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jueves, 10 de noviembre de 2011

. Lunario VII . -VEUVE NOIRE PORTE LE BLANC-

Catorce de septiembre.
La lluvia golpeaba gradualmente las ventanas del aula, cerradas a cal y canto. El temporal había empeorado notablemente desde el miércoles… Aunque al ser viernes y avecinar el fin de semana, el tiempo no era sino un mero detalle sin importancia.
Al llover con semejante intensidad, a los alumnos de Holloway College se les permitía permanecer en el aula durante la hora del recreo. Acababa de terminar la hora de Lengua Inglesa, por lo que Evan se estiró, bostezando, y apoyó su cabeza en la mesa. Estaba agotado. Los últimos días no había podido dormir peor. Sus ojeras profundas lo delataban. Había sido incapaz de adoptar su habitual serenidad, su antifaz de tranquilidad que siempre enmascaraba sus pensamientos…
Llevaba dos días nervioso; agitado. ¿Cómo explicarlo? Él, un muchacho que siempre trataba de mantenerse firme y sin mostrar emociones a no ser que fuese necesario, estaba especialmente inquieto. ¿Por qué no podía dejar de pensarlo por un momento?... Antoinette y Anthony navegaban constantemente por su subconsciente. Como si se hubiesen adherido a él, no podía quitárselos de encima. La historia que Klaus contó la pasada noche no solo le había trastornado el sueño, sino que además lo acompañaba allí a donde fuera, haciéndole recordarla en cualquier instante.

-¡Eh, gente! Veo que estamos todos bastante aburridos. ¡Acercaos aquí, al medio del aula! ¡Agrupad aquí vuestras sillas! Tengo una historia interesante que contaros.
Era la voz de un alumno. Evan ladeó la cabeza, desganado. ¿Otra crónica? No, gracias. No tenía ganas de oír a nada ni a nadie. Tenía tantas ganas de volver a la mansión e intentar conciliar el sueño… No tenía tiempo para paparruchas. Leanne parecía opinar como él; sentada junto al chico, leía un enorme libro sobre la mitología sumeria. Éste se impresionaba cada vez más con la delegada. Su rostro era impasible como el de una preponderante reina que contempla a la plebe, indiferente. Se escuchó el sonido atronador del movimiento de sillas.
-Vaya; al final os habéis animado muchos –continuó aquella voz colmada de energía-. ¡Eso es fantástico! En fin, a lo que iba. ¿Habéis oído alguna vez hablar sobre la llorona…?
Qué típico. Los cuentos de terror eran algo característico de las escuelas. Los estudiantes reunidos, escuchando a aquel que narraba los hechos y que a su vez trataba de intimidar a los demás… Ciertamente cuestiones como aquella no le interesaban lo más mínimo al chico.
-Cuéntalo de una vez, Steven, no te andes con rodeos. –respondió con aspereza una voz femenina.
El llamado Steven asintió y continuó, levantando la voz.

-Veréis, la llorona es un personaje legendario muy conocido, sobretodo en Hispanoamérica. Se cuenta que se trata de una mujer que ha perdido algo muy importante en su vida, y que convertida en un alma en pena, vaga por las ciudades, turbando a todos con su llanto –el muchacho adoptó un tono de voz turbado, para transmitirles aquella emoción a sus oyentes-. Pues bien, como sabréis nosotros los Lancaster vivimos en una mansión en Hornsey Road, y para acreditar nuestra seguridad tenemos a un eficiente guardia contratado para vigilar la entrada por las noches, Hugh Masterman. El viejo lleva muchos años al servicio de mis padres y nunca nos ha dado un solo problema hasta hace unos días. ¿Queréis saber por qué?
>>La noche del doce de septiembre el viejo Masterman se encontraba como siempre velando por la salvaguardia de la entrada, acompañado de su perro. Era una madrugada como otra cualquiera, sin especial bullicio en la calle ni ningún tipo de altercado. Masterman estaba firme custodiando la puerta, cuando de repente el sabueso comenzó a gruñir y a aullar a una mujer que se acercaba en la lejanía…

Evan suspiró. En su colegio de Liverpool también solían escucharse aquel tipo de historias. Pronto llegaría la hora en la que Steven Lancaster dijese ‘Y aquella mujer estaba muerta, y devoró a Masterman, sin dejar un solo trozo de él’. Pero para su sorpresa, lo que venía a continuación no resultó sino de sumo interés para él.

-Al mediodía del día siguiente el viejo presentó su dimisión rápidamente. No parecía el dispuesto guardia de siempre. Esta vez estaba terriblemente asustado. Tenía unas ojeras enormes, ¡parecía que tenía diez años más de los que tiene! No quiso dar demasiadas explicaciones a mis padres, simplemente dijo que sentía que era bastante mayor y que debería retirarse del puesto. Objetó que era un hombre de salud delicada. Salud delicada, dijo, ¡si estaba como un roble!
>>Casualmente me lo encontré paseando inquieto, cuando yo volvía a casa. Me contó el asunto de su cese y yo lo atosigué con varias preguntas, ciertamente sorprendido por la noticia. Entonces el viejo me miró fijamente, con sus ojos saltones, y me preguntó: ‘¿No se lo dirás a nadie, Steve?’. Y yo lógicamente respondí que no lo haría. En realidad sólo quería que me lo contase de una vez.
Al contrario de lo que Evan había pensado, los alumnos reunidos con Steven Lancaster en aquel círculo de sillas escuchaban también con atención. El chico sonreía satisfecho. Su cabello color zanahoria le llegaba hasta los hombros y un largo flequillo cubría su ojo izquierdo, mientras que el derecho, azabache, observaba a sus oyentes con un atisbo de agudeza. Vestía el uniforme sin corbata y con cierta informalidad, y llevaba varios pendientes de aro en sus orejas.
Parecía el chico malo particular del aula.
-¿Sabéis lo que me contó? ¡Que aquella mujer era una especie de fantasma! ¿No es hilarante? Tenía el pelo laaaaargo y negro, y sus ojos verdes lo vigilaban, empapados en lágrimas de sangre. El viejo insistió en el detalle de que la mujer misteriosa vestía un traje de novia blanco, y llevaba un ramo de rosas podrido… ¿No tiene muchísima imaginación?
Evan se levantó de golpe al oír el dato del vestido de novia. Lo hizo de una forma tan repentina que resultó escandalosa, y todo el mundo centró en él su mirada. Entre ellos podía ver a los entes de la mansión, que más que parecer extrañados, se veían sorprendidos. El muchacho se ruborizó ligeramente por su brusca reacción y se aclaró la garganta.

-¿Un vestido de novia… dices? –quiso saber Evan. El corazón le palpitaba con fuerza. Steven le miró boquiabierto.
-S-Sí… ¡Eso es! –respondió. Parecía que el que ahora estaba realmente asustado era él.
-¿Y éste no se abriría, por casualidad por la mitad a la altura del ombligo, enseñando varias capas de volantes?...
-¿Has oído hablar de esto antes, Evan? –el chico se encogió de hombros, bajando la mirada-. El vestido que tú acabas de exponer es exactamente como el que el viejo describió –contestó estupefacto. Entonces él se dio cuenta de que se había ido de la lengua. Todos los alumnos lo observaban, como esperando a que Evan continuase dando detalles concretos sobre la llorona. ¿Cómo disimular aquella metedura de pata? El chico tragó saliva. Sorprendentemente, Evil salió en su defensa.
-Hemos oído hablar sobre esa dichosa llorona antes –terció el ente, con su habitual mueca burlona. Después miró a Evan con ojos encendidos, antes de centrarse nuevamente en Steven, que parecía creerle-. Lo que pasa es que Evan se asustó tanto cuando lo escuchó que se toma muy a pecho el asunto. Probablemente Masterman querría jubilarse y se le ocurrió esa desternillante historia. Ya sabes que a la gente le encanta inventar, sobre todo a los ancianos que se aburren. No deberías tomarte tan a pecho que ese anciano se dedique al chismorreo. ¡Todos lo hacen!

Silencio.
-Tienes razón, Owen… -el pelirrojo suspiró, viendo su historia malograda por Evil. El resto de los alumnos cuchichearon entre sí, pero el ente no le prestó atención a aquello. En su lugar, se acercó a Evan rápidamente y salió al pasillo asiéndole del brazo.
Evan no había sufrido más reacciones desagradables por parte de Evil desde el primer día de clase, y demasiado le había parecido. Era posible que éste se hubiese sentido mal por todo lo que le había dicho bajo las ramas caídas del sauce llorón, a pesar le parecía bastante inverosímil por su parte. Evil Vreeland no parecía el tipo de persona que se arrepintiese de nada de lo que saliese de sus labios nocivos.
Pero con aquel tirón de brazo que acababa de sufrir y el molesto arrastre que estaba sobrellevando estaba más que concienciado de que esa efímera época libre de las mefíticas palabras de Evil había llegado a su fin. Y no le divertía demasiado la idea. El ente tiró de Evan hasta la mitad del pasillo, donde se hallaban las escaleras centrales. Entonces clavó su mirada perniciosa en el muchacho.

-¿Eres idiota? –cuestionó con destemplanza-. ¿No te das cuenta de que darle palique a Steven Lancaster es lo peor que puedes hacer? Si realmente existe aquella llorona que describía Masterman, inmediatamente tenemos que quitar esa idea de coexistencia de la cabeza de todos los humanos parciales que hayan creído sus palabras. No podemos arriesgarnos a que admitan que un ente se pasea por el municipio de Islington. En ese caso tendrás que darle caza, pero con discreción, ¿recuerdas? –explicó. Evan comprendía sus palabras y en aquel momento se arrepintió de no haberse dado cuenta, aunque no le dio demasiado tiempo. Evil apretó inmediatamente los dientes y oprimió el brazo del muchacho, retorciéndoselo con brusquedad-. ¡A ver si reaccionas de una vez! ¿Qué clase de investigador eres? Esto no es algo que yo deba decirte, sino algo de lo que tú solo debes darte cuenta. Abre la boca solo si estás seguro de que no vas a equivocarte, ¿de acuerdo? Puede que la próxima vez no haya nadie para sacarte las castañas del fuego. ¡No puedes meter así la pata!

Aquello fue lo último que Evan estuvo dispuesto a soportar. El chico se acaloró y se zafó de las manos aprisionadoras de Evil. Él… Él se atrevía a reprocharle…
Después de lo que dijo hace unos días, él no debería haberse atrevido a sermonearle.
-¿Cómo te atreves? ¿De verdad tienes tan poca vergüenza como para amonestarme? Tienes razón, me he equivocado. Pero Evil, ¿realmente eres el más indicado para decírmelo? Tú, que yerras constantemente sin tomar en consideración los sentimientos de los demás. Alguien tan vacío que no entiende las emociones y el dolor de los otros no tiene ningún derecho a reprenderlos.
Conociéndole, Evil podría perfectamente haber respondido a aquello. No obstante, se quedó mudo, apretando los labios. Ni siquiera centró su mirada en Evan, como hacía a menudo. Era una reacción bastante sorprendente por su parte, pero el chico no iba a detenerse a admirarla. Solo tenía ganas de perder ese rostro pálido de vista por un largo rato y olvidar lo que le había dicho. Así que dejó al ente solo en el pasillo, mientras regresaba al aula tratando de apagar la cólera del momento.

***

-Hace muy mal tiempo hoy –comentó Velvet tras un soplido. Evan, Clave y él no habían terminado aún la comida, que esta vez consistía en deliciosos sándwiches calientes, acompañados por patatas y salsas al gusto de cada uno. Una comida ligera, tal y como el hombre había pedido a las tres intrépidas cocineras-. Yo que tenía pensado que saliésemos todos juntos, y resulta que no podrá ser.
Era sorprendente la forma en la que Velvet había recuperado su buen humor. Tras una sombría velada con Amanda y una mañana algo apenada, el hombre volvía a sonreír a todas horas, con aquella mueca tan agradable y que tan atractivo le hacía. Clave mordía con avidez su comida, sin prestar atención a la conversación.
Como un feroz león que ha cazado a un indefenso antílope, solo tenía ojos para la presa que sostenía con ambas manos.
La lluvia golpeaba las ventanas, como queriendo entrar a la mansión.
Evan dio un mordisco a su sándwich y contempló a su tío absorto. Le encantaría preguntarle tantas cosas, y a la vez le parecía tan de mal gusto desear hacerlo… El chico enlazaba constantemente la historia de Steven con la de Anthony y Antoinette, a pesar de que había intentado con todas sus fuerzas ignorar el tema.
-Evan, pareces distraído. ¿Qué te pasa?

La voz de Velvet lo despertó.
-Bueno –musitó él, preguntándose si estaría bien hablar sobre los antiguos amigos de su tío. Permaneció un largo rato pensando, hasta que sacudió la cabeza. Sería horrible cavilar en el pasado y hurgar en la llaga de un asunto tan delicado para Velvet-, no es nada. No te preocupes. Creo que es sueño, así que subiré a echarme un rato.
Lo que Evan había esperado desde siempre era que sus mentiras resultasen convincentes. Velvet lo miró con mesura, y después sonrió.
-Está bien –dijo-. Es favorable que descanses. ¿Podrías hacerme un favor antes de subir a tu cuarto? Me encantaría que pudieses bajarme unos sobres que recibí de mano del señor Köhler. Tengo que rellenar varias cosas para terminar tu contrato. Ambos son de color negro y parecen bastante llenos, aunque si hay más de ese estilo, entonces los reconocerás por el sello de la WPA.
-Enseguida te los bajo.
Acabando con su comida y apurando su vaso de agua, Evan se levantó y subió las escaleras rápidamente. Ahora que lo pensaba, todavía no había entrado en el cuarto de su tío y le causaba cierta curiosidad ver de qué se componía. Entró en el pasillo del ala derecha y observó las cinco puertas, vacilante. Recordaba que la de Clave era la del fondo a la izquierda, pero, ¿y las demás? Prefería no arriesgarse a ir abriéndolas de una en una. Probablemente, si hiciese eso y diese con la de Evil, el ente tendría algo nuevo que echarle en cara.

El muchacho notó entonces unos suaves golpes en su espalda y se giró despacio. Una carpeta de partituras flotaba en el lugar.
-Evan, segunda a la derecha –dijo Klaus. Evan asintió y abrió dicha puerta lentamente, entró en el cuarto de su tío, encendiendo la luz y cerrando la puerta tras de sí.
Por alguna razón, la figura de Velvet K. Hedwings siempre le había sugerido cierto desorden, pero para su sorpresa, todo estaba perfectamente ordenado. La cama estaba al fondo del cuarto, haciendo esquina, y sobre ella se hallaba la ventana, de persianas bajadas. Junto a la cama había una mesita de noche bastante amplia, con una cadena de música y una pequeña torre de discos tanto de música clásica como del más puro rock.
Dos armarios estaban en frente de la cama, y en sus puertas había pegados varios pósters de obras de teatro y películas antiguas que Evan ni siquiera conocía. Le costaba creer que a su tío le gustase aquello de tener presentes sus aficiones en su propio cuarto. Junto a los muebles había un galán de noche, en el que descansaba uno de los utilizados y estimados trajes del hombre, que con tanto esmero cuidaba. Probablemente aquellos dos armarios no guardarían nada más que trajes, trajes y más trajes.
La habitación del hombre tenía un amplio escritorio acompañado por diversas baldas llenas de libros, volúmenes y carpetas a rebosar de archivos. En uno de ellos había varios sobres gruesos de color negro. Evan los cogió y se aseguró de que tenían el sello de la WPA que, efectivamente, se hallaba impreso en el borde de éstas, en un esplendoroso color plateado.
El muchacho puso por un momento su atención en una caja que había en la mesa llena de pequeños CDs, y llevaba una etiqueta en la que ponía “Klaus”. Sin duda, debía de tratarse de la colección de grabaciones del fantasma durante las cenas y demás.
La puerta, por detrás, tenía un enorme espejo ovalado, en el que Evan podía ver la espalda del fantasma rubio. Su dedo señalaba con insistencia las paredes del cuarto.
-Fíjate bien, Evan. Seguramente, esto te interesará.

¿Cómo no se había fijado antes? De la pared colgaba una innumerable cantidad de cuadros, de distintas formas y colores. El muchacho se acercó despacio a ellos, escudriñando cada uno de ellos con atención. Aquella pared constituía el mural de los cálidos recuerdos del pasado de Velvet Kyle Hedwings, plasmados en papel, y encerrados en marcos de diferentes tamaños y grosores, para que jamás pudiesen escapar a su memoria.
Muchos de los marcos conservaban fotos en sepia de Velvet con sus abuelos, Bernard y Dorothea Hedwings. Incluso en aquellas instantáneas, el entonces niño llevaba un sombrero de cachemira que le llegaba hasta las cejas, ocultando su tercer ojo. Después de aquellas iban las de su graduación e incluso una del equipo de fútbol escolar, lo que asombró enormemente a Evan. Incluso a tan temprana edad tenía que haber hecho uso de sus dotes ilusorias…
Otra foto tomada en sepia ofrecía la alegre mirada de Velvet y Klaus, ambos sentados en el taburete del piano, estudiando algunas partituras. Aquella imagen transmitía una fuerte sensación de tierna amistad, entre dos individuos totalmente distintos que compenetraban a la perfección. Si el fantasma estaba en aquel momento observando dicha fotografía, entonces una potente sacudida de nostalgia debía de estar bamboleando en su interior.

Las primeras imágenes a color mostraban a un Velvet algo más adulto vestido con un pulimentado uniforme, y empuñando la Mauser C96 NIGHTMARE, con aire de orgullo. Junto a él había dos muchachas, trajeadas también. Una de ellas sonreía alegremente, sujetando con aquellas pequeñas manos un imponente fusil automático Browning. Su cabello era rojo y reluciente, por lo que debía tratarse de Amanda Thompson.
Al lado de ésta, la otra joven sonreía con timidez. Sus hermosos ojos verdes recordaban a Evan a la hondonada de una selva, y su pelo negro y ondulado a un manto de atrayente oscuridad. Su arma era una carabina, de menor longitud que el artefacto de su compañera. La chica, desde luego, parecía delicada y floja. No parecía el tipo de persona que se aferra a su arma con audacia y dispara repetidamente. Aquel adorable semblante debía ser el de Antoinette Mansfield.
Entonces, aquella foto mostraba a los jóvenes investigadores de la compañía “Cell Moon”.
A partir de aquella instantánea, los rostros de los tres investigadores se repetían en varias fotos más. En una de ellas Velvet, Amanda y Antoinette aparecían pegados, cubiertos de la cabeza a los pies por abrigos, en la intersección de Picadilly Circus un frío invierno: sonreían a la cámara mientras parecían tiritar. En otra, los tres aparecían paseando por Mayfair y sus lujosos establecimientos, y en otras cuántas tomando un aperitivo junto al lago Serpentine de Hyde Park. Pero sin duda, una de las imágenes más significativas de toda la pared mostraba a Velvet y a Amanda sentados en sendas sillas plegables ante una avergonzada Antoinetteque vestía un impoluto vestido níveo, junto a una modista que la observaba atentamente, como satisfecha con su trabajo. Sus rostros irradiaban la más envidiable de las felicidades.

Junto a aquella foto había una que exponía a la enamorada pareja de Anthony (un joven rubio de facciones afiladas pero atractivo rostro) y Antoinette, abrazados ante el London Eye vistosamente iluminado de noche, y de aquella foto en adelante, ambas caras desaparecían.
Cinco o seis fotos más adornaban la pared, pero no eran especialmente llamativas, excepto un par. En la primera, Velvet se daba cordialmente la mano con un hombre fornido y apuesto, que sujetaba en sus brazos a una muchacha de cabello oscuro profundamente dormida. Aquella figura hercúlea e imponente, pero a su vez jovial, le sugería a Evan que podía tratarse de Mathias Köhler, aunque lo único que se le hacía inexplicablemente chocante al muchacho era el hecho de que éste tuviese una hija.
Y en la segunda se mostraban dos lustrosas lápidas contiguas en las que rezaba así: “Anthony Lamarck Reinhold y Antoinette Marie Mansfield. En paz descansen”. Ambas estaban cubiertas por varias hojas doradas de los árboles, y aderezadas con sendas rosas rojas.
Rosas rojas.
Evan acarició la imagen con las yemas de los dedos. Un mínimo detalle que le reproducía un breve recuerdo en su mente, que le indicaba un único lugar que inspeccionar… Aquella curiosidad malsana que crecía en su interior se vio de pronto drásticamente reforzada por una nueva idea.
-Quizás debería haber pensado antes –dijo en voz alta- en visitar Highbury Grove de nuevo.

***

Tic, tac, tic, tac, tic, tac.
Las doce en punto.
Evan, tumbado en su cama y aún vestido con el uniforme del colegio, vio cómo la hora cambiaba en la pantalla de su teléfono móvil. Había esperado vehementemente el momento en que las manecillas del reloj analógico del aparato se colocasen a su vez apuntando al norte.
La noche era tranquila y el cielo despejado mostraba el tintineo de las estrellas. Para el mal tiempo que había estado haciendo durante todo el día, una atmósfera tan clara y libre de mal tiempo era un verdadero respiro. El muchacho se incorporó y se estiró, mientras agarraba su Mauser C96 NIGHTMARE e iluminaba el cuarto con la sutil luz que desprendía su teléfono.
-¿Estás seguro de esto, Evan?... –Klaus habló en voz baja.
-No te preocupes –el muchacho asintió decidido-. No pasa nada, solo iré a echar un ojo. Algo me dice que ésta es la noche ideal para hacerlo.
El fantasma no sonaba demasiado convencido, pero terminó con un suave “Como tú veas…” y abrió la puerta de la habitación de la torre.
-Te recomiendo bajar con extremo sigilo o serás inmediatamente descubierto. Recuerda los años que lleva en pie esta mansión; su madera cruje al más mínimo movimiento.

El muchacho hizo lo propio y se encaminó escaleras abajo con toda la cautela posible puesta en cada uno de sus pasos. Lo último que desearía sería que alguien desembuchase sus intenciones, pues estaba dispuesto a llegar, de cualquier manera, al cementerio de Highbury Grove.
Cruzó el pasillo tanteando sus pisadas con más prudencia que nunca, e iluminando vagamente las tablas de madera que se cernían a sus pies. Se deslizó escaleras abajo hasta llegar, exitosamente, a la entrada de la mansión, y una vez allí, Klaus abrió la cerradura.
-Velvet siempre deja las llaves en la repisa de la chimenea del salón, para que lo sepas otra vez, ¿de acuerdo?
Evan asintió y abrió la puerta despacio, saliendo al exterior. A pesar de la tranquilidad nocturna, el frío continuaba hostigando el ambiente. Las farolas eran la única vida de Highbury Crescent. Evan, molesto, se guardó su arma en el bolsillo y se abrazó a sí mismo en un intento de templarse un poco. Entonces escuchó el chasquido de una lengua y algo reluciente como un rayo brilló a sus espaldas. Era una luminiscencia sin par, que escarnecía la dignidad de los cielos, que hacía temblar a los astros, que ponía en vergüenza a la luna.

-Q… Qué iluso he sido…
Por primera vez, Evan pudo contemplar a Klaus sin tener que valerse de una cámara o un espejo. El fantasma, envuelto en un esplendor aúreo, parecía la figura mitificada de un pequeño dios. Tal era el resplandor que desprendía que el chico tuvo que apartar durante un rato la mirada para recuperarse de tal cantidad de luz. El fantasma se cubría la cara con las manos, mientras susurraba palabras ininteligibles.
-¿Klaus? ¿Qué es eso?
-Soy yo… ¡Ha sido mi culpa!
En el tobillo derecho de Klaus apareció una cadena igual de refulgente que lo mantenía preso, e inmediatamente se añudó a toda la mansión, como una serpiente que asfixia a un inofensivo ratón.
Era ésa la condición del fallecido Klaus Avalon; vivir eternamente encadenado a la mansión en la que perdió la vida.
-Por un momento me olvidé de todo y pensé en acompañarte… Lo siento, Evan, pero como ves, no puedo pasar de la puerta. Mi alma estará encadenada a la mansión para siempre, supongo –susurró, como echándose la culpa de su posición como ente. Se agarró del flequillo y lo apretó con fuerza, totalmente indignado-. Ahora márchate, rápido… Esta luz desaparecerá en breves, pero no te puedo asegurar que no haya despertado a nadie –Evan vaciló-. Vamos, ¡vete!
Después de meditar unos segundos, el chico se giró y avanzó por la calle, dándole la espalda a un Klaus enfurecido consigo mismo, cuando otra voz gritó desde el interior de la casa.

-¿A dónde crees que vas?

Evil Vreeland vestía una cazadora de cuero negra y unos pantalones grisáceos, desgastados y rotos. Sin ninguna delicadeza, cruzó el umbral traspasando a Klaus, manos en bolsillos. En Evan se encendió una ira incontrolable al ver aquella sonriente cara que avanzaba hacia él con lentitud. Klaus alzó la vista, con una expresión que se balanceaba entre la preocupación y el astío. Probablemente presenciar una nueva batallita no le hacía ninguna gracia, igual que a Evan.
-Quieto. No avances más –terció el chico, mirándole con un odio abrasador.
-¿Qué haces despierto a estas horas? Sé un buen niño y vuelve a la cama o tío Velvet se enfadará contigo.
Evan se mordió los labios con tal fuerza que creía que empezaría a sangrar antes o después.
-Métete adentro ahora mismo, no te acerques un paso más. Demonios, ¿qué quieres conseguir con esto?
-¿Yo? Solo voy a salir a pasear, me apetece ver Highbury Grove de noche. ¿A que tiene que ser precioso? –respondió con voz melosa.
El ambiente se estaba caldeando demasiado y Klaus desearía poder hacer algo para detenerlo, pero Evil y Evan tenían ojos solamente el uno para el otro, el odio y la divergencia flotaban en el aire.
-Te lo repetiré una vez más; métete adentro. Si no lo haces, vaciaré en ti el cargador de la Mauser.
-No lo creo, Evan Hedwings, no lo creo… -rió Evil. Sus botas tachonadas avanzaron lentamente hacia el chico, que se metía la mano en el bolsillo derecho y sacaba su arma.
A decir verdad, Evan era incapaz de entender la psicología de aquel ente. De apariencia egocéntrica, era una criatura especialmente burlona que disfrutaba toreando a los que le rodeaban. Su lengua se desataba, y las más infames palabras eran pronunciadas.
Pero aquellos días parecía haberse arrepentido de su comportamiento con Evan, o eso parecía haber atisbado él. Como un niño arrepentido de haber arrojado una piedra, retrocedía cabizbajo y escondía la mano.

¿Por qué, entonces, tenía que volver a molestarle?
Con una cargante sonrisa satírica, Evil se detuvo a unos treinta centímetros de un furioso Evan.
-Oh, la imponente Mauser. ¿De verdad tendrías el valor de dispararme con ella? –preguntó divertido.
-¿De verdad querrías comprobarlo, Evil? –Evan frunció el ceño con fuerza.
El ente no contestó. En su lugar, levantó la pierna e hizo un ademán de avanzar un paso más.

Todo ocurrió impresionantemente rápido. Evan levantó la mano y sin titubear encañonó la cabeza de Evil, quitando el seguro. A su vez, Evil abrió el abrigo con un veloz movimiento y sacó de éste una navaja de empuñadura de marfil, tan afilada como un sable, y la colocó en el cuello de Evan, rozando apenas la piel de éste. Los dos movimientos fueron totalmente paralelos. En un salto, la situación había pasado de ser férvida a convertirse en violenta. Los jóvenes se miraron fijamente.
¿Qué había sucedido? Evan nunca había reaccionado así. La sangre bullía en su interior, se agitaba y palpitaba con el mismo ímpetu con el que latía su corazón. Pero no sabía si era de emoción o de miedo. Sintiendo la fría hoja oprimiendo su garganta, observando a Evil, que no pestañeaba y permanecía quieto… Entonces era cuando el chico oscilaba.
Nunca había estado frente a otra persona y a punto de apretar el gatillo. Nunca, al menos, con tal arrebatador sentimiento de disparar. De escuchar el estallido de la pistola. De presenciar la frente desgarrada por el chispazo.

De contemplar la sangre rúbea salpicar su propio rostro.

Incluso, en aquel entonces, se preguntaba si aquellos irreflexivos pensamientos eran una mera quimera de su ilógico subconsciente o una recóndita aspiración de su corazón desbocado.
-Aparta ese filo de mi garganta o no dudaré en apretar en hacer fuego –dijo con absoluta rigidez.
-Te recomendaría que fueses tú quien retirase la boca de fuego de mi frente, si no quieres que te abra en canal. Lo único que evita que lo haga gustosamente –explicó, algo tirante- es la sangre que te une a Velvet Kyle Hedwings. Te lo aseguro.
Klaus apretó los dientes. Si tan sólo pudiese avanzar unos pasos más hacia ellos… Estaba prácticamente al lado, a escasos metros de Evan y Evil. Pero aquella cadena restringía al fantasma. A tan breve distancia, ni siquiera extendiendo sus brazos podía tocarles. Ni aunque gritase a los cuatro vientos, ambos no escucharían ni una de sus palabras. El tiempo se había detenido para ellas.
Evil, sin cambiar de gesto, parpadeó suavemente.
-Vamos, Evan Hedwings. Piensa un segundo. Ahora mismo tienes numerosas opciones; solo tienes que asirte a la que más te cautive –su voz adquirió un tono sumiso, casi aterciopelado-. Primero: no ganarás nada apretando el gatillo, salvo arrebatarme mi segunda vida y ensuciar mi cara de mugrienta pólvora. ¿Alguien como tú podría vivir cargando con el peso de una vida derrochada en vano?
>>Segundo: tampoco te supondrá una ventaja hacerme volver por donde he venido. ¿No te das cuenta? Yo no cerraré esta boquita. En cambio, no dudaré en despertar a Velvet y contarle que te has marchado solo, a medianoche, a vivir maravillosas aventuras.
>>Y tercero: es posible que te convenga que vaya contigo. ¿Por qué? La razón es muy simple. Así, nada imputable escapará de mis labios y podré cubrir tus espaldas, por si las moscas. Lo que a tu tío no le gustaría nada, desde luego, sería encontrarse con que su querido sobrino ha podido correr algún tipo de peligro. Se llevaría un susto de muerte, y mi deber es que eso no ocurra, ¿no te parece?

Evan examinó a Evil persistentemente. ¿Acaso no tenía, ni siquiera, un poco de miedo? Además, no sabía por qué tenía que creer en sus palabras, pero ciertamente, salvo en la tercera opción saldría notablemente perjudicado. No le hacía ninguna gracia llevar un acompañante como él, pero era mejor que matarlo en un preámbulo de enajenación o que cierto pajarito hablase a Velvet de su escapada nocturna.
Por lo tanto, después de un rato de silenciosa reflexión, el joven apartó su pistola de la pálida frente de Evil y la guardó de nuevo, poniéndose en marcha.
-Más te vale que esto no sea una de tus jugarretas.
-¿Jugarretas? Oh, vamos, no seas tonto –el ente sonrió satisfecho, al ver que su perorata había salido victoriosa. Entonces reanudó el paso, mientras ponía su navaja a buen recaudo.

Los muchachos se abrieron camino hacia Highbury Grove con paso rápido. El susurro de los árboles se acrecentaba, a la vez que la oscuridad de la helada noche se hacía más esotérica a lo lejos.
Y a lo lejos, calle abajo… Una mujer vestida de un ensangrentado blanco hipaba y lloraba, sin retirar la vista de las dos siluetas que avanzaban a hurtadillas, al igual que dos niños traviesos que quieren disfrutar de una noche de travesuras. Ella…

…quizás debería castigarlos.

-Veuve noire porte le Blanc-

-Continuará.