La lluvia golpeaba gradualmente las ventanas del aula,
cerradas a cal y canto. El temporal había empeorado notablemente desde el
miércoles… Aunque al ser viernes y avecinar el fin de semana, el tiempo no era
sino un mero detalle sin importancia.
Al llover con semejante intensidad, a los alumnos de
Holloway College se les permitía permanecer en el aula durante la hora del
recreo. Acababa de terminar la hora de Lengua Inglesa, por lo que Evan se
estiró, bostezando, y apoyó su cabeza en la mesa. Estaba agotado. Los últimos días
no había podido dormir peor. Sus ojeras profundas lo delataban. Había sido
incapaz de adoptar su habitual serenidad, su antifaz de tranquilidad que
siempre enmascaraba sus pensamientos…
Llevaba dos días nervioso; agitado. ¿Cómo explicarlo? Él,
un muchacho que siempre trataba de mantenerse firme y sin mostrar emociones a
no ser que fuese necesario, estaba especialmente inquieto. ¿Por qué no podía
dejar de pensarlo por un momento?... Antoinette y Anthony navegaban constantemente por su subconsciente. Como si se hubiesen
adherido a él, no podía quitárselos de encima. La historia que Klaus contó la
pasada noche no solo le había trastornado el sueño, sino que además lo
acompañaba allí a donde fuera, haciéndole recordarla en cualquier instante.
-¡Eh, gente! Veo que estamos todos bastante aburridos.
¡Acercaos aquí, al medio del aula! ¡Agrupad aquí vuestras sillas! Tengo una
historia interesante que contaros.
Era la voz de un alumno. Evan ladeó la cabeza, desganado.
¿Otra crónica? No, gracias. No tenía ganas de oír a nada ni a nadie. Tenía
tantas ganas de volver a la mansión e intentar conciliar el sueño… No tenía
tiempo para paparruchas. Leanne parecía opinar como él; sentada junto al chico,
leía un enorme libro sobre la mitología sumeria. Éste se impresionaba cada vez
más con la delegada. Su rostro era impasible como el de una preponderante reina
que contempla a la plebe, indiferente. Se escuchó el sonido atronador del
movimiento de sillas.
-Vaya; al final os habéis animado muchos –continuó
aquella voz colmada de energía-. ¡Eso es fantástico! En fin, a lo que iba.
¿Habéis oído alguna vez hablar sobre la
llorona…?
Qué típico. Los cuentos de terror eran algo
característico de las escuelas. Los estudiantes reunidos, escuchando a aquel
que narraba los hechos y que a su vez trataba de intimidar a los demás…
Ciertamente cuestiones como aquella no le interesaban lo más mínimo al chico.
-Cuéntalo de una vez, Steven, no te andes con rodeos.
–respondió con aspereza una voz femenina.
El llamado Steven asintió y continuó, levantando la voz.
-Veréis, la llorona es un personaje legendario muy
conocido, sobretodo en Hispanoamérica. Se cuenta que se trata de una mujer que
ha perdido algo muy importante en su vida, y que convertida en un alma en pena, vaga por las ciudades,
turbando a todos con su llanto –el muchacho adoptó un tono de voz turbado, para
transmitirles aquella emoción a sus oyentes-. Pues bien, como sabréis nosotros
los Lancaster vivimos en una mansión en Hornsey Road, y para acreditar nuestra
seguridad tenemos a un eficiente guardia contratado para vigilar la entrada por
las noches, Hugh Masterman. El viejo lleva muchos años al servicio de mis
padres y nunca nos ha dado un solo problema hasta hace unos días. ¿Queréis
saber por qué?
>>La noche del doce de septiembre el viejo
Masterman se encontraba como siempre velando por la salvaguardia de la entrada,
acompañado de su perro. Era una madrugada como otra cualquiera, sin especial
bullicio en la calle ni ningún tipo de altercado. Masterman estaba firme
custodiando la puerta, cuando de repente el sabueso comenzó a gruñir y a aullar
a una mujer que se acercaba en la lejanía…
Evan suspiró. En su colegio de Liverpool también solían
escucharse aquel tipo de historias. Pronto llegaría la hora en la que Steven
Lancaster dijese ‘Y aquella mujer estaba
muerta, y devoró a Masterman, sin dejar un solo trozo de él’. Pero para su
sorpresa, lo que venía a continuación no resultó sino de sumo interés para él.
-Al mediodía del día siguiente el viejo presentó su
dimisión rápidamente. No parecía el dispuesto guardia de siempre. Esta vez
estaba terriblemente asustado. Tenía unas ojeras enormes, ¡parecía que tenía
diez años más de los que tiene! No quiso dar demasiadas explicaciones a mis
padres, simplemente dijo que sentía que era bastante mayor y que debería
retirarse del puesto. Objetó que era un hombre de salud delicada. Salud
delicada, dijo, ¡si estaba como un roble!
>>Casualmente me lo encontré paseando inquieto,
cuando yo volvía a casa. Me contó el asunto de su cese y yo lo atosigué con
varias preguntas, ciertamente sorprendido por la noticia. Entonces el viejo me
miró fijamente, con sus ojos saltones, y me preguntó: ‘¿No se lo dirás a nadie, Steve?’. Y yo lógicamente respondí que no
lo haría. En realidad sólo quería que me lo contase de una vez.
Al contrario de lo que Evan había pensado, los alumnos
reunidos con Steven Lancaster en aquel círculo de sillas escuchaban también con
atención. El chico sonreía satisfecho. Su cabello color zanahoria le llegaba
hasta los hombros y un largo flequillo cubría su ojo izquierdo, mientras que el
derecho, azabache, observaba a sus oyentes con un atisbo de agudeza. Vestía el
uniforme sin corbata y con cierta informalidad, y llevaba varios pendientes de
aro en sus orejas.
Parecía el chico
malo particular del aula.
-¿Sabéis lo que me contó? ¡Que aquella mujer era una
especie de fantasma! ¿No es hilarante? Tenía el pelo laaaaargo y negro, y sus
ojos verdes lo vigilaban, empapados en lágrimas
de sangre. El viejo insistió en el detalle de que la mujer misteriosa
vestía un traje de novia blanco, y llevaba un ramo de rosas podrido… ¿No tiene
muchísima imaginación?
Evan se levantó de golpe al oír el dato del vestido de
novia. Lo hizo de una forma tan repentina que resultó escandalosa, y todo el
mundo centró en él su mirada. Entre ellos podía ver a los entes de la mansión,
que más que parecer extrañados, se veían sorprendidos. El muchacho se ruborizó
ligeramente por su brusca reacción y se aclaró la garganta.
-¿Un vestido de novia… dices? –quiso saber Evan. El
corazón le palpitaba con fuerza. Steven le miró boquiabierto.
-S-Sí… ¡Eso es! –respondió. Parecía que el que ahora
estaba realmente asustado era él.
-¿Y éste no se abriría, por casualidad por la mitad a la
altura del ombligo, enseñando varias capas de volantes?...
-¿Has oído hablar de esto antes, Evan? –el chico se
encogió de hombros, bajando la mirada-. El vestido que tú acabas de exponer es exactamente como el que el viejo
describió –contestó estupefacto. Entonces él se dio cuenta de que se había
ido de la lengua. Todos los alumnos lo observaban, como esperando a que Evan
continuase dando detalles concretos sobre la llorona. ¿Cómo disimular aquella metedura de pata? El chico tragó
saliva. Sorprendentemente, Evil salió en su defensa.
-Hemos oído hablar sobre esa dichosa llorona antes
–terció el ente, con su habitual mueca burlona. Después miró a Evan con ojos
encendidos, antes de centrarse nuevamente en Steven, que parecía creerle-. Lo
que pasa es que Evan se asustó tanto cuando lo escuchó que se toma muy a pecho
el asunto. Probablemente Masterman querría jubilarse y se le ocurrió esa
desternillante historia. Ya sabes que a la gente le encanta inventar, sobre
todo a los ancianos que se aburren. No deberías tomarte tan a pecho que ese anciano
se dedique al chismorreo. ¡Todos lo hacen!
Silencio.
-Tienes razón, Owen… -el pelirrojo suspiró, viendo su
historia malograda por Evil. El resto de los alumnos cuchichearon entre sí,
pero el ente no le prestó atención a aquello. En su lugar, se acercó a Evan
rápidamente y salió al pasillo asiéndole del brazo.
Evan no había sufrido más reacciones desagradables por parte
de Evil desde el primer día de clase, y demasiado le había parecido. Era
posible que éste se hubiese sentido mal por todo lo que le había dicho bajo las
ramas caídas del sauce llorón, a pesar le parecía bastante inverosímil por su
parte. Evil Vreeland no parecía el tipo de persona que se arrepintiese de nada
de lo que saliese de sus labios nocivos.
Pero con aquel tirón de brazo que acababa de sufrir y el
molesto arrastre que estaba sobrellevando estaba más que concienciado de que
esa efímera época libre de las mefíticas palabras de Evil había llegado a su
fin. Y no le divertía demasiado la idea. El ente tiró de Evan hasta la mitad
del pasillo, donde se hallaban las escaleras centrales. Entonces clavó su
mirada perniciosa en el muchacho.
-¿Eres idiota? –cuestionó con destemplanza-. ¿No te das
cuenta de que darle palique a Steven Lancaster es lo peor que puedes hacer? Si
realmente existe aquella llorona que
describía Masterman, inmediatamente tenemos que quitar esa idea de coexistencia
de la cabeza de todos los humanos parciales que hayan creído sus palabras. No
podemos arriesgarnos a que admitan que un ente se pasea por el municipio de
Islington. En ese caso tendrás que darle caza, pero con discreción, ¿recuerdas?
–explicó. Evan comprendía sus palabras y en aquel momento se arrepintió de no
haberse dado cuenta, aunque no le dio demasiado tiempo. Evil apretó
inmediatamente los dientes y oprimió el brazo del muchacho, retorciéndoselo con
brusquedad-. ¡A ver si reaccionas de una vez! ¿Qué clase de investigador eres?
Esto no es algo que yo deba decirte, sino algo de lo que tú solo debes darte
cuenta. Abre la boca solo si estás seguro de que no vas a equivocarte, ¿de
acuerdo? Puede que la próxima vez no haya nadie para sacarte las castañas del fuego.
¡No puedes meter así la pata!
Aquello fue lo último que Evan estuvo dispuesto a
soportar. El chico se acaloró y se zafó de las manos aprisionadoras de Evil.
Él… Él se atrevía a reprocharle…
Después de lo que dijo hace unos días, él no debería haberse atrevido a
sermonearle.
-¿Cómo te atreves? ¿De verdad tienes tan poca vergüenza
como para amonestarme? Tienes razón, me he equivocado. Pero Evil, ¿realmente
eres el más indicado para decírmelo?
Tú, que yerras constantemente sin tomar en consideración los sentimientos de
los demás. Alguien tan vacío que no entiende las emociones y el dolor de los
otros no tiene ningún derecho a reprenderlos.
Conociéndole, Evil podría perfectamente haber respondido
a aquello. No obstante, se quedó mudo, apretando los labios. Ni siquiera centró
su mirada en Evan, como hacía a menudo. Era una reacción bastante sorprendente
por su parte, pero el chico no iba a detenerse a admirarla. Solo tenía ganas de
perder ese rostro pálido de vista por un largo rato y olvidar lo que le había
dicho. Así que dejó al ente solo en el pasillo, mientras regresaba al aula
tratando de apagar la cólera del momento.
***
-Hace muy mal tiempo hoy –comentó Velvet tras un soplido.
Evan, Clave y él no habían terminado aún la comida, que esta vez consistía en
deliciosos sándwiches calientes, acompañados por patatas y salsas al gusto de
cada uno. Una comida ligera, tal y
como el hombre había pedido a las tres intrépidas cocineras-. Yo que tenía
pensado que saliésemos todos juntos, y resulta que no podrá ser.
Era sorprendente la forma en la que Velvet había
recuperado su buen humor. Tras una sombría velada con Amanda y una mañana algo
apenada, el hombre volvía a sonreír a todas horas, con aquella mueca tan
agradable y que tan atractivo le hacía. Clave mordía con avidez su comida, sin
prestar atención a la conversación.
Como un feroz león que ha cazado a un indefenso antílope,
solo tenía ojos para la presa que sostenía con ambas manos.
La lluvia golpeaba las ventanas, como queriendo entrar a
la mansión.
Evan dio un mordisco a su sándwich y contempló a su tío
absorto. Le encantaría preguntarle tantas cosas, y a la vez le parecía tan de
mal gusto desear hacerlo… El chico enlazaba constantemente la historia de
Steven con la de Anthony y Antoinette, a pesar de que había intentado con todas
sus fuerzas ignorar el tema.
-Evan, pareces distraído. ¿Qué te pasa?
La voz de Velvet lo despertó.
-Bueno –musitó él, preguntándose si estaría bien hablar
sobre los antiguos amigos de su tío. Permaneció un largo rato pensando, hasta
que sacudió la cabeza. Sería horrible cavilar en el pasado y hurgar en la llaga
de un asunto tan delicado para Velvet-, no es nada. No te preocupes. Creo que
es sueño, así que subiré a echarme un rato.
Lo que Evan había esperado desde siempre era que sus
mentiras resultasen convincentes. Velvet lo miró con mesura, y después sonrió.
-Está bien –dijo-. Es favorable que descanses. ¿Podrías
hacerme un favor antes de subir a tu cuarto? Me encantaría que pudieses bajarme
unos sobres que recibí de mano del señor Köhler. Tengo que rellenar varias
cosas para terminar tu contrato. Ambos son de color negro y parecen bastante
llenos, aunque si hay más de ese estilo, entonces los reconocerás por el sello
de la WPA.
-Enseguida te los bajo.
Acabando con su comida y apurando su vaso de agua, Evan
se levantó y subió las escaleras rápidamente. Ahora que lo pensaba, todavía no
había entrado en el cuarto de su tío y le causaba cierta curiosidad ver de qué
se componía. Entró en el pasillo del ala derecha y observó las cinco puertas,
vacilante. Recordaba que la de Clave era la del fondo a la izquierda, pero, ¿y
las demás? Prefería no arriesgarse a ir abriéndolas de una en una.
Probablemente, si hiciese eso y diese con la de Evil, el ente tendría algo
nuevo que echarle en cara.
El muchacho notó entonces unos suaves golpes en su
espalda y se giró despacio. Una carpeta de partituras flotaba en el lugar.
-Evan, segunda a la derecha –dijo Klaus. Evan asintió y
abrió dicha puerta lentamente, entró en el cuarto de su tío, encendiendo la luz
y cerrando la puerta tras de sí.
Por alguna razón, la figura de Velvet K. Hedwings siempre
le había sugerido cierto desorden, pero para su sorpresa, todo estaba
perfectamente ordenado. La cama estaba al fondo del cuarto, haciendo esquina, y
sobre ella se hallaba la ventana, de persianas bajadas. Junto a la cama había
una mesita de noche bastante amplia, con una cadena de música y una pequeña
torre de discos tanto de música clásica como del más puro rock.
Dos armarios estaban en frente de la cama, y en sus
puertas había pegados varios pósters de obras de teatro y películas antiguas
que Evan ni siquiera conocía. Le costaba creer que a su tío le gustase aquello
de tener presentes sus aficiones en su propio cuarto. Junto a los muebles había
un galán de noche, en el que descansaba uno de los utilizados y estimados
trajes del hombre, que con tanto esmero cuidaba. Probablemente aquellos dos
armarios no guardarían nada más que trajes, trajes y más trajes.
La habitación del hombre tenía un amplio escritorio
acompañado por diversas baldas llenas de libros, volúmenes y carpetas a rebosar
de archivos. En uno de ellos había varios sobres gruesos de color negro. Evan
los cogió y se aseguró de que tenían el sello de la WPA que, efectivamente, se
hallaba impreso en el borde de éstas, en un esplendoroso color plateado.
El muchacho puso por un momento su atención en una caja
que había en la mesa llena de pequeños CDs, y llevaba una etiqueta en la que
ponía “Klaus”. Sin duda, debía de tratarse de la colección de grabaciones del
fantasma durante las cenas y demás.
La puerta, por detrás, tenía un enorme espejo ovalado, en
el que Evan podía ver la espalda del fantasma rubio. Su dedo señalaba con
insistencia las paredes del cuarto.
-Fíjate bien, Evan. Seguramente, esto te interesará.
¿Cómo no se había fijado antes? De la pared colgaba una
innumerable cantidad de cuadros, de distintas formas y colores. El muchacho se
acercó despacio a ellos, escudriñando cada uno de ellos con atención. Aquella
pared constituía el mural de los cálidos recuerdos del pasado de Velvet Kyle
Hedwings, plasmados en papel, y encerrados en marcos de diferentes tamaños y
grosores, para que jamás pudiesen escapar a su memoria.
Muchos de los marcos conservaban fotos en sepia de Velvet
con sus abuelos, Bernard y Dorothea Hedwings. Incluso en aquellas instantáneas,
el entonces niño llevaba un sombrero de cachemira que le llegaba hasta las
cejas, ocultando su tercer ojo. Después de aquellas iban las de su graduación e
incluso una del equipo de fútbol escolar, lo que asombró enormemente a Evan. Incluso
a tan temprana edad tenía que haber hecho uso de sus dotes ilusorias…
Otra foto tomada en sepia ofrecía la alegre mirada de
Velvet y Klaus, ambos sentados en el taburete del piano, estudiando algunas
partituras. Aquella imagen transmitía una fuerte sensación de tierna amistad,
entre dos individuos totalmente distintos que compenetraban a la perfección. Si
el fantasma estaba en aquel momento observando dicha fotografía, entonces una
potente sacudida de nostalgia debía de estar bamboleando en su interior.
Las primeras imágenes a color mostraban a un Velvet algo
más adulto vestido con un pulimentado uniforme, y empuñando la Mauser C96
NIGHTMARE, con aire de orgullo. Junto a él había dos muchachas, trajeadas
también. Una de ellas sonreía alegremente, sujetando con aquellas pequeñas
manos un imponente fusil automático Browning.
Su cabello era rojo y reluciente, por lo que debía tratarse de Amanda Thompson.
Al lado de ésta, la otra joven sonreía con timidez. Sus
hermosos ojos verdes recordaban a Evan a la hondonada de una selva, y su pelo
negro y ondulado a un manto de atrayente oscuridad. Su arma era una carabina,
de menor longitud que el artefacto de su compañera. La chica, desde luego,
parecía delicada y floja. No parecía el tipo de persona que se aferra a su arma
con audacia y dispara repetidamente. Aquel adorable semblante debía ser el de
Antoinette Mansfield.
Entonces, aquella foto mostraba a los jóvenes
investigadores de la compañía “Cell Moon”.
A partir de aquella instantánea, los rostros de los tres
investigadores se repetían en varias fotos más. En una de ellas Velvet, Amanda
y Antoinette aparecían pegados, cubiertos de la cabeza a los pies por abrigos,
en la intersección de Picadilly Circus un frío invierno: sonreían a la cámara
mientras parecían tiritar. En otra, los tres aparecían paseando por Mayfair y
sus lujosos establecimientos, y en otras cuántas tomando un aperitivo junto al
lago Serpentine de Hyde Park. Pero sin duda, una de las imágenes más
significativas de toda la pared mostraba a Velvet y a Amanda sentados en sendas
sillas plegables ante una avergonzada Antoinetteque vestía un impoluto vestido
níveo, junto a una modista que la observaba atentamente, como satisfecha con su
trabajo. Sus rostros irradiaban la más envidiable de las felicidades.
Junto a aquella foto había una que exponía a la enamorada
pareja de Anthony (un joven rubio de facciones afiladas pero atractivo rostro)
y Antoinette, abrazados ante el London Eye vistosamente iluminado de noche, y
de aquella foto en adelante, ambas caras
desaparecían.
Cinco o seis fotos más adornaban la pared, pero no eran
especialmente llamativas, excepto un par. En la primera, Velvet se daba cordialmente
la mano con un hombre fornido y apuesto, que sujetaba en sus brazos a una
muchacha de cabello oscuro profundamente dormida. Aquella figura hercúlea e
imponente, pero a su vez jovial, le sugería a Evan que podía tratarse de
Mathias Köhler, aunque lo único que se le hacía inexplicablemente chocante al
muchacho era el hecho de que éste tuviese una hija.
Y en la segunda se mostraban dos lustrosas lápidas
contiguas en las que rezaba así: “Anthony
Lamarck Reinhold y Antoinette Marie Mansfield. En paz descansen”. Ambas estaban
cubiertas por varias hojas doradas de los árboles, y aderezadas con sendas
rosas rojas.
Rosas rojas.
Evan acarició la imagen con las yemas de los dedos. Un
mínimo detalle que le reproducía un breve recuerdo en su mente, que le indicaba
un único lugar que inspeccionar… Aquella curiosidad malsana que crecía en su
interior se vio de pronto drásticamente reforzada por una nueva idea.
-Quizás debería haber pensado antes –dijo en voz alta- en
visitar Highbury Grove de nuevo.
***
Tic, tac, tic,
tac, tic, tac.
Las doce en punto.
Evan, tumbado en su cama y aún vestido con el uniforme
del colegio, vio cómo la hora cambiaba en la pantalla de su teléfono móvil.
Había esperado vehementemente el momento en que las manecillas del reloj
analógico del aparato se colocasen a su vez apuntando al norte.
La noche era tranquila y el cielo despejado mostraba el
tintineo de las estrellas. Para el mal tiempo que había estado haciendo durante
todo el día, una atmósfera tan clara y libre de mal tiempo era un verdadero
respiro. El muchacho se incorporó y se estiró, mientras agarraba su Mauser C96
NIGHTMARE e iluminaba el cuarto con la sutil luz que desprendía su teléfono.
-¿Estás seguro de esto, Evan?... –Klaus habló en voz
baja.
-No te preocupes –el muchacho asintió decidido-. No pasa
nada, solo iré a echar un ojo. Algo me dice que ésta es la noche ideal para
hacerlo.
El fantasma no sonaba demasiado convencido, pero terminó
con un suave “Como tú veas…” y abrió la puerta de la habitación de la torre.
-Te recomiendo bajar con extremo sigilo o serás
inmediatamente descubierto. Recuerda los años que lleva en pie esta mansión; su
madera cruje al más mínimo movimiento.
El muchacho hizo lo propio y se encaminó escaleras abajo
con toda la cautela posible puesta en cada uno de sus pasos. Lo último que
desearía sería que alguien desembuchase sus intenciones, pues estaba dispuesto
a llegar, de cualquier manera, al cementerio de Highbury Grove.
Cruzó el pasillo tanteando sus pisadas con más prudencia
que nunca, e iluminando vagamente las tablas de madera que se cernían a sus
pies. Se deslizó escaleras abajo hasta llegar, exitosamente, a la entrada de la
mansión, y una vez allí, Klaus abrió la cerradura.
-Velvet siempre deja las llaves en la repisa de la
chimenea del salón, para que lo sepas otra vez, ¿de acuerdo?
Evan asintió y abrió la puerta despacio, saliendo al
exterior. A pesar de la tranquilidad nocturna, el frío continuaba hostigando el
ambiente. Las farolas eran la única vida de Highbury Crescent. Evan, molesto,
se guardó su arma en el bolsillo y se abrazó a sí mismo en un intento de
templarse un poco. Entonces escuchó el chasquido de una lengua y algo
reluciente como un rayo brilló a sus espaldas. Era una luminiscencia sin par,
que escarnecía la dignidad de los cielos, que hacía temblar a los astros, que
ponía en vergüenza a la luna.
-Q… Qué iluso he sido…
Por primera vez, Evan pudo contemplar a Klaus sin tener
que valerse de una cámara o un espejo. El fantasma, envuelto en un esplendor
aúreo, parecía la figura mitificada de un pequeño dios. Tal era el resplandor
que desprendía que el chico tuvo que apartar durante un rato la mirada para
recuperarse de tal cantidad de luz. El fantasma se cubría la cara con las
manos, mientras susurraba palabras ininteligibles.
-¿Klaus? ¿Qué
es eso?
-Soy yo… ¡Ha sido mi culpa!
En el tobillo derecho de Klaus apareció una cadena igual
de refulgente que lo mantenía preso, e inmediatamente se añudó a toda la
mansión, como una serpiente que asfixia a un inofensivo ratón.
Era ésa la condición del fallecido Klaus Avalon; vivir eternamente encadenado a la mansión en
la que perdió la vida.
-Por un momento me olvidé de todo y pensé en acompañarte…
Lo siento, Evan, pero como ves, no puedo pasar de la puerta. Mi alma estará
encadenada a la mansión para siempre, supongo –susurró, como echándose la culpa
de su posición como ente. Se agarró del flequillo y lo apretó con fuerza,
totalmente indignado-. Ahora márchate, rápido… Esta luz desaparecerá en breves,
pero no te puedo asegurar que no haya despertado a nadie –Evan vaciló-. Vamos,
¡vete!
Después de meditar unos segundos, el chico se giró y
avanzó por la calle, dándole la espalda a un Klaus enfurecido consigo mismo,
cuando otra voz gritó desde el interior de la casa.
-¿A dónde crees
que vas?
Evil Vreeland vestía una cazadora de cuero negra y unos
pantalones grisáceos, desgastados y rotos. Sin ninguna delicadeza, cruzó el
umbral traspasando a Klaus, manos en bolsillos. En Evan se encendió una ira
incontrolable al ver aquella sonriente cara que avanzaba hacia él con lentitud.
Klaus alzó la vista, con una expresión que se balanceaba entre la preocupación
y el astío. Probablemente presenciar una nueva batallita no le hacía ninguna
gracia, igual que a Evan.
-Quieto. No avances más –terció el chico, mirándole con
un odio abrasador.
-¿Qué haces despierto a estas horas? Sé un buen niño y
vuelve a la cama o tío Velvet se enfadará contigo.
Evan se mordió los labios con tal fuerza que creía que
empezaría a sangrar antes o después.
-Métete adentro ahora mismo, no te acerques un paso más.
Demonios, ¿qué quieres conseguir con esto?
-¿Yo? Solo voy a salir a pasear, me apetece ver Highbury
Grove de noche. ¿A que tiene que ser precioso? –respondió con voz melosa.
El ambiente se estaba caldeando demasiado y Klaus
desearía poder hacer algo para detenerlo, pero Evil y Evan tenían ojos
solamente el uno para el otro, el odio y la divergencia flotaban en el aire.
-Te lo repetiré una vez más; métete adentro. Si no lo
haces, vaciaré en ti el cargador de la Mauser.
-No lo creo, Evan Hedwings, no lo creo… -rió Evil. Sus
botas tachonadas avanzaron lentamente hacia el chico, que se metía la mano en
el bolsillo derecho y sacaba su arma.
A decir verdad, Evan era incapaz de entender la
psicología de aquel ente. De apariencia egocéntrica, era una criatura
especialmente burlona que disfrutaba toreando a los que le rodeaban. Su lengua
se desataba, y las más infames palabras eran pronunciadas.
Pero aquellos días parecía haberse arrepentido de su
comportamiento con Evan, o eso parecía haber atisbado él. Como un niño
arrepentido de haber arrojado una piedra, retrocedía cabizbajo y escondía la
mano.
¿Por qué, entonces, tenía que volver a molestarle?
Con una cargante sonrisa satírica, Evil se detuvo a unos
treinta centímetros de un furioso Evan.
-Oh, la imponente
Mauser. ¿De verdad tendrías el valor de dispararme con ella? –preguntó
divertido.
-¿De verdad querrías comprobarlo, Evil? –Evan frunció el
ceño con fuerza.
El ente no contestó. En su lugar, levantó la pierna e
hizo un ademán de avanzar un paso más.
Todo ocurrió impresionantemente rápido. Evan levantó la
mano y sin titubear encañonó la cabeza de Evil, quitando el seguro. A su vez,
Evil abrió el abrigo con un veloz movimiento y sacó de éste una navaja de
empuñadura de marfil, tan afilada como un sable, y la colocó en el cuello de
Evan, rozando apenas la piel de éste. Los dos movimientos fueron totalmente
paralelos. En un salto, la situación había pasado de ser férvida a convertirse
en violenta. Los jóvenes se miraron fijamente.
¿Qué había sucedido? Evan nunca había reaccionado así. La
sangre bullía en su interior, se agitaba y palpitaba con el mismo ímpetu con el
que latía su corazón. Pero no sabía si era de emoción o de miedo. Sintiendo la
fría hoja oprimiendo su garganta, observando a Evil, que no pestañeaba y
permanecía quieto… Entonces era cuando el chico oscilaba.
Nunca había estado frente a otra persona y a punto de
apretar el gatillo. Nunca, al menos, con tal arrebatador sentimiento de
disparar. De escuchar el estallido de la pistola. De presenciar la frente
desgarrada por el chispazo.
De contemplar la sangre rúbea salpicar su propio rostro.
Incluso, en aquel entonces, se preguntaba si aquellos
irreflexivos pensamientos eran una mera quimera de su ilógico subconsciente o
una recóndita aspiración de su corazón desbocado.
-Aparta ese filo de mi garganta o no dudaré en apretar en
hacer fuego –dijo con absoluta rigidez.
-Te recomendaría que fueses tú quien retirase la boca de
fuego de mi frente, si no quieres que te abra en canal. Lo único que evita que
lo haga gustosamente –explicó, algo tirante- es la sangre que te une a Velvet
Kyle Hedwings. Te lo aseguro.
Klaus apretó los dientes. Si tan sólo pudiese avanzar
unos pasos más hacia ellos… Estaba prácticamente al lado, a escasos metros de
Evan y Evil. Pero aquella cadena restringía al fantasma. A tan breve distancia,
ni siquiera extendiendo sus brazos podía tocarles. Ni aunque gritase a los
cuatro vientos, ambos no escucharían ni una de sus palabras. El tiempo se había
detenido para ellas.
Evil, sin cambiar de gesto, parpadeó suavemente.
-Vamos, Evan Hedwings. Piensa un segundo. Ahora mismo
tienes numerosas opciones; solo tienes que asirte a la que más te cautive –su
voz adquirió un tono sumiso, casi aterciopelado-. Primero: no ganarás nada
apretando el gatillo, salvo arrebatarme mi segunda vida y ensuciar mi cara de mugrienta
pólvora. ¿Alguien como tú podría vivir cargando con el peso de una vida
derrochada en vano?
>>Segundo: tampoco te supondrá una ventaja hacerme
volver por donde he venido. ¿No te das cuenta? Yo no cerraré esta boquita. En
cambio, no dudaré en despertar a Velvet y contarle que te has marchado solo, a
medianoche, a vivir maravillosas aventuras.
>>Y tercero: es posible que te convenga que vaya
contigo. ¿Por qué? La razón es muy simple. Así, nada imputable escapará de mis
labios y podré cubrir tus espaldas, por si las moscas. Lo que a tu tío no le
gustaría nada, desde luego, sería encontrarse con que su querido sobrino ha podido correr algún tipo de peligro. Se llevaría
un susto de muerte, y mi deber es que eso no ocurra, ¿no te parece?
Evan examinó a Evil persistentemente. ¿Acaso no tenía, ni
siquiera, un poco de miedo? Además, no sabía por qué tenía que creer en sus
palabras, pero ciertamente, salvo en la tercera opción saldría notablemente
perjudicado. No le hacía ninguna gracia llevar un acompañante como él, pero era
mejor que matarlo en un preámbulo de enajenación o que cierto pajarito hablase
a Velvet de su escapada nocturna.
Por lo tanto, después de un rato de silenciosa reflexión,
el joven apartó su pistola de la pálida frente de Evil y la guardó de nuevo,
poniéndose en marcha.
-Más te vale que esto no sea una de tus jugarretas.
-¿Jugarretas? Oh, vamos, no seas tonto –el ente sonrió
satisfecho, al ver que su perorata había salido victoriosa. Entonces reanudó el
paso, mientras ponía su navaja a buen recaudo.
Los muchachos se abrieron camino hacia Highbury Grove con
paso rápido. El susurro de los árboles se acrecentaba, a la vez que la
oscuridad de la helada noche se hacía más esotérica a lo lejos.
Y a lo lejos, calle abajo… Una mujer vestida de un
ensangrentado blanco hipaba y lloraba, sin retirar la vista de las dos siluetas
que avanzaban a hurtadillas, al igual que dos niños traviesos que quieren
disfrutar de una noche de travesuras. Ella…
…quizás debería castigarlos.
-Veuve noire porte le Blanc-
-Continuará.