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lunes, 12 de marzo de 2012

. Lunario VIII . -SUCH A STUPID CASUALITY-


Cuando me la presentaron, creía que se trataba un ángel que había descendido del edén.
Seguramente, ella debió encontrarme bastante tonto. En el momento en el que estreché su mano, deseé haberme quedado adherido a ella por toda la eternidad. Estaba totalmente ofuscado por sus ojos de aceituna, por sus labios sonrosados que se apretaban con encantadora timidez.
Todo su despampanante conjunto me hacía sentir afortunado por pertenecer a la familia Reinhold, por haber aceptado ir a aquella cena para ricachones insulsos, de encontrarme en aquel lugar en aquel preciso instante, frente a la sublime hija única de los Mansfield.

-Ella es nuestra querida Antoinette Marie Mansfield –había dicho la señora Mansfield.
-¿Antoinette? –reí torpemente-. Es curioso, mi nombre es Anthony. Anthony Lamarck Reinhold.
Antoinette me miró estupefacta. Pero incluso con aquella expresión, su belleza eclipsaba al resto de las damas allí presentes.
-D… ¿De veras es tu nombre? Entonces…
-Sí… Entonces es una casualidad realmente estúpida –no se me ocurrió nada más que aquella frase tan necia, pero mereció la pena. Antoinette estrechó los ojos y carcajeó con una inusitada naturalidad que yo sería incapaz de olvidar jamás.

***

Si no se hubiese tratado de Evil Vreeland, Evan se habría atrevido a convenir que él y su acompañante constituían un equipo formidable. Subido en el muchacho, Evil había escalado habilidosamente la puerta del cementerio de Highbury Grove, como si de un mono se tratase, y había irrumpido en él. Después había abierto sin ningún esfuerzo el candado que colgaba de ésta, valiéndose de su navaja.
-Bien, esto ya está. –con un leve empujón, la pesada puerta se hizo a un lado y Evan pasó adentro con rapidez-. ¿Qué has venido a buscar, concretamente? No creo que pasear por las noches por un cementerio sea un fetiche tuyo o algo parecido.
Evan ignoró el comentario y contestó después de echar un rápido vistazo al lugar.
-Estoy buscando las tumbas de Anthony y Antoinette –dijo paulatinamente mientras cerraba la puerta con suavidad. Después de todo, no tenía más remedio que compartir su propósito con Evil. Los ojos del ente se estrecharon-. El día del entrenamiento en Highbury Grove, Velvet llevaba dos rosas con él, ¿recuerdas? Nos dejó junto a la iglesia y se marchó por un camino arbolado y lleno de lápidas.
Evil lo miró con una mezcla de incredulidad y poca convicción. Se llevó la mano a la barbilla, pensativo.
-Desde que Klaus nos contó la historia no has dejado de pensar en ello, ¿verdad? Estás verdaderamente obsesionado con esos dos –el ente lanzó un suspiro y se arrascó la cabeza. Evan lo sabía, pero no podía evitarlo. La historia de la desafortunada pareja había abierto una herida en su corazón, había suscitado un palpitante dolor en su pecho. Los rostros sonrientes de los enamorados posando delante del London Eye se repetían en su mente con perseverancia. Evil rompió entonces el tenso silencio produciendo un suave taconeo con sus botas-. Bueno, pues vamos a la iglesia. Al menos nos daremos un paseo.

A la luz nocturna, las lápidas, las esculturas y los monumentos resultaban bastante perturbadores. Las farolas iluminaban vagamente los caminos de aquel inmenso laberinto mortuorio.
Una noche más de paz y descanso para los enterrados era un período de desconfianza e irresolución para los paseantes. Evil lideraba el paso, navaja en mano, y Evan lo seguía, procurando ir a la misma marcha. El ente parecía haberse tomado bastante en serio el trabajo de guardaespaldas. Incluso el muchacho estaba sorprendido por aquella actitud tan recta que había adoptado. Avanzando sin separarse el uno del otro, ambos caminaban en el más absoluto silencio. Al chico le habría encantado poder mantener una conversación, solo que aquel con quien debía interactuar no era alguien especialmente fascinante a sus ojos.
En el fondo no se soportaban mutuamente. ¿Por qué deberían hablarse, entonces?
A pesar de que la situación entre ambos era incómoda y constantemente intranquila, Evan no podía evitar sentir un profundo sentimiento de seguridad cuando Evil caminaba delante de él. Parecía como si el ente sintiese un atisbo de preocupación por él, como si incluso apreciase un poco la vida de Evan Hedwings y aunque, probablemente no fuese ésa su intención, hiciese las veces de escudo protector del muchacho.
Ni siquiera el fuerte odio que sentía por él podía arrebatarle la sensación de que estaba protegido y en buenas manos.

Nada se oía en el cementerio. Ni el canto de los pájaros, ni las pisadas de la gente… Nada más que el suave rumor del viento, acariciando los bosques de Highbury Grove. Probablemente, estarían solos. Aquella noche cubierta por un manto de estrellas, con las ramas de sus árboles estirándose queriendo alcanzar la luna, era realmente una vista maravillosa. No obstante, el muchacho veía en todo aquello cierta inestabilidad. Un lugar tan templado no podía traer nada especialmente bueno.
Quizá estaba exagerando un poco, pero la sensación que le transmitía a Evan no era, desde luego, agradable.
Los pasos de Evil ralentizaron considerablemente y Evan, que iba distraído, estuvo a punto de chocarse con él. Al estar de espaldas al muchacho, Evil era incapaz de adivinar lo que hacía o la distancia a la que caminaba tras él. Aquel alto tan repentino produjo cierta sorpresa al chico.

-¿Has oído eso? –preguntó, con voz áspera, el ente.
-¿Cómo?
-¿No has oído nada?

Evan sacudió la cabeza. ¿Qué se suponía que tenía que haber escuchado? Evil se sacudió, como si algo lo desagradase. Estaba ciertamente tenso, como si su cuerpo formase un nudo de desazón. Además, aunque apenas se notase, estaba temblando. Podía ser que los sentidos de los entes fuesen más agudos. Quizá había captado algo a lo lejos… Igualmente, Evil no dijo nada más. Respiró hondo y soltó el aire con fuerza. Después se dispuso a girarse y escrutar el rostro del chico, apretando los labios, como si tratase de reprimir algo. Alargó la mano y tomó la de él con cierto ímpetu, sin poner especial cuidado en no hacerle daño, y tiró de él hacia adelante.
-Vamos.
Al chico le habría satisfecho haber podido entender aquel arrebato de Evil, pero simplemente era incapaz de comprender las reacciones de su compañero. Se sentía arrastrado, y desearía poder caminar a sus anchas, siguiéndole el paso, pero Evil no tenía ninguna intención de soltarle. En su lugar, apretaba cada vez más. Podrían arrancarle de cuajo el brazo y que la mano siguiese oprimiendo la de Evan. La mano del ente estaba fría, e incluso se atrevería a decir que algo sudorosa. Había algo que le turbaba. Sin embargo, no parecía muy dispuesto a compartirlo.
En su lugar, sumido en el silencio, se limitaba a tirar de Evan, de alejarlo de algo con lo que deseaba no encontrarse.
El camino continuó así. Los jóvenes siguieron andando hasta que la pequeña iglesia se divisó a lo lejos. Ahora, con las luces apagadas y cerrada a cal y canto parecía un edificio abandonado durante muchos años. Su antigüedad se veía reforzada por las sombras de la noche entrante. Evil suspiró y se giró unos segundos hacia el muchacho.
En ningún momento, bajo ningún concepto, soltó su mano.
-Bien, ahora tenemos que estar atentos a las lápidas. ¿De acuerdo? Que no se nos escape ni una o podemos pasarnos aquí toda la noche.
-Perfecto –replicó Evan, asintiendo.
El ente cerró los ojos y se quedó quieto durante un rato que para Evan se hizo eterno. Entonces ambos anduvieron en dirección a los matorrales salpicados de lápidas que se advertían entre hojas y hierba frondosa. Con los ojos bien abiertos y toda su concentración en los nombres grabados en piedra, Evan deseó encontrar lo antes posible a Tony y Netty.
No era demasiado agradable escrutar de esa forma las lápidas en las que descansaban las almas de los fallecidos. Niños, adultos, ancianos, incluso bebés de escasos meses. Los nombres y las fechas sacudían la mente de Evan como un vendaval de desolación y pérdida.

-Evan… ¿Cómo murió él?
Evil ni siquiera le miró mientras hablaba, y la pregunta le pilló por sorpresa. El chico había estado tan centrado en hallar las lápidas de los susodichos que no esperaba aquello. Evil no se giró en ningún momento hacia él, pero Evan se habría atrevido a afirmar que su rostro se retorcía de recelo.
-¿De quién hablas?
-Está claro… D… De tu padre.

Oh, cierto. Hace unos días Evil la había pifiado con lo mismo, en una de sus muchas discusiones. ¿Por qué preguntaba por Jonathan en aquel momento? Evan frunció el ceño ligeramente. Pensar en Jonathan le produjo un agudo pellizco en el corazón. No sabía si contestarle o no, después de lo sucedido. Su historial con Evil era más irritante y desagradable que ninguna otra cosa en el mundo, y no estaba seguro de si el ente merecía recibir una respuesta. Todavía seguía bastante molesto por aquella discusión que tuvieron, pero después de cómo estaban sobrellevando aquella búsqueda juntos, decidió no estropearlo todo.
-Un accidente de coche –respondió secamente.
Evil asintió varias veces sin detener su paso. Incluso parecía que su mano se hubiese vuelto más tirante.
-Lástima –suspiró finalmente.
Evan puso los ojos en blanco. A qué habría venido eso. Cada vez que sus labios pronunciaban el nombre de Jonathan se veía asaltado por desagradables visiones. Por horripilantes pesadillas que le habían acompañado como fieles amantes durante muchos años. El rostro pálido de su padre extendido sobre el negro asfalto, a unos metros de él y de Lilith, cuyos brazos lo habían protegido de un fuerte impacto. La muerte de Jonathan Otterbourne había sido instantánea; no hubo forma de salvarlo.
Pero a pesar de que sucedió hace tiempo, a veces Evan recordaba el espectro de su amable mirada. Pero a pesar de que sucedió hace tiempo, Evan todavía tenía miedo de pensar en él.

-Y… ¿Nunca has creído que él se hubiese podido convertir en…? –Evil se aclaró la voz antes de continuar-. ¿En… un ente?
-¿Un ente?

Evan sonrió con amargura. Nunca había pensado tal cosa… Quizá porque tenía una imagen muy sólida del hombre. Jonathan Otterbourne, el marido de Lilith, su padre… Estaba casi totalmente seguro de que algo así no podría suceder. Pero… Aún así… Si él se hubiese transformado en una criatura después de su muerte, si tan solo pudiese volver a alargar los brazos para tomar en ellos a su único hijo… Si tan solo… Fuese posible volver a verle… Pero Evan sacudió la cabeza bruscamente.
-No, nunca lo he pensado –susurró-, porque sé que eso no es posible. Jonathan jamás se habría convertido en un ente.
Por alguna razón el muchacho sentía menos dolor al llamarle Jonathan en lugar de papá. Sentía como si el malestar se alejase, se hiciese menos dañino.
-¿Qué te inclina a creer eso? –replicó Evil, no muy convencido.
-Jonathan no era el tipo de persona que se fuese a aferrar a la vida con uñas y dientes. Siempre exprimía el último instante día al máximo. Vivía como si mañana fuese a terminar todo para él. Alguien que aprecia todos y cada uno de los segundos en los que respira y los disfruta como pequeños tesoros, minúsculos placeres. Yo creo que esa clase de personas jamás volverían a la vida como entes.
-Ah…
Entonces Evil se giró.
Abrió la boca varias veces, como buscando contestar algo, pero no pareció encontrar las palabras adecuadas para ello. Frunció el ceño y su mirada se clavó en su propia mano, que seguía firmemente sujeta a la de Evan. El chico no entendía la razón de sus preguntas. Ladeó la cabeza, mirando a su acompañante, y se armó de osadía para formularle una cuestión en devolución por las suyas.
-¿Cómo moriste tú, Evil?
Desde que la voz del chico se extinguió, la mirada de Evil se alzó y se fijó en él con insistencia. Sus ojos amarillos parecían ahora los de un gato negro, hermosos y de parecer sosegado, pero a su vez acechantes en la oscuridad. Su rostro era una máscara desgajada que dejaba entrever el dolor de recordar su muerte.
Evan pensó nuevamente en aquella pregunta que no podía ser ignorada.

-Claro… He de pagar con la misma moneda.
Evil sonrió de oreja a oreja enseñando la dentadura, para sorpresa del muchacho. Sus dientes eran relucientes incluso en el infinito cielo negro. Su rostro parecía tan vivo como el de cualquier otro mortal. Como si hubiese recobrado su humanidad, incluso daba la impresión de que sus mejillas volvían a recuperar su color.
-Yo no morí, Evan –repuso con voz ecuánime-, a mí me mataron.
El sentimiento de culpa se reflejó inmediatamente en el semblante de Evan, a la vez que el de Evil volvía a ensombrecerse y a regresar a sus orígenes de criatura difunta.
-Independientemente de que mi muerte fuese cruel y fría o no, no puedo negar que me la había buscado. ¿Sabes? Yo era un pequeño vándalo –el ente exhaló aire y continuó-. Había sido así desde pequeño. Desde la guardería, si no me equivoco. Tiraba a las niñas del pelo y pateaba a los débiles en el recreo. Insultaba a mis compañeros y me burlaba de ellos hasta que les hacía llorar a moco tendido. Siempre estaba tratando inadecuadamente a los demás y destruyendo su felicidad con mis pequeñas manos. Los estudios no me motivaban apenas, tampoco la idea de buscar un trabajo, ni siquiera fomentar mis relaciones más allá del mero compañerismo. No tenía sueños, no tenía ideales, una razón de peso por la que seguir viviendo… Salvo devastar al prójimo –sostuvo la mirada a Evan mientras hablaba sin pausa-. Es horrible, ¿no crees? Que una persona desease eso. Y sin embargo, qué realizado me sentía cada vez que golpeaba el rostro de alguien.
>> Todos pensaban que era un desalmado. Deja de hacer eso… ¿No ves que es inhumano? Mis padres no querían saber nada de mí. Menos querían los de las víctimas de mis agresiones o mis amenazas. Owen Vreeland es el mal, decían y me apuntaban con el dedo, acusándome. Pero nunca me importó en exceso, no mientras pudiese seguir haciendo lo mismo. Tenía a algunos muchachos iguales que yo. Formábamos un pequeño grupo, no de amigos, sino de desconocidos con una misma causa, y nos reuníamos a la salida del instituto para llevar a cabo nuestros actos. Éramos un puñado de salvajes y violentos, en una sociedad llena de inútiles a los que demoler. Pero no siempre sale todo como queremos… A veces, incluso en algo que nos gusta y disfrutamos, tendemos a meter la pata. Y eso nos ocurrió. Nos metimos con la persona equivocada.
>> Suele suceder que piensas que eres lo mejor en algo, pero no es como a ti te parece. Siempre habrá alguien por encima de ti. En un escalafón de ominosos humanos, nosotros rozábamos el último puesto. Y el hombre del que nos burlamos acariciaba el podio con las yemas de los dedos. No sabíamos que era un delincuente. Nos golpeó contra el suelo, nos pisoteó y golpeó los rostros hasta que quedaron irreconocibles. Nos arrastró del pelo, retorció los brazos hasta rompérnoslos, como si se tratase de los de un muñeco. Escupió en nuestros cuerpos entumecidos y nos obligó a disculparnos mientras nos sujetaba por el cuello. Pero yo nunca le pedí perdón. Nunca, nunca, nunca le di tal satisfacción. Incluso cuando sabía que corría peligro, que me estaba precipitando a la inmensidad de un oscuro pozo del que no volvería a salir jamás, mis labios se sellaron para él. Vi cómo en su rostro penetraba una punzada de furia mientras sacaba una navaja de su bolsillo. Vi cómo mis compañeros cerraban los ojos y rezaban sus mejores oraciones.

Pero no por mí, sino por ellos.

>> Lo último que recuerdo de antes de morir es la pestilente cara del criminal, sonriendo y enseñándome sus dientes picados por la droga. Recuerdo cómo levantó el filo de la navaja hasta colocarlo sobre mi ojo izquierdo y cómo lo desgarró con un rápido movimiento. Cómo hizo lo propio con el derecho, sin vacilar. Y cómo me soltaba y me dejaba caer en el suelo, mientras me retorcía aullaba escandalizado, invidente, empujado a la hondonada de una oscura muerte. Y en esos últimos segundos de vida entendí que había malgastado mi vida inútilmente.

Evan se quedó inmóvil, incapaz de mirar sin una mezcla de horror y abatimiento a Evil a los ojos, ahora vacíos. Lo observaba como si tratase de leer un texto sin sentido, incapaz de comprender.
Una pequeña parte del chico comprendió que estaba conmocionado. Otra parte de él deseó no haber escuchado ninguna palabra proferida por aquellos labios pálidos. Y una última parte supo que su anterior interrogación fue un error fatal.
-Probablemente me odies aún más ahora –respondió Evil, encogiéndose de hombros-. Pero él nunca lo hizo. Él me recogió cuando estaba desquiciado por lo que había sucedido, cuando me palpaba el rostro, alterado, levantando la sangre seca de mi piel. Me escuchó y trató de comprenderme, a pesar de que aceptar algo como lo que hice es imposible. Y me trató como a un humano, no como a un cadáver impregnado de sangre. Nunca me despechó, ni me negó cobijo y protección. Me devolvió las ganas de vivir con solo una sonrisa empática.
Se refería a Velvet, él lo sabía perfectamente. Entonces se dio cuenta de que nunca consideró a su tío como lo que era. No le había conocido apenas hasta el mes anterior, y advertía que no se había imaginado jamás que detrás de aquel hombre misterioso, de sonrisa enigmática, se hubiese escondido la mejor persona que había conocido.
-Ya lo has visto. Un vampiro, un licántropo, zombies, un esqueleto… Velvet nos cuidó a todos con una paciencia inagotable. No le he oído quejarse ni una vez. Nos ofreció toda la ayuda posible, todo lo que tenía. Nos sirvió comida de su mesa, nos arropó con sus sábanas, y a cambio nos pedía el mínimo trueque de ayudarle con la casa, de acompañarle a hacer la compra o de echar unas cartas al buzón. A veces tengo la impresión de que tu tío no merece esto –Evil apretó el puño, mientras apretaba los dientes-. Él debería ser feliz, casarse, tener hijos, vivir junto a ellos. Alguien con un corazón tan puro en el que no alberga ni pizca de maldad, un hombre tan honesto y tan bondadoso no debería cuidar de los entes desamparados. No debería soportar la carga de mantenernos, de darnos una educación y de cuidarnos por iniciativa propia. Por eso no cometeré el mismo error dos veces. Seré alguien de quien Velvet Hedwings esté siempre orgulloso mientras viva.

Evan se limitó a asentir. Evil, definitivamente, había sido una mala persona. Un bruto insensible. Y en parte seguía siéndolo. Pero murió bárbaramente asesinado y volvió a la vida como ente, y después de eso se propuso ser diferente. Diferente para la persona que le había dado amor y cuidado y le había dado un motivo por el que seguir con vida. Pese a que el corazón de Owen Vreeland había dejado de latir, probablemente sentiría como si volviese a palpitar al saber que siempre le quedaría un hogar al que poder regresar, junto al hombre al que le debía todo.
Antes de que se volviese a producir un incómodo silencio, Evan se decidió a hablar.
-Si no nos llevásemos tan mal, ahora mismo te daría un abrazo –esbozó una sonrisa sincera, a pesar de la situación. Evil compuso por un momento un gesto de dolor, casi imperceptible, pero después asintió con la cabeza y rió pausadamente.
-Bueno, siempre hay una ocasión para hacer las paces.
Y aquella sonrisa que Evil compuso antes de tenderle la mano, mezclado con el destello amable de su mirada, mostró que bajo su piel, bajo sus músculos y sus huesos, en el interior de aquel desgajado cuerpo seguía escondiéndose un verdadero humano.
El abrazo que se dieron a continuación estaba engrosado por más afecto del que ambos esperaban. Estuvieron un largo rato adheridos el uno al otro, sin articular palabra. Evan notó cómo Evil acariciaba su espalda con la palma de una mano. Evil sintió cómo Evan enredaba suavemente los dedos en su cabello azabache.
Los jóvenes se miraron al separarse, algo avergonzados al principio.
-Bien… Ahora reanudaremos la búsqueda, ¿de acuerdo? –dijo Evil, algo desconfiado-. Después tendremos tiempo de sentarnos, charlar y ser amiguitos.
-Perfecto. Total, tenemos toda la vida por delante –replicó Evan, sonriente.

***

-Nunca me dejes, Anthony. –me había dicho Netty, tumbada en mis rodillas.
Mi primer verano junto a ella era realmente caluroso, y ni siquiera la sombra de los árboles nos mantenía a salvo del intenso ardor del sol.
Las familias paseaban unidas por Hyde Park, hablando alegremente, riendo mientras caminaban por sus extensos campos. Los grupos de amigos jugaban a salpicarse con el agua del lago Serpentine. Las parejas se sentaban en los bancos, acarameladas, o se refugiaban bajo los árboles, justo como hacíamos nosotros.
Entonces la miré a los ojos, y pensé por un momento que podría perderme para siempre en su verde exorbitante.
-¿Pero qué estás diciendo? Sabes que eso no ocurrirá nunca.
Ella apartó la mirada y me tomó las manos. Al sentir el contacto, el roce de nuestras pieles, aún me seguía estremeciendo.
-No quiero una vida lejos de ti… Quiero estar siempre a tu lado.
Netty no solía decirme esas cosas. En su lugar, tendía a sonreírme y abrazarme, a revolverme el pelo y obligarme a perseguirla, hasta alcanzarla y levantarla en mis brazos. Pero yo sabía que a pesar de parecer tan feliz todo el tiempo, ella tenía miedo. Miedo de que el momento en el que su corazón dijese “Basta” estuviera cerca. Por eso yo me propuse mimarla, cuidarla por el resto de mi vida. Hacerle olvidar lo que la atormentaba. Envolverla en un halo de bienestar y prosperidad eternos.
-Sabes que nunca me separaré de ti. Lo sabes, ¿verdad? Entonces no digas tonterías. Yo soy incapaz de imaginar una vida junto a alguien que no seas tú, Antoinette.
Y sin darle tiempo a responder siquiera, agaché la cabeza y la besé en la comisura de los labios. Podría fundirme con solo tocarla, son sentirla conmigo. Y no me importaría nada si muriese después.


***

-“Anthony Lamarck Reinhold y Antoinette Marie Mansfield. En paz descansen”. Evan, ¡Evan! Es aquí.
Evil estaba agachado en frente de dos ostentosas lápidas de mármol, junto a las que descansaban unas rosas rojas, algo marchitas. Marchitas al igual que un amor que envejece con el paso del tiempo. Aquella pareja de nombres tan buscada por Evan estaba entallada en ellas. El muchacho se aproximó despacio, contemplándolas silenciosamente, como si éstas le hubiesen arrebatado el habla con semejante belleza. La piedra, bañada en la luz de la luna, era tan luminosa como la vida, efímera, que se desvanecerá con los primeros rayos del sol.
-Parece que sí que tenías ganas de ver esto.
Ni la voz de Evil pudo arrancar a Evan de su ensimismamiento, pues asintió levemente, sin hablar. No sabía cómo describir los sentimientos que afloraban en su interior ante aquellas lápidas. Admiración… Lástima también… ¿Y un poco de incomodidad, tal vez? Una punzada de malestar…
-Evan.

Un pequeño tirón de manga.
Dos.
El chico giró la cabeza, para encontrarse con la mirada de Evil, encendida, clavada en él. Aun así, podía percibir un atisbo de confusión en sus ojos amarillos, que se desplazaron lentamente hacia su derecha. Evan arqueó las cejas, sorprendido por la repentina reacción de éste, y a continuación observó en la misma dirección. Fue entonces cuando comprendió a qué se debía… Y cayó presa de la impresión, la incertidumbre y el miedo.

Steven Lancaster no mentía.
Ante ellos se encontraba una figura demasiado familiar a sus ojos como para no reconocerla. Su cabello negro como ondas de oscuridad danzando con el viento suave, sus ojos aceituna tiñéndose del rojo de un grotesco llanto ensangrentado. Su desgajado vestido blanco con pinceladas de carmín, arrastrándose como una víbora, serpenteando silenciosamente en la hierba. Sus manos endebles sujetando un ramo de flores agostadas. Sus temblorosos labios, intentando reprimir un llanto. Delante de ellos tenían a la mismísima llorona.

-Siempre estaremos juntos, Antoinette. Este anillo es la digna prueba de ello. –le dije mientras le colocaba la alianza en el dedo… Pero ojalá hubiese podido mantener mi promesa.

La desmejorada Antoinette Mansfield se detuvo a unos escasos metros de ambos, enjuagándose las lágrimas en el guante que estaba tan sucio de sangre que era complicado adivinar su color original. Evil frunció el ceño levemente, y se palpó el bolsillo, extrayendo de él una pequeña bolsita de terciopelo.
-Esto no me gusta nada –musitó, chasqueando la lengua.
Entonces la mujer apretó los dientes, y después se dispuso a hablar, con una voz quebrada.

-¿An… thony?... ¿Por qué no estás a mi lado…?
Su corazón dejó de latir poco después que el de su prometido. El futuro que soñaban era reluciente, perfecto… Y sin embargo no pudo ser cumplido. ¿Por qué una pareja dichosa, feliz tan solo con estar al lado del ser amado, tenía que ser privada de tal inocente deseo? En un mundo en el que un solo hombre era su batería de vida, Antoinette dio todo y más por permanecer junto a él. Pero incluso de esa manera perdió lo que más le importaba. El destino había sido cruel e insensible, y cortó los hilos de su esperanza, de aquello en lo que creía. Ya… Ya no le quedaba nada.
Antoinette aflojó la mano y el ramo cayó al suelo rodeado por un pequeño bucle de los pétalos marchitos que se desprendían de él. Las lágrimas continuaban aflorando, demacrando el rostro que una vez fue dotado de una despamparante belleza.
-Alejaos… De mi Anthony… F… Fuera de aquí… -susurró, con un timbre de voz casi imperceptible a causa de los continuos sollozos.
Evil dio un paso hacia adelante y se colocó delante de Evan, abriendo entonces la bolsita y desenfundando una navaja larga y afilada, de mango de marfil. Después ladeó la cabeza hacia el chico.
-Detrás de mí, Evan. Hay que encargarse de esto.
-Espera un momento. ¿Qué haces? ¿De verdad vas a matarla?

-¿Vas? Vamos. Antes de que nos mate ella a nosotros.

-Such a stupid casuality-

-Continuará.

jueves, 10 de noviembre de 2011

. Lunario VII . -VEUVE NOIRE PORTE LE BLANC-

Catorce de septiembre.
La lluvia golpeaba gradualmente las ventanas del aula, cerradas a cal y canto. El temporal había empeorado notablemente desde el miércoles… Aunque al ser viernes y avecinar el fin de semana, el tiempo no era sino un mero detalle sin importancia.
Al llover con semejante intensidad, a los alumnos de Holloway College se les permitía permanecer en el aula durante la hora del recreo. Acababa de terminar la hora de Lengua Inglesa, por lo que Evan se estiró, bostezando, y apoyó su cabeza en la mesa. Estaba agotado. Los últimos días no había podido dormir peor. Sus ojeras profundas lo delataban. Había sido incapaz de adoptar su habitual serenidad, su antifaz de tranquilidad que siempre enmascaraba sus pensamientos…
Llevaba dos días nervioso; agitado. ¿Cómo explicarlo? Él, un muchacho que siempre trataba de mantenerse firme y sin mostrar emociones a no ser que fuese necesario, estaba especialmente inquieto. ¿Por qué no podía dejar de pensarlo por un momento?... Antoinette y Anthony navegaban constantemente por su subconsciente. Como si se hubiesen adherido a él, no podía quitárselos de encima. La historia que Klaus contó la pasada noche no solo le había trastornado el sueño, sino que además lo acompañaba allí a donde fuera, haciéndole recordarla en cualquier instante.

-¡Eh, gente! Veo que estamos todos bastante aburridos. ¡Acercaos aquí, al medio del aula! ¡Agrupad aquí vuestras sillas! Tengo una historia interesante que contaros.
Era la voz de un alumno. Evan ladeó la cabeza, desganado. ¿Otra crónica? No, gracias. No tenía ganas de oír a nada ni a nadie. Tenía tantas ganas de volver a la mansión e intentar conciliar el sueño… No tenía tiempo para paparruchas. Leanne parecía opinar como él; sentada junto al chico, leía un enorme libro sobre la mitología sumeria. Éste se impresionaba cada vez más con la delegada. Su rostro era impasible como el de una preponderante reina que contempla a la plebe, indiferente. Se escuchó el sonido atronador del movimiento de sillas.
-Vaya; al final os habéis animado muchos –continuó aquella voz colmada de energía-. ¡Eso es fantástico! En fin, a lo que iba. ¿Habéis oído alguna vez hablar sobre la llorona…?
Qué típico. Los cuentos de terror eran algo característico de las escuelas. Los estudiantes reunidos, escuchando a aquel que narraba los hechos y que a su vez trataba de intimidar a los demás… Ciertamente cuestiones como aquella no le interesaban lo más mínimo al chico.
-Cuéntalo de una vez, Steven, no te andes con rodeos. –respondió con aspereza una voz femenina.
El llamado Steven asintió y continuó, levantando la voz.

-Veréis, la llorona es un personaje legendario muy conocido, sobretodo en Hispanoamérica. Se cuenta que se trata de una mujer que ha perdido algo muy importante en su vida, y que convertida en un alma en pena, vaga por las ciudades, turbando a todos con su llanto –el muchacho adoptó un tono de voz turbado, para transmitirles aquella emoción a sus oyentes-. Pues bien, como sabréis nosotros los Lancaster vivimos en una mansión en Hornsey Road, y para acreditar nuestra seguridad tenemos a un eficiente guardia contratado para vigilar la entrada por las noches, Hugh Masterman. El viejo lleva muchos años al servicio de mis padres y nunca nos ha dado un solo problema hasta hace unos días. ¿Queréis saber por qué?
>>La noche del doce de septiembre el viejo Masterman se encontraba como siempre velando por la salvaguardia de la entrada, acompañado de su perro. Era una madrugada como otra cualquiera, sin especial bullicio en la calle ni ningún tipo de altercado. Masterman estaba firme custodiando la puerta, cuando de repente el sabueso comenzó a gruñir y a aullar a una mujer que se acercaba en la lejanía…

Evan suspiró. En su colegio de Liverpool también solían escucharse aquel tipo de historias. Pronto llegaría la hora en la que Steven Lancaster dijese ‘Y aquella mujer estaba muerta, y devoró a Masterman, sin dejar un solo trozo de él’. Pero para su sorpresa, lo que venía a continuación no resultó sino de sumo interés para él.

-Al mediodía del día siguiente el viejo presentó su dimisión rápidamente. No parecía el dispuesto guardia de siempre. Esta vez estaba terriblemente asustado. Tenía unas ojeras enormes, ¡parecía que tenía diez años más de los que tiene! No quiso dar demasiadas explicaciones a mis padres, simplemente dijo que sentía que era bastante mayor y que debería retirarse del puesto. Objetó que era un hombre de salud delicada. Salud delicada, dijo, ¡si estaba como un roble!
>>Casualmente me lo encontré paseando inquieto, cuando yo volvía a casa. Me contó el asunto de su cese y yo lo atosigué con varias preguntas, ciertamente sorprendido por la noticia. Entonces el viejo me miró fijamente, con sus ojos saltones, y me preguntó: ‘¿No se lo dirás a nadie, Steve?’. Y yo lógicamente respondí que no lo haría. En realidad sólo quería que me lo contase de una vez.
Al contrario de lo que Evan había pensado, los alumnos reunidos con Steven Lancaster en aquel círculo de sillas escuchaban también con atención. El chico sonreía satisfecho. Su cabello color zanahoria le llegaba hasta los hombros y un largo flequillo cubría su ojo izquierdo, mientras que el derecho, azabache, observaba a sus oyentes con un atisbo de agudeza. Vestía el uniforme sin corbata y con cierta informalidad, y llevaba varios pendientes de aro en sus orejas.
Parecía el chico malo particular del aula.
-¿Sabéis lo que me contó? ¡Que aquella mujer era una especie de fantasma! ¿No es hilarante? Tenía el pelo laaaaargo y negro, y sus ojos verdes lo vigilaban, empapados en lágrimas de sangre. El viejo insistió en el detalle de que la mujer misteriosa vestía un traje de novia blanco, y llevaba un ramo de rosas podrido… ¿No tiene muchísima imaginación?
Evan se levantó de golpe al oír el dato del vestido de novia. Lo hizo de una forma tan repentina que resultó escandalosa, y todo el mundo centró en él su mirada. Entre ellos podía ver a los entes de la mansión, que más que parecer extrañados, se veían sorprendidos. El muchacho se ruborizó ligeramente por su brusca reacción y se aclaró la garganta.

-¿Un vestido de novia… dices? –quiso saber Evan. El corazón le palpitaba con fuerza. Steven le miró boquiabierto.
-S-Sí… ¡Eso es! –respondió. Parecía que el que ahora estaba realmente asustado era él.
-¿Y éste no se abriría, por casualidad por la mitad a la altura del ombligo, enseñando varias capas de volantes?...
-¿Has oído hablar de esto antes, Evan? –el chico se encogió de hombros, bajando la mirada-. El vestido que tú acabas de exponer es exactamente como el que el viejo describió –contestó estupefacto. Entonces él se dio cuenta de que se había ido de la lengua. Todos los alumnos lo observaban, como esperando a que Evan continuase dando detalles concretos sobre la llorona. ¿Cómo disimular aquella metedura de pata? El chico tragó saliva. Sorprendentemente, Evil salió en su defensa.
-Hemos oído hablar sobre esa dichosa llorona antes –terció el ente, con su habitual mueca burlona. Después miró a Evan con ojos encendidos, antes de centrarse nuevamente en Steven, que parecía creerle-. Lo que pasa es que Evan se asustó tanto cuando lo escuchó que se toma muy a pecho el asunto. Probablemente Masterman querría jubilarse y se le ocurrió esa desternillante historia. Ya sabes que a la gente le encanta inventar, sobre todo a los ancianos que se aburren. No deberías tomarte tan a pecho que ese anciano se dedique al chismorreo. ¡Todos lo hacen!

Silencio.
-Tienes razón, Owen… -el pelirrojo suspiró, viendo su historia malograda por Evil. El resto de los alumnos cuchichearon entre sí, pero el ente no le prestó atención a aquello. En su lugar, se acercó a Evan rápidamente y salió al pasillo asiéndole del brazo.
Evan no había sufrido más reacciones desagradables por parte de Evil desde el primer día de clase, y demasiado le había parecido. Era posible que éste se hubiese sentido mal por todo lo que le había dicho bajo las ramas caídas del sauce llorón, a pesar le parecía bastante inverosímil por su parte. Evil Vreeland no parecía el tipo de persona que se arrepintiese de nada de lo que saliese de sus labios nocivos.
Pero con aquel tirón de brazo que acababa de sufrir y el molesto arrastre que estaba sobrellevando estaba más que concienciado de que esa efímera época libre de las mefíticas palabras de Evil había llegado a su fin. Y no le divertía demasiado la idea. El ente tiró de Evan hasta la mitad del pasillo, donde se hallaban las escaleras centrales. Entonces clavó su mirada perniciosa en el muchacho.

-¿Eres idiota? –cuestionó con destemplanza-. ¿No te das cuenta de que darle palique a Steven Lancaster es lo peor que puedes hacer? Si realmente existe aquella llorona que describía Masterman, inmediatamente tenemos que quitar esa idea de coexistencia de la cabeza de todos los humanos parciales que hayan creído sus palabras. No podemos arriesgarnos a que admitan que un ente se pasea por el municipio de Islington. En ese caso tendrás que darle caza, pero con discreción, ¿recuerdas? –explicó. Evan comprendía sus palabras y en aquel momento se arrepintió de no haberse dado cuenta, aunque no le dio demasiado tiempo. Evil apretó inmediatamente los dientes y oprimió el brazo del muchacho, retorciéndoselo con brusquedad-. ¡A ver si reaccionas de una vez! ¿Qué clase de investigador eres? Esto no es algo que yo deba decirte, sino algo de lo que tú solo debes darte cuenta. Abre la boca solo si estás seguro de que no vas a equivocarte, ¿de acuerdo? Puede que la próxima vez no haya nadie para sacarte las castañas del fuego. ¡No puedes meter así la pata!

Aquello fue lo último que Evan estuvo dispuesto a soportar. El chico se acaloró y se zafó de las manos aprisionadoras de Evil. Él… Él se atrevía a reprocharle…
Después de lo que dijo hace unos días, él no debería haberse atrevido a sermonearle.
-¿Cómo te atreves? ¿De verdad tienes tan poca vergüenza como para amonestarme? Tienes razón, me he equivocado. Pero Evil, ¿realmente eres el más indicado para decírmelo? Tú, que yerras constantemente sin tomar en consideración los sentimientos de los demás. Alguien tan vacío que no entiende las emociones y el dolor de los otros no tiene ningún derecho a reprenderlos.
Conociéndole, Evil podría perfectamente haber respondido a aquello. No obstante, se quedó mudo, apretando los labios. Ni siquiera centró su mirada en Evan, como hacía a menudo. Era una reacción bastante sorprendente por su parte, pero el chico no iba a detenerse a admirarla. Solo tenía ganas de perder ese rostro pálido de vista por un largo rato y olvidar lo que le había dicho. Así que dejó al ente solo en el pasillo, mientras regresaba al aula tratando de apagar la cólera del momento.

***

-Hace muy mal tiempo hoy –comentó Velvet tras un soplido. Evan, Clave y él no habían terminado aún la comida, que esta vez consistía en deliciosos sándwiches calientes, acompañados por patatas y salsas al gusto de cada uno. Una comida ligera, tal y como el hombre había pedido a las tres intrépidas cocineras-. Yo que tenía pensado que saliésemos todos juntos, y resulta que no podrá ser.
Era sorprendente la forma en la que Velvet había recuperado su buen humor. Tras una sombría velada con Amanda y una mañana algo apenada, el hombre volvía a sonreír a todas horas, con aquella mueca tan agradable y que tan atractivo le hacía. Clave mordía con avidez su comida, sin prestar atención a la conversación.
Como un feroz león que ha cazado a un indefenso antílope, solo tenía ojos para la presa que sostenía con ambas manos.
La lluvia golpeaba las ventanas, como queriendo entrar a la mansión.
Evan dio un mordisco a su sándwich y contempló a su tío absorto. Le encantaría preguntarle tantas cosas, y a la vez le parecía tan de mal gusto desear hacerlo… El chico enlazaba constantemente la historia de Steven con la de Anthony y Antoinette, a pesar de que había intentado con todas sus fuerzas ignorar el tema.
-Evan, pareces distraído. ¿Qué te pasa?

La voz de Velvet lo despertó.
-Bueno –musitó él, preguntándose si estaría bien hablar sobre los antiguos amigos de su tío. Permaneció un largo rato pensando, hasta que sacudió la cabeza. Sería horrible cavilar en el pasado y hurgar en la llaga de un asunto tan delicado para Velvet-, no es nada. No te preocupes. Creo que es sueño, así que subiré a echarme un rato.
Lo que Evan había esperado desde siempre era que sus mentiras resultasen convincentes. Velvet lo miró con mesura, y después sonrió.
-Está bien –dijo-. Es favorable que descanses. ¿Podrías hacerme un favor antes de subir a tu cuarto? Me encantaría que pudieses bajarme unos sobres que recibí de mano del señor Köhler. Tengo que rellenar varias cosas para terminar tu contrato. Ambos son de color negro y parecen bastante llenos, aunque si hay más de ese estilo, entonces los reconocerás por el sello de la WPA.
-Enseguida te los bajo.
Acabando con su comida y apurando su vaso de agua, Evan se levantó y subió las escaleras rápidamente. Ahora que lo pensaba, todavía no había entrado en el cuarto de su tío y le causaba cierta curiosidad ver de qué se componía. Entró en el pasillo del ala derecha y observó las cinco puertas, vacilante. Recordaba que la de Clave era la del fondo a la izquierda, pero, ¿y las demás? Prefería no arriesgarse a ir abriéndolas de una en una. Probablemente, si hiciese eso y diese con la de Evil, el ente tendría algo nuevo que echarle en cara.

El muchacho notó entonces unos suaves golpes en su espalda y se giró despacio. Una carpeta de partituras flotaba en el lugar.
-Evan, segunda a la derecha –dijo Klaus. Evan asintió y abrió dicha puerta lentamente, entró en el cuarto de su tío, encendiendo la luz y cerrando la puerta tras de sí.
Por alguna razón, la figura de Velvet K. Hedwings siempre le había sugerido cierto desorden, pero para su sorpresa, todo estaba perfectamente ordenado. La cama estaba al fondo del cuarto, haciendo esquina, y sobre ella se hallaba la ventana, de persianas bajadas. Junto a la cama había una mesita de noche bastante amplia, con una cadena de música y una pequeña torre de discos tanto de música clásica como del más puro rock.
Dos armarios estaban en frente de la cama, y en sus puertas había pegados varios pósters de obras de teatro y películas antiguas que Evan ni siquiera conocía. Le costaba creer que a su tío le gustase aquello de tener presentes sus aficiones en su propio cuarto. Junto a los muebles había un galán de noche, en el que descansaba uno de los utilizados y estimados trajes del hombre, que con tanto esmero cuidaba. Probablemente aquellos dos armarios no guardarían nada más que trajes, trajes y más trajes.
La habitación del hombre tenía un amplio escritorio acompañado por diversas baldas llenas de libros, volúmenes y carpetas a rebosar de archivos. En uno de ellos había varios sobres gruesos de color negro. Evan los cogió y se aseguró de que tenían el sello de la WPA que, efectivamente, se hallaba impreso en el borde de éstas, en un esplendoroso color plateado.
El muchacho puso por un momento su atención en una caja que había en la mesa llena de pequeños CDs, y llevaba una etiqueta en la que ponía “Klaus”. Sin duda, debía de tratarse de la colección de grabaciones del fantasma durante las cenas y demás.
La puerta, por detrás, tenía un enorme espejo ovalado, en el que Evan podía ver la espalda del fantasma rubio. Su dedo señalaba con insistencia las paredes del cuarto.
-Fíjate bien, Evan. Seguramente, esto te interesará.

¿Cómo no se había fijado antes? De la pared colgaba una innumerable cantidad de cuadros, de distintas formas y colores. El muchacho se acercó despacio a ellos, escudriñando cada uno de ellos con atención. Aquella pared constituía el mural de los cálidos recuerdos del pasado de Velvet Kyle Hedwings, plasmados en papel, y encerrados en marcos de diferentes tamaños y grosores, para que jamás pudiesen escapar a su memoria.
Muchos de los marcos conservaban fotos en sepia de Velvet con sus abuelos, Bernard y Dorothea Hedwings. Incluso en aquellas instantáneas, el entonces niño llevaba un sombrero de cachemira que le llegaba hasta las cejas, ocultando su tercer ojo. Después de aquellas iban las de su graduación e incluso una del equipo de fútbol escolar, lo que asombró enormemente a Evan. Incluso a tan temprana edad tenía que haber hecho uso de sus dotes ilusorias…
Otra foto tomada en sepia ofrecía la alegre mirada de Velvet y Klaus, ambos sentados en el taburete del piano, estudiando algunas partituras. Aquella imagen transmitía una fuerte sensación de tierna amistad, entre dos individuos totalmente distintos que compenetraban a la perfección. Si el fantasma estaba en aquel momento observando dicha fotografía, entonces una potente sacudida de nostalgia debía de estar bamboleando en su interior.

Las primeras imágenes a color mostraban a un Velvet algo más adulto vestido con un pulimentado uniforme, y empuñando la Mauser C96 NIGHTMARE, con aire de orgullo. Junto a él había dos muchachas, trajeadas también. Una de ellas sonreía alegremente, sujetando con aquellas pequeñas manos un imponente fusil automático Browning. Su cabello era rojo y reluciente, por lo que debía tratarse de Amanda Thompson.
Al lado de ésta, la otra joven sonreía con timidez. Sus hermosos ojos verdes recordaban a Evan a la hondonada de una selva, y su pelo negro y ondulado a un manto de atrayente oscuridad. Su arma era una carabina, de menor longitud que el artefacto de su compañera. La chica, desde luego, parecía delicada y floja. No parecía el tipo de persona que se aferra a su arma con audacia y dispara repetidamente. Aquel adorable semblante debía ser el de Antoinette Mansfield.
Entonces, aquella foto mostraba a los jóvenes investigadores de la compañía “Cell Moon”.
A partir de aquella instantánea, los rostros de los tres investigadores se repetían en varias fotos más. En una de ellas Velvet, Amanda y Antoinette aparecían pegados, cubiertos de la cabeza a los pies por abrigos, en la intersección de Picadilly Circus un frío invierno: sonreían a la cámara mientras parecían tiritar. En otra, los tres aparecían paseando por Mayfair y sus lujosos establecimientos, y en otras cuántas tomando un aperitivo junto al lago Serpentine de Hyde Park. Pero sin duda, una de las imágenes más significativas de toda la pared mostraba a Velvet y a Amanda sentados en sendas sillas plegables ante una avergonzada Antoinetteque vestía un impoluto vestido níveo, junto a una modista que la observaba atentamente, como satisfecha con su trabajo. Sus rostros irradiaban la más envidiable de las felicidades.

Junto a aquella foto había una que exponía a la enamorada pareja de Anthony (un joven rubio de facciones afiladas pero atractivo rostro) y Antoinette, abrazados ante el London Eye vistosamente iluminado de noche, y de aquella foto en adelante, ambas caras desaparecían.
Cinco o seis fotos más adornaban la pared, pero no eran especialmente llamativas, excepto un par. En la primera, Velvet se daba cordialmente la mano con un hombre fornido y apuesto, que sujetaba en sus brazos a una muchacha de cabello oscuro profundamente dormida. Aquella figura hercúlea e imponente, pero a su vez jovial, le sugería a Evan que podía tratarse de Mathias Köhler, aunque lo único que se le hacía inexplicablemente chocante al muchacho era el hecho de que éste tuviese una hija.
Y en la segunda se mostraban dos lustrosas lápidas contiguas en las que rezaba así: “Anthony Lamarck Reinhold y Antoinette Marie Mansfield. En paz descansen”. Ambas estaban cubiertas por varias hojas doradas de los árboles, y aderezadas con sendas rosas rojas.
Rosas rojas.
Evan acarició la imagen con las yemas de los dedos. Un mínimo detalle que le reproducía un breve recuerdo en su mente, que le indicaba un único lugar que inspeccionar… Aquella curiosidad malsana que crecía en su interior se vio de pronto drásticamente reforzada por una nueva idea.
-Quizás debería haber pensado antes –dijo en voz alta- en visitar Highbury Grove de nuevo.

***

Tic, tac, tic, tac, tic, tac.
Las doce en punto.
Evan, tumbado en su cama y aún vestido con el uniforme del colegio, vio cómo la hora cambiaba en la pantalla de su teléfono móvil. Había esperado vehementemente el momento en que las manecillas del reloj analógico del aparato se colocasen a su vez apuntando al norte.
La noche era tranquila y el cielo despejado mostraba el tintineo de las estrellas. Para el mal tiempo que había estado haciendo durante todo el día, una atmósfera tan clara y libre de mal tiempo era un verdadero respiro. El muchacho se incorporó y se estiró, mientras agarraba su Mauser C96 NIGHTMARE e iluminaba el cuarto con la sutil luz que desprendía su teléfono.
-¿Estás seguro de esto, Evan?... –Klaus habló en voz baja.
-No te preocupes –el muchacho asintió decidido-. No pasa nada, solo iré a echar un ojo. Algo me dice que ésta es la noche ideal para hacerlo.
El fantasma no sonaba demasiado convencido, pero terminó con un suave “Como tú veas…” y abrió la puerta de la habitación de la torre.
-Te recomiendo bajar con extremo sigilo o serás inmediatamente descubierto. Recuerda los años que lleva en pie esta mansión; su madera cruje al más mínimo movimiento.

El muchacho hizo lo propio y se encaminó escaleras abajo con toda la cautela posible puesta en cada uno de sus pasos. Lo último que desearía sería que alguien desembuchase sus intenciones, pues estaba dispuesto a llegar, de cualquier manera, al cementerio de Highbury Grove.
Cruzó el pasillo tanteando sus pisadas con más prudencia que nunca, e iluminando vagamente las tablas de madera que se cernían a sus pies. Se deslizó escaleras abajo hasta llegar, exitosamente, a la entrada de la mansión, y una vez allí, Klaus abrió la cerradura.
-Velvet siempre deja las llaves en la repisa de la chimenea del salón, para que lo sepas otra vez, ¿de acuerdo?
Evan asintió y abrió la puerta despacio, saliendo al exterior. A pesar de la tranquilidad nocturna, el frío continuaba hostigando el ambiente. Las farolas eran la única vida de Highbury Crescent. Evan, molesto, se guardó su arma en el bolsillo y se abrazó a sí mismo en un intento de templarse un poco. Entonces escuchó el chasquido de una lengua y algo reluciente como un rayo brilló a sus espaldas. Era una luminiscencia sin par, que escarnecía la dignidad de los cielos, que hacía temblar a los astros, que ponía en vergüenza a la luna.

-Q… Qué iluso he sido…
Por primera vez, Evan pudo contemplar a Klaus sin tener que valerse de una cámara o un espejo. El fantasma, envuelto en un esplendor aúreo, parecía la figura mitificada de un pequeño dios. Tal era el resplandor que desprendía que el chico tuvo que apartar durante un rato la mirada para recuperarse de tal cantidad de luz. El fantasma se cubría la cara con las manos, mientras susurraba palabras ininteligibles.
-¿Klaus? ¿Qué es eso?
-Soy yo… ¡Ha sido mi culpa!
En el tobillo derecho de Klaus apareció una cadena igual de refulgente que lo mantenía preso, e inmediatamente se añudó a toda la mansión, como una serpiente que asfixia a un inofensivo ratón.
Era ésa la condición del fallecido Klaus Avalon; vivir eternamente encadenado a la mansión en la que perdió la vida.
-Por un momento me olvidé de todo y pensé en acompañarte… Lo siento, Evan, pero como ves, no puedo pasar de la puerta. Mi alma estará encadenada a la mansión para siempre, supongo –susurró, como echándose la culpa de su posición como ente. Se agarró del flequillo y lo apretó con fuerza, totalmente indignado-. Ahora márchate, rápido… Esta luz desaparecerá en breves, pero no te puedo asegurar que no haya despertado a nadie –Evan vaciló-. Vamos, ¡vete!
Después de meditar unos segundos, el chico se giró y avanzó por la calle, dándole la espalda a un Klaus enfurecido consigo mismo, cuando otra voz gritó desde el interior de la casa.

-¿A dónde crees que vas?

Evil Vreeland vestía una cazadora de cuero negra y unos pantalones grisáceos, desgastados y rotos. Sin ninguna delicadeza, cruzó el umbral traspasando a Klaus, manos en bolsillos. En Evan se encendió una ira incontrolable al ver aquella sonriente cara que avanzaba hacia él con lentitud. Klaus alzó la vista, con una expresión que se balanceaba entre la preocupación y el astío. Probablemente presenciar una nueva batallita no le hacía ninguna gracia, igual que a Evan.
-Quieto. No avances más –terció el chico, mirándole con un odio abrasador.
-¿Qué haces despierto a estas horas? Sé un buen niño y vuelve a la cama o tío Velvet se enfadará contigo.
Evan se mordió los labios con tal fuerza que creía que empezaría a sangrar antes o después.
-Métete adentro ahora mismo, no te acerques un paso más. Demonios, ¿qué quieres conseguir con esto?
-¿Yo? Solo voy a salir a pasear, me apetece ver Highbury Grove de noche. ¿A que tiene que ser precioso? –respondió con voz melosa.
El ambiente se estaba caldeando demasiado y Klaus desearía poder hacer algo para detenerlo, pero Evil y Evan tenían ojos solamente el uno para el otro, el odio y la divergencia flotaban en el aire.
-Te lo repetiré una vez más; métete adentro. Si no lo haces, vaciaré en ti el cargador de la Mauser.
-No lo creo, Evan Hedwings, no lo creo… -rió Evil. Sus botas tachonadas avanzaron lentamente hacia el chico, que se metía la mano en el bolsillo derecho y sacaba su arma.
A decir verdad, Evan era incapaz de entender la psicología de aquel ente. De apariencia egocéntrica, era una criatura especialmente burlona que disfrutaba toreando a los que le rodeaban. Su lengua se desataba, y las más infames palabras eran pronunciadas.
Pero aquellos días parecía haberse arrepentido de su comportamiento con Evan, o eso parecía haber atisbado él. Como un niño arrepentido de haber arrojado una piedra, retrocedía cabizbajo y escondía la mano.

¿Por qué, entonces, tenía que volver a molestarle?
Con una cargante sonrisa satírica, Evil se detuvo a unos treinta centímetros de un furioso Evan.
-Oh, la imponente Mauser. ¿De verdad tendrías el valor de dispararme con ella? –preguntó divertido.
-¿De verdad querrías comprobarlo, Evil? –Evan frunció el ceño con fuerza.
El ente no contestó. En su lugar, levantó la pierna e hizo un ademán de avanzar un paso más.

Todo ocurrió impresionantemente rápido. Evan levantó la mano y sin titubear encañonó la cabeza de Evil, quitando el seguro. A su vez, Evil abrió el abrigo con un veloz movimiento y sacó de éste una navaja de empuñadura de marfil, tan afilada como un sable, y la colocó en el cuello de Evan, rozando apenas la piel de éste. Los dos movimientos fueron totalmente paralelos. En un salto, la situación había pasado de ser férvida a convertirse en violenta. Los jóvenes se miraron fijamente.
¿Qué había sucedido? Evan nunca había reaccionado así. La sangre bullía en su interior, se agitaba y palpitaba con el mismo ímpetu con el que latía su corazón. Pero no sabía si era de emoción o de miedo. Sintiendo la fría hoja oprimiendo su garganta, observando a Evil, que no pestañeaba y permanecía quieto… Entonces era cuando el chico oscilaba.
Nunca había estado frente a otra persona y a punto de apretar el gatillo. Nunca, al menos, con tal arrebatador sentimiento de disparar. De escuchar el estallido de la pistola. De presenciar la frente desgarrada por el chispazo.

De contemplar la sangre rúbea salpicar su propio rostro.

Incluso, en aquel entonces, se preguntaba si aquellos irreflexivos pensamientos eran una mera quimera de su ilógico subconsciente o una recóndita aspiración de su corazón desbocado.
-Aparta ese filo de mi garganta o no dudaré en apretar en hacer fuego –dijo con absoluta rigidez.
-Te recomendaría que fueses tú quien retirase la boca de fuego de mi frente, si no quieres que te abra en canal. Lo único que evita que lo haga gustosamente –explicó, algo tirante- es la sangre que te une a Velvet Kyle Hedwings. Te lo aseguro.
Klaus apretó los dientes. Si tan sólo pudiese avanzar unos pasos más hacia ellos… Estaba prácticamente al lado, a escasos metros de Evan y Evil. Pero aquella cadena restringía al fantasma. A tan breve distancia, ni siquiera extendiendo sus brazos podía tocarles. Ni aunque gritase a los cuatro vientos, ambos no escucharían ni una de sus palabras. El tiempo se había detenido para ellas.
Evil, sin cambiar de gesto, parpadeó suavemente.
-Vamos, Evan Hedwings. Piensa un segundo. Ahora mismo tienes numerosas opciones; solo tienes que asirte a la que más te cautive –su voz adquirió un tono sumiso, casi aterciopelado-. Primero: no ganarás nada apretando el gatillo, salvo arrebatarme mi segunda vida y ensuciar mi cara de mugrienta pólvora. ¿Alguien como tú podría vivir cargando con el peso de una vida derrochada en vano?
>>Segundo: tampoco te supondrá una ventaja hacerme volver por donde he venido. ¿No te das cuenta? Yo no cerraré esta boquita. En cambio, no dudaré en despertar a Velvet y contarle que te has marchado solo, a medianoche, a vivir maravillosas aventuras.
>>Y tercero: es posible que te convenga que vaya contigo. ¿Por qué? La razón es muy simple. Así, nada imputable escapará de mis labios y podré cubrir tus espaldas, por si las moscas. Lo que a tu tío no le gustaría nada, desde luego, sería encontrarse con que su querido sobrino ha podido correr algún tipo de peligro. Se llevaría un susto de muerte, y mi deber es que eso no ocurra, ¿no te parece?

Evan examinó a Evil persistentemente. ¿Acaso no tenía, ni siquiera, un poco de miedo? Además, no sabía por qué tenía que creer en sus palabras, pero ciertamente, salvo en la tercera opción saldría notablemente perjudicado. No le hacía ninguna gracia llevar un acompañante como él, pero era mejor que matarlo en un preámbulo de enajenación o que cierto pajarito hablase a Velvet de su escapada nocturna.
Por lo tanto, después de un rato de silenciosa reflexión, el joven apartó su pistola de la pálida frente de Evil y la guardó de nuevo, poniéndose en marcha.
-Más te vale que esto no sea una de tus jugarretas.
-¿Jugarretas? Oh, vamos, no seas tonto –el ente sonrió satisfecho, al ver que su perorata había salido victoriosa. Entonces reanudó el paso, mientras ponía su navaja a buen recaudo.

Los muchachos se abrieron camino hacia Highbury Grove con paso rápido. El susurro de los árboles se acrecentaba, a la vez que la oscuridad de la helada noche se hacía más esotérica a lo lejos.
Y a lo lejos, calle abajo… Una mujer vestida de un ensangrentado blanco hipaba y lloraba, sin retirar la vista de las dos siluetas que avanzaban a hurtadillas, al igual que dos niños traviesos que quieren disfrutar de una noche de travesuras. Ella…

…quizás debería castigarlos.

-Veuve noire porte le Blanc-

-Continuará.

viernes, 14 de octubre de 2011

. Lunario VI . -LA LLORONA-

 ¿Habéis oído alguna vez hablar sobre la 'Llorona'...?

Amanda Thompson se miró una vez más al espejo antes de encender el secador y comenzar a moldear su cabello rubicundo, sirviéndose de él y de un cepillo. Su pelo siempre había sido totalmente liso y a ella le encantaba, pero no venía mal cambiar de imagen de cuando en cuando. Rizándolo obtendría una imagen totalmente distinta de la Amanda de siempre, aquella directora que siempre estaba ocupada.
Esa precisa noche del doce de septiembre ella era Amanda, la vieja amiga de Velvet Hedwings.
Éste había vuelto el mismo día diez de Copenhague y ni siquiera habían tenido tiempo de hablar, salvo por teléfono. En el fondo, ella siempre tenía ganas de ver a Velvet. Para una mujer como Amanda, que vivía sola en una ostentosa casa en Aberdeen Park, la compañía era un bien muy preciado, y más tratándose de la de él. Era un hombre vivaz, siempre alegre, pero a su vez responsable cuando hacía falta. Sí, le conocía muy bien. Habían sido amigos, durante muchos años habían compartido casi todo. Mientras se echaba todo el cabello sobre el hombro derecho y le daba volumen, se preguntaba cómo se encontraría él aquella noche.
No era un día demasiado agradable para ninguno de los dos… Ella lo sabía bien.
La mujer sujetó su pelo con varias horquillas para echarlo hacia la derecha y mantenerlo firme, y después sacó del cajón de su tocador el rímel y un pintalabios de un embriagador rosa neón. Tampoco solía maquillarse mucho; su belleza era más bien natural. Aquellos ojos grandes y azulados habían conquistado muchos corazones, y sin embargo, ella nunca correspondió a ninguno. Eso no significaba que Amanda Thompson no fuera apasionada o que no hubiese amado; ella, por alguna razón, le tenía un miedo irracional al compromiso.

Su figura reiterada irradiaba en el espejo; por fin estaba lista para marcharse. Arreglada con un escotado traje de noche y unos zapatos de tacón, tomó un manojo de llaves y una chaqueta y salió de su casa, asegurándose de que había cerrado correctamente.
La noche era fría y el exterior estaba cubierto por una neblina gélida. La mujer aceleró el paso, tiritando, y echó un vistazo a su alrededor mientras se precipitaba calle abajo. Aberdeen Park era un oasis verdoso, lleno de naturaleza. Numerosas eran sus campas, en las que los niños y sus padres jugaban juntos después de las clases, donde los perros eran paseados por sus dueños, donde las parejas iban a andar juntas en bicicleta. Los residentes de la zona pertenecían al Aberdeen Park Maintenance Company, y eran responsables del mantenimiento de la zona. A Amanda se le inflaba el pecho de orgullo solo de saber que estaba ayudando a conservar la belleza y la frescura de sus alrededores.
La mujer caminó por Highbury Grove. Parecía una zona deshabitada aquella noche, y se notaba cierto aire de misterio. Las farolas de la calle parpadeaban constantemente, y el viento azotaba los edificios, suscitando un sonido escalofriante. Amanda hizo caso omiso de esto y no frenó su paso, hasta que se encontró de frente con el cementerio de Highbury Grove, ya cerrado. Tras sus puertas de hierro y su funesta belleza, se escondían tantas sombrías verdades…
Amanda Thompson se estremeció.

***

-Velvet está muy raro –suspiró Evil, bebiendo de su vaso lleno de gaseosa-. Cada doce de septiembre está así de misterioso, no sé si me explico.
Todos estaban en la mesa terminando su cena a excepción del tío de Evan, que llevaba un par de horas sin bajar del primer piso. No solo eso, sino que también había estado casi toda la mañana ausente. Lena no le había preparado la cena, por propia petición de él, y el ambiente era un tanto apagado. Nadie sabía qué estaba haciendo, ya que el hombre no había querido dar ninguna explicación acerca de ello. En silencio, los comensales pinchaban sus tenedores y sorbían de sus vasos.
Oculus rodaba por la mesa, esquivando los platos casi vacíos, en los que con anterioridad habían abundado el escalope y las patatas asadas, untadas con mantequilla.
-Pero –Lena curvó sus cejas. Su cola se sacudió, dando vueltas como una hélice- quizá vaya a casa de Amanda a cenar, como siempre. Aunque nunca nos ha explicado el porqué de esta misteriosa celebración… -la licántropo rió entre dientes.

-Son una pareja celebrando su aniversario como todos los años, es más que obvio –terció Gabrielle.
-¿Pareja? No sé… –respondió Evan. El simple hecho de ver a su tío saliendo con una mujer le parecía imposible. Por alguna razón, para el muchacho, Velvet era el arquetipo perfecto de soltero de oro.
-¿Cómo que no, Evan? –la vampiresa enrojeció, contrariada-. Está claro, ¿no? Siempre se llaman por teléfono. Velvet es accionista del colegio en el que ella trabaja, y por si fuera poco… ¡Cada doce de septiembre quedan en casa de ella en total clandestinidad! ¿No os parece muy raro?
Hubo murmullos y miradas después de que Gabrielle hablase. Ciertamente, fuera verdad o no, los argumentos que la vampiresa había dado resultaban bastante convincentes. De repente una silla vacante se agitó. El rostro de Klaus se torció, grabado por la cámara de vídeo.
-Absurdo, eso es absurdo –contradijo el pequeño fantasma-. Llevan juntos toda la vida, son como hermanos, después de todo. Estoy seguro de que todo esto se debe a una razón bien distinta…

Entonces sonó la campana de la puerta. Flourite, como educada jovencita que era, se puso en pie y se dispuso a abrir la puerta. La exquisita figura de Amanda emergió de las sombras de la noche.
-Buenas noches, Flourite –saludó, con una sonrisa delicada-. ¿Puedo pasar?
-¡Por supuesto, Amanda! –la muchacha hizo una pequeña inclinación y la invitó a entrar en el recibidor.
Al de un rato, Velvet abrió la puerta del primer piso y bajó las escaleras laterales. Estaba impecablemente vestido, como de costumbre, pero aquella noche había optado por un sensual smoking color negro, cuya chaqueta de cena llevaba las solapas en pico. Su pajarita era del mismo color y el mismo tejido que las solapas, y los zapatos El hombre llevaba una botella de vino tinto, sujeta por sus manos enfundadas en unos guantes blancos. Amanda emitió un silbido de admiración.
-Magnífico, como siempre –dijo la mujer con tono jovial-. Bueno, ¿vamos?

Velvet dirigió una risueña mirada a Flourite, quien estaba plantada en el vestíbulo, con la impresión de que no pintaba nada allí.
-Flourite, ¿habéis terminado de cenar?
-Hum, ¡sí! Enseguida recogemos todo –la pequeña entró velozmente en el salón comedor. Los viejos amigos se observaron mutuamente. Ambos tenían una celebración muy importante por delante… Cuando se aseguraron de que nadie los hubo visto, ella se acercó despacio a Velvet y se fundieron en un abrazo entrañable.
-Otra noche más, Amanda… -suspiró el hombre, al que por poco se le saltaban las lágrimas. Cierta nostalgia se vislumbraba en su voz.
Ella asintió levemente con la cabeza, y bajó la vista a la botella de vino.
-Stella Rosa… ¿Me equivoco?
-Para nada, estás en lo cierto. Era su preferido, ¿recuerdas? –sollozó él.
-¿Cómo olvidarlo?... Es por lo que estoy aquí, después de todo. –Amanda se separó de él lentamente y le miró fijamente a los ojos, vidriosos. Siempre que llegaba aquella fecha, Velvet se angustiaba repentinamente. Parecía un alma en pena, flotando falto de vida por la mansión. Y a ella le dolía tanto verle así… El corazón se le reducía a pedazos.
Flourite, Lena, Evil, Clave, (Oculus en mano), Evan y Gabrielle abandonaron el salón comedor. Velvet y Amanda se miraron una vez más y entraron en la habitación vacía sin articular palabra, cerrando la puerta tras de sí.
-Lo que yo decía, es una cita romántica, hoy debe de ser su aniversario o algo parecido –gruñó Gabrielle-. ¡Si incluso tenían un vino exquisito en sus manos! Me habría encantado catarlo.

No se oía nada salvo el sonido del choque de unos platos y el murmullo dentro del salón comedor. Evil se aproximó a la puerta disimuladamente, y pegó un poco la oreja a la madera, dispuesto a escuchar algo de la conversación. Este gesto desconcertó bastante a los demás. Flourite lanzó un suspiro y Evan se llevó una mano a la cabeza.
-Evil, no te pases –refunfuñó Lena, poniendo los brazos en jarras-. ¡Ven aquí! Déjales intimidad, y vámonos a un cuarto o algo.
Pero el ente hizo caso omiso. Incluso levantó el dedo índice y se lo colocó en los labios, para acallar a Lena. Sin duda, debía estar escuchando algo revelador. Apoyó suavemente las manos en la puerta, y se arrimó todo lo posible. Entonces escuchó la voz de Amanda, y aunque al principio resultó ininteligible, fue aclarándose.

-…por nuestros queridos Tony y Netty.

A pesar de que Evil acababa de encontrar una pequeña pista sobre lo que Velvet y su amiga se traían entre manos, para él aquellas palabras carecían de ningún significado.
-¿Y bien? –farfulló Evan. No quería admitirlo, pero también sentía una gran curiosidad por el asunto. Su tío llevaba gran parte del día sin hablar con nadie, y sin hablar de sus propósitos. Sabía que no era correcto inmiscuirse en sus cosas, pues no le correspondían, pero el ansia de saber la verdad era más fuerte que el sentimiento de culpa.
-Tony y Netty –repitió Evil, sacudiendo los hombros-. ¿Os dicen algo esos nombres?
Fue un no rotundo por parte de casi todos los presentes… Pues no obstante, uno de ellos sí que sabía algo sobre los desconocidos.

-¿Tony y Netty, Evil? –la pueril voz de Klaus resonó en el recibidor. A Evan le seguía pareciendo escalofriante el escuchar su voz sin vislumbrar el cuerpo al que ésta pertenecía-. Entonces se trata de ese matrimonio… Anthony L. Reinhold y Antoinette Mansfield.
Silencio sepulcral.
-Sí, sí, me parece muy bien. ¿Quiénes son esos? –Evil no parecía muy satisfecho con la respuesta del fantasma. Frunció el ceño, en espera de más información.
-Conozco su historia… -declaró la voz flotante-. Pero no debería contarla aquí… Bueno, no sé si debería contarla siquiera, pero si os interesa… ¿Y si subimos arriba?
-Podemos ir a mi cuarto –propuso Clave en un susurro.
Era extraño que él se ofreciese, pero todos les pareció bien, así que abandonaron el hall y subieron al primer piso. Los chicos dormían en el ala derecha, según sabía Evan. Pero en lugar de dormir allí, él había sido colocado en el dormitorio de la torre. De modo que desconocía cómo se verían los cuartos, aunque estaba seguro de que la distribución de las habitaciones de ambas alas sería simétrica.
Al cruzar la puerta del ala derecha, se descubría un pasillo largo y estrecho con las paredes cubiertas de pequeños espejos, vagamente iluminado y con una ventana al fondo. En él había cinco puertas. Clave caminó al fondo del pasillo y abrió la puerta de la izquierda, pidiendo a todos que pasasen a su interior.

Evan nunca se habría imaginado así el cuarto de Clave: era un cuarto perfectamente cuadrado, y la cama estaba en la esquina, junto a una ventana apretada. Del techo colgaba un móvil construido a partir de trozos rotos de espejos, colgados en unos cordeles tan largos que casi rozaban el suelo de madera polvorienta: esto formaba una escultura abstracta pero a su vez creaba una hechizante experiencia visual.
Evan se preguntó si todas las habitaciones de la casa tendrían espejos, para que Klaus pudiese reflejarse en ellos…
En lugar de una mesita de noche, había un taburete esférico en el que descansaba la lámpara de aceite que a Evan le resultaba tan familiar.  A diferencia del cuarto de la torre, la habitación de Clave tenía un ropero antiguo  y un escritorio plegado.  Sobre la silla de éste estaba el uniforme de Holloway College, bien colocado.
-Esto… poneos cómodos –el muchacho encendió la luz, quitó la lámpara de aceite y se sentó en el taburete, haciendo un ademán para que se sentasen. La silla del escritorio levitó y se colocó junto al móvil, apareciendo el rostro de Klaus reflejado en los múltiples fragmentos de espejo que se arremolinaban constantemente. Flourite, Lena y Gabrielle se sentaron en la cama, con cuidado de no deshacerla, y Evil se apoyó en la puerta, una vez cerrada. Evan se situó al lado de Clave en el suelo, apoyando su cabeza contra la pared. El fantasma se aclaró la garganta.

-¿Estáis seguros de que queréis escuchar esta historia, chicos?... –preguntó antes de nada-. No es algo muy agradable, la verdad.
-¿Y qué? –protestó Evil-. Mejor saberlo que quedarnos con la duda. Después de todo, el año que viene se repetirá esta celebración, y el próximo también, y así sucesivamente. No podemos seguir toda la vida sin tener ni idea de qué está pasando –nadie respondió a aquello, pero probablemente, más o menos, estaban de acuerdo con la opinión de éste-. Además, Klaus; todos nosotros somos entes. ¡Estamos curados de espanto!
A Evan no le hizo mucha gracia la frase de ‘todos nosotros somos entes’. Klaus parpadeó varias veces, después asintió silenciosamente, con cara pensativa.

-Está bien… Todo empezó hace unos quince años, si no me equivoco… No sé si recordaréis que Velvet y Amanda eran investigadores de la compañía ‘Cell Moon’ que llevaban los que serían tus bisabuelos, Evan –el muchacho abrió los ojos, impresionado. Sabía que Velvet había sido investigador, pero ¿y Amanda? Eso la vinculaba totalmente a su tío; ahora entendía la enorme familiaridad entre ellos-. Pues bien, la ideología de ‘Cell Moon’ y ‘Black·Moon~Company’ es prácticamente idéntica; Velvet transfirió a la compañía que él fundó tiempo después todas las normas que impusieron sus abuelos. ¿Qué quiero decir con esto? Que hubo un tercer investigador en el grupo de ‘Cell Moon’: Antoinette Mansfield, una jovencita de una familia francesa muy bien avenida, aunque era tan poco partidaria de gastar dinero que no lo parecía. Sus padres se habían mudado a una lujosa mansión en Lambeth Palace Road, al lado del río Támesis, y eran conocidos de Velvet y sus abuelos. De modo que al descubrir que su hija era una humana parcial, la dejaron en las mejores manos.
-Velvet nunca mencionó tal nombre delante de ninguno de nosotros –suspiró Lena, ligeramente abatida.

-¡Exacto! Porque Antoinette no duró ni un año como investigadora de ‘Cell Moon’. Velvet, Amanda y Netty eran un equipo formidable; se entendían a la perfección, pero esta última tenía un problema bastante grave… –la mirada de Klaus se volvió apenada, y su voz se apagó repentinamente-. Digamos que ella siempre fue una muchacha enfermiza, aunque nunca le dio especial importancia.

>>No obstante, sus padres sí que lo hacían, por una buena razón: la familia Mansfield era, desde hace años, propensa a contraer enfermedades cardíacas. Se trataba de pura herencia, mala suerte. Pero Antoinette llevaba mucho tiempo aquejándose de que se asfixiaba con frecuencia, como si le faltase el aire; de que siempre la envolvía una fuerte sensación de opresión o plenitud en el centro del pecho, que a veces le duraba minutos, otras veces horas; o de que en numerosos casos se desvanecía o era atacada por las náuseas. La chica siempre había considerado aquellos síntomas como parte de su delicada salud, sin pararse a pensar en que el inconveniente era mucho más grave, e incluso podría costarle la vida.
>>El día que Antoinette Mansfield se enteró de todo esto, al principio no podía creerlo. Le costó mucho asimilar el peso hereditario que llevaba a sus espaldas, y cayó en una profunda depresión. Sus padres presentaron sus disculpas ante los abuelos de Velvet, del mismo Velvet y de Amanda, y acordaron que Antoinette no volvería a trabajar como investigadora nunca más. En su lugar le aplicaron un tratamiento para disminuir el riesgo de sufrir ataques. Aunque ella era perfectamente apta para el empleo y estaba encantada, era un estilo de vida estresante, y una rutina como ésa aumenta la tensión en el corazón e incrementa las posibilidades de sufrir un ataque cardíaco. El solo hecho de disminuirlo, mejoraría su salud en muchas formas. Igualmente, siendo investigadora o no, su amistad con Amanda y Velvet no cambió en absoluto. Siguieron manteniendo el contacto, y se veían muchas veces al mes, para hablar sobre sus vidas.
>>A pesar de todo, Netty no era plenamente feliz. Vivía siempre con el miedo a sufrir un ataque cardíaco, y como Velvet y Amanda estaban ocupados con sus misiones, apenas salía de casa. Sus padres estaban preocupados porque cayese en una profunda depresión, e intentaban por todos los medios entretenerla. La llevaban a cenas de alto standing, a bailes lujosos y a reuniones de familias adineradas. Buscaban que conociese a gente, que se relacionase con otros, que se divirtiera. Y una noche lo consiguieron, cuando a Antoinette le presentaron a una familia de viejos amigos londinenses en Trafalgar Square: los Reinhold.
>>Los Mansfield y los Reinhold se habían conocido hace años en un baile celebrado en París, y desde entonces no habían dejado de cartearse y contactar. Aquel matrimonio había dado frutos, y era una familia numerosa: dos hijos y cuatro hijas. Todos ellos eran unos acomodados, snobs ricos con poco cerebro y mucho dinero, menos el hijo menor, Anthony Lamarck Reinhold. Este muchacho era tan increíblemente austero y humilde que parecía que proviniese de una estirpe de pobres. Netty y él hicieron buenas migas desde el principio, eran como dos gotas de agua.
>>Anthony era capitán de barco y estaba enamorado del mar. Había navegado por muchísimos lugares del mundo, descubriendo miles de lugares exóticos y paraísos sin par. A Antoinette le fascinaba todo aquello; ella jamás había salido de Francia ni de Reino Unido, así que prestaba oídos gustosa a las maravillosas historias del joven: La costa mediterránea, las Seychelles, la exuberante isla de Taiwán… Anthony había viajado por muchos lugares a su corta edad, en compañía de varios marineros amigos suyos. Antoinette soñaba con salir de su jaula podrida de dinero. Quería extender sus alas y volar libre, por el mundo. Así que ese fue el principio de una amistad que ninguno de los dos olvidaría nunca.

-Y… S… ¿Se enamoraron?... –murmuró Flourite, conmocionada. Parecía a punto de echarse a llorar, como si estuviese escuchando la trágica historia del Titanic.
Evil soltó una carcajada sonora que causó que ella se sonrojase.

-¡Sí! Se enamoraron perdidamente el uno del otro –contestó Klaus-. Y un año después de comenzar su romance, decidieron casarse. Sus padres no podían estar más felices con aquella noticia. Lo prepararon todo al milímetro, con muchísima antelación y una ilusión inmensa. Hicieron una lista de invitados numerosa, en la que por supuesto, figuraban los nombres de Amanda Thompson y Velvet Hedwings. Se casarían el doce de septiembre de 2005 en la iglesia de St. Margaret en el paseo de Millbank, y el banquete se celebraría en un pequeño crucero que navegaría durante la velada por el Támesis. La luna de miel sería en la preciosa isla de Sicilia; era el paradigma de la boda perfecta.
>>La madre de Antoinette consiguió un vestido sin igual para su hija: era blanco y resplandeciente como el nácar, escotado y con una gargantilla a juego en el cuello. El vestido se abría por la mitad a la altura del ombligo y mostraba capas y capas de volantes, que rozaban el suelo. El conjunto, acompañado por unos guantes que sobrepasaban los codos y un velo transparente con bordados de rosas, era idóneo para la chica. Velvet me enseñó varias fotos de antes de la boda; Antoinette estaba perfecta con ese vestido. Incluso las princesas de cuento serían incapaces de rivalizar con semejante preciosidad.
>>Anthony llevaba el traje con el que se casó su padre: Un smoking sofisticado que le iba como un guante. De color blanco y con la pajarita negra, el muchacho también estaba muy sugerente, a pesar de que el traje en sí fuese viejo. Sí, ambos estaban ideales. Cuando faltaba un mes para la boda, él se marchó en un viaje breve a Gales, y prometió que al volver no habría nada que los separase, y que serían eternamente felices. Parecía una fantástica boda de cuento… Por absolutamente todo menos por el final.
>>Horas antes de la boda, Antoinette se vestía en un la casa de una amiga de la familia, que vivía prácticamente al lado de St. Margaret. Estaba realmente nerviosa, según me dijeron; prácticamente temblando del éxtasis y de la felicidad. Cuestión de un poco más de tiempo… Solo tenía que esperar un poco más. Todo estaba preparado, y antes del ocaso, su vida estaría unida con la de Anthony L. Reinhold.
>>Entonces llegó uno de los marineros que conocía Anthony a la casa, abriendo la puerta de golpe. Parecía fatigado; estaba totalmente pálido. Supongo que en aquel momento nadie se esperaba que viniese para dar malas noticias…

…el barco de Anthony L. Reinhold fue encontrado hecho trizas contra unas rocas, y su cadáver y el de un amigo suyo habían sido encontrados hace tan solo unas 18 horas.

>>Antoinette creyó que se trataba de una broma pesada, pero no fue así. Entonces comenzó a notar que le costaba horrores respirar. Comenzó a llorar desconsoladamente, rechazando la realidad, diciéndose a ella misma que no era posible… Anthony tenía que seguir vivo. Ambos tenían toda la vida por delante, ¿cierto? Profirió gritos y golpeó objetos, maldiciendo su destino. ¿Por qué tenía que perder lo que más le importaba? ¿Por qué, justo cuando por fin iban a ser inseparables? Poco a poco, fue incapaz de inhalar aire, se estaba asfixiando, sin poder sollozar apenas, sin poder gritar. Los presentes en el cuarto llamaron rápidamente a una ambulancia. Pero a Antoinette todo le daba igual.
>>¿Qué era su vida sin él? Nada… Eso era lo que ella estaba repitiendo constantemente, en aquella habitación, en la ambulancia, en el hospital… Estaba siendo transportada a urgencias en una camilla mientras intentaba decir sus últimas palabras, aunque de sus labios solo podían salir sonidos imposibles de entender. Para cuando Velvet y Amanda llegaron al hospital, Antoinette Mansfield se había ido para siempre.
>>¿Causa de muerte? Un ataque cardíaco, también conocido como infarto agudo de miocardio. Consistía en un lento y silencioso taponamiento de las arterias que irrigan el corazón. El infarto de miocardio se produce cuando la pared del endotelio (depósito de lípidos debajo del tejido que reviste las arterias por dentro) se quiebra, y de esta manera se forma un coágulo que impide a la sangre oxigenada llegar al tejido cardíaco. Durante el transcurso del infarto, la falta de oxígeno que su corazón experimentó dañó el tejido cardíaco afectado de una manera irreversible, y Antoinette murió por asfixia. La magnitud de ese daño fue directamente proporcional al tiempo que transcurrió desde que se cortó el suministro de oxígeno… En otras palabras, en el momento en el que no podía respirar, dentro de la habitación, se había iniciado una cuenta atrás por salvar su vida… Y al final, como veis, no fue posible.

Nadie habló. Nadie quería hablar. Todos estaban consternados por lo que acababan de oír. Flourite sollozaba en silencio, en el pecho de Gabrielle, que la rodeaba con los brazos. Lena bajaba la cabeza, taciturna. Clave se abrazaba a sí mismo, hundiendo el rostro en sus piernas y Evil estaba más serio que de costumbre. Evan hacía lo posible por contener las lágrimas… No había conocido a Anthony, ni a Antoinette, pero la impresión de lo que acababa de escuchar era tan grande que su corazón estaba totalmente amedrentado. Klaus lanzó un suspiro, algo cohibido.
-No tendría que haber contado esto… ¿Verdad? Amanda y Velvet llevan cuatro años celebrando su aniversario, el día en el que por fin serían felices, el día de su boda. Se prometieron el uno al otro que lo harían en su memoria, fue un golpe muy duro…

Evan se puso en pie, y abandonó la habitación sin decir nada. Sentía un mareo desagradable, unas ganas imparables de borrar todo lo que había oído de su mente. Subió las escaleras tambaleándose levemente, con una mano en su frente, y con la otra apoyada en la barandilla, mientras ascendía.
El chico se tumbó en la cama sin fuerzas, y hundió la cabeza en la almohada. ¿Cómo podrían Velvet y Amanda aguantar la ausencia de Antoinette Mansfield y Anthony L. Reinhold? ¿Cómo podían aguantar sin llorar, sin acordarse constantemente de sus rostros, sin vivir anclados al pasado?... Él no podía imaginarlo. Simplemente, si a Evan le hubiese ocurrido algo parecido, probablemente no sabría qué sería de él. Sin ponerse siquiera el pijama, el muchacho cerró los ojos, intentando conciliar el sueño.

Intentar soñar con algo que no involucrase a Tony o a Netty––

Imposible. Era prácticamente imposible evitarlo. Aquella noche, solo tendría pesadillas.

***

Las bajas temperaturas azotaban las rugosas mejillas de Masterman. Ante una puerta de majestuoso acero, vestido con su uniforme desteñido de siempre, tenía que hacer guardia una noche más. Leslie, su golden retriever, fijaba la mirada en la vacía Hornsey Road.
Una noche más, ambos vigilarían la mansión Lancaster.
El hombre carraspeó fuertemente. Probablemente estaría algo constipado, debido al frío glacial. Incluso con una bufanda y unos guantes de cuero, la temperatura se filtraba a sus adentros. Era una sensación desagradable, pero él estaba bastante acostumbrado. Años de oficio… Décadas sirviendo a la familia Lancaster.

Al fondo de la calle se divisaba una silueta poro definida. Se oían sus pasos aproximándose, unos sollozos que se iban haciendo más sonoros. Masterman no le dio ninguna importancia. Él continuó firme. No obstante, escuchó los quejidos de Leslie. Su pelo se estaba erizando lentamente, y el animal mostraba sus fauces. Entonces comenzó a ladrar, cada vez más alto. El hombre golpeó suavemente la espalda del perro.
-Shhh… ¡Silencio, Leslie! Calla, chico, no es más que una mujer… -pero el animal estaba intranquilo. Sus ladridos eran fuertes y constantes. Masterman alzó la cabeza, observando detenidamente a la persona que se acercaba. La mujer en cuestión le produjo escalofríos.

Un largo vestido blanco de novia, cubierto de sangre…
Un cabello negro como la noche, oscilando al son del viento gélido…
Unos ojos verdes y redondos, cubiertos de lágrimas de un color cobrizo…
Un ramo de rosas rojas, ya putrefactas…
Masterman tragó saliva y retrocedió varios pasos, agarrando la correa de Leslie y obligándolo a echarse hacia atrás.

-¿Q-Quién…? ¿Quién eres tú?

La mujer no contestó. Lágrimas de sangre brotaban de sus ojos, resbalando por sus mejillas carentes de color. Levantó lentamente la mano y señaló al hombre con el ramo.
Su rostro, aunque hermoso, transmitió a Masterman más terror que ninguna otra cosa en el mundo.
-Tú… ¿Quieres escuchar mi miserable historia?
El grito agudo de Masterman se mezcló con los infernales sollozos de la mujer.

-La llorona-

-Continuará.