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martes, 27 de septiembre de 2011

. Lunario IV . -FACING A VAMPIRE [CEMETERY VERSION]-

Recién llegadas las cuatro, la puerta del cuarto de Evan fue golpeada con suavidad.

-¡Eeeeeeeevan! –era la vigorosa voz de Lena-. ¿Estás listo? ¡Nos vamos a entrenar!
El muchacho se levantó de la cama de un salto. Rebuscó velozmente en su armario hasta encontrar la sudadera que buscaba, y se la puso con un movimiento rápido. Después, tomó la pistola, comprobando que llevaba el seguro puesto, y la guardó en su bolsillo.
-Estoy preparado –dijo, saliendo de su cuarto. La licántropo asintió y entonces se precipitaron escaleras abajo. Ahí esperaban Velvet, Clave, Evil, Flourite y Gabrielle. La última se regocijaba en un espeso abrigo de lana, abrochado hasta arriba. Probablemente el tiempo no había cambiado desde la mañana; en el exterior seguiría haciendo un frío glacial.

-Todo en orden –declaró Velvet, colocándose su chistera y abrió la puerta de la mansión. A medias escondidas, los entes salieron en el exterior y el hombre cerró rápidamente la puerta. Éste llevaba en la mano un par de rosas de un atractivo color carmín. Parecían frescas, compradas recientemente-. Bien, rumbo al cementerio de Highbury Grove, chicos.
Evan creía haber oído correctamente, pero deseaba que sus oídos le hubiesen traicionado. ¿Entrenar en un cementerio? No tenía nada especial en contra, sólo que no le gustaban demasiado... No sólo por lo que simbolizaban, era, sobre todo, por los recuerdos que le traía de aquel fatídico día de invierno... El chico agitó la cabeza. Era mejor enterrar el pasado. Después de todo, acordarse de aquello sólo le ocasionaría sinsabores.
Todos juntos echaron a andar a buen paso por la calle, ojeando todos y cada uno de los lugares por los que pasaban. Avanzaron por Highbury Crescent, bordeado por aquellas campas de hierba cuidada y frondosa. Aquel parque tan grande y agradable, infestado de árboles, era cruzado por la calle de Queen’s Walk, pero en lugar de ir por allí, Velvet continuó recto y entonces torció a la calle de la derecha. Tras cruzar Highbury Fields y seguir hacia delante, llegó un momento en el que apareció ante ellos un cementerio gigantesco. El camino se prolongaba al otro lado de una impresionante puerta de hierro forjado. Velvet contempló el espacio fúnebre de arriba abajo. Oscuras paredes habían sido construidas a modo de fortaleza inquebrantable, impidiendo ver nada por encima de ellas. La puerta estaba adornada con dos pilares a sus lados, del mismo material. En la punta de éstos, dos gárgolas descansaban, alzando la cabeza, como reclamando los rayos de sol. Sobre la entrada rezaba la siguiente oración: Requiescat in Pacem.
El hombre empujó la puerta despacio, emitiendo ésta un fuerte chirrido, y todos cruzaron, quedando a su vez fascinados por el camposanto. Evan estaba impresionado. A pesar de tratarse de un sitio lúgubre, siempre sumido en la tristeza y el dolor, era hermoso. Se abrieron paso por una avenida rodeada de caminos serpenteantes, en la que se habían construido monumentos a grandes personalidades inglesas, entre los altos tilos en cuyas copas sonaba el canto de los pájaros. Las tumbas y los nichos estaban decorados con ramilletes de flores coloridas y objetos pertenecientes a los fallecidos. Miles de fotos con rostros felices rodeaban los panteones, tallados sobre reluciente mármol negro.

Al fondo del camino, rodeado de verde y de lápidas ornamentadas con flora y mensajes de recuerdo, había una pequeña iglesia esférica. Se veía claramente que pertenecía a la arquitectura de la época victoriana, pues se observaba su rica ornamentación arquitectónica, que además estaba construida con ladrillo. Sus puertas estaban colocadas entre largas pilastras adosadas, bajo un balcón sujeto por un par de ménsulas. Éstas estaban abiertas; decenas de personas entraban al sonido del redoble de sus campanas de cobre. Probablemente se trataba de un funeral, pues la mayoría vestía de negro, además de que lloraba en silencio.
 -Bien –Velvet se giró hacia Evan y los demás-. Lena, por favor, llévales hasta el claro. Tengo algo que hacer antes del entrenamiento, estaré allí en un santiamén.
Lena asintió con la cabeza y todos contemplaron al hombre marcharse, algo apresurado y con las rosas en la mano, hasta que se perdió entre las lápidas y los árboles. Después se dirigieron al claro, tomando un camino angosto decorado por velas encendidas. Al final de éste se divisaba una pequeña llanura con más panteones, y probablemente era la única zona del cementerio con un aspecto algo más macabro. Había varias estatuas de ángeles de piedra, que formaban un círculo, rodeando una enorme cruz de piedra, llena de suciedad y musgo.
Los ángeles eran extremadamente pulcros, y el trabajo de su escultor había sido tan preciso que las suaves líneas de su rostro se asemejaban perfectamente a las de un humano.
Juntaban las manos en la usual actitud de orar. Evan se acercó a ellos, contemplándolos absorto, cuando Gabrielle se quitó su espeso abrigo y se lo arrojó a la espalda, cayendo después en el suelo.
-¡No te entretengas! –gritó, esta vez con un tono animado. Se preparaba para el entrenamiento, haciendo estiramientos de brazos y piernas-. Nosotros a lo nuestro, ¿recuerdas?
Evan asintió, sacando la pistola del bolsillo de su sudadera y le quitó el seguro. En ese mismo instante, notó aquel agudo dolor en sus ojos. El visor estaba activándose. El chico cerró los párpados suavemente, y al abrirlos de nuevo, todo se tiñó de un fuerte escarlata.
Todavía sin acostumbrarse a la sensación de ver con esos ojos, Evan frunció el ceño, algo incómodo. Entonces se vio reflejado en uno de los cristales de un panteón. Sus irises habían perdido el brillo; su retina izquierda se había convertido en un blanco. Le parecían los ojos de un francotirador… Le produjeron escalofríos.
La vampiresa entró en el círculo de ángeles de piedra, y el chico hizo lo mismo. Se contemplaron fijamente el uno al otro; en sus miradas se veía la determinación suficiente para encarar al enemigo, de abalanzarse el uno sobre el otro, con objetivo de salir victorioso de la batalla. Parecía que sus ojos chispeaban intensamente.

-Ya estoy aquí –Velvet apareció caminando con ligereza, y se detuvo a tomar un respiro junto a Lena y los demás. ¿Era imaginación de Evan o el rostro de su tío parecía ensombrecido?-. Bien, Evan. Esta vez he decidido que entrenemos aquí por dos razones de peso; una, el espacio de la mansión es totalmente insuficiente, y dos, tenemos que simular una batalla de verdad. Con esto quiero decir que todo será más serio que esta mañana –suspiró-. Hemos de enseñarte rápido a manejar todo tu potencial, para que pronto estés preparado para recibir misiones.  No podemos demorarnos mucho en ese asunto.
>> Lo que tienes que pulir ahora es la discreción. Como bien entenderás, los humanos totales son enteramente ajenos a la existencia de los entes paranormales. Pueden verlos, sí, pero creen que su coexistencia no va más allá de los mitos o los cuentos para asustar a los niños, así que lo mejor es no darles pistas sobre ello, ¿no? Imagínate lo que sucedería si un humano tuviese un encontronazo con un ente. ¿No sería un shock fatal para éste? Enfrentarse a un ente es el doble de peligroso si hay humanos alrededor, o cerca de la batalla. Tienes que aprender a manejar la situación y a alejar la batalla de ellos. La WPA está trabajando en diferentes artefactos para provocar este tipo de accidentes, pero hasta entonces, solo podemos confiar en que lo hagas bien. Es un factor importantísimo que, de salir mal, puede acarrear varios problemas, y pueden dejar de sopesarse esperanzas en ti como investigador –explicó, totalmente serio.
Evan bajó la cabeza, mudo, y después asintió. La explicación le había asustado un poco, pero no debía dejarse llevar por sus emociones. Su tío le sonrió entonces.
-¡Venga, muchacho! Este es un arduo camino que tendrás que recorrer –señaló-, pero sé que vales para ello. Bueno, vamos al grano. Este entrenamiento acabará cuando yo lo vea conveniente.
Todos salieron del círculo de ángeles a excepción de Gabrielle y el chico, que volvieron a intercambiar una última y punzante mirada antes del agudo sonido del silbato.

Gabrielle emitió una risita macabra y se movió a velocidad de vértigo, desapareciendo entre las lápidas mortuorias en un santiamén. A Evan le costó reaccionar a aquello: ¿pretendía que jugasen al gato y al ratón por todo el cementerio? Vaciló un instante, y acto seguido echó a correr siguiendo la estela de la vampiresa, perdiendo de vista a su tío y los demás.
Se hallaba algo confuso. Nunca antes había visto un cementerio como tal, era tan grande, tan caótico como un laberinto. Parecía que, de dar un paso en falso, no volvería a encontrar la salida jamás entre esos senderos selváticos. Evan sujetaba su arma con firmeza. Su visor era incapaz de captar nada ante él… Ladeó la cabeza, pero no había nadie detrás.
Estaba totalmente solo.
Entonces las dudas asaltaron su cabeza. ¿Qué hacer? ¿A dónde dirigirse? Francamente, le frustraba su propia incertidumbre, de modo que siguió caminando. Tenía que ocurrírsele una solución, tarde o temprano.

***

Chask.

Evan volvió a girarse sobre sus propios pasos.
No había nada, había sido él mismo el que acababa de pisar una ramita. Respiró hondo y siguió caminando. A su paso no había más que nichos, algunos de ellos vacíos y sin limpiar, pues las telarañas adornaban su interior. Estaba realmente inquieto… Hacía unos veinte minutos que había salido corriendo tras Gabrielle, pero inmediatamente la había perdido. Ni rastro de ella, no importaba por dónde caminase y en qué dirección. No había más que tumbas, lápidas, nichos, incesable maleza, el revuelo de las aves, las campanas de la iglesia.
Todo tu potencial. Las palabras de Velvet resonaban con fuerza en su mente. ¿Qué querría decir con eso? ¿Había más acerca de su propio poder, algo más que él no conocía? El muchacho se preguntó qué harían los investigadores cuando se encontraban en una situación como aquella, en la que el enemigo, un peligroso cazador, acechaba a la presa desde las sombras.
<< El cazador no será cazado >>, pensó Evan. Cerró los ojos y se olvidó de todo lo que había a su alrededor. Tenía que concentrarse. ¿Qué habría hecho él de haber sido Gabrielle? Quizás si pensaba como aquella vampiresa hostil e irascible, que tan escurridiza resultaba… Quizás entonces, el chico podría dar con la respuesta.

Gabrielle…

De pronto, escuchó unos pasos cerca de él. Evan se apresuró y ocultó su presencia detrás de una enorme lápida, con todo el sigilo posible. Inhaló aire y, tumbado en el húmedo césped, asomó levemente la cabeza.
Pero no.
No era Gabrielle. Tampoco era su tío Velvet, ni Clave, ni Lena, ni Evil, tampoco era Flourite.
Se trataba de dos mujeres desconocidas, y de edad avanzada. Las dos iban vestidas de negro. La primera de ellas, cubierta por un velo negro, sujetaba un pañuelo mientras sollozaba de forma ruidosa. Posiblemente sería una plañidera. La mujer que estaba a su lado iba exageradamente maquillada y recogía su cabello canoso en un moño apretado. Llevaba un ramillete de flores, probablemente para colocarlo en alguna tumba.
El sonido de las campanas debía marcar el final de la misa.
Era posible que aquello formase parte del entrenamiento. Después de todo, Evan tenía que luchar contra Gabrielle en un lugar en el que abundaban los humanos. Ajenas a lo que se cernía sobre ellas, las mujeres caminaban pausadamente, como si de una marcha fúnebre se tratase.

De pronto, Evan abrió los ojos como platos. Tras las desconocidas, andando tan silenciosamente que nadie se percataría de su presencia, Gabrielle las seguía con una sonrisa infantil en su rostro blanquecino. Miraba a Evan con sus ojos carmesíes reluciendo de una forma un tanto bizarra. El chico agarró su pistola, pero su cabeza se llenó de dudas. ¿Debía disparar? Ella le estaba incitando a hacerlo, pero… ¿Y qué ocurría entonces con aquellas señoras? No… No podía arriesgarse.
Pero Gabrielle pareció leerle la mente, y se deslizó lentamente hasta colocarse tras la plañidera, que entre lloriqueos no pareció darse cuenta de nada. Abrió la boca, mostrando su perfecta mandíbula nacarada, y la acercó al arrugado cuello de la mujer. Miró una última vez a Evan, como si esperase algún movimiento por su parte. Sus dientes casi rozaban la piel…
El chico vaciló nuevamente. ¿Y si le descubrían? Discreción. Discreción. Discreción. Tenía que ser discreto. Escondiéndose tras la lápida, resopló. Entonces, sin estar muy seguro de si surtiría o no, alzó el brazo, pistola en mano, y disparó hacia arriba.
El efecto pareció ser el deseado. Segundos después asomó la cabeza y solo observó cómo las mujeres se miraban la una a la otra, desconcertadas por el ruido sordo que acababan de escuchar. No había rastro de Gabrielle. Probablemente, al oír el disparo habría huido de nuevo. La bala aterrizó, inofensiva, junto a las piernas del muchacho.
Evan se recostó en la lápida y se tranquilizó, mientras esperaba a que las señoras abandonasen el sendero para seguir con su búsqueda. Había franqueado un obstáculo, pero volvía a andar a ciegas por el interminable cementerio de Highbury Grove. Entrenar allí se le estaba haciendo más complicado de lo que él había sido capaz de imaginar. Tenía que tener cuidado de no ser asaltado por sorpresa, a la vez que se mantenía alejado de ojos humanos. Además, comenzaba a notar el cansancio en su cuerpo, pues le costó bastante incorporarse.

El sendero derivaba en un camino de piedra, acompañado por altas farolas de color negro, aún sin encender. Al fondo de éste, la gente se movilizaba despacio, llevando entre cuatro el ataúd del fallecido. El cura les acompañaba a enterrarle. Evan estaba se percató entonces de que el funeral había terminado ya, por lo que se alegró. Si la multitud se marchaba, resultaría más sencillo enfrentarse a Gabrielle. Aquella endemoniada vampiresa huidiza… Seguramente estaría pasándoselo tan bien como una niña jugando a su libre albedrío con su muñeca. Estaba haciendo lo que quería con Evan. Lo tenía totalmente a su merced, perdido y desconcertado, preguntándose si cada minúsculo paso que daba sería el correcto. Lo tenía encerrado en su casita de muñecas, que era el enorme cementerio. ¿Cuándo se atrevería a dar  la cara, para terminar de jugar de una vez?

En aquel momento a Evan comenzó a dolerle con intensidad el ojo derecho. Se paró en seco y se llevó las manos a la cara, palpándose el párpado. ¿Había captado algo? Podía ver cómo sobre las farolas se encendían pequeñas y tintineantes llamitas de color azul turquesa. Al principio no comprendió el por qué, pero inmediatamente después se dio cuenta de lo que aquello significaba. Fijó el blanco en una de la farola más cercana y disparó repetidas veces con temple. Entonces, un murciélago bañado en sangre levantó el vuelo con torpeza.
¡Por fin había dado con Gabrielle!
Desde las farolas obtenía una vista satisfactoria del lugar y podía controlar los movimientos de su adversario, pero si se subiese a ellas manteniendo su forma humana sería rápidamente detectada. La vampiresa había aprovechado la semejanza de colores entre las farolas y sus quirópteros, y también su pequeño tamaño, para ocultarse en ellas y observar. Pero Evan había descubierto su ingeniosa treta. La suave voz de la vampiresa resonó en el cielo, respaldada por la danza de miles de murciélagos.
-¡Eres listo, como yo pensaba! Parece que sabes seguirme el juego –replicó con un tono que transmitía cierta satisfacción. Evan esbozó una sonrisa, halagado. Los animales se juntaron retomando la forma humana de Gabrielle, que flotaba en el cielo, con sus cabellos extendidos en él como si fueran las serpientes de la Gorgona Medusa-. Bien… ¿Qué tal si seguimos con el entrenamiento? –la vampiresa descendió despacio, hasta que la suela de sus playeras tocó el suelo de fría piedra. La sangre salía a borbotones de su brazo izquierdo. Esta vez el disparo le había dado de lleno.
Evan levantó la pistola, pero Gabrielle no huyó esta vez.
Se lamió sus afilados colmillos antes de señalar el fondo del camino, en el que ya no había nadie.
-¿Qué tal si terminamos con esto en la iglesia? Te espero allí –y entonces volvió a convertirse en el oscuro manto de murciélagos, que sobrevolaron el cementerio hasta desaparecer.
El chico obedeció y corrió hacia la iglesia. Quería terminar ya… Estaba algo mareado. Quizá se debía al haber utilizado su poder durante un largo período de tiempo… tenía la vista muy cansada y sus ojos parpadeaban con frecuencia. Pero tenía que aguantar.  No podía derrumbarse en pleno entrenamiento. ¿Qué clase de investigador pretendía ser, si no?

La iglesia tenía la puerta entreabierta, y la luz del día era lo único que iluminaba su interior. Evan abrió la puerta lentamente, para no hacer demasiado ruido, y escrutó todos y cada uno de los lugares de la estancia. No había nadie en los bancos, ni en el confesionario. El altar tenía todas sus velas apagadas y no dejaba ver el trabajo que se habría invertido en el retablo dorado de la pared. El muchacho se paseó con cautela en el oscuro sitio vacío, encaminándose hacia el altar.
Entonces sintió otra punzada de dolor y se encontró con los ojos de Gabrielle, que le saludaba ondeando la mano desde el púlpito de madera. Su herida del brazo estaba totalmente curada. Parecía que no le hubiesen disparado en ningún momento.
-No te has manejado mal para evitar que mordiese a aquella molesta plañidera, he de reconocerlo –cerró sus párpados y planeó velozmente desde donde se encontraba hasta la nave central, colocándose justo delante de Evan. Su cabeza descendió hasta el cuello del joven, mientras le agarraba por los hombros para inmovilizarlo. Abrió la boca de tal modo que parecía que su diabólica mandíbula fuera a cerrarse en la garganta del chico y despedazarla-. No obstante… Si tus reacciones son taaaaaaaaaaan lentas… Morirás en breves seg… -la vampiresa enmudeció súbitamente, mientras su rostro palidecía considerablemente. Evan nunca había presenciado antes aquella expresión de susto.
Gabrielle empujó a Evan hacia atrás con rudeza, mientras contemplaba horrorizada la sangre que chorreaba por un orificio redondo de su vientre. ¡No se había dado cuenta! Estaba tan ensimismada con el chico que ni siquiera había prestado atención al sonido del disparo.
-Y si tus reacciones son tan confiadas –repuso éste- asestarte un tiro resulta algo muy sencillo. –le quedaban tres balas. Lo más adecuado sería utilizar una de ellas para mantener a Gabrielle a raya, y las restantes para disparar a dar. Si eso fallaba, entonces ya improvisaría… Pero hasta entonces tenía que intentarlo.
La vampiresa corrió y alargó el puño, rozándole en la mejilla. Éste se desplazó para esquivarla y disparó una vez a los pies de ésta, que saltó para esquivarlo. Entonces, una vez estaba en el aire, Evan apuntó con el blanco y volvió a disparar, acertándole en el abdomen. Esta vez el impacto fue potente, y el grito desgarrador de Gabrielle hizo un eco ensordecedor en la iglesia. Enrojecida de ira, ésta se abalanzó sobre el chico, y él, cuando intentó evitarla, sintió como sus piernas le fallaban y recibía una fuerte patada en el estómago.

Sus fuerzas…

Evan cayó de bruces al suelo y comenzó a toser de forma sofocante. No acababa de comprender lo que había pasado… Pero estaba agotado. Alzó la vista hacia Gabrielle, cuya cara se retorcía de agudo dolor, cuyas manos ocultaban la profunda herida de bala. La sangre goteaba entre sus finos dedos. La visión del chico se tornó borrosa de repente, y sintió cómo todo su vigor se esfumaba como el viento.
Sus dedos se aflojaron y soltaron la pistola, mientras notaba un hormigueo en sus ojos y el visor se desvanecía despacio…
-¿Evan? –Gabrielle le miró, atónita.
Pero él ya no escuchaba. Sus ojos parpadeaban constantemente, estaba exhausto… Aunque quiso resistirse a aquello, terminó por cerrarlos.

***

-Uh…

Evan se incorporó y notó un gran dolor de cabeza.
Estaba arropado por una enorme manta que le asfixiaba de calor, tendido en la cama de su cuarto. Las persianas estaban bajadas y no entraba un haz de luz. La única iluminación que había en el cuarto era la del chispeante fuego de la chimenea encendida.
El muchacho se dio cuenta entonces de que llevaba puesta la ropa del entrenamiento y se deshizo rápidamente de la sudadera. Entonces miró al espejo, y vio a Klaus en él, sentado a su vera, son aquella eterna sonrisa risueña.
-¡Por fin despiertas! –comentó. Parecía enormemente aliviado-. Buf, el susto que debió llevarse Velvet cuando vio que Gabrielle te llevaba a horcajadas…
-¿Gabrielle? –repitió el chico atónito-. ¿A mí?
-¡Sí! ¿Tan raro es? –no daba la impresión de que Klaus se enterase de lo raro que era ver a Gabrielle preocupada por algo o alguien-. En fin, ha debido ser duro entrenar con tanto ímpetu el primer día… Tanto que ni me extraña que hayas caído agotado, me parece a mí––
-¡Evan, Evan! –Velvet interrumpió la conversación dando un portazo ensordecedor y entrando en la habitación. Sus ojos brillaban con tal resplandor que parecía que fuesen a romper a llorar en cualquier momento-. Madre mía, estás bien… ¡Menos mal! –el hombre abrazó a Evan con tanta fuerza que éste pensaba que iba a ahogarse-. Te has excedido… No pensé que sucedería en el segundo entrenamiento, pero has llevado tus poderes al límite. Con este tercer ojo he podido observar vuestra batalla e igualmente, lo has hecho muy bien. ¡Solo falta pulir algunas cosas! Como tu técnica, y también la lucha cuerpo a cuerpo.
Evan se estremeció al escuchar ‘cuerpo a cuerpo’. Siempre había sido un completo inepto para eso.
Velvet se miró en el espejo, para sentarse en la cama sin molestar a Klaus, y miró a su sobrino, enorgullecido.

-Me alegro de que seas uno de los nuestros, Evan… Pero, ¿de verdad que es esto lo que quieres? No quiero que lo hagas obligado… Tampoco que lo hagas si no estás cien por cien seguro de ello –preguntó, con cierta seriedad en su tono. Evan negó con la cabeza.
-¡Claro! Estoy seguro de ello… -el chico ladeó la cabeza y vio su pistola en la mesita de noche-. De todas formas, alguien tiene que luchar contra los entes, y me alegro de poder ayudar en la causa. ¿Qué sentido tiene contemplar el espectáculo con los brazos cruzados…? Además, no importa si soy investigador o no. Sólo por el poder que mi alma contiene, ya corro peligro, ¿no es eso?
-Lo has captado perfectamente –repuso Velvet, y acarició la cabeza de su sobrino-. Por eso, estos últimos días antes del curso, ¡entrenaremos mucho! Tu rendimiento hasta ahora ha sido satisfactorio. Y así no habrá ente que pueda hacerte frente. Bueno, voy a bajar a por tu cena, que supongo que tendrás hambre.
El muchacho no se había parado a pensarlo, pero su estómago rugía con más insistencia que un fiero león ansioso de cazar.
-¿Ves? –rió su tío-. Y antes de que se me olvide. Mientras descansabas aquí, fui a recoger el resto de tu material escolar, por lo que no tienes que preocuparte de eso, ya lo tienes todo listo para el comienzo del curso, ¿de acuerdo?
-Muchas gracias, tío –agradeció Evan, y se impresionó a sí mismo al haber llamado ‘tío’ a Velvet, ya que no solía hacerlo. Él también pareció no habérselo esperado, pero sonrió al oírlo.

-¡Y otra cosa más! –dijo Velvet cuando cruzaba el marco de la puerta. Volvió a entrar en tromba al cuarto y rebuscó algo en el armario. Sacó dos perchas inmediatamente, cada una con un traje diferente-. ¡Tacháaan~! ¿Te gustan? Mira, el izquierdo es el uniforme de ‘Holloway College’ –el primero estaba compuesto por una camisa blanca de manga larga y un pantalón granate, a juego con la corbata del mismo color. Sobre la camisa había un jersey color marrón claro-, y este otro es tu uniforme de investigador, ¡ni más ni menos que diseñado por mí mismo! Todas las compañías confeccionan el suyo propio, así que he aquí el resultado de tardes y tardes comiéndome la cabeza en busca del uniforme ideal. ¿Qué me dices?
El uniforme de investigador se componía de un smoking negro, una camisa blanca impoluta y una corbata roja. Evan lo observó estupefacto. No le gustaban nada los smokings, y sin embargo, tendría que ponérselo para luchar… Suspiró levemente.
-V-Velvet –balbuceó el chico, petrificado aún-. No te ofendas, pero…
Tragó saliva.
-…Tienes un gusto horrible.

-Facing a Vampire [Cemetery Version]-

-Continuará.



~Nota de la autora~
El Londres presentado en Black·Moon~Maison es fiel al verdadero, a excepción de lugares ficticios como la mansión de Velvet, Holloway College o el cementerio de Highbury Grove (ya que Highbury Grove, en efecto, existe). Este camposanto pertenece a la ficción, pues en realidad son siete los cementerios más importantes de Londres, y no ocho.

jueves, 15 de septiembre de 2011

. Lunario III . -FACING A VAMPIRE [HALL VERSION]-


Era una mañana helada. El frío era tan intenso que incluso los pájaros se congelarían en pleno vuelo. Evan se levantó somnoliento, y tras frotarse los ojos, corrió despacio las cortinas. Las nubes grises y el ligero viento marcaban los últimos días de verano. El otoño comenzaba a salir de su crisálida… El muchacho giró y contempló de nuevo su cuarto. Aún no se hacía a aquella habitación redonda, ni a sus muebles, ni a la mansión en sí. Era todo demasiado distinto, comparándolo a su antigua vida, a su antiguo barrio y a su antiguo hogar.

El chico se vistió algo apresurado al comprobar que disponía de tan sólo cinco minutos para presentarse en el vestíbulo. Se puso sus vaqueros favoritos, de un azul desteñido, y una camiseta de manga corta que le habían regalado su pasado cumpleaños. Le dio lástima ponérsela; dentro de unos días la tendría que guardar en la maleta para no volver a sacarla durante un largo invierno… Mientras se calzaba unas playeras se miró al espejo, y por un momento se vio irreconocible. ¡Qué cara! Él sí que parecía, en aquel momento, un zombie. Sacó un pequeño peine del cajón de la mesita de noche y se acicaló su cabello con suavidad.

-Acabarás llegando tarde… -rió Klaus. Evan ni siquiera se había percatado de que el fantasma estaba allí, con él. Estaba sentado en la cama deshecha, jugando con el lazo color ceniza que llevaba en su camisa. Evan le sonrió lo mejor que pudo, pues sus nervios se lo dificultaban bastante.

Evan bajó las escaleras entre temblores. ¿Cuál podía ser su entrenamiento? Estaba a punto de descubrirlo, pero el corazón le palpitaba de tal manera que deseaba arrancárselo para que dejase de molestarle. Aquel malestar era desagradable. Sentía que, quizás, no estaba preparado para algo así. Cruzó el pasillo del primer piso rápidamente, y antes de abrir la puerta que guiaba al vestíbulo, tragó saliva. Agarró con ambas manos el picaporte… Y entonces abrió la puerta. Su nerviosismo tocó a fin cuando comenzó a bajar las escaleras del lateral derecho, y pudo hacerse una ligera idea de lo que avecinaba aquella mañana.

No había rastro de Flourite y Lena en el vestíbulo, así que el muchacho se imaginó que estarían juntas en la cocina, preparando un suculento desayuno. Clave y Evil esperaban en uno de los peldaños de la escalinata izquierda. El primero jugaba con el inquieto Oculus, pasándoselo continuamente de mano a mano. Su respiración era profunda y extremadamente ruidosa. Era tan desagradable como el sonido que emite alguien que se está ahogando, pero él no parecía darse cuenta. Estaba demasiado concentrado mareando el ojo de Flourite. En cambio, el segundo, contemplaba aburrido un cronómetro que sujetaba con firmeza. Se hallaba sentado sobre un cofre de madera, al parecer muy antiguo.

Parecía un niño pequeño al que habían castigado y no tenía más remedio que trastear con el cronómetro.
Gabrielle se ataba el lazo negro que llevaba en la cabeza. A diferencia de la noche anterior, no llevaba un exquisito vestido lleno de volantes ni un corsé tan ajustado que pareciese estar a punto de ahogarla. Llevaba un top del mismo color que su lazo, unas mallas bien pegadas a su estilizada figura y unos guantes de corte en los dedos. La muchacha estaba agachada, atándose los cordones de las deportivas, pero levantó la vista cuando oyó a Evan bajar los viejos peldaños. Entonces, le sonrió, como complacida. Clavaba sus ojos carmesíes en el muchacho, inspirando cierta superioridad.

Velvet estaba de pie, con los brazos en jarras y en pijama, y recibió a Evan con su habitual rostro optimista. Tenía en su mano un reloj de bolsillo, que consultó antes de hablar a su sobrino.
-¡Vaya! –exclamó sorprendido-. Eres espeluznantemente puntual, muchacho –sin apenas poder contener su impaciencia, propinó leves empujoncitos a Evan, dirigiéndolo a la pared derecha del vestíbulo-. Ponte aquí. ¡No hay tiempo que perder! Cuanto antes empecemos mejor.
Evan no entendió nada, pero no hacía falta que lo hiciera. Después de todo, aquel era el misterioso entrenamiento del que todavía sabía poco o nada.
-Velvet... –se apresuró a decir Evan-. ¿Puedes decirme ya en qué consiste todo esto, por favor?
-Espera un momento... –el hombre frunció el ceño, concentrado-. ¡Oh, ya lo recuerdo! Demonios, estoy tan emocionado y tan nervioso que por poco olvido el plato fuerte.
Entonces se acercó a Evil y éste se levantó para entregarle aquel cofre. Velvet lo tomó con ambas manos, susurrando ‘Perfecto’ y quitándole el polvo con la palma de la mano. Evan pudo contemplarlo con mayor detalle, ahora que lo tenía más cerca de él. No sólo estaba viejo, sino que además las polillas habían hecho un arduo trabajo agujereando su cubierta. La cerradura de ésta, de un metal casi oxidado, tenía la forma de una ‘C’. Velvet agitó el cofre con impaciencia.

Se lo entregó a su sobrino en mano, para que fuese él quien lo abriera.
-Ábrelo, vamos. ¿No estabas ansioso por ver el arma que utilizarías?
Entonces Evan, corroído por la curiosidad, agarró el cofre y lo abrió, sin más dilación. Dentro de él había una hermosa pistola de un color gris oscuro, cuya empuñadura era de madera y llevaba tallado un 96, con una ‘C’ entre ellas. A diferencia que en la mayoría de las pistolas que había visto Evan en su vida, en ésta las balas no se encajaban en el tambor, sino que tenía una ranura en la parte superior para insertarlas. El chico era incapaz de salir de su asombro. Estaba hipnotizado por la elegancia y a su vez por el peligro que constituiría para él tomar esa arma en sus manos.

-¿Sabrás manejarla?
-¿Cómo puedes preguntarme eso? –rió Evan.

-Vamos a ver, una explicación fácil –Velvet extrajo con sumo cuidado el arma de fuego del cofre y la tomó con ambas manos-. ¿Ves esta clavija de aquí? Es el seguro. Te recomiendo que lo lleves puesto siempre que no sea necesario apretar el gatillo, no nos gustaría que hubiese ningún accidente, ¿verdad? Cuando necesites disparar, entonces no tienes más que levantarlo. En la recámara se guardan las balas, como puedes comprobar está aquí arriba. En esta ocasión, me he ocupado yo mismo de cargarla, pero te administraré una buena munición para las misiones que tengas que hacer. Puedes disparar sin miedo, los laboratorios NIGHTMARE fabricaron balas especiales que sólo pueden dañar a entes y semientes, contra los humanos no surten ningún efecto, ¿de acuerdo? Así que tampoco pueden causar ningún daño material. ¡Son bastante prácticas! –explicó Velvet-. Cada vez que dispares, la pistola desalojará la bala empleada. Pero lo más importante, sin duda, es disparar con juicio… De lo contrario, perderás tiempo y munición, sería estúpido –contempló el arma con ojos entristecidos antes de ofrecérsela a su sobrino, y entonces volvió a sonreír, como de costumbre-. Es el modelo Mauser C96 NIGHTMARE, como ves, lleva la marca de la casa en su nombre. Es una pistola adaptada para luchar contra los entes paranormales. Ésta, concretamente, fue mi arma en mi época de investigador –su voz fue ganando firmeza-, pero ahora es para ti.

Evan se estremeció.
-¿Y tengo que usarla contra Gabrielle…? –musitó el muchacho. Velvet se llevó las manos a la cara.
-Maldita sea, Evan. ¿Nadie te ha dicho nunca que si destapas un secreto, pierde absolutamente la gracia? –Gabrielle puso los ojos en blanco y cruzó los brazos, con una mirada fría-. Aunque en verdad quizás resulta algo evidente. En fin, no importa ya. Esta será la primera parte de tu entrenamiento –primera parte. ¿Iba a haber más?-, y su objetivo es que te adecues a tu arma, ¿entendido? Tienes que hacerte a ella. Como si fuese una parte más de tu brazo. Después de todo, cuando se lucha contra un ente, el investigador mismo es el arma, y el alma su munición. Lo único que tienes que hacer esta mañana es disparar a Gabrielle. En cuanto le hayas asestado un tiro, habrás terminado –su sobrino le miró con incredulidad, como si creyese que Velvet no hablaba en serio. Lo malo era que realmente lo hacía-. Sí, eso es todo –el hombre dirigió una mirada compasiva a Gabrielle mientras se apartaba de lo que sería ‘el ring de batalla’ y se sentaba junto a Evil y Clave-. Gabi, sin destrozos, por favor te lo pido.
-No me llames Gabi, por favor te lo pido –repitió ella malhumorada. Era realmente fácil hacerle rabiar…
Evan sujetó con firmeza su pistola, y entonces notó cómo una extraña fuerza bullía en su interior sin ningún control, recorriendo todos y cada uno de los rincones de su cuerpo. ¿Qué era aquello? Desde los pies, serpenteaba por sus piernas, por su abdomen, su cuello, su boca y, finalmente, sus ojos––

Entonces todo se volvió negro azabache. Era una negrura tan profunda, tan sofocante… Como si ningún haz de luz pudiese alcanzar esa profundidad. El chico sintió sus dedos tocar sus párpados, sin entender, pero no podía ver nada. Había perdido completamente el campo de visión… ¿O dónde estaba, si no era así? Sacudió la cabeza, pero era imposible atisbar nada. Reculó despacio, hasta chocar con algo. Aquella incertidumbre lo estaba desesperando… ¿Por qué era incapaz de ver? ¿Qué ocurría con sus ojos?... Dolía.
Un dolor agudo cruzaba sus retinas de lado a lado. Era una sensación ardiente, como si sus globos oculares se estuviesen derritiendo… Era peor que el mismo infierno.
Sus ojos despedazándose con vehemencia, y él sin poder ver qué sucedía, preso del dolor…
En un instante, todo comenzó a aclararse. Incluso, después de unos segundos, Evan pudo parpadear. Pero su visión de su alrededor fue tan radicalmente diferente que enseguida volvió a cerrar los ojos con fuerza, asustado.
Cuando por fin volvió a abrirlos, todo era rojo como la sangre. Un cálido carmesí formaba ahora parte de su visión, como si se hubiese filtrado en sus ojos. La madera, la piel de sus conocidos, su propia piel. Todo era de aquella misma tonalidad.

Con su ojo izquierdo podía ver una especie de blanco, y para su asombro, podía aproximarlo a lo que él deseaba examinar más de cerca y también fijarlo. Por más que girase la cabeza, el ojo siempre se movía en la dirección marcada por el blanco. El ojo derecho, en cambio, había experimentado un cambio más curioso aún. Los entes que en aquel momento se encontraban en el vestíbulo aparecían rodeados de una extraña llama azul turquesa. A través de sus nuevos ojos, su percepción de la realidad era totalmente distinta. Eran unos ojos preparados para la batalla.
Pero el muchacho seguía tan impresionado como aterrado de lo que acababa de sucederle.
-V-Velvet…
-No tienes que asustarte, Evan –se apresuró a decir su tío-. Tu poder está tomando forma… No te asustes. El cambio que acaban de experimentar tus ojos ha sido reacción de tu alma; cuando ésta percibe que el sujeto está preparado para la lucha, entonces pone en marcha ese mecanismo ocular que posees en este momento. Los investigadores lo llaman visor, está claro por qué, ¿a que sí? De esta manera, podrás distinguir de un solo vistazo a entes del resto de las personas, sin importar cuán humana sea su apariencia, y además de eso, podrás dispararles sin fallar –hizo una seña a Evil con las manos, y éste puso en marcha el cronómetro-. Ahora empieza el entrenamiento… Recuerda que basta con un disparo… Preparados, listos…

¡YA!

-No te contengas, Evan –ordenó Gabrielle, antes de echarse hacia atrás con sonrisa maquiavélica-. Si lo haces, será peor.
Y tras aquellas palabras, la vampiresa se abalanzó sobre Evan de un salto, con expresión divertida, y con sus manos de garras afiladas buscando el pecho del chico, queriéndole asestar un potente golpe. Por suerte, Evan reaccionó deprisa y se desplazó hacia un lado, esquivándola. A juzgar por la ráfaga de aire que pasó por delante del rostro del chico, no habría resultado muy agradable haber sido alcanzado por aquel puñetazo.
Gabrielle se giró y continuó tratando de golpear a su adversario. Parecía que cuanto más escurridizo era su enemigo, más disfrutaba ella, pues su sonrisa de satisfacción crecía a cada ofensiva que Evan conseguía disuadir. Entonces cambió de táctica y empezó a asestar puñetazos a diestro y siniestro. El chico los esquivaba torpemente o de casualidad; era demasiado para él. De ningún modo se había esperado que Gabrielle se encontrase en tal forma física, y eso era algo que le estaba causando bastantes problemas, pues no había contado con ello en ningún momento.
Ambos contrincantes se fueron desplazando por el vestíbulo, hasta que Evan, que iba de espaldas, chocó contra la pared. Ante la imposibilidad de esquivar más golpes de la vampiresa, éste cruzó sus brazos sobre el abdomen y trató de neutralizar todos los puñetazos posibles.
-Venga, Evan… -decía Gabrielle, con avidez-. Deja de defenderte… Vamos… Atácame… ¡De una vez por todas!
Y uno de sus golpes, que Evan esquivó apartando la cabeza, atravesó la pared de madera e inmovilizó su brazo.

-¡Bah! –resopló la chica, haciendo fuerza para liberarse. En medio del vuelo de las astillas disipadas por semejante golpe, Evan alzó su pistola, levantando el seguro, y cuando su ojo izquierdo hubo fijado por fin su objetivo…

Disparó.

Todo sucedió tan rápido que al muchacho le costó asimilarlo. Cuando aquella veloz bala se encontraba a escasos centímetros de Gabrielle, todo se distorsionó. El cuerpo de la muchacha se disolvió, convirtiéndose en un revuelo de miles de murciélagos, que alzaron el vuelo y se expandieron en escasos segundos por todo el vestíbulo. La bala chocó contra la pared y aterrizó en el suelo, inocua.
Cierto, los vampiros podían adoptar esa forma, ¿Cómo podía haber olvidado ese detalle? Evan desalojó la bala vacía y alzó la vista, desconcertado. Entonces fue cuando apuntó hacia el techo, apuntando con el visor a una de los millares de quirópteros que se expandían por el lugar y tiroteó sin descanso.
No obstante, el animal, con una ostentosa acrobacia después de otra eludió la ofensiva, y, unido al resto de los suyos, arremetió contra el confuso muchacho a una velocidad vertiginosa. Fue en una milésima de segundo en la que se formó un ciclón de murciélagos alrededor de éste, y una vez rodeado, comenzó a recibir los primeros arañazos y mordiscos del enemigo.
Evan estaba angustiado. Se cubría la cabeza con ambas manos, pero ¿era lo más correcto? Sentía la calidez de su sangre salir a borbotones de las heridas que nacían en su piel, mientras el ruidoso aleteo y los sonidos que emitían los quirópteros perforaban el tímpano del chico como una herida limpia de arma blanca.
Con qué podía contrarrestar a los murciélagos, eso querría saber él... Agitó fuertemente las manos, golpeando a varios de los quirópteros, pero era inútil; a los pocos segundos éstos reaccionaban y volvían a la carga. Evan reculó, vacilante, ante el bailoteo grotesco de los animales, similar a una mascarada de medianoche...

Y entonces se hizo la luz.

Sin importarle aquel incesable aleteo ni los mordiscos que estaba recibiendo en todo su cuerpo, Evan se precipitó hacia la ventana de al lado de la puerta y tiró con todas sus fuerzas de la cuerda de la vieja persiana. Inmediatamente, la celosía se enrolló firmemente, y los murciélagos que se arrojaban sobre Evan huyeron despavoridos hacia las sombras del vestíbulo, temerosos del influjo del sol naciente.
Entonces se agruparon y volvieron a su forma original de vampiresa.

Gabrielle mostraba una sonrisa complacida.
-No está mal –rió contenta, acicalando su delicado cabello-, pero que nada mal. Veo que sabes cómo enfrentarte a un vampiro –clavó sus ojos en Evan, que se apoyaba en el marco de la ventana, jadeante. La sangre de éste se deslizaba por su piel lastimada, tiñéndola del color preferido de ella. Sus pupilas de dilataron lentamente... -. O, al menos, conoces algunos de nuestros puntos débiles... –la vampiresa volvió al ataque.
Evan se sacudió y esta vez prefirió arriesgarse, disparando un par de balas mientras Gabrielle se aproximaba, pero no tuvo ninguna suerte. Nunca había podido presumir de tener una puntería inmejorable, pero no creía que se tratase de eso, sino de sus nervios, la intranquilidad que le invadía. Además, la vampiresa era muy mañosa y veloz como el rayo. Hasta el momento, no había conseguido que ningún proyectil la rozase siquiera. Ni siquiera dejaba ningún flanco desprotegido. La chica se abalanzó sobre Evan y le agarró las muñecas de forma violenta, empujándole contra la pared e inmovilizándolo. El chico se mordió el labio, conteniendo el dolor. ¿Era él o Gabrielle había atacado con un vigor aún mayor al de antes? La pistola resbaló de su mano derecha, cayendo en el suelo con un ruido sordo...

La vampiresa esbozó una mueca de dientes afilados y relucientes como el nácar. Entonces abrió la boca de par en par, con sus ojos fijos en el cuello del muchacho. ¿Morderle?
Éste se sacudió intentando liberarse, pero a cada movimiento que él hacía, ella apretaba con más energía. Gabrielle lamió el cuello de su presa con gesto de extremo placer, y Evan podía notar un cálido aliento rozando su piel. Pero entonces ocurrió algo que él fue incapaz de entender.
La chica cerró los ojos, como conteniéndose, y alejó la cabeza, con los dientes apretados. Entonces Evan, presa del miedo, actuó de manera instintiva y levantó la rodilla, golpeando a Gabrielle en el estómago y haciéndola caer al suelo. En cuanto se vio liberado y fuera de peligro, se agachó y recuperó su arma, pero la aludida ya se había convertido nuevamente en un revoloteo de murciélagos que danzaban alrededor de Evan. Fue en aquel instante cuando ella retomó su forma original, detrás del joven, y le propinó un fuerte golpe en la cabeza con las manos.
Evan cayó de bruces y rodó con el suelo hasta frenar con su propio brazo. El dolor que sentía en aquel momento por todo el cuerpo era intenso, y se veía sin fuerzas para continuar.
Parecía como si toda aquella energía que había liberado la tarde anterior se hubiese esfumado para siempre, como una bandada de pájaros lista para emigrar. Su cuerpo entero estaba temblando, como si estuviese mareado, como si sufriera de anemia. En aquel momento se sintió ciego de cólera, enfadado consigo mismo. Estaba tan decepcionado...

¿Por qué era tan débil?

Evan sabía que desde pequeño había sido frágil. No era muy aficionado a los deportes, ni siquiera les había prestado atención. Se había dedicado siempre a pulir su intelecto, en lugar de forjar su físico.
Pero se sentía muy orgulloso de haber tomado aquella elección, pues su inteligencia era indudable.
Nunca se había arrepentido de ello... Hasta entonces.

Gabrielle, que entonces se hallaba suspendida en el aire, como si pudiese caminar por él sin esfuerzo, profirió un largo suspiro. Debía estar aburrida de ‘jugar’ con él. Su rival yacía en el suelo de madera, inmóvil... Ya no era más que una mequetrefe inservible, incapaz de deleitarla con un rato de fiero entretenimiento. Evan la miró e intentó levantarse, pero las heridas que le había causado volvían a encenderse cada vez que lo intentaba. Miró después a Velvet, cuya expresión denotaba preocupación. Su tez no tenía ningún color;  sus labios temblaban de rabia. Pero seguramente, no estaría dispuesto a intervenir hasta el último momento.
Finalmente, Evan miró a Clave, que en aquel momento evitaba el contacto visual, con su mirada fija en el suelo, y después estudió el comportamiento de Evil Vreeland...
Y deseó no haberlo hecho.
El ente no podía estar más satisfecho con encontrar al chico en un estado tan lamentable. Aparentemente se encontraba profundamente conmovido. Apoyando los codos en sus rodillas, reposaba la cabeza en sus manos. Su feliz sonrisa resultaba sucia y putrefacta para Evan, pero más aún lo que siseó a continuación, entreabriendo los labios.
-Un investigador como él no servirá de nada... –puso los ojos en blanco-. Lo veo tan inútil que me dan ganas de vomitar––

Evan jamás había sido confrontado de una manera tan directa y cruel. Aquel susurro, el poder de esas palabras golpeó el orgullo del muchacho. Se sintió terriblemente humillado...
Por semejante estúpido.
Evil no sabía nada sobre él, y sin embargo, lo despreciaba continuamente. Imperdonable. Eso había sido totalmente imperdonable. Apretó con tal fuerza el puño que sus uñas se enterraban en la palma de su mano, mientras crispado por la ira, apretaba la pistola y ni el frío del metal podía hacer frente al ardor que recorría sus venas. Nadie perdonaría tal insulto.
Aquellas palabras habían hecho semejante mella en él que consiguió levantarse, y con un titánico esfuerzo, alzar el arma, apuntando a Gabrielle. El blanco se fijó en la vampiresa, que dejó de sonreír inmediatamente, como si acabasen de darle una bofetada.
-No voy a tirar la toalla –replicó Evan, con voz firme-. Al menos, mientras me queden fuerzas para ponerme en pie de nuevo.
-Como quieras –refunfuñó Gabrielle. No parecía especialmente contenta por ello-. Este entrenamiento me es aburrido ya. No tardes demasiado en rendirte definitivamente, ¿sí? –pidió, y acto seguido, planeó hacia Evan extendiendo las manos hacia él, sin duda alguna para agarrarle del cuello. No gracias, pensaba el chico, ya había tenido suficiente con que lo hubiesen intentado una vez.
La ira no le serviría de nada contra Gabrielle, era consciente. Se tomó un instante para recuperar la compostura, y después apretó el gatillo.

BANG.

La vampiresa parpadeó suavemente mientras miraba a Evan con sorpresa. Sus ojos se abrieron una y otra vez, probablemente era incapaz de asimilar el hecho de que una bala se había ensartado en su frente hace unos escasos segundos.
Evan también estaba totalmente sorprendido de lo que acababa de hacer, y no podía apartar la vista del agujero que Gabrielle tenía en el entrecejo. El impacto del disparo hizo que ella cayese súbitamente, golpeándose con la cara en el pavimento.
El chico se pellizcó la mejilla. Era real. Lo había conseguido. La vampiresa tendida en el suelo, sin moverse un ápice de su posición, era clara prueba de ello. Pero entonces se preocupó por ella. Llevaba unos largos segundos totalmente quieta. ¿No estaría quizás...?

-¡¡DUEEEEELEEEEEEEEEEEEE!! –vociferó Gabrielle, levantando la cabeza del suelo y cubriéndose la frente con las manos. Sus ojos rojizos lagrimeaban, brillando como perlas-. Q... ¡Qué soez! ¿No podías apuntar a otra parte? Tonto... Descuidado... –la vampiresa maldecía en voz baja. Totalmente avergonzada, miraba hacia abajo, mientras respiraba profundamente en varias ocasiones, como conteniendo el dolor.
Evan quiso presentar sus disculpas, pero ¿serviría de algo? Gabrielle estaba tan enfrascada en maldecirle que probablemente no le escucharía, o, en el peor de los casos, no le daría su perdón.
La vampiresa se sentó en el suelo, apartando las manos de su frente. Como si su propio cuerpo la rechazase, la bala salió expulsada del entrecejo.
-Esto... ¿Estás bien? –preguntó Evan, preocupado de verdad por el estado de ella.
-¡¿Bromeas?! –repuso Gabrielle hecha un basilisco. Le miró enojada-. En alguien de mi especie, las heridas de bala no surten el mismo efecto que en otros entes. Se curará deprisa, pero el dolor es potente. Apunta esto, ¡para matar a un verdadero vampiro, hace falta una ESTACA! –la chica lo explicó con el mismo tono grosero. El redondo orificio de su frente comenzó a cicatrizar rápidamente, cerrándose y dejando tan sólo una minúscula marca casi imposible de ver-. Creo que mejor voy a cambiarme. Mi frente, mi preciosa frente... -se acercó a la escalinata y, tras subir varios peldaños, bajó la cabeza, lamentándose de nuevo-. ¡Eres un bruto, Evan Hedwings! ¡Un bruto y un imbécil!

La furiosa vampiresa subió las escaleras pisoteando con fuerza y murmurando por lo bajo. Hubo un rato de silencio por parte de todos los presentes en el vestíbulo. Evan tomó aire y contempló absorto su arma. Todavía le costaba creer todo lo que acababa de suceder. Aquella misma mañana había recibido una pistola, había descubierto parte de sus poderes ocultos, se había enfrentado a una vampiresa de pura cepa... Y para colmo, había salido victorioso.
Un abrazo aprisionador lo arrancó de sus pensamientos.
-¡Evan! –Velvet, cómo no. Extrajo de uno de los bolsillos de su pijama un pañuelo de seda color canela y limpió la cara sucia de polvo y sangre de su sobrino. No era que al chico le molestase aquella actitud tan paternal, pero no dejarle a él mismo hacerlo le parecía excesivo-. No pensé jamás que tendrías mano izquierda con una pistola, ¡pero también he de reconocer que me has asustado! Ahora curaremos tus heridas, así que no te preocupes, ¿está bien? También le diré a Lena y Flourite que te preparen un desayuno digno de un campeón.
El hombre desvió su mirada hacia el destrozo de Gabrielle en la pared.
-Cielos... Menudo boquete –musitó-. Mira que le tengo dicho que esta casa perteneció a mis abuelos y que es muy antigua, pero siempre hace caso omiso de todo, ¿sabes? Esta Gabi... Por muy delicada que parezca nada le gusta más que poder participar en una buena pelea –Velvet sonrió y revolvió el cabello de su sobrino.
-Y ganar –añadió Clave con un hilo de voz, aproximándose a ellos-. Disfruta de las batallas en las que sus víctimas muestran resistencia contra ella, pero una vez es superada, se enfada, como ahora.
Evan suspiró. Qué complicada era aquella chica... Era difícil tratarla, y muy fácil meter la pata. Además, sus prontos eran los de una niña pequeña, malcriada y chillona. El coger semejante rabieta por perder un duelo era una reacción propia de una cría que no roza, ni de lejos, la pubertad.

-Tst –Evil chasqueó la lengua. Detuvo el cronómetro y se levantó, bajando las escaleras y agarrando a Clave del brazo-. ¡Vamos, Clave! Vámonos desayunar.
-¡Cierto! –Velvet miró a Evan sonriente-. Desayunemos ya. Debes de estar hambriento, ¿verdad? –el chico asintió. Con la pelea, ni siquiera había pensado en que su estómago reclamaba algo de comer con voracidad-. Así podemos hablar de algunas cosas que debería aclararte, mientras nos ponemos las botas.

***

-¡Ay! –se lamentó Evan.
-Lo siento, ¿te he hecho daño? –Flourite untó un poco de agua oxigenada en un trocito de algodón y lo presionó sobre las heridas de los brazos del chico-. Sé que te escocerá... Pero después curará enseguida. No son heridas profundas, después de todo –los dos estaban sentados en el sofá del salón. Evan se había tenido que quitar la camiseta, hecha jirones, para curar los arañazos de los murciélagos. La muchacha deshizo el vendaje del brazo derecho de Evan, pues las vendas estaban rotas y sucias-. Es un mordisco muy feo... Pero tiene mejor aspecto, ¿no crees?
-Sí, supongo... –él contemplo su propio cuerpo malherido y suspiró. No llevaba ni un día y medio viviendo en la mansión, y sin embargo estaba coleccionando más heridas en ese lapso de tiempo que en sus diecisiete años de edad.

Lena se acercó con una enorme bandeja en las manos. Se la colocó a Evan en las rodillas y se incorporó, con una sonrisa triunfal. El muchacho abrió la boca impresionado; no sabía a cuál de los platos mirar primero. ¡Todo tenía una pinta fabulosa!
-¡Enhorabuena, Evan! Para ser un novato, disparar a Gabi tiene mucho mérito, créeme. ¡Es la más rápida de nosotros! –felicitó la licántropo-. Oh, y no hagas caso de sus rabietas. Cuando se enfada, es mucho mejor dejarla sola, se le pasa enseguida. Pero es que a cabezota no hay quien la gane... ¡En fin! Espero que te guste el desayuno. Eso es un zumo de naranja recién exprimido, la tarta es de queso y frutas silvestres y esto de aquí son tortitas con dulce de leche. ¡Que aproveche!
Y acto seguido regresó a la cocina.
-La tarta está deliciosa, te lo garantizo –comentó Flourite, mientras volvía a vendar el mordisco del brazo a Evan-. ¡Es uno de los mejores postres de Lena! Y con respecto a esto... –alcanzó la camiseta del chico con la mano-. Haré lo que pueda con ella, quizás pueda coserla.
-De acuerdo. Gracias, Flourite –respondió Evan, contento, y partió un trozo de tarta llevándosela a la boca. ¡Estaba deliciosa! El chico no era muy partidario de los pasteles, pero ciertamente había pocas cosas que hubiese probado y que supieran mejor que aquello. Velvet se sentó junto a Flourite en el sofá, vestido con uno de sus característicos trajes, una chistera negra y una taza de café caliente en la mano.
-¿Qué tal las heridas, Evan?
-Bueno, ahora me duelen mucho menos –respondió el muchacho, tomando un sorbo de zumo. Realmente le costaba creer que se hubiera enzarzado en una lucha aquella misma mañana. Su primer entrenamiento había consistido en hacerse a su pistola, por lo que era incapaz de imaginarse el próximo. ¿Cuál sería el objetivo? Velvet lo miró con seriedad.
-En cierto modo, esta mañana he temido bastante por ti –indicó el hombre. Evan se extrañó.
-¿Por qué lo dices?
-¿Por qué? –repitió incrédulo-. Querido sobrino... ¡Gabi ha estado a punto de morderte! ¿Sabes el tiempo que lleva sin saborear una sola gota de sangre? Por un momento, pensé que lo haría.
-Espera, Velvet, no te sigo –interrumpió Evan-. ¿Acaso no es Gabrielle una vampiresa?
-Claro que lo es, pero, bueno, ya te dije que no todos los entes tienen malicia. Y Gabi es una de ellos. Como lo eres tú, ella fue una humana parcial en su tiempo, y fue asesinada brutalmente por un vampiro. Pero a pesar de su condición como tal, se empeña en aferrarse a su vida humana, a hacer las cosas que hacía antes. Podríamos decir... Que Gabrielle es una vampiresa que tiene miedo de sí misma. Tiene miedo de succionar la sangre de cualquiera, aunque su instinto de ente es, a veces, más vigoroso que ella y no puede evitarlo... ¿Lo entiendes?
Evan abrió los ojos impresionado, y asintió. No esperaba oír algo así, y se sentía algo mal por ella. Su tío pareció darse cuenta y prefirió cambiar de tema drásticamente.

-En fin, a lo nuestro. Por ahora tú eres el primer investigador de la compañía, ya que yo aparqué mi carrera como tal hace años, para poder fundar mi propia entidad. De todas formas, no serás el único... Estoy pensando que tal vez tres investigadores es el número idóneo para las misiones –aventuró Velvet, dándole vueltas a la taza de café con las manos-. Aunque no he encontrado a ninguno más, ¡tendrás dos compañeros! Un único investigador conlleva una tarea complicada y solitaria.
-Hum... Ya veo –Evan sonrió, curioso. ¿Quiénes serían sus compañeros? Ya estaba deseando conocerlos, aunque ni siquiera había indicios de que alguien fuese a trabajar para la Black·Moon~Company-. Y por cierto, Velvet, con respecto a las clases... Me faltan algunos libros y...
-¡Oh! Los encargué la semana pasada, aunque no los tengo todos. Los de latín y francés llegaban con retraso, pero creo que los habrán recibido ya en la tienda. ¿Qué te parece si después del entrenamiento de esta tarde vamos al centro y los recogemos?
-Está bien, pero... ¿En qué consiste el segundo entrenamiento?
-Oh, enseguida lo sabrás –dijo Velvet haciéndose el interesante-. Esta vez no tienes que temer. No te pasará nada. Es completamente distinto de lo de esta mañana –se levantó del sofá estirándose y sonrió-. Me gustaría explicártelo cuando nos encontremos en el lugar en el que entrenarás, así que hasta entonces, ¡nada de preguntas! Esta vez entrenaremos fuera de la mansión –esas fueron sus últimas palabras respecto al tema. Terminó su café y ayudó a Lena a fregar los platos de la cocina. Evan se encogió de hombros. ¿Otra vez con secretitos...?

Evan masticó con avidez su desayuno y se levantó para llevar la bandeja a la cocina, haciendo caso omiso de Flourite, quien decía que ya lo llevaría ella y que no se molestase. En la mesa estaban sentados Evil, Clave y Klaus, reflejado en la pantalla de la cámara de vídeo.
-¿Qué tal estaba la tarta, Evan? Hace tantos años que no como –suspiró- que ni siquiera recuerdo su sabor –apoyó su cabeza en las manos. Evil no quitaba al chico el ojo de encima mientras masticaba sus cereales y los mezclaba con un buen trago de leche. Aquellos ojos felinos de color amarillo disgustaban a Evan como ninguna otra cosa.

-Será mejor que suba a ponerme algo –masculló él, incómodo. Se acercó al sofá para recuperar su pistola, y tras cogerla, abandonó la sala y se encaminó hacia las escaleras en silencio. En aquel momento tuvo un encontronazo con Gabrielle en las escaleras. Acababa de ducharse y llevaba la toalla bien ceñida, ocultando gran parte de su cuerpo empapado. Su cabello lila se pegaba a su tersa piel. Se ruborizó al ver a Evan y apretó los labios con fuerza.
El chico ignoró su reacción y continuó subiendo las escaleras, hasta que de pronto:
-¡EVAN HEDWINGS! –vociferó la vampiresa. El muchacho se giró asombrado por el grito que acababa de proferir.
-S... ¿Sí?
-E-Esta mañana –balbuceó con torpeza- mi comportamiento ha sido inaceptable. En vez de aceptar una derrota con deportividad, he actuado como una energúmena... –Evan parpadeó. ¿Iba en serio? La vampiresa enrojeció de arriba abajo-. P... Por eso, no esperes que vaya a ponerme así esta tarde, ¿estamos? P-Porque no voy a hacerlo. ¡Y tampoco voy a perder! Evan Hedwings, ¡esta tarde voy a aplastarte!
Ambos se miraron sonriendo.
-Bueno, entonces inténtalo, pero no creo que lo consigas –contestó él, seguro de sí mismo. ¿Desde cuándo confiaba tanto en sus posibilidades? Quizás el haberla derrotado una vez había incrementado la fe en sí mismo. Igualmente, la despidió con una cabezada y subió las escaleras. Cada vez se encontraba más excitado por la idea de ser investigador. Se imaginaba a él mismo desempeñando las misiones que Velvet le asignase... Apretó la pistola con fuerza. Su brazo por fin estaba completo.

-Facing a Vampire [Hall Version]-

-Continuará.