8<
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarA ver, reescribo xD
ResponderEliminarEVIL > GABRIELLE > ALL.
Evil es el jefe y Gabi la jefa, los mejores xD ¡Cómo me torean al pobre Evan! Evan es el tercero mejor (?). Me ha encantado este capítulo... LOS MURCIÉLAGOS FTW *-*
Yo ayer escribí un comentario que hoy no encuentro : ___'
ResponderEliminarBueno, pues reescribo yo también xD
Dije que los momentos que más me gustaron han sido los del ojo (mucho, mucho) y la pelea, cómo no!
Me encanta Gabrielle, mogollón. Me ha enamorado su chulería *__* Y la mezcla de chica mala con chica tierna xD
Y sobre Lena, todavía no me acostumbro a que tenga ese carácter, pensaba que sería borde y seria, me equivoqué >:D