Recién llegadas las cuatro, la puerta del cuarto de Evan fue golpeada con suavidad.
-¡Eeeeeeeevan! –era la vigorosa voz de Lena-. ¿Estás listo? ¡Nos vamos a entrenar!
El muchacho se levantó de la cama de un salto. Rebuscó velozmente en su armario hasta encontrar la sudadera que buscaba, y se la puso con un movimiento rápido. Después, tomó la pistola, comprobando que llevaba el seguro puesto, y la guardó en su bolsillo.
-Estoy preparado –dijo, saliendo de su cuarto. La licántropo asintió y entonces se precipitaron escaleras abajo. Ahí esperaban Velvet, Clave, Evil, Flourite y Gabrielle. La última se regocijaba en un espeso abrigo de lana, abrochado hasta arriba. Probablemente el tiempo no había cambiado desde la mañana; en el exterior seguiría haciendo un frío glacial.
-Todo en orden –declaró Velvet, colocándose su chistera y abrió la puerta de la mansión. A medias escondidas, los entes salieron en el exterior y el hombre cerró rápidamente la puerta. Éste llevaba en la mano un par de rosas de un atractivo color carmín. Parecían frescas, compradas recientemente-. Bien, rumbo al cementerio de Highbury Grove, chicos.
Evan creía haber oído correctamente, pero deseaba que sus oídos le hubiesen traicionado. ¿Entrenar en un cementerio? No tenía nada especial en contra, sólo que no le gustaban demasiado... No sólo por lo que simbolizaban, era, sobre todo, por los recuerdos que le traía de aquel fatídico día de invierno... El chico agitó la cabeza. Era mejor enterrar el pasado. Después de todo, acordarse de aquello sólo le ocasionaría sinsabores.
Todos juntos echaron a andar a buen paso por la calle, ojeando todos y cada uno de los lugares por los que pasaban. Avanzaron por Highbury Crescent, bordeado por aquellas campas de hierba cuidada y frondosa. Aquel parque tan grande y agradable, infestado de árboles, era cruzado por la calle de Queen’s Walk, pero en lugar de ir por allí, Velvet continuó recto y entonces torció a la calle de la derecha. Tras cruzar Highbury Fields y seguir hacia delante, llegó un momento en el que apareció ante ellos un cementerio gigantesco. El camino se prolongaba al otro lado de una impresionante puerta de hierro forjado. Velvet contempló el espacio fúnebre de arriba abajo. Oscuras paredes habían sido construidas a modo de fortaleza inquebrantable, impidiendo ver nada por encima de ellas. La puerta estaba adornada con dos pilares a sus lados, del mismo material. En la punta de éstos, dos gárgolas descansaban, alzando la cabeza, como reclamando los rayos de sol. Sobre la entrada rezaba la siguiente oración: Requiescat in Pacem.
El hombre empujó la puerta despacio, emitiendo ésta un fuerte chirrido, y todos cruzaron, quedando a su vez fascinados por el camposanto. Evan estaba impresionado. A pesar de tratarse de un sitio lúgubre, siempre sumido en la tristeza y el dolor, era hermoso. Se abrieron paso por una avenida rodeada de caminos serpenteantes, en la que se habían construido monumentos a grandes personalidades inglesas, entre los altos tilos en cuyas copas sonaba el canto de los pájaros. Las tumbas y los nichos estaban decorados con ramilletes de flores coloridas y objetos pertenecientes a los fallecidos. Miles de fotos con rostros felices rodeaban los panteones, tallados sobre reluciente mármol negro.
Al fondo del camino, rodeado de verde y de lápidas ornamentadas con flora y mensajes de recuerdo, había una pequeña iglesia esférica. Se veía claramente que pertenecía a la arquitectura de la época victoriana, pues se observaba su rica ornamentación arquitectónica, que además estaba construida con ladrillo. Sus puertas estaban colocadas entre largas pilastras adosadas, bajo un balcón sujeto por un par de ménsulas. Éstas estaban abiertas; decenas de personas entraban al sonido del redoble de sus campanas de cobre. Probablemente se trataba de un funeral, pues la mayoría vestía de negro, además de que lloraba en silencio.
-Bien –Velvet se giró hacia Evan y los demás-. Lena, por favor, llévales hasta el claro. Tengo algo que hacer antes del entrenamiento, estaré allí en un santiamén.
Lena asintió con la cabeza y todos contemplaron al hombre marcharse, algo apresurado y con las rosas en la mano, hasta que se perdió entre las lápidas y los árboles. Después se dirigieron al claro, tomando un camino angosto decorado por velas encendidas. Al final de éste se divisaba una pequeña llanura con más panteones, y probablemente era la única zona del cementerio con un aspecto algo más macabro. Había varias estatuas de ángeles de piedra, que formaban un círculo, rodeando una enorme cruz de piedra, llena de suciedad y musgo.
Los ángeles eran extremadamente pulcros, y el trabajo de su escultor había sido tan preciso que las suaves líneas de su rostro se asemejaban perfectamente a las de un humano.
Juntaban las manos en la usual actitud de orar. Evan se acercó a ellos, contemplándolos absorto, cuando Gabrielle se quitó su espeso abrigo y se lo arrojó a la espalda, cayendo después en el suelo.
-¡No te entretengas! –gritó, esta vez con un tono animado. Se preparaba para el entrenamiento, haciendo estiramientos de brazos y piernas-. Nosotros a lo nuestro, ¿recuerdas?
Evan asintió, sacando la pistola del bolsillo de su sudadera y le quitó el seguro. En ese mismo instante, notó aquel agudo dolor en sus ojos. El visor estaba activándose. El chico cerró los párpados suavemente, y al abrirlos de nuevo, todo se tiñó de un fuerte escarlata.
Todavía sin acostumbrarse a la sensación de ver con esos ojos, Evan frunció el ceño, algo incómodo. Entonces se vio reflejado en uno de los cristales de un panteón. Sus irises habían perdido el brillo; su retina izquierda se había convertido en un blanco. Le parecían los ojos de un francotirador… Le produjeron escalofríos.
La vampiresa entró en el círculo de ángeles de piedra, y el chico hizo lo mismo. Se contemplaron fijamente el uno al otro; en sus miradas se veía la determinación suficiente para encarar al enemigo, de abalanzarse el uno sobre el otro, con objetivo de salir victorioso de la batalla. Parecía que sus ojos chispeaban intensamente.
-Ya estoy aquí –Velvet apareció caminando con ligereza, y se detuvo a tomar un respiro junto a Lena y los demás. ¿Era imaginación de Evan o el rostro de su tío parecía ensombrecido?-. Bien, Evan. Esta vez he decidido que entrenemos aquí por dos razones de peso; una, el espacio de la mansión es totalmente insuficiente, y dos, tenemos que simular una batalla de verdad. Con esto quiero decir que todo será más serio que esta mañana –suspiró-. Hemos de enseñarte rápido a manejar todo tu potencial, para que pronto estés preparado para recibir misiones. No podemos demorarnos mucho en ese asunto.
>> Lo que tienes que pulir ahora es la discreción. Como bien entenderás, los humanos totales son enteramente ajenos a la existencia de los entes paranormales. Pueden verlos, sí, pero creen que su coexistencia no va más allá de los mitos o los cuentos para asustar a los niños, así que lo mejor es no darles pistas sobre ello, ¿no? Imagínate lo que sucedería si un humano tuviese un encontronazo con un ente. ¿No sería un shock fatal para éste? Enfrentarse a un ente es el doble de peligroso si hay humanos alrededor, o cerca de la batalla. Tienes que aprender a manejar la situación y a alejar la batalla de ellos. La WPA está trabajando en diferentes artefactos para provocar este tipo de accidentes, pero hasta entonces, solo podemos confiar en que lo hagas bien. Es un factor importantísimo que, de salir mal, puede acarrear varios problemas, y pueden dejar de sopesarse esperanzas en ti como investigador –explicó, totalmente serio.
Evan bajó la cabeza, mudo, y después asintió. La explicación le había asustado un poco, pero no debía dejarse llevar por sus emociones. Su tío le sonrió entonces.
-¡Venga, muchacho! Este es un arduo camino que tendrás que recorrer –señaló-, pero sé que vales para ello. Bueno, vamos al grano. Este entrenamiento acabará cuando yo lo vea conveniente.
Todos salieron del círculo de ángeles a excepción de Gabrielle y el chico, que volvieron a intercambiar una última y punzante mirada antes del agudo sonido del silbato.
Gabrielle emitió una risita macabra y se movió a velocidad de vértigo, desapareciendo entre las lápidas mortuorias en un santiamén. A Evan le costó reaccionar a aquello: ¿pretendía que jugasen al gato y al ratón por todo el cementerio? Vaciló un instante, y acto seguido echó a correr siguiendo la estela de la vampiresa, perdiendo de vista a su tío y los demás.
Se hallaba algo confuso. Nunca antes había visto un cementerio como tal, era tan grande, tan caótico como un laberinto. Parecía que, de dar un paso en falso, no volvería a encontrar la salida jamás entre esos senderos selváticos. Evan sujetaba su arma con firmeza. Su visor era incapaz de captar nada ante él… Ladeó la cabeza, pero no había nadie detrás.
Estaba totalmente solo.
Entonces las dudas asaltaron su cabeza. ¿Qué hacer? ¿A dónde dirigirse? Francamente, le frustraba su propia incertidumbre, de modo que siguió caminando. Tenía que ocurrírsele una solución, tarde o temprano.
***
Chask.
Evan volvió a girarse sobre sus propios pasos.
No había nada, había sido él mismo el que acababa de pisar una ramita. Respiró hondo y siguió caminando. A su paso no había más que nichos, algunos de ellos vacíos y sin limpiar, pues las telarañas adornaban su interior. Estaba realmente inquieto… Hacía unos veinte minutos que había salido corriendo tras Gabrielle, pero inmediatamente la había perdido. Ni rastro de ella, no importaba por dónde caminase y en qué dirección. No había más que tumbas, lápidas, nichos, incesable maleza, el revuelo de las aves, las campanas de la iglesia.
Todo tu potencial. Las palabras de Velvet resonaban con fuerza en su mente. ¿Qué querría decir con eso? ¿Había más acerca de su propio poder, algo más que él no conocía? El muchacho se preguntó qué harían los investigadores cuando se encontraban en una situación como aquella, en la que el enemigo, un peligroso cazador, acechaba a la presa desde las sombras.
<< El cazador no será cazado >>, pensó Evan. Cerró los ojos y se olvidó de todo lo que había a su alrededor. Tenía que concentrarse. ¿Qué habría hecho él de haber sido Gabrielle? Quizás si pensaba como aquella vampiresa hostil e irascible, que tan escurridiza resultaba… Quizás entonces, el chico podría dar con la respuesta.
Gabrielle…
De pronto, escuchó unos pasos cerca de él. Evan se apresuró y ocultó su presencia detrás de una enorme lápida, con todo el sigilo posible. Inhaló aire y, tumbado en el húmedo césped, asomó levemente la cabeza.
Pero no.
No era Gabrielle. Tampoco era su tío Velvet, ni Clave, ni Lena, ni Evil, tampoco era Flourite.
Se trataba de dos mujeres desconocidas, y de edad avanzada. Las dos iban vestidas de negro. La primera de ellas, cubierta por un velo negro, sujetaba un pañuelo mientras sollozaba de forma ruidosa. Posiblemente sería una plañidera. La mujer que estaba a su lado iba exageradamente maquillada y recogía su cabello canoso en un moño apretado. Llevaba un ramillete de flores, probablemente para colocarlo en alguna tumba.
El sonido de las campanas debía marcar el final de la misa.
Era posible que aquello formase parte del entrenamiento. Después de todo, Evan tenía que luchar contra Gabrielle en un lugar en el que abundaban los humanos. Ajenas a lo que se cernía sobre ellas, las mujeres caminaban pausadamente, como si de una marcha fúnebre se tratase.
De pronto, Evan abrió los ojos como platos. Tras las desconocidas, andando tan silenciosamente que nadie se percataría de su presencia, Gabrielle las seguía con una sonrisa infantil en su rostro blanquecino. Miraba a Evan con sus ojos carmesíes reluciendo de una forma un tanto bizarra. El chico agarró su pistola, pero su cabeza se llenó de dudas. ¿Debía disparar? Ella le estaba incitando a hacerlo, pero… ¿Y qué ocurría entonces con aquellas señoras? No… No podía arriesgarse.
Pero Gabrielle pareció leerle la mente, y se deslizó lentamente hasta colocarse tras la plañidera, que entre lloriqueos no pareció darse cuenta de nada. Abrió la boca, mostrando su perfecta mandíbula nacarada, y la acercó al arrugado cuello de la mujer. Miró una última vez a Evan, como si esperase algún movimiento por su parte. Sus dientes casi rozaban la piel…
El chico vaciló nuevamente. ¿Y si le descubrían? Discreción. Discreción. Discreción. Tenía que ser discreto. Escondiéndose tras la lápida, resopló. Entonces, sin estar muy seguro de si surtiría o no, alzó el brazo, pistola en mano, y disparó hacia arriba.
El efecto pareció ser el deseado. Segundos después asomó la cabeza y solo observó cómo las mujeres se miraban la una a la otra, desconcertadas por el ruido sordo que acababan de escuchar. No había rastro de Gabrielle. Probablemente, al oír el disparo habría huido de nuevo. La bala aterrizó, inofensiva, junto a las piernas del muchacho.
Evan se recostó en la lápida y se tranquilizó, mientras esperaba a que las señoras abandonasen el sendero para seguir con su búsqueda. Había franqueado un obstáculo, pero volvía a andar a ciegas por el interminable cementerio de Highbury Grove. Entrenar allí se le estaba haciendo más complicado de lo que él había sido capaz de imaginar. Tenía que tener cuidado de no ser asaltado por sorpresa, a la vez que se mantenía alejado de ojos humanos. Además, comenzaba a notar el cansancio en su cuerpo, pues le costó bastante incorporarse.
El sendero derivaba en un camino de piedra, acompañado por altas farolas de color negro, aún sin encender. Al fondo de éste, la gente se movilizaba despacio, llevando entre cuatro el ataúd del fallecido. El cura les acompañaba a enterrarle. Evan estaba se percató entonces de que el funeral había terminado ya, por lo que se alegró. Si la multitud se marchaba, resultaría más sencillo enfrentarse a Gabrielle. Aquella endemoniada vampiresa huidiza… Seguramente estaría pasándoselo tan bien como una niña jugando a su libre albedrío con su muñeca. Estaba haciendo lo que quería con Evan. Lo tenía totalmente a su merced, perdido y desconcertado, preguntándose si cada minúsculo paso que daba sería el correcto. Lo tenía encerrado en su casita de muñecas, que era el enorme cementerio. ¿Cuándo se atrevería a dar la cara, para terminar de jugar de una vez?
En aquel momento a Evan comenzó a dolerle con intensidad el ojo derecho. Se paró en seco y se llevó las manos a la cara, palpándose el párpado. ¿Había captado algo? Podía ver cómo sobre las farolas se encendían pequeñas y tintineantes llamitas de color azul turquesa. Al principio no comprendió el por qué, pero inmediatamente después se dio cuenta de lo que aquello significaba. Fijó el blanco en una de la farola más cercana y disparó repetidas veces con temple. Entonces, un murciélago bañado en sangre levantó el vuelo con torpeza.
¡Por fin había dado con Gabrielle!
Desde las farolas obtenía una vista satisfactoria del lugar y podía controlar los movimientos de su adversario, pero si se subiese a ellas manteniendo su forma humana sería rápidamente detectada. La vampiresa había aprovechado la semejanza de colores entre las farolas y sus quirópteros, y también su pequeño tamaño, para ocultarse en ellas y observar. Pero Evan había descubierto su ingeniosa treta. La suave voz de la vampiresa resonó en el cielo, respaldada por la danza de miles de murciélagos.
-¡Eres listo, como yo pensaba! Parece que sabes seguirme el juego –replicó con un tono que transmitía cierta satisfacción. Evan esbozó una sonrisa, halagado. Los animales se juntaron retomando la forma humana de Gabrielle, que flotaba en el cielo, con sus cabellos extendidos en él como si fueran las serpientes de la Gorgona Medusa-. Bien… ¿Qué tal si seguimos con el entrenamiento? –la vampiresa descendió despacio, hasta que la suela de sus playeras tocó el suelo de fría piedra. La sangre salía a borbotones de su brazo izquierdo. Esta vez el disparo le había dado de lleno.
Evan levantó la pistola, pero Gabrielle no huyó esta vez.
Se lamió sus afilados colmillos antes de señalar el fondo del camino, en el que ya no había nadie.
-¿Qué tal si terminamos con esto en la iglesia? Te espero allí –y entonces volvió a convertirse en el oscuro manto de murciélagos, que sobrevolaron el cementerio hasta desaparecer.
El chico obedeció y corrió hacia la iglesia. Quería terminar ya… Estaba algo mareado. Quizá se debía al haber utilizado su poder durante un largo período de tiempo… tenía la vista muy cansada y sus ojos parpadeaban con frecuencia. Pero tenía que aguantar. No podía derrumbarse en pleno entrenamiento. ¿Qué clase de investigador pretendía ser, si no?
La iglesia tenía la puerta entreabierta, y la luz del día era lo único que iluminaba su interior. Evan abrió la puerta lentamente, para no hacer demasiado ruido, y escrutó todos y cada uno de los lugares de la estancia. No había nadie en los bancos, ni en el confesionario. El altar tenía todas sus velas apagadas y no dejaba ver el trabajo que se habría invertido en el retablo dorado de la pared. El muchacho se paseó con cautela en el oscuro sitio vacío, encaminándose hacia el altar.
Entonces sintió otra punzada de dolor y se encontró con los ojos de Gabrielle, que le saludaba ondeando la mano desde el púlpito de madera. Su herida del brazo estaba totalmente curada. Parecía que no le hubiesen disparado en ningún momento.
-No te has manejado mal para evitar que mordiese a aquella molesta plañidera, he de reconocerlo –cerró sus párpados y planeó velozmente desde donde se encontraba hasta la nave central, colocándose justo delante de Evan. Su cabeza descendió hasta el cuello del joven, mientras le agarraba por los hombros para inmovilizarlo. Abrió la boca de tal modo que parecía que su diabólica mandíbula fuera a cerrarse en la garganta del chico y despedazarla-. No obstante… Si tus reacciones son taaaaaaaaaaan lentas… Morirás en breves seg… -la vampiresa enmudeció súbitamente, mientras su rostro palidecía considerablemente. Evan nunca había presenciado antes aquella expresión de susto.
Gabrielle empujó a Evan hacia atrás con rudeza, mientras contemplaba horrorizada la sangre que chorreaba por un orificio redondo de su vientre. ¡No se había dado cuenta! Estaba tan ensimismada con el chico que ni siquiera había prestado atención al sonido del disparo.
-Y si tus reacciones son tan confiadas –repuso éste- asestarte un tiro resulta algo muy sencillo. –le quedaban tres balas. Lo más adecuado sería utilizar una de ellas para mantener a Gabrielle a raya, y las restantes para disparar a dar. Si eso fallaba, entonces ya improvisaría… Pero hasta entonces tenía que intentarlo.
La vampiresa corrió y alargó el puño, rozándole en la mejilla. Éste se desplazó para esquivarla y disparó una vez a los pies de ésta, que saltó para esquivarlo. Entonces, una vez estaba en el aire, Evan apuntó con el blanco y volvió a disparar, acertándole en el abdomen. Esta vez el impacto fue potente, y el grito desgarrador de Gabrielle hizo un eco ensordecedor en la iglesia. Enrojecida de ira, ésta se abalanzó sobre el chico, y él, cuando intentó evitarla, sintió como sus piernas le fallaban y recibía una fuerte patada en el estómago.
Sus fuerzas…
Evan cayó de bruces al suelo y comenzó a toser de forma sofocante. No acababa de comprender lo que había pasado… Pero estaba agotado. Alzó la vista hacia Gabrielle, cuya cara se retorcía de agudo dolor, cuyas manos ocultaban la profunda herida de bala. La sangre goteaba entre sus finos dedos. La visión del chico se tornó borrosa de repente, y sintió cómo todo su vigor se esfumaba como el viento.
Sus dedos se aflojaron y soltaron la pistola, mientras notaba un hormigueo en sus ojos y el visor se desvanecía despacio…
-¿Evan? –Gabrielle le miró, atónita.
Pero él ya no escuchaba. Sus ojos parpadeaban constantemente, estaba exhausto… Aunque quiso resistirse a aquello, terminó por cerrarlos.
***
-Uh…
Evan se incorporó y notó un gran dolor de cabeza.
Estaba arropado por una enorme manta que le asfixiaba de calor, tendido en la cama de su cuarto. Las persianas estaban bajadas y no entraba un haz de luz. La única iluminación que había en el cuarto era la del chispeante fuego de la chimenea encendida.
El muchacho se dio cuenta entonces de que llevaba puesta la ropa del entrenamiento y se deshizo rápidamente de la sudadera. Entonces miró al espejo, y vio a Klaus en él, sentado a su vera, son aquella eterna sonrisa risueña.
-¡Por fin despiertas! –comentó. Parecía enormemente aliviado-. Buf, el susto que debió llevarse Velvet cuando vio que Gabrielle te llevaba a horcajadas…
-¿Gabrielle? –repitió el chico atónito-. ¿A mí?
-¡Sí! ¿Tan raro es? –no daba la impresión de que Klaus se enterase de lo raro que era ver a Gabrielle preocupada por algo o alguien-. En fin, ha debido ser duro entrenar con tanto ímpetu el primer día… Tanto que ni me extraña que hayas caído agotado, me parece a mí––
-¡Evan, Evan! –Velvet interrumpió la conversación dando un portazo ensordecedor y entrando en la habitación. Sus ojos brillaban con tal resplandor que parecía que fuesen a romper a llorar en cualquier momento-. Madre mía, estás bien… ¡Menos mal! –el hombre abrazó a Evan con tanta fuerza que éste pensaba que iba a ahogarse-. Te has excedido… No pensé que sucedería en el segundo entrenamiento, pero has llevado tus poderes al límite. Con este tercer ojo he podido observar vuestra batalla e igualmente, lo has hecho muy bien. ¡Solo falta pulir algunas cosas! Como tu técnica, y también la lucha cuerpo a cuerpo.
Evan se estremeció al escuchar ‘cuerpo a cuerpo’. Siempre había sido un completo inepto para eso.
Velvet se miró en el espejo, para sentarse en la cama sin molestar a Klaus, y miró a su sobrino, enorgullecido.
-Me alegro de que seas uno de los nuestros, Evan… Pero, ¿de verdad que es esto lo que quieres? No quiero que lo hagas obligado… Tampoco que lo hagas si no estás cien por cien seguro de ello –preguntó, con cierta seriedad en su tono. Evan negó con la cabeza.
-¡Claro! Estoy seguro de ello… -el chico ladeó la cabeza y vio su pistola en la mesita de noche-. De todas formas, alguien tiene que luchar contra los entes, y me alegro de poder ayudar en la causa. ¿Qué sentido tiene contemplar el espectáculo con los brazos cruzados…? Además, no importa si soy investigador o no. Sólo por el poder que mi alma contiene, ya corro peligro, ¿no es eso?
-Lo has captado perfectamente –repuso Velvet, y acarició la cabeza de su sobrino-. Por eso, estos últimos días antes del curso, ¡entrenaremos mucho! Tu rendimiento hasta ahora ha sido satisfactorio. Y así no habrá ente que pueda hacerte frente. Bueno, voy a bajar a por tu cena, que supongo que tendrás hambre.
El muchacho no se había parado a pensarlo, pero su estómago rugía con más insistencia que un fiero león ansioso de cazar.
-¿Ves? –rió su tío-. Y antes de que se me olvide. Mientras descansabas aquí, fui a recoger el resto de tu material escolar, por lo que no tienes que preocuparte de eso, ya lo tienes todo listo para el comienzo del curso, ¿de acuerdo?
-Muchas gracias, tío –agradeció Evan, y se impresionó a sí mismo al haber llamado ‘tío’ a Velvet, ya que no solía hacerlo. Él también pareció no habérselo esperado, pero sonrió al oírlo.
-¡Y otra cosa más! –dijo Velvet cuando cruzaba el marco de la puerta. Volvió a entrar en tromba al cuarto y rebuscó algo en el armario. Sacó dos perchas inmediatamente, cada una con un traje diferente-. ¡Tacháaan~! ¿Te gustan? Mira, el izquierdo es el uniforme de ‘Holloway College’ –el primero estaba compuesto por una camisa blanca de manga larga y un pantalón granate, a juego con la corbata del mismo color. Sobre la camisa había un jersey color marrón claro-, y este otro es tu uniforme de investigador, ¡ni más ni menos que diseñado por mí mismo! Todas las compañías confeccionan el suyo propio, así que he aquí el resultado de tardes y tardes comiéndome la cabeza en busca del uniforme ideal. ¿Qué me dices?
El uniforme de investigador se componía de un smoking negro, una camisa blanca impoluta y una corbata roja. Evan lo observó estupefacto. No le gustaban nada los smokings, y sin embargo, tendría que ponérselo para luchar… Suspiró levemente.
-V-Velvet –balbuceó el chico, petrificado aún-. No te ofendas, pero…
Tragó saliva.
-…Tienes un gusto horrible.
-Facing a Vampire [Cemetery Version]-
-Continuará.
~Nota de la autora~
El Londres presentado en Black·Moon~Maison es fiel al verdadero, a excepción de lugares ficticios como la mansión de Velvet, Holloway College o el cementerio de Highbury Grove (ya que Highbury Grove, en efecto, existe). Este camposanto pertenece a la ficción, pues en realidad son siete los cementerios más importantes de Londres, y no ocho.