Cuando me la presentaron, creía que se trataba un ángel que había
descendido del edén.
Seguramente, ella debió encontrarme bastante tonto. En el momento en el que
estreché su mano, deseé haberme quedado adherido a ella por toda la eternidad.
Estaba totalmente ofuscado por sus ojos de aceituna, por sus labios sonrosados
que se apretaban con encantadora timidez.
Todo su despampanante conjunto me hacía sentir afortunado por pertenecer a
la familia Reinhold, por haber aceptado ir a aquella cena para ricachones
insulsos, de encontrarme en aquel lugar en aquel preciso instante, frente a la
sublime hija única de los Mansfield.
-Ella es nuestra querida Antoinette Marie Mansfield –había dicho la señora
Mansfield.
-¿Antoinette? –reí torpemente-. Es curioso, mi nombre es Anthony. Anthony
Lamarck Reinhold.
Antoinette me miró estupefacta. Pero incluso con aquella expresión, su
belleza eclipsaba al resto de las damas allí presentes.
-D… ¿De veras es tu nombre? Entonces…
-Sí… Entonces es una casualidad realmente estúpida –no se me ocurrió nada
más que aquella frase tan necia, pero mereció la pena. Antoinette estrechó los
ojos y carcajeó con una inusitada naturalidad que yo sería incapaz de olvidar
jamás.
***
Si no se hubiese tratado de Evil Vreeland, Evan se habría
atrevido a convenir que él y su acompañante constituían un equipo formidable.
Subido en el muchacho, Evil había escalado habilidosamente la puerta del
cementerio de Highbury Grove, como si de un mono se tratase, y había irrumpido en
él. Después había abierto sin ningún esfuerzo el candado que colgaba de ésta,
valiéndose de su navaja.
-Bien, esto ya está. –con un leve empujón, la pesada
puerta se hizo a un lado y Evan pasó adentro con rapidez-. ¿Qué has venido a
buscar, concretamente? No creo que pasear por las noches por un cementerio sea
un fetiche tuyo o algo parecido.
Evan ignoró el comentario y contestó después de echar un
rápido vistazo al lugar.
-Estoy buscando las tumbas de Anthony y Antoinette –dijo
paulatinamente mientras cerraba la puerta con suavidad. Después de todo, no
tenía más remedio que compartir su propósito con Evil. Los ojos del ente se
estrecharon-. El día del entrenamiento en Highbury Grove, Velvet llevaba dos
rosas con él, ¿recuerdas? Nos dejó junto a la iglesia y se marchó por un camino
arbolado y lleno de lápidas.
Evil lo miró con una mezcla de incredulidad y poca
convicción. Se llevó la mano a la barbilla, pensativo.
-Desde que Klaus nos contó la historia no has dejado de
pensar en ello, ¿verdad? Estás verdaderamente obsesionado con esos dos –el ente
lanzó un suspiro y se arrascó la cabeza. Evan lo sabía, pero no podía evitarlo.
La historia de la desafortunada pareja había abierto una herida en su corazón,
había suscitado un palpitante dolor en su pecho. Los rostros sonrientes de los
enamorados posando delante del London Eye se repetían en su mente con
perseverancia. Evil rompió entonces el tenso silencio produciendo un suave
taconeo con sus botas-. Bueno, pues vamos a la iglesia. Al menos nos daremos un
paseo.
A la luz nocturna, las lápidas, las esculturas y los
monumentos resultaban bastante perturbadores. Las farolas iluminaban vagamente
los caminos de aquel inmenso laberinto mortuorio.
Una noche más de paz y descanso para los enterrados era
un período de desconfianza e irresolución para los paseantes. Evil lideraba el
paso, navaja en mano, y Evan lo seguía, procurando ir a la misma marcha. El
ente parecía haberse tomado bastante en serio el trabajo de guardaespaldas.
Incluso el muchacho estaba sorprendido por aquella actitud tan recta que había
adoptado. Avanzando sin separarse el uno del otro, ambos caminaban en el más
absoluto silencio. Al chico le habría encantado poder mantener una
conversación, solo que aquel con quien debía interactuar no era alguien
especialmente fascinante a sus ojos.
En el fondo no se soportaban mutuamente. ¿Por qué
deberían hablarse, entonces?
A pesar de que la situación entre ambos era incómoda y
constantemente intranquila, Evan no podía evitar sentir un profundo sentimiento
de seguridad cuando Evil caminaba delante de él. Parecía como si el ente
sintiese un atisbo de preocupación por él, como si incluso apreciase un poco la
vida de Evan Hedwings y aunque,
probablemente no fuese ésa su intención, hiciese las veces de escudo protector
del muchacho.
Ni siquiera el fuerte odio que sentía por él podía
arrebatarle la sensación de que estaba protegido y en buenas manos.
Nada se oía en el cementerio. Ni el canto de los pájaros,
ni las pisadas de la gente… Nada más que el suave rumor del viento, acariciando
los bosques de Highbury Grove. Probablemente, estarían solos. Aquella noche
cubierta por un manto de estrellas, con las ramas de sus árboles estirándose
queriendo alcanzar la luna, era realmente una vista maravillosa. No obstante,
el muchacho veía en todo aquello cierta inestabilidad. Un lugar tan templado no
podía traer nada especialmente bueno.
Quizá estaba exagerando un poco, pero la sensación que le
transmitía a Evan no era, desde luego, agradable.
Los pasos de Evil ralentizaron considerablemente y Evan,
que iba distraído, estuvo a punto de chocarse con él. Al estar de espaldas al
muchacho, Evil era incapaz de adivinar lo que hacía o la distancia a la que
caminaba tras él. Aquel alto tan repentino produjo cierta sorpresa al chico.
-¿Has oído eso? –preguntó, con voz áspera, el ente.
-¿Cómo?
-¿No has oído nada?
Evan sacudió la cabeza. ¿Qué se suponía que tenía que
haber escuchado? Evil se sacudió, como si algo lo desagradase. Estaba
ciertamente tenso, como si su cuerpo formase un nudo de desazón. Además, aunque
apenas se notase, estaba temblando. Podía ser que los sentidos de los entes
fuesen más agudos. Quizá había captado algo a lo lejos… Igualmente, Evil no
dijo nada más. Respiró hondo y soltó el aire con fuerza. Después se dispuso a girarse
y escrutar el rostro del chico, apretando los labios, como si tratase de
reprimir algo. Alargó la mano y tomó la de él con cierto ímpetu, sin poner especial
cuidado en no hacerle daño, y tiró de él hacia adelante.
-Vamos.
Al chico le habría satisfecho haber podido entender aquel
arrebato de Evil, pero simplemente era incapaz de comprender las reacciones de
su compañero. Se sentía arrastrado, y desearía poder caminar a sus anchas,
siguiéndole el paso, pero Evil no tenía ninguna intención de soltarle. En su
lugar, apretaba cada vez más. Podrían arrancarle de cuajo el brazo y que la
mano siguiese oprimiendo la de Evan. La mano del ente estaba fría, e incluso se
atrevería a decir que algo sudorosa. Había algo que le turbaba. Sin embargo, no
parecía muy dispuesto a compartirlo.
En su lugar, sumido en el silencio, se limitaba a tirar
de Evan, de alejarlo de algo con lo
que deseaba no encontrarse.
El camino continuó así. Los jóvenes siguieron andando
hasta que la pequeña iglesia se divisó a lo lejos. Ahora, con las luces
apagadas y cerrada a cal y canto parecía un edificio abandonado durante muchos
años. Su antigüedad se veía reforzada por las sombras de la noche entrante.
Evil suspiró y se giró unos segundos hacia el muchacho.
En ningún momento, bajo ningún concepto, soltó su mano.
-Bien, ahora tenemos que estar atentos a las lápidas. ¿De
acuerdo? Que no se nos escape ni una o podemos pasarnos aquí toda la noche.
-Perfecto –replicó Evan, asintiendo.
El ente cerró los ojos y se quedó quieto durante un rato
que para Evan se hizo eterno. Entonces ambos anduvieron en dirección a los
matorrales salpicados de lápidas que se advertían entre hojas y hierba frondosa.
Con los ojos bien abiertos y toda su concentración en los nombres grabados en
piedra, Evan deseó encontrar lo antes posible a Tony y Netty.
No era demasiado agradable escrutar de esa forma las
lápidas en las que descansaban las almas de los fallecidos. Niños, adultos,
ancianos, incluso bebés de escasos meses. Los nombres y las fechas sacudían la
mente de Evan como un vendaval de desolación y pérdida.
-Evan… ¿Cómo murió él?
Evil ni siquiera le miró mientras hablaba, y la pregunta
le pilló por sorpresa. El chico había estado tan centrado en hallar las lápidas
de los susodichos que no esperaba aquello. Evil no se giró en ningún momento
hacia él, pero Evan se habría atrevido a afirmar que su rostro se retorcía de
recelo.
-¿De quién hablas?
-Está claro… D… De tu padre.
Oh, cierto. Hace unos días Evil la había pifiado con lo
mismo, en una de sus muchas discusiones. ¿Por qué preguntaba por Jonathan en
aquel momento? Evan frunció el ceño ligeramente. Pensar en Jonathan le produjo
un agudo pellizco en el corazón. No sabía si contestarle o no, después de lo
sucedido. Su historial con Evil era más irritante y desagradable que ninguna
otra cosa en el mundo, y no estaba seguro de si el ente merecía recibir una
respuesta. Todavía seguía bastante molesto por aquella discusión que tuvieron,
pero después de cómo estaban sobrellevando aquella búsqueda juntos, decidió no
estropearlo todo.
-Un accidente de coche –respondió secamente.
Evil asintió varias veces sin detener su paso. Incluso
parecía que su mano se hubiese vuelto más tirante.
-Lástima –suspiró finalmente.
Evan puso los ojos en blanco. A qué habría venido eso. Cada vez que sus labios pronunciaban el
nombre de Jonathan se veía asaltado por desagradables visiones. Por
horripilantes pesadillas que le habían acompañado como fieles amantes durante
muchos años. El rostro pálido de su padre extendido sobre el negro asfalto, a
unos metros de él y de Lilith, cuyos brazos lo habían protegido de un fuerte
impacto. La muerte de Jonathan Otterbourne había sido instantánea; no hubo forma de salvarlo.
Pero a pesar de que sucedió hace tiempo, a veces Evan
recordaba el espectro de su amable mirada. Pero a pesar de que sucedió hace
tiempo, Evan todavía tenía miedo de pensar en él.
-Y… ¿Nunca has creído que él se hubiese podido convertir
en…? –Evil se aclaró la voz antes de continuar-. ¿En… un ente?
-¿Un ente?
Evan sonrió con amargura. Nunca había pensado tal cosa…
Quizá porque tenía una imagen muy sólida del hombre. Jonathan Otterbourne, el
marido de Lilith, su padre… Estaba casi totalmente seguro de que algo así no
podría suceder. Pero… Aún así… Si él se hubiese transformado en una criatura
después de su muerte, si tan solo pudiese volver a alargar los brazos para
tomar en ellos a su único hijo… Si tan solo… Fuese posible volver a verle… Pero
Evan sacudió la cabeza bruscamente.
-No, nunca lo he pensado –susurró-, porque sé que eso no
es posible. Jonathan jamás se habría convertido en un ente.
Por alguna razón el muchacho sentía menos dolor al
llamarle Jonathan en lugar de papá.
Sentía como si el malestar se alejase, se hiciese menos dañino.
-¿Qué te inclina a creer eso? –replicó Evil, no muy
convencido.
-Jonathan no era el tipo de persona que se fuese a
aferrar a la vida con uñas y dientes. Siempre exprimía el último instante día
al máximo. Vivía como si mañana fuese a terminar todo para él. Alguien que
aprecia todos y cada uno de los segundos en los que respira y los disfruta como
pequeños tesoros, minúsculos placeres. Yo creo que esa clase de personas jamás
volverían a la vida como entes.
-Ah…
Entonces Evil se giró.
Abrió la boca varias veces, como buscando contestar algo,
pero no pareció encontrar las palabras adecuadas para ello. Frunció el ceño y
su mirada se clavó en su propia mano, que seguía firmemente sujeta a la de
Evan. El chico no entendía la razón de sus preguntas. Ladeó la cabeza, mirando
a su acompañante, y se armó de osadía para formularle una cuestión en
devolución por las suyas.
-¿Cómo moriste tú, Evil?
Desde que la voz del chico se extinguió, la mirada de
Evil se alzó y se fijó en él con insistencia. Sus ojos amarillos parecían ahora
los de un gato negro, hermosos y de parecer sosegado, pero a su vez acechantes
en la oscuridad. Su rostro era una máscara desgajada que dejaba entrever el
dolor de recordar su muerte.
Evan pensó nuevamente en aquella pregunta que no podía
ser ignorada.
-Claro… He de pagar con la misma moneda.
Evil sonrió de oreja a oreja enseñando la dentadura, para
sorpresa del muchacho. Sus dientes eran relucientes incluso en el infinito
cielo negro. Su rostro parecía tan vivo como el de cualquier otro mortal. Como
si hubiese recobrado su humanidad, incluso daba la impresión de que sus
mejillas volvían a recuperar su color.
-Yo no morí, Evan –repuso con voz ecuánime-, a mí me
mataron.
El sentimiento de culpa se reflejó inmediatamente en el
semblante de Evan, a la vez que el de Evil volvía a ensombrecerse y a regresar
a sus orígenes de criatura difunta.
-Independientemente de que mi muerte fuese cruel y fría o
no, no puedo negar que me la había buscado. ¿Sabes? Yo era un pequeño vándalo
–el ente exhaló aire y continuó-. Había sido así desde pequeño. Desde la
guardería, si no me equivoco. Tiraba a las niñas del pelo y pateaba a los
débiles en el recreo. Insultaba a mis compañeros y me burlaba de ellos hasta
que les hacía llorar a moco tendido. Siempre estaba tratando inadecuadamente a
los demás y destruyendo su felicidad con mis pequeñas manos. Los estudios no me
motivaban apenas, tampoco la idea de buscar un trabajo, ni siquiera fomentar
mis relaciones más allá del mero compañerismo. No tenía sueños, no tenía
ideales, una razón de peso por la que seguir viviendo… Salvo devastar al
prójimo –sostuvo la mirada a Evan mientras hablaba sin pausa-. Es horrible, ¿no
crees? Que una persona desease eso. Y sin embargo, qué realizado me sentía cada
vez que golpeaba el rostro de alguien.
>> Todos pensaban que era un desalmado. Deja de hacer eso… ¿No ves que es inhumano?
Mis padres no querían saber nada de mí. Menos querían los de las víctimas de
mis agresiones o mis amenazas. Owen
Vreeland es el mal, decían y me apuntaban con el dedo, acusándome. Pero nunca
me importó en exceso, no mientras pudiese seguir haciendo lo mismo. Tenía a algunos
muchachos iguales que yo. Formábamos un pequeño grupo, no de amigos, sino de
desconocidos con una misma causa, y nos reuníamos a la salida del instituto
para llevar a cabo nuestros actos. Éramos un puñado de salvajes y violentos, en
una sociedad llena de inútiles a los que demoler. Pero no siempre sale todo
como queremos… A veces, incluso en algo que nos gusta y disfrutamos, tendemos a
meter la pata. Y eso nos ocurrió. Nos metimos con la persona equivocada.
>> Suele suceder que piensas que eres lo mejor en
algo, pero no es como a ti te parece. Siempre habrá alguien por encima de ti.
En un escalafón de ominosos humanos, nosotros rozábamos el último puesto. Y el
hombre del que nos burlamos acariciaba el podio con las yemas de los dedos. No
sabíamos que era un delincuente. Nos golpeó contra el suelo, nos pisoteó y
golpeó los rostros hasta que quedaron irreconocibles. Nos arrastró del pelo,
retorció los brazos hasta rompérnoslos, como si se tratase de los de un muñeco.
Escupió en nuestros cuerpos entumecidos y nos obligó a disculparnos mientras
nos sujetaba por el cuello. Pero yo nunca le pedí perdón. Nunca, nunca, nunca
le di tal satisfacción. Incluso cuando sabía que corría peligro, que me estaba precipitando
a la inmensidad de un oscuro pozo del que no volvería a salir jamás, mis labios
se sellaron para él. Vi cómo en su rostro penetraba una punzada de furia
mientras sacaba una navaja de su bolsillo. Vi cómo mis compañeros cerraban los
ojos y rezaban sus mejores oraciones.
Pero no por mí, sino por ellos.
>> Lo último que recuerdo de antes de morir es la
pestilente cara del criminal, sonriendo y enseñándome sus dientes picados por
la droga. Recuerdo cómo levantó el filo de la navaja hasta colocarlo sobre mi
ojo izquierdo y cómo lo desgarró con un rápido movimiento. Cómo hizo lo propio
con el derecho, sin vacilar. Y cómo me soltaba y me dejaba caer en el suelo,
mientras me retorcía aullaba escandalizado, invidente, empujado a la hondonada
de una oscura muerte. Y en esos últimos segundos de vida entendí que había
malgastado mi vida inútilmente.
Evan se quedó inmóvil, incapaz de mirar sin una mezcla de
horror y abatimiento a Evil a los ojos, ahora vacíos. Lo observaba como si
tratase de leer un texto sin sentido, incapaz de comprender.
Una pequeña parte del chico comprendió que estaba
conmocionado. Otra parte de él deseó no haber escuchado ninguna palabra proferida
por aquellos labios pálidos. Y una última parte supo que su anterior
interrogación fue un error fatal.
-Probablemente me odies aún más ahora –respondió Evil,
encogiéndose de hombros-. Pero él nunca lo hizo. Él me recogió cuando estaba
desquiciado por lo que había sucedido, cuando me palpaba el rostro, alterado,
levantando la sangre seca de mi piel. Me escuchó y trató de comprenderme, a
pesar de que aceptar algo como lo que hice es imposible. Y me trató como a un
humano, no como a un cadáver impregnado de sangre. Nunca me despechó, ni me
negó cobijo y protección. Me devolvió las ganas de vivir con solo una sonrisa
empática.
Se refería a Velvet, él lo sabía perfectamente. Entonces
se dio cuenta de que nunca consideró a su tío como lo que era. No le había
conocido apenas hasta el mes anterior, y advertía que no se había imaginado
jamás que detrás de aquel hombre misterioso, de sonrisa enigmática, se hubiese
escondido la mejor persona que había conocido.
-Ya lo has visto. Un vampiro, un licántropo, zombies, un
esqueleto… Velvet nos cuidó a todos con una paciencia inagotable. No le he oído
quejarse ni una vez. Nos ofreció toda la ayuda posible, todo lo que tenía. Nos
sirvió comida de su mesa, nos arropó con sus sábanas, y a cambio nos pedía el
mínimo trueque de ayudarle con la casa, de acompañarle a hacer la compra o de
echar unas cartas al buzón. A veces tengo la impresión de que tu tío no merece
esto –Evil apretó el puño, mientras apretaba los dientes-. Él debería ser
feliz, casarse, tener hijos, vivir junto a ellos. Alguien con un corazón tan
puro en el que no alberga ni pizca de maldad, un hombre tan honesto y tan
bondadoso no debería cuidar de los entes desamparados. No debería soportar la
carga de mantenernos, de darnos una educación y de cuidarnos por iniciativa
propia. Por eso no cometeré el mismo error dos veces. Seré alguien de quien
Velvet Hedwings esté siempre orgulloso mientras viva.
Evan se limitó a asentir. Evil, definitivamente, había
sido una mala persona. Un bruto insensible. Y en parte seguía siéndolo. Pero
murió bárbaramente asesinado y volvió a la vida como ente, y después de eso se
propuso ser diferente. Diferente para la persona que le había dado amor y
cuidado y le había dado un motivo por el que seguir con vida. Pese a que el
corazón de Owen Vreeland había dejado de latir, probablemente sentiría como si
volviese a palpitar al saber que siempre le quedaría un hogar al que poder
regresar, junto al hombre al que le debía todo.
Antes de que se volviese a producir un incómodo silencio,
Evan se decidió a hablar.
-Si no nos llevásemos tan mal, ahora mismo te daría un
abrazo –esbozó una sonrisa sincera, a pesar de la situación. Evil compuso por
un momento un gesto de dolor, casi imperceptible, pero después asintió con la
cabeza y rió pausadamente.
-Bueno, siempre hay una ocasión para hacer las paces.
Y aquella sonrisa que Evil compuso antes de tenderle la
mano, mezclado con el destello amable de su mirada, mostró que bajo su piel,
bajo sus músculos y sus huesos, en el interior de aquel desgajado cuerpo seguía
escondiéndose un verdadero humano.
El abrazo que se dieron a continuación estaba engrosado
por más afecto del que ambos esperaban. Estuvieron un largo rato adheridos el
uno al otro, sin articular palabra. Evan notó cómo Evil acariciaba su espalda
con la palma de una mano. Evil sintió cómo Evan enredaba suavemente los dedos
en su cabello azabache.
Los jóvenes se miraron al separarse, algo avergonzados al
principio.
-Bien… Ahora reanudaremos la búsqueda, ¿de acuerdo? –dijo
Evil, algo desconfiado-. Después tendremos tiempo de sentarnos, charlar y ser amiguitos.
-Perfecto. Total, tenemos toda la vida por delante
–replicó Evan, sonriente.
***
-Nunca me dejes, Anthony. –me había dicho Netty, tumbada en mis rodillas.
Mi primer verano junto a ella era realmente caluroso, y ni siquiera la
sombra de los árboles nos mantenía a salvo del intenso ardor del sol.
Las familias paseaban unidas por Hyde Park, hablando alegremente, riendo
mientras caminaban por sus extensos campos. Los grupos de amigos jugaban a
salpicarse con el agua del lago Serpentine. Las parejas se sentaban en los
bancos, acarameladas, o se refugiaban bajo los árboles, justo como hacíamos
nosotros.
Entonces la miré a los ojos, y pensé por un momento que podría perderme
para siempre en su verde exorbitante.
-¿Pero qué estás diciendo? Sabes que eso no ocurrirá nunca.
Ella apartó la mirada y me tomó las manos. Al sentir el contacto, el roce
de nuestras pieles, aún me seguía estremeciendo.
-No quiero una vida lejos de ti… Quiero estar siempre a tu lado.
Netty no solía decirme esas cosas. En su lugar, tendía a sonreírme y
abrazarme, a revolverme el pelo y obligarme a perseguirla, hasta alcanzarla y
levantarla en mis brazos. Pero yo sabía que a pesar de parecer tan feliz todo
el tiempo, ella tenía miedo. Miedo de que el momento en el que su corazón
dijese “Basta” estuviera cerca. Por eso yo me propuse mimarla, cuidarla por el
resto de mi vida. Hacerle olvidar lo que la atormentaba. Envolverla en un halo
de bienestar y prosperidad eternos.
-Sabes que nunca me separaré de ti. Lo sabes, ¿verdad? Entonces no digas
tonterías. Yo soy incapaz de imaginar una vida junto a alguien que no seas tú,
Antoinette.
Y sin darle tiempo a responder siquiera, agaché la cabeza y la besé en la
comisura de los labios. Podría fundirme con solo tocarla, son sentirla conmigo.
Y no me importaría nada si muriese después.
***
-“Anthony Lamarck
Reinhold y Antoinette Marie Mansfield. En paz descansen”. Evan, ¡Evan! Es
aquí.
Evil estaba agachado en frente de dos ostentosas lápidas
de mármol, junto a las que descansaban unas rosas rojas, algo marchitas.
Marchitas al igual que un amor que envejece con el paso del tiempo. Aquella
pareja de nombres tan buscada por Evan estaba entallada en ellas. El muchacho
se aproximó despacio, contemplándolas silenciosamente, como si éstas le hubiesen
arrebatado el habla con semejante belleza. La piedra, bañada en la luz de la
luna, era tan luminosa como la vida, efímera, que se desvanecerá con los
primeros rayos del sol.
-Parece que sí que tenías ganas de ver esto.
Ni la voz de Evil pudo arrancar a Evan de su
ensimismamiento, pues asintió levemente, sin hablar. No sabía cómo describir
los sentimientos que afloraban en su interior ante aquellas lápidas.
Admiración… Lástima también… ¿Y un poco de incomodidad, tal vez? Una punzada de
malestar…
-Evan.
Un pequeño tirón de manga.
Dos.
El chico giró la cabeza, para encontrarse con la mirada
de Evil, encendida, clavada en él. Aun así, podía percibir un atisbo de confusión
en sus ojos amarillos, que se desplazaron lentamente hacia su derecha. Evan
arqueó las cejas, sorprendido por la repentina reacción de éste, y a
continuación observó en la misma dirección. Fue entonces cuando comprendió a
qué se debía… Y cayó presa de la impresión, la incertidumbre y el miedo.
Steven Lancaster no mentía.
Ante ellos se encontraba una figura demasiado familiar a
sus ojos como para no reconocerla. Su cabello negro como ondas de oscuridad
danzando con el viento suave, sus ojos aceituna tiñéndose del rojo de un
grotesco llanto ensangrentado. Su desgajado vestido blanco con pinceladas de
carmín, arrastrándose como una víbora, serpenteando silenciosamente en la
hierba. Sus manos endebles sujetando un ramo de flores agostadas. Sus
temblorosos labios, intentando reprimir un llanto. Delante de ellos tenían a la
mismísima llorona.
-Siempre estaremos juntos, Antoinette. Este anillo es la digna prueba de
ello. –le dije mientras le colocaba la alianza en el dedo… Pero ojalá hubiese
podido mantener mi promesa.
La desmejorada Antoinette Mansfield se detuvo a unos
escasos metros de ambos, enjuagándose las lágrimas en el guante que estaba tan
sucio de sangre que era complicado adivinar su color original. Evil frunció el
ceño levemente, y se palpó el bolsillo, extrayendo de él una pequeña bolsita de
terciopelo.
-Esto no me gusta nada –musitó, chasqueando la lengua.
Entonces la mujer apretó los dientes, y después se
dispuso a hablar, con una voz quebrada.
-¿An… thony?... ¿Por qué no estás a mi lado…?
Su corazón dejó de latir poco después que el de su
prometido. El futuro que soñaban era reluciente, perfecto… Y sin embargo no
pudo ser cumplido. ¿Por qué una pareja dichosa, feliz tan solo con estar al
lado del ser amado, tenía que ser privada de tal inocente deseo? En un mundo en
el que un solo hombre era su batería de vida, Antoinette dio todo y más por permanecer
junto a él. Pero incluso de esa manera perdió lo que más le importaba. El
destino había sido cruel e insensible, y cortó los hilos de su esperanza, de
aquello en lo que creía. Ya… Ya no le quedaba nada.
Antoinette aflojó la mano y el ramo cayó al suelo rodeado
por un pequeño bucle de los pétalos marchitos que se desprendían de él. Las
lágrimas continuaban aflorando, demacrando el rostro que una vez fue dotado de
una despamparante belleza.
-Alejaos… De mi Anthony… F… Fuera de aquí… -susurró, con
un timbre de voz casi imperceptible a causa de los continuos sollozos.
Evil dio un paso hacia adelante y se colocó delante de
Evan, abriendo entonces la bolsita y desenfundando una navaja larga y afilada,
de mango de marfil. Después ladeó la cabeza hacia el chico.
-Detrás de mí, Evan. Hay que encargarse de esto.
-Espera un momento. ¿Qué haces? ¿De verdad vas a matarla?
-¿Vas? Vamos. Antes de que nos mate ella a nosotros.
-Such a stupid casuality-
-Continuará.